domingo, 18 de diciembre de 2011

BUEN DÍA, casi un mes sin visitarme. Extraviado en asuntos musicales y festivaleros. Experiencias, buenas o malas, que, en todo caso, ayudan también a vivir, a sostener este andamiaje cotidiano con final conocido (no hay excepciones) y desarrollo incierto. Qué más da, quizá en eso consiste el juego, la alegría, la diafanidad de un dolor que no da treguas. Anoche nomás, veíamos la estación espacial rutilando en el cielo sinuano, cerveza tras cerveza, conversando con el insoslayable amigo las opacidades de siempre, y sin querer solté otra vez las amarras del destiempo. Política, poesía, música, tres desastres, tres universos en función de los cuales ha venido perfilándose, sin pretensiones de artista, la disparatada existencia: huidiza y rebelde, confusa y complaciente. Grima en verdad comprobar cómo la cultura igualmente se corrompe, traficantes cercanos y lejanos se dan cita para disputarse, con perversidad digna de mejores causas, los dineros oficiales. Pueblos llevados del patas, idiosincrasia terca, infatuar para que el estercolero no pierda su belleza. De nuevo las tarimas, el lodazal, la falsa espera. Buen día, casi un mes sin angustiarme. ¡Aplausos por favor!


fba

lunes, 21 de noviembre de 2011

AJUSTE DE CUENTAS


Los poetas de ahora gustan de fachendear en

festivales

Inofensivos y radiantes, leen los mismos

enredados poemas a cambio de

mantener su pico en flor

luciendo en el

escenario

Mientras más herméticos y oscuros

más se cotizan en la humareda

cultural

Cuentan, por supuesto

con una hoja de vida impresionante,

se han pasado la vida eyaculando arte

a diestro y siniestro, ganando concursos

y viviendo cómodamente del erario

Poeta festivalero que se respete

sabe cómo engrasar la cucaña

por la que sus amigos lo trepan

sirviéndole de jurados

Por lo visto hay más premios que poetas

aunque la plaga de poetas es tal que

ya existen insecticidas humanos

para matar insoportables versos

A veces se les cuela en la fiesta

un poeta sin brillo, callado, algo fuera

de lo común y procedente de la grotesca

vida cotidiana,

que opta por la claridad y la precisión

marinando con extraña música aspectos

sociales y políticos,

entonces se ponen todos de acuerdo

y dicen para justificar el error y los excesivos

aplausos que si no fuera

por esto y aquello

esos poemas malhadados serían panfletarios

Lo peor ocurre cuando los organizadores

del hervidero poético

distribuyen el infaltable elenco

al servicio de popularizar la poesía a como

dé lugar

Poesía a la brava, poesía para dispararle

linduras y alumbramientos

a desprevenidos transeúntes

poesía en parques, plazas, centros de rehabilitación

cárceles, escuelas, bibliotecas, ancianatos

calles céntricas y barrios olvidados

poesía revolucionaria y exótica

a flor armada y repleta de femenino

tono

Aquí es cuando el poeta anormal que

poco habla o se sabe más muerto que un vivo,

se ve en aprietos para encontrar entre

su montaña de tormentos y fracasos

mensajes positivos con los cuales paliar

la cruda realidad de la existencia

Los poetas de ahora gustan de farolear

en festivales,

y si no que lo diga éste que aquí les habla

autor de estas prosaicas luces

emanadas sin miramientos

de la más tenebrosa inconveniencia




FBA (Derechos Reservados)

domingo, 30 de octubre de 2011

ELECCIONES…

Cuando el carnaval electoral, pletórico de mefíticos olores, hace otra vez de las suyas, no es dable hacer otra cosa que, desde la valla del aburrimiento, rogar (sabrá Dios a quién) para que esta cultura voraz y patológica de hacer política en Colombia termine, de verdad, algún día. Y digo de verdad porque el colmo de nuestras ardentías ilusorias osa presentarse, en la mayoría de los casos, de la mano del cambio, del progreso, de la anticorrupción. De ahí que este culto a la hipocresía no llame ya tampoco la atención, lo que actúa en detrimento de algunos pocos bienintencionados que, a la postre, son metidos por el pueblo en el mismo costal sucio donde la desidia de la masa electoral acaba sucumbiendo inexplicablemente a la lógica del voto putrefacto. Las coaliciones de partidos y candidatos que cacarean vientos de renovación darían para escribir toda una novela estoica y panfletaria.

Es entonces cuando, con una máscara menos nociva pero quizá igualmente perversa, volvemos a decir: este país no resiste más embelecos. Y sin embargo, continuamos acumulando desengaños sin plantearnos jamás, en serio, la forma de acabarlos. Nos sigue interesando este sainete de legalidad y democracia que tanto mal ha causado durante dos siglos de estiércol republicano. Más de dos milenios teorizándose acerca del derecho y la moral para que el democratismo imperante se vuelva cada vez más excluyente, oprobioso y criminal. Surgen, no obstante, nerviosos interrogantes. ¿Quién es el que realmente brujulea en la política criolla? ¿El politicastro de profesión por todos ampliamente conocido o el que, a sabiendas de la calaña de ese falso sujeto, se entrega por completo a acrecentar el vilipendio de su poder?

No quiero hacer juicios de valor en torno a una problemática sumamente compleja, merecedora de análisis con más largo aliento. Más bien, desde el arte, desde la poesía, compartir en un día como hoy, donde todo y nada es lo mismo, algo que en Cantando a Destiempo, poemario de mi autoría publicado en 2010, quedó escrito para fortuna y desdicha de su creador.

POLITIQUERO

Me refiero a un politiquero que sí cumple

sus promesas de campaña

que cuando dice puente hace el puente

y si le gritan agua como sea trae el chorro

alcantarillado, y se acaba la hedentina

luz, y hasta Dios se muestra sorprendido

trabajo, y no se toleran vagos en las casas

educación, y abarrota de sillas las escuelas

vivienda, y casi lloran las nostalgias de los puentes

salud, y nadie más se muere en las urgencias

justicia, y a cada quien le da su merecido

Este politiquero

no tiene ningún bache en su carrera

sabe de todo y bebe café a montones

en diferentes partes mientras habla,

su lógica es de un timbre milagroso

y su ética un tesoro contundente:

robar pero también hacer

la corrupción es un mal inevitable

Me refiero a un politiquero bondadoso

que alardea en lo ingrato de la vida

pero en los días de impuras elecciones

se viste con demócrata ignorancia

y sale a votar por el politiquero malo

en cuyas emanaciones

festeja agradecido ninguna solución

a su miseria

FBA

jueves, 13 de octubre de 2011

A doce días de cumplirse el Aniversario 25 de la muerte de mi padre, ENÁN BURGOS PERDOMO, médico y poeta nacido en Ciénaga de Oro-Córdoba (Colombia) el 14 de junio de 1926 y fallecido en Montería-Córdoba (Colombia) el 25 de octubre de 1986, me es grato invitar a los lectores de este blog a apreciar el homenaje que le rinde su hijo ENÁN BURGOS ARANGO, poeta y pintor radicado en Montpellier-Francia, publicando en su Web de PLEAMAR DIGITAL la obra poética completa de ENÁN BURGOS PERDOMO, como también un poemario en prosa de su autoría dedicado a su progenitor, titulado EN CASA DEL SUSURRO.

Me sumo, desde mi trinchera de nervios, a esta remembranza del directo responsable de nuestra flama artística. Y, por supuesto, de una bella mujer, Amparo, sin la cual el poeta no hubiera transitado jamás el adiós de la poesía. He aquí el enlace:



FBA

domingo, 18 de septiembre de 2011

CUMPLES AÑOS K y quisiera de verdad

Alegrarme

Darte besos y abrazos como cuando

Jugamos a no morirnos el uno sin el otro

Cuando con notable picardía

Te hago reír sin que sepamos cómo

Con una gracia bendita

Que no tiene normalmente este poeta

Tu poeta angustiado y medio loco

Que hoy te comprará una torta, te llevará

A cenar, se negará de nuevo a enamorar

Con flores, prometerá el helado que todavía

Te debe, se dormirá en su hamaca sabiéndote

Tan cerca, tan dentro, tan

Posible, te meterá en su miedo como luna

Prohibida, como canto de pueblo

Cual infancia lejana que otra vez

Agoniza

Cumples años K y quisiera de verdad

Entristecerme

Darte brega y cansancio como cuando

Jugamos a no morirnos el uno con el otro

Cuando con noctámbula poesía

Te hago llorar al precisarlo todo

Con ese amargo encanto

Que normalmente distingue a este poeta

Tu poeta angustiado y medio loco

Que hoy, por el contrario,

Protestará contigo por tanto

Tiempo injusto, por tanta

Cruda historia que pasa y nos olvida

Celebrará a tu lado

La dulce coincidencia

Este amor a destiempo

El extraño milagro

De odiarnos y querernos

De amarnos sin remedio

Este poeta aplaudido y letal y cantador

Tu poeta aguerrido que es capaz de olvidarte

Incapaz de perderte

Tu poeta K, el único que soy



FBA

miércoles, 14 de septiembre de 2011

TRES PILDORITAS VALLENATAS:

LA PRIMERA, algo que dejé publicado como comentario en un muro de Facebook y que estimo conducente repicar: “... Lo más doloroso de todo esto es que quienes se precian a boca llena de defender la música vallenata (me refiero en especial a cantantes de larga data aún vigentes, pues de los nuevos cualquier bodrio es esperable) han optado por menoscabar también la grabación 'comercial' con aplanadoras y otros truquitos ridículos e infamantes. La gran ausente es, por supuesto, la poesía, una poesía que, en mi modesta opinión, puede y debe ir más lejos de lo que el lirismo romántico y paisajístico tan sabiamente conquistó hace unas décadas con gran acierto rítmico y melódico. Siento, además –y lo escribo con franco respeto–, que artistas que han sido grandes y que se han sostenido pese a tanta descomposición y embustería (aunque sea solo en parte o en algo de lo que fueron), deberían, en su madurez musical, ser coherentes y aprovechar el decurso privilegiado de los años para incorporar canciones alternativas, profundas y asombrosamente vitales, como también dignas de su actual contexto. No hay cosa que me produzca más tristeza y aversión que escucharlos interpretando temas repletos de esas letricas posmodernas, falsamente sentimentales, supuestamente urbanas y juveniles, rayanas con la oquedad y la estupidez, con las cuales los compositores oportunistas y exitosos del momento ofenden la inteligencia y la capacidad popular de nuestra música. Resistir, indagar, denunciar, edificar y defender un único y sólido discurso, sumar voces incontaminadas, replantear la parranda, son solo estelas de un camino tortuoso que al final abrigará, con la multiplicidad de su canto, a ese hombre nuevo y de siempre, luchador de tantas y utópicas pasiones, venero de mejores días…”.

LA SEGUNDA, otro comentario que hiciera a lo publicado por un buen amigo valduparense en el mismo medio: “Calixto Ochoa será el homenajeado en el Festival de la Leyenda Vallenata 2012; me imagino a toda la parafernalia de compinches y traficantes –que fungen de compositores festivaleros– urdiendo desde ya versos y melodías oportunistas, coyunturales, con los cuales seguir posando de ‘vallenatos’, engañando y causándole también mucho daño al género musical que, pese a tanta porquería, aún nos alienta. Deberían prohibir en las canciones inéditas que asuman como tema el tema del Festival. Llenar de embelecos y de hipocresías el concurso de canción vallenata inédita no es lo que se merece el maestro Calixto. Pero en el Valle ya sabemos cómo operan las cosas. Dizque jurados idóneos e imparciales para seleccionar canciones… ¡MAMOLA! Siquiera que en el Sinú no se orquestan festivales de este tipo. Nos salvamos así de personajes metecos y embusteros como los que sabemos, quienes no dudarían en venir a nuestra tierra, por el ‘jugoso’ premio, a darnos lecciones musicales de SINUANIDAD. Todo eso se puede resumir en una sola palabra tan amada por un gran número de colombianos: corrupción. Que se acaben los premios para ver si se acaban también estas prácticas infames que asesinan por igual el folclor”.

LA TERCERA: NO ME COMPARES CON NADIE, de Silvestre Dangond y Juancho de la Espriella (2011). Una primera y rápida barrida no dejó satisfecho a este criticador. Intenté entonces parrandearlo el pasado fin de semana al calor de unas cuantas cervezas y departiendo con un viejo amigo procedente de tierra “cuyabra”, y la verdad, no pasó tampoco esta imprescindible prueba. La cosita (de Rolando Ochoa, con mezcla de sabor sabanero y tic al estilo de me gusta, me gusta), La grabadora (de Náfer Durán; pieza, sin duda, gomosa y de gusto clásico que hace recordar grabaciones del pasado, en especial cuando, presumo que con toda intención, aumenta su velocidad a medida que avanza en calor), La gringa y Mi defensor (de Dagoberto Osorio, demostrando una vez más cómo lo espiritual no es incompatible con la salvaguarda de esencias) son los únicos temas que, en mi opinión, parecen chapotear. Me temo que sí hay que comparar este trabajo discográfico con anteriores frutos del “silvestrismo”, y aún más, con la urgente tarea de no dejar sucumbir esta música vernácula. No basta con rescatar la nota vallenata o declararse partidario del vallenato “clásico”. De un artista que pretende diferenciarse del resto y asumir la vanguardia del “auténtico” vallenato (del tradicional, pero quisiera yo también del posible, de ése que no obedece al amor como único tema del canto, de ése que bien puede textualmente “evolucionar” hacia horizontes poéticos de mayor alcance) se espera mucho más que seguir con la fórmula Wilfran Castillo-Omar Geles-Tico Mercado-Fabián Corrales-Aurelio Núñez llenando de limo sentimental el cauce otrora límpido y polifacético de este malogrado “folclor”. No incluyo a Enrique “Curry” Carrascal en dicha fórmula porque guardo todavía la esperanza de que este buen compositor sanjuanero aproveche su ventana comercial y nos regale canciones de mejor factura que Esa mujer. De que las tiene las tiene, aunque no sea, claro está, culpa suya que se demande de él únicamente la vena romántica –que empieza a tener un peligroso tufillo de fábrica– para conformar la elite de los compositores “exitosos” y adinerados modelo siglo XXI.

¡Qué vaina con esta moda de gemidos y de ridiculeces, de ingenuos y patológicos romances, culto ruin y despreciable a lo efímero, esta posmodernidad que llena de fimo (bueno, digámoslo esta vez sin eufemismos: de mierda) todo lo que alguna vez tuvo importancia, valor y trascendencia! Y reconozco que sería demasiado pedirles a creadores de valía que renuncien a la fama y a la tentación de lucrosos ingresos solo por utopía y dignidad. Pero, ¿no debe acaso un verdadero artista preservarse de todo asomo de mediocridad?, ¿no está acaso el compromiso con la creación artística por encima de realidades de ínfimo orden? Admito que un compositor pueda desligarse de su historia personal para ampliar su repertorio y, por ende, satisfacer experiencias ajenas. Con todo, ¿siempre en torno al mismo tema?; ¿siempre el mismo hombre pendejo, arrogante, sensiblero, machista o tontarrón?; ¿siempre el mismo tu loco soy yo, loco, loco, loco hasta el colmo de la ignorancia, muriéndose de amor por ella, sí, por ella, la misma ingrata de siempre, la pobre y abstracta hembra que lleva vengativamente del bulto, la mojigata cuyos besos no tendrán jamás mejor destinatario que el pelotudo que sabemos? El sello personal es, a mi juicio, innegociable. Un compositor de verdad no se doblega por conveniencia ante patrones vacuos y facilistas que rinden culto a la imbecilidad del consumo. ¡Así de cruda es la cosa!

Volveré a creer en Silvestre Dangond cuando se decida a abrir de verdad (repito, DE VERDAD) el abanico musical vallenato con obras de nuevos compositores que transitan caminos diferentes y dan ejemplos loables contrarios al síndrome comercial en boga (no doy nombres para evitar ser repetitivo), de compositores veteranos y líricos incluso, siempre y cuando no se reduzcan éstos a las mismas temáticas y moldes de antaño con respecto a los cuales ya legaron obras de calidad insuperable. Algo de esto último pasa con Por Dios que sí de Rafael Manjarrez. Se trata, además, de una canción de difícil comprensión, desenredar su trama no resulta accesible ni siquiera sabiendo que alude o está ideada en función de la inolvidable Ésta es mi historia de Roberto Calderón, que grabaran con mucho éxito Los Hermanos Zuleta en el álbum 039 (1984). Me hace recordar lo que me dijo el buen amigo y compositor sahagunense Jaider Juris un día de festival refiriéndose a las composiciones de un consuetudinario rival nuestro que goza del beneficio de una de las tantas roscas sabaneras: hay que meterse en un cuarto oscuro para revelarlas y entonces sí procurar entenderlas. No es el caso de Rafa Manjarrez por supuesto, compositor que goza de meritorio reconocimiento. Pero un bache es un bache, y debo confesar que luego de escuchar varias veces esta parte dos del cuento matrimonial con triángulo amoroso, iglesia y misa incluidas aún no logro dilucidar, más allá de un pálido y viejo mensaje, esta nueva y rebuscada historia en versión del excelso cantante urumitero que es, sin lugar a dudas, Silvestre Dangond Corrales.

Lo he escrito ya mil veces pero no me cansaré, esto sí, de repetirlo: No es con reencauches; no es con los dilemas sentimentales de Alberto Mercado; no es con un Fabián Corrales reiterativo y acomodado a las exigencias de la industria del disco (por cierto, qué distinto es el Corrales de No te escondas de mí, tema que hace parte del álbum Lo que tú necesitas, 2011, de Jorge Celedón, lo que me lleva a pensar que si intérpretes y compositores se lo proponen la vida comercial del vallenato sería real y hasta radicalmente distinta); no es con el azucarado y empedernido enamoramiento de Wilfran Castillo, no es con el consabido jugueteo de un Omar Geles agomelado como va a lograr Silvestre Dangond escribir su nombre en la historia no deleznable de la música vallenata. ¿Cantos llamados a perdurar? Iba por buen camino, pero No me compares con nadie conlleva un lamentable retroceso. Un amor genial de Richard Daza no pasa de ser una bonita melodía, mientras El gavilán, cuyo autor es el propio Silvestre, desdice mucho de lo logrado en Muchachita bonita, también de su autoría, notándose otra vez en el Silvestre compositor la intención de emular la magia irremplazable del cantautor Diomedes Díaz Maestre.

Ya estoy por creer que es preferible un vallenato instrumental, sin letras, a seguir soportando tanta bobería junta. La saturación monotemática del amor insípido y mentiroso empieza a socavar mi aguerrida alma vallenata. No me extrañaría verme pronto buscando refugio en otros géneros musicales que marcaron igualmente mis años de mocedad. Quizá con menos intensidad pero –admitiendo ya la derrota de mi pertinaz creencia– con más (y mejores) posibilidades existenciales y poéticas.

Saludo cordial,

FBA

martes, 23 de agosto de 2011

PLENA DEMOCRATIZACIÓN DE LA POESÍA…


Sus poetas se jactan de invocarla:

sudan recitaciones en mercados públicos

despliegan delicados aromas sobre

lugares sucios y malolientes,

avivándose recíprocos se congelan

de simple amor

en medio del impenetrable

calor del mar Caribe,

creyéndose potables pregonan la

cómoda consigna, nos hablan de derechos

de un venero feliz que pertenece

a todos.

¿Su público? Debo intranquilizarme

para decir que merece mi apático

respeto. Yo, al menos, no impongo mi

diablura en beneficio de nadie, mucho menos

pretendo globalizarla para que sirva

de bonachón ejemplo.

¿Quién les dijo a estos poetas bohemios y

solidarios,

demócratas de quién sabe qué estólida

arrogancia,

que la poesía es objeto de obligado consumo,

o que tiene un poder sobrenatural

para salvarnos a todos de la dulce crisis?

¿De cuándo acá la idea de

embutirle poesía a cuanto desprevenido

habitante se atraviese?,

¿qué es esta cosa absurda de

predicarla hasta el súmmum,

convirtiendo sus inevitables

sinsabores

en movimiento poético mundial?

Poesía, dura y terca poesía

palpo su oscuridad alejándome

de lujos y talleres

de oficiales ternezas y presumidos burdeles

me aparto contrahecho

su soledad la asumo a salvo

de aplausos académicos, me estremezco en

sus antros, territorios, premisas

tertulia de fracasos, carencias

rutinarias

de imposible verdad.

A lo sumo, si

queremos socializarla pongámosle fusiles en lugar

de palabras debiluchas,

o para evitar

el panfleto, digamos que palabras

con sonido sutil,

despojémosla también de intrincadas relaciones

y de las contrarias claridades que

afectan por igual su militancia,

sintamos su útil perplejidad

capaz sin duda de derrumbar

silencios.

Plena democratización de la poesía

que tiene a la poesía

al borde de un patatús

emocional.


FBA – Derechos Reservados

lunes, 1 de agosto de 2011

Enmarañada y punzante amaneció hoy tu voz, dos años después como si nada. El cielo tiene, sin duda, sus ácidas respuestas. Y entre preguntas de simple exactitud tus hijos continuamos, cada uno en lo suyo, contándonos la inevitable premura del afecto. Amaneció hoy tu olor, eterno y corajudo, renovando la antigua primavera, dolorosamente del lado de la vida.


fba
A propósito de un Festival Internacional de Poesía…


MUCHAS LUCES
Muchos sueños
Mucha elevación
Excesiva bohemia
Excesivo deleite
Excesiva emoción
Necesitamos todo lo contrario:
Permanecer en la tierra
Habitarla sin treguas
Transformarla sin cielos
Urge entre desventuras
No aplaudirnos el grito
No cantarnos el miedo
No apagarnos la muerte
Necesitamos decisivamente
Embriagarnos con la sola
Maldad, reemplazando el
Desorbitado amor
Por la inofensiva opacidad
Del desquerer


FBA

sábado, 16 de julio de 2011

UNA MUY BUENA PÁGINA DE PLEAMAR EDITORIAL (EBA) dedicada al poeta SALAH STÉTIÉ...

Para que la visiten y la aprecien como se merece.

Enlace: http://pleamareditorial.free.fr/salahstetie.html


He estado bastante ocupado, de viaje en viaje, tras un asunto académico. Ya llegará la hora de normalizar la publicación de las entradas acostumbradas en ESCONCES Y DESTIEMPOS.


Saludo cordial,

FBA

jueves, 30 de junio de 2011



VERSO CON ALAS

Turpial amado, jaula donde se aloja
el pájaro invencible, chamaría fugaz que lo visita
puntualmente con sol de mediodía.
Se miran fijamente conversando con
Trinos memorables. Mi canto los observa
con ganas de meterse. Pero mi canto poco
se acuerda de barrotes, menos aún
de brisas y de alas.
Al parecer se envidian, se gustan, se enloquecen,
prisión sin hambre, libertad hambrienta, migas
idílicas cayendo con nerviosa gracia.
Poeta: ¿cuál de estas dos delicadas aves
se ajustaría mejor a tu existencia?,
¿en cuál de las dos estaría dispuesto
a reencarnar tu ruido apenas muera?







fba-derechos reservados

domingo, 12 de junio de 2011

Nota: artículo escrito en enero de 2011 para el proyecto “Revista Acordeones”, liderado por Otto Medina y Rafael Ricardo Barrios, y a petición de este último. Independiente de que haya sido o no publicado (desconozco la suerte del proyecto en mención), ESCONCES Y DESTIEMPOS es su hábitat irreemplazable. Se autoriza su divulgación siempre y cuando se cite la fuente: FBA (Francisco Burgos A.). Si bien su autor no puede desligarse del hábitat sinuano y sabanero del que procede, el entorno de sus opiniones no es el de la tradicional (y ya suficiente y magistralmente ilustrada) discusión entre el mundo musical vallenato y el mundo musical sabanero. Su autor escibe desde otra óptica, sintiéndose extrañamente parte del primero por reminiscencia, por cofradía y por gusto, aunque, es bueno decirlo, reconoce en el tema vallenato disquisiciones y problemas de mayor alcance. En todo caso, hablemos de "música de acordeón" (como en la sabana) o de "música vallenata" en sentido amplio (a efectos de justicia histórica y como eslabón fraterno), o de "música vallenata" con criterio excluyente, lo cierto es que el aspecto textual de las canciones se ve menoscabo por igual, quizá -por razones propias de particulares contextos- menos en un lado que en el otro. De enero para acá algunas cosas han cambiado o comienzan a cambiar de forma positiva. Ya quedó sembrada en el ambiente la necesidad de revolucionar comercialmente (poéticamente) este asunto, y es posible que, a raíz del triunfo de Adrián Villamizar en Valledupar, a un importante número de compositores se les dé por abandonar de una vez por todas el sendero del agravio. El artículo que seguidamente se publica es una contribución más de FBA (complemento de su propuesta musical) al claror de esta imparable lucha.


LA COMPOSICIÓN VALLENATA: CADA VEZ MÁS BOBALICONA Y MENOS VALLENATA

Corría el año 1985 y el 7 de junio saldría publicado en la edición No. 390 del Semanario monteriano Poder Costeño, un artículo de mi autoría titulado La canción vallenata: buscando a Rubén. Desde ese entonces advertía en la composición vallenata, sobre todo en su componente textual, deficiencias o carencias preocupantes. Todavía sin Nueva Ola y medianamente a salvo de quienes se consagrarían después como los “grandes lloradores del vallenato”, apreciaba la necesidad de profundizar la parte literaria de la música vallenata, más allá incluso de lo que significó su revolucionario romanticismo lírico. Me parecía que la complejidad del mundo urbano, la quintaesencia del difícil vivir, la exploración del tema amoroso por senderos no propiamente paisajísticos, la comprensión de la muerte como gran lección de vida, en fin, todo el peso inevitable de la más contundente poesía podía darle al género musical que nos ocupa, un viraje profunda y radicalmente educativo. ¿Hasta dónde se podía llegar sin correr el riesgo de profanar su histórica existencia? No lo sabía, y me temo que aún, con más años encima y mucha tinta a lo mejor desperdiciada, no me atrevo a aventurar una respuesta. En todo caso, cómo no sentirme hoy más preocupado cuando es la bazofia sentimental lo único que parece habitar comercialmente el texto vallenato; cuando el interminable desfile de canciones estúpidas y pobremente románticas, la recocha insoportable (muy lejos de la emoción parrandera), las ridiculeces arrítmicas y las fusiones descabelladas son las únicas o mayoritarias expresiones de un género musical que, en pos de una “exitosa expansión”, va en picada despojándose, grabación tras grabación, de esencia y vitalidad.

Así pues, me inquietaba la idea de subvertir el orden vallenato, llevando la letra de las canciones a terrenos inexplorados e insospechados. Comprendía en aquel tiempo la urgencia de asumir identidad, poesía y cultura como trinidad creadora capaz de perturbar la tradición pero al mismo tiempo de enriquecerla a profundidad; eso sí, sin amarrar la literatura ni la cabal comprensión musical del canto vallenato a un término tan engañoso y peligroso como “evolución”. Examinaba cómo la transición lírica –no obstante contar con valiosos autores que produjeron obras destacables– no había logrado sacudirse de las letras arrepentidas que desempolvan olvidos, que lloran los amores con una mojigatería inconcebible, atiborradas, además, de un fuerte machismo tontarrón, de culpas y maldades ajenas, de corazones súper destrozados, de infinitos lugares comunes, de enamoramientos empalagosos, de bonachonas historietas. En suma: de falsa poesía. Como si la tierra más que tristeza o nostalgia produjera llanto, y a caudales sensibleros. Y como volver a lo narrativo no estaba entre los planes ni lo vislumbraba como escenario deseable, ¿qué mejor que hacer de lo lírico horizonte de búsqueda angustiosa e incesante? ¿Por qué no entonces un Rubén Blades para el vallenato? ¿Por qué no aprovechar, incluso, la tendencia hacia la diversidad temática de sus orígenes como ejemplo de camino innovador por recorrer? Me preguntaba, además, si la música vallenata, debido a su bailable y popular vestidura, era tan absorbente que impedía que la canción vallenata pudiera matizarse con contenidos artísticos o literarios de mayor envergadura.

Sin duda, el tema amoroso, servilmente orientado hacia lo femenino, ocupaba ya, en forma mayoritaria, el espíritu creativo de nuestros más afamados compositores que, a diferencia de los románticos empedernidos (enfermizos, simplones, oportunistas) de ahora, le ponían alma, verdad y sentido al “producto” vallenato. Pero me temo que bajo su influencia se fue metiendo, para nunca más salir, la ponzoña monotemática del amor en casi todos los trabajos discográficos serviles al imperio del mercado, hasta tal punto que no tardaron las distorsiones rítmicas y la descomposición perversa en hacer de las suyas. Rubén Blades, frente al auge de la salsa naciente después de la revolución cubana –que en su mayor parte invitaba a bailar y a gozar–, no optó por el son cubano sino que trastocó a fondo el problema de la compenetración entre letra y música, haciendo de esa música que él identificaba cuando sonaba, intención poética y continente emocional. ¿Por qué al vallenato no habría de ocurrirle algo parecido? Ésa era mi más angustiosa pregunta. Y también mi más poderoso desconsuelo. En todo caso, el Blades de hoy no sería el espejo más apropiado para mirar cómo enarbolar esta dura lucha por la salvaguardia del canto vallenato cuando, interrogado sobre el presente y futuro de la salsa, manifiesta: “… es inútil preocuparse por cosas sobre las que no se posee posibilidad alguna de controlar, al igual que es absurdo considerar que los gustos permanecerán siendo iguales para cada generación” (El Universal, Suplemento Dominical. Cartagena de Indias, 2 de mayo de 2010, p.8). Dejemos entonces a Rubén Blades por fuera de la causa vallenata, quedémonos nosotros (pocos pero ruidosos) apostándole a lo inútil y a lo absurdo, desenmascarando la fiesta de la irresponsabilidad y de la ignorancia, y preocupados tremendamente por la calidad estética y no económica de nuestra música.

Como están hoy las cosas, con retornar a la etapa lírica que ya conocemos me sentiría satisfecho. Pero estimo aún pertinente examinar hasta dónde es posible, en verdad, incorporar un componente poético distinto en este género musical teniendo en cuenta sobre todo su origen folclórico, la expresión popular y provinciana, el carácter narrativo de sus inicios y el lirismo posterior de sus letras más sentidas. Desde este punto de vista, habría que preguntarse si salirse de este ambiente textual es válido, o mejor, si los aires vallenatos reconocidos como tales (entiéndase al tenor de la ortodoxia dominante el paseo, el son, el merengue y la puya) admiten expresar un sentido de la vida que trascienda el contexto anotado. En otras palabras: ¿es incompatible dicha música con manifestaciones literarias y poéticas sustancialmente diferentes?; ¿existen condicionamientos musicales en el vallenato que limitan seriamente tales aproximaciones? Me imagino desde ya el despelote que se formaría. Comercialmente hablando sería, por supuesto, un verdadero desastre. Bastante tiene ya el vallenato tradicional y el paseo lírico con el “vallenato posmoderno” como para ahondar en propuestas desesperanzadoras. Pero comercialmente soñando sería toda una revolución, pues, en últimas, de educación y cultura, y no de ridiculeces y mediocridades, es de lo que se trata.

Mal que bien, el vallenato ha experimentado a lo largo de su existencia un “desarrollo” rítmico considerable. Sobre este particular, resulta sumamente interesante el estudio de Abel Medina Sierra titulado “Los géneros legítimos y espurios de nuestra música”. Encontrarán allí los lectores argumentos de importancia alrededor de una evolución, quiérase o no, evidente. El repertorio del músico vallenato ha estado ligado, desde siempre, a más de cuatro ritmos, por lo que el autor presenta su hipótesis de que “la historia genérica del vallenato no es sino una lucha de ritmos espurios contra los ya legitimados o los intentos de los primeros por ganar ese estatus de legitimidad”. Historia entonces orquestada por ritmos emergentes o fusiones modernas como los denomina Hernán Urbina Joiro en su libro “Lírica Vallenata: de Gustavo Gutiérrez a las fusiones modernas”. Ahora bien, ¿qué tan positivas han sido las aportaciones rítmicas de la Nueva Ola, del estilo único e inconfundible de Kaleth Morales o de las romanzas del poeta Rosendo Romero (para no mencionar la mezcla imperdonable de balada, ranchera y hasta de twist con vallenato)? Buen tema, para discutirlo sin parar. Pero por ahora centrémonos en la parte textual del vallenato. No hay que olvidar, en todo caso, que el progreso en el arte no puede ser visto en sentido cronológico.

¿Qué ha pasado entonces con las letras de las canciones vallenatas? Mientras la historia rítmica del vallenato es rica en demostraciones, su historia textual es pobre en compromisos. Mencionar, por ejemplo, una primera e importante escisión a partir de los años sesenta del siglo pasado con Gustavo Gutiérrez Cabello, quien, al decir de Julio Oñate Martínez, “revolucionó la estructura del paseo, tanto en su contenido como en la forma de versificar, introduciéndole un lirismo más manifiesto, con versos más delicados, y con melodías más dulces y elaboradas pero conservando el ritmo original”. Y posteriormente (muy posteriormente), con la inclusión de la jerga juvenil en cuanto característica peculiar de un movimiento urbano que, más que Nueva Ola (el mismo Silvestre Dangond anunció hace un tiempo su defunción), significó un relevo generacional en el canto vallenato modelo siglo XXI. La cursilería romanticona, con claros visos degenerativos, no representa, a mi juicio, un viraje a tener en cuenta. Los cambios, sean positivos o negativos, deben contar al menos con una aspiración de identidad para ser considerados, y el legado de Wilfran Castillo, “Tico” Mercado e Iván Calderón (por mencionar sólo a tres de los más representativos, y sin desconocer que se trata de compositores que cuando se lo proponen se salvan del estereotipo) está signado por obedecer exclusivamente al más oprobioso y bestial de los mercados. De todos modos, tanto las letras estilo Nueva Ola como las de los llorones de moda se muestran, casi siempre, pobres e intrascendentes.

A Wilfran Castillo habría que reconocerle la intención de mejorar poéticamente sus temas librándose, además, del evacuatorio sentimental, aunque al servicio de un pop estilo Fonseca o Carlos Vives que, en últimas, desdice igualmente del género musical que lo ha lanzado al estrellato nacional e internacional. Por otra parte, un compositor y músico monumental como Omar Geles, gran beneficiario del embeleco en boga y a quien (lo digo sin explícita ni secreta ironía) le profeso respeto y admiración, me produce ya susto y patológica grima cada vez que su trucaje rítmico y melódico –explosivo tic, adobado con irresponsable lúdica y con la misma historia pendeja y pueril– aparece en escena. Aún no me repongo del efecto “aplanadora”, mucho menos cuando me acuerdo de que su intérprete fue nada menos que Jorge Oñate. Ver a Oñate cantando y bailando semejante esperpento me produjo un colapso vallenato que por poco consigue desarmarme. Pero bueno, “es lo que le gusta a la gente”, me dirán. Sí, a la música en general la golpea el pillaje y el éxito efímero de la posmodernidad. Pero es también tarea de utópicos ponerle el cascabel al gato. Es también asunto de valientes complicarles ese festín insípido y esponjoso.

Podríamos considerar asimismo (en términos de intención poética y procediendo conforme al gusto personal) el aporte de compositores como Hernando Marín Lacouture, José Alfonso Maestre Molina e Iván Ovalle Poveda, siendo el primero de los nombrados mucho más claro y contundente a la hora de proponer un valor estético de conjunto, adjetivado y coherente, más allá de los límites de la poesía lírica. No sólo el amor es un tema genuinamente abordado por Marín; de su alma rebelde, truncada tempranamente por la muerte, brotaron aspectos bucólicos, sociales y políticos de inolvidable valor artístico. ¡Qué falta le hace Hernando Marín Lacouture al vallenato! Seguramente, de su verso maestro –interrumpido, tal como lo afirma el licenciado en idiomas y magíster en literatura hispanoamericana Oscar Ariza Daza, “en una etapa clave de su vida musical”– hubiesen surgido, con madurez o sin ella, canciones profundamente vitales y comprometidas. Y comprometidas no sólo en el terreno contestatario (remito a los lectores al ensayo Hernando Marín y la Canción Contestataria del citado profesor Ariza Daza, publicado en: Historia, Identidades, Cultura Popular y Música Tradicional en el Caribe Colombiano, Universidad Popular del Cesar, 2004), sino también en cuanto a los resplandores de una creación que incursionaba en las satisfacciones, contradicciones y sinsabores de la existencia. Los Años, por ejemplo, canción preferida por Marín, es un precioso paseo que alcanzó milagrosamente a ver la luz en la producción Rompiendo Esquemas (título obviamente sugestivo) de Silvio Brito y José Hilario Gómez (edición especial, 2006).

El amor tiene su fuerza, diría Ovalle. Pero arrastra también el riesgo de aclimatar excesos y descomposturas imperdonables en los cuales difícilmente se logra reconocer, a efectos de recomponer las cosas, el punto de no retorno. El presente del texto vallenato es lamentable, y ni qué decir del futuro que, por lo visto, le espera. Me preocupa sobremanera el mensaje de la canción vallenata, que aprecio necesitada de contenidos con mayor profundidad y vitalidad. Sentimos, de verdad, que algo (muy grande) no funciona. Me refiero, claro está, a la música grabada o que se graba y que logra repercutir nacional y hasta internacionalmente, e incluso a la que se queda amarrada a contextos regionales y locales sin distintivo alguno. Otra cosa es lo que ocurre con los festivales o en las tan apetecidas parrandas vallenatas, aspectos estos que deberán ser harinas de posterior costal. Por lo pronto, regalémonos más acuciosos interrogantes: ¿no hay acaso compositores capaces y merecedores –entre los tantos que pululan en festivales, conocidos o ignotos, y entre quienes se inspiran desinteresadamente por amor al arte– de asumir la responsabilidad histórica de rescatar musical y textualmente la canción vallenata? Claro que los hay, y muy buenos, de larga y corta data (no doy nombres de viejos conocidos para evitar injustas omisiones) y a lo largo y ancho de la extensa geografía vallenata, no reducida, por cierto, al Valle que tanto se menciona. Si algo me mortifica es saberlos extraviados en el universo inclemente de las manipulaciones festivaleras o sometidos al vaivén inmisericorde del elitismo parrandero, cuando no expuestos al olvido miserable de quienes, por negocio o estulticia, desconocen la utilidad y la grandeza de su desprendimiento y de su dolor. ¿Cuántas bellas y torrenciales canciones permanecen sepultadas bajo la arrogancia de semejante poder?; frente a la desolación del presente, ¿sólo es posible responder a la crisis desde sus elementos tradicionales y líricos?; ¿basta una buena melodía o un buen intérprete para autodenominarse “compositor”?; ¿estamos condenados a soportar la fórmula del sanedrín que explota “lo vallenato” como hecho mercantil despojado de sanos vientos culturales, abarrotándonos de canciones endebles, de arritmias y melosidades sin gracia y sin sentido?

Intuyo, pues, que la poesía debe abrir, sin intelectualizar demasiado, más poderosos espacios comunicativos. Resignarnos al eterno lagrimeo, al verso insulso, a la rima esclerótica, a la melodía aparatosa, al desbarajuste inarmónico y al embrutecimiento festivo –generado por ritmitos falsamente alegres–, no es bueno para la salud del vallenato, mucho menos para la de quienes se precian de ser sus más significativos amantes y dolientes. Se le podía y se le puede cantar al amor sin tanto gemido, sin baboseos, sin brinquitos, sin agonías, sin payasadas. La juventud siempre será grande en cambios y en desvelos, y de ahí que nunca en su nombre sea plausible pervertir el arte. Merece el amor (tema, por supuesto, universal) su bienhadado espacio, siempre y cuando se aborden sus infinitas glorias y fracasos desde perspectivas artísticas, poéticas y literarias auténticamente vitales. Pero nuestros compositores vallenatos han hecho del amor una basura mercantil rayana con la idiotez y la mentira. Urge entonces una indagación colectiva que, sin folclorismos radicales, se proponga construir senderos de verdadera pero también de novedosa identidad vallenata. Lo más importante es entender que la música vallenata (no tanto ya el folclor y lo tradicional) atraviesa –quiérase o no reconocer y por mucho Grammy y roce internacional que la envanezcan– una profunda crisis rítmica y textual; que es hora de poner musicalmente resistencia, sumando esfuerzos aislados y coincidentes. Con la razón, el sentimiento y la palabra como armas. Con duras y argumentadas banderillas. Con canciones originales y trabajos discográficos alternativos.

En medio de este panorama gris hay, por fortuna, notables esperanzas, esperanzas que tienen nombre propio. Un cantautor como Adrián Pablo Villamizar Zapata es un buen ejemplo. Desde su atípica y exótica figura, y no obstante salirse del estricto cuento vallenato, propone para este género musical ritmos, melodías y armonías de largo alcance y de aliento exquisito, que suele acompañar con una poesía excepcional emanada de vivencias y recuerdos, poniendo en resumidas cuentas a respirar la vida. El esplendor metafórico del cantautor sinuano Joaquín Rodríguez Martínez es otro magnífico ejemplo. Y por supuesto, todo el legado lírico de compositores de prestigio y creativamente vigentes, que bien pudiera dignificar y diversificar con nuevas canciones (no con reencauches) las producciones vallenatas, sin necesidad de reanimar despechos.

Crítica o no, este acuminado artículo surge de la más sincera, infinita y dolorosa soledad al comprobar una y otra vez la pobreza, especialmente textual, del producto vallenato, artículo de consumo que, por lo mismo, no puedo, racionalmente y hasta por instintiva repulsión visceral, aceptar dentro de lo que algunos –ciegos o haciéndose los locos por conveniencia– llaman “grandes conquistas musicales” amparándose en una enfermiza “evolución”. Y para tranquilidad de todos, que quede claro: yo no sueño tristemente con el pasado del vallenato, sino que lo rumio con absoluto deleite para poder ubicarme, en su actual contexto, de cara a la urgencia de dignificarlo en función de un intrincado pero revelador futuro. Ni más. Ni menos.


FBA


































miércoles, 25 de mayo de 2011

INVITO A LEER EL POEMARIO DE ENÁN BURGOS ARANGO DEDICADO AL POETA H. GALO VURGOS P.

SU TÍTULO: ORUGA IMPACIENTE

He aquí el poema que finaliza el libro:

LETEO

¡Adiós, poeta, adiós!
Tu silueta se ve como la oruga
que nuevas alas lleva
hacia el más allá, adonde reina Dios.
Néctar siempre oro,
aunque encanecida ya tu noble voz
nunca un quejido dio.
Tu verso, fiesta breve,
donde quiera que él resuene, vuela,
penacho de espigas
alumbrando la extinguida senectud.
Abejas del deseo
que sin engaños ni daños
besaron la amada flor.

ENLACE para acceder al texto completo y a otros poemarios de ENÁN BURGOS ARANGO:

http://enanburgos.free.fr/poesiedigitale.html


Saludos,


FBA



viernes, 13 de mayo de 2011





DE VUELTA. Aún no del todo recuperado, reinicio operaciones.

A PROPÓSITO DE “CIEGOS NOSOTROS”

Luego de haber estado desde el martes 26 de abril en EL VALLE (sin haber estado en Valledupar) hasta la noche del 30 de abril, siguiendo minuto a minuto el concurso de Canción Vallenata Inédita en el marco del 44 Festival de la Leyenda Vallenata (2011), registro con beneplácito el triunfo de un buen amigo, el cantautor ADRIÁN PABLO VILLAMIZAR ZAPATA, nacido en Buenos Aires-Argentina, con alma musical cubana, esencia guajira (San Juan del Cesar-La Guajira-Colombia), corazón vallenato (Valledupar-Cesar-Colombia) y (agrego yo) fraternidad sinuano-sabanera. Creador del CUBANATO, este trovador (como prefiere ser llamado, en lugar de compositor) cuenta con un importante recorrido en festivales de música vallenata y sabanera realizados en distintas ciudades y regiones de Colombia caracterizándose, además, por no circunscribirse en sus composiciones al género vallenato.

En un hecho sin precedentes en la historia del máximo evento del folclor vallenato, obtiene, ¡por fin!, el triunfo con una canción, en ritmo de paseo, titulada Ciegos nosotros, dedicada al juglar LEANDRO DÍAZ (ciego de nacimiento y autor de un cúmulo apreciable de canciones vallenatas consideradas clásicas), quien, con LORENZO MORALES (el juglar vallenato supérstite de mayor edad con 97 años encima), fueron los homenajeados este año por el Festival Vallenato acertando la Fundación que lo organiza en distinguir a estas dos leyendas vivas de una música vernácula que tuvo en la gaita, luego en la guitarra y finalmente en el acordeón instrumentos claves para su desarrollo. Que un canto espiritual y religioso gane en un medio ortodoxo como el de Valledupar –presuntamente defensor del vallenato tradicional– no es cualquier cosa. Se trata de la entrada en escena de un nuevo lenguaje que, sumado a una propuesta melódica exquisitamente innovadora, bien podría significar la puesta en marcha de una constructiva, respetuosa y responsable evolución. Y si reparamos también en una elaboración textual rica en imágenes y figuras poéticas, es probable que se haya logrado abrir una gran puerta para que creadores de excelso talante entren a robustecer la causa de dignificar nuestra música, agobiada hoy por las deformidades rítmicas y la pobreza literaria, ridiculeces con que “la evolución y el éxito comercial del momento” han menoscabado profundamente la identidad (entendiendo este término en sentido dinámico, no estático) de la música vallenata. Coincidimos en esta apreciación con el periodista y escritor Ernesto McCausland, quien, a partir del ejemplo de Ciegos nosotros, invita a la industria vallenata a entender que es éste su camino y su salvación, conminándola a madurar discografías portadoras de “canciones sensibles y con contenido”, que pongan fin a “la pobreza conceptual y anemia creativa que pulula en el vallenato".

En lo personal, hubiera preferido que canciones como El ángel bohemio, Te debo una canción, Identidad, Yo soy el canto vallenato y Cofradía (todas de la autoría del citado trovador y que simbolizan poco más de una década de su lucha por llegar al podio en el Valle de los Reyes) hubieran sido (cualquiera de ellas) las ganadoras. Y no porque Ciegos nosotros desmerezca lo alcanzado, sino porque, en mi mundillo poético la divinidad, aunque hondamente respetada, muy poco sale a flote, dejándome los cantos que tan ampliamente la recogen (El ángel bohemio y Cofradía también lo hacen pero, a mi juicio, la religiosidad actúa aquí más como medio que como fin, o, por lo menos, se relaciona con propósitos temáticos no propiamente celestiales) un saborcito demasiado solidario o entre dulzaino y bonachón. Cosas… vainas jodidas de este poeta crítico, terrenal y mortífero que me carcome. Debo reconocerme entonces de seguro como uno de los muchos ciegos que, dotados del sentido de la vista, son señalados o invitados a la reflexión por Adrián Villamizar en su glorificadora canción. Lo admito y me dispongo obediente a ello. Sólo que sé que este compositor es también el creador de temas como El tejido, Serankua, Cantos y fugas, Un final feliz, Nacho lee, Me pinto, Cómo me voy a olvidar, Canción imaginada, La plaza de Juancho, Llueve en Curramba, La ruta del reencuentro, Si no se canta se olvida, Se acabó la guerra, Viejo, Otra vida hecha canción y Vivir Cantando, entre otras, donde la exploración de la poesía adquiere ribetes para nada obvios y, por supuesto, en nada azucarados como me gustan.

Los cantos enamorados trivialmente de la vida tampoco son, por idénticas razones, de mi predilección. Me es imposible separar la vida –por más ánimo optimista y pajaritos azules que le ponga o pongan; a más loa y colorido mayor dificultad, y me temo que la separación jubilosa podría únicamente alcanzarse cuando el canto a la vida se acerque a (y se confunda con) su verdadera y complicada realidad– de lo que significa, día tras día, noche tras noche, el hecho inobjetablemente trágico de vivir. Sin embargo, vale aquí hacer una importante precisión. Una cosa es la poesía (que puede posteriormente, en casos excepcionales, llegar a ser cantada, haciendo quizá eco de su intrínseca musicalidad) y otra la música cuyo texto se ampara en la poesía o la pretende, escribiéndose en función de (o en interrelación con) la obra melódica, rítmica y armónica de que se trate. En la primera, exceptuando cierta poesía que bebe del misticismo, Dios es un asunto fronterizo y riesgoso no recomendable de ser exaltado en versos (poesía y política, poesía y religión: incógnitas, ecuaciones no resueltas, por lo general, de manera afortunada); en la segunda, sobre todo en una música popular como la vallenata, es pensable y posible abrigar ciertas licencias propias de su hábitat y de un lenguaje esperanzador ataviado, además, de imantadas melodías y rima inevitable (mensajes positivos, sensibilidad paisajística, belleza inaudita, vida exultante, deidad latente…).

En todo caso, lo importante es que Ciegos nosotros no solo es, en mi opinión, un canto religioso, sino también interior, justo, vital, extraño, singular, inspirante, reflexivo y con inequívoca intención poética. Era su compositor tan consciente de la incertidumbre de lo logrado que, cuando concluyó su creación, vislumbró la misma más en una tarima católica, cristiana o de cualquier otro culto afecto al Supremo Hacedor galáctico, que en una tarima vallenata como la de Valledupar. Pero Dios es Dios y sabe lo que hace, y fue así como se trazó, a través de un incansable caminante que cuenta la vida cantando, el enorme reto de romper el esquema festivalero imperante durante tantos y tantos años de parranda y tradición. Negar que la majestuosa puesta en escena de Ciegos nosotros –con los jóvenes “invidentes” Juan David Atencia y Carmen González al frente de su interpretación vocal– influyó en el éxito obtenido, sería todo un despropósito, como lo sería también el ignorar que su aspecto divino sensibiliza y capta poderosamente la atención. Pero asimismo sería un imperdonable despropósito desconocer que el triunfo de Ciegos nosotros obedeció primordialmente a la magia de un compositor talentoso que sabe, con equilibrio estético, lograr la orquestación de muchos elementos creativos a la hora de inmortalizar su percepción de la vida en un universo musical. Y como lo sostuve arriba, alcanzar semejante conquista en el Festival Vallenato es un hecho no solo inédito sino también aliviador, si es que lo aprovechamos para sintonizamos con la urgente necesidad de replantear el devenir festivalero y darle a la música vallenata, tanto en lo artístico como en lo comercial, el prestigio, la dignidad y el porvenir que se merece. Sin duda, el gran mérito es haber puesto a las demás canciones en la triste evidencia de que no tenían nada que hacer en su presencia. ¡Increíble pero duramente, saludablemente cierto!

Hay que agregar entonces que Adrián Villamizar es un hombre con un sentido espiritual copioso que amalgama de manera extraordinaria la divinidad con lo terrígeno y lo ancestral, dotado, además, de vivencias, experiencias, sueños y nostalgias que lo hacen único en su especie autoral, uno de esos personajes que surgen cada 20 o 25 años (si nos atenemos al criterio del cantautor sinuano Joaquín Rodríguez Martínez; yo diría que más). Y así como podemos esperar de él un merengue como Que viva la paz, muy bien interpretado por su amiga Sandra Arregocés y que pertenece a la onda estelar de Ciegos Nosotros, es igualmente factible que nos sacuda cualquier día con un canto aquilatado al mejor estilo de su descomunal paseo Yo soy el canto vallenato. Así es Adrián Pablo Villamizar Zapata. Una persona con estas siete letras bien puestas, médico de profesión, oferente y demandante de amor, fan de la imperecedera amistad (incluso de las herméticas y lejanas) y precavido, por motivos ajenos a su voluntad, cuando se trata de recibir elogios, reconocimientos o afectos lisonjeros.

Ahora bien, en torno a una controversia leída en Facebook, en la que se llegó a sostener por uno de los intervinientes (refiriéndose al caso de Adrián Villamizar y a su canción Ciegos nosotros) algo así como que el poeta sólo es tal cuando, tocado por la divinidad o por algún viento sagrado, sirve de instrumento para eternizar una obra mayúscula y excepcional, aconsejando no inquirir por el hombre de carne y hueso, común y silvestre, que lo vive y sufre en la más espantosa cotidianeidad, debo decir que todo artista, sea poeta, novelista, pintor, escultor, músico, actor, cantante o trovador como Adrián Villamizar, se ve abocado, como buen mortal que es, a tener que comer, trabajar, dormir, saludar, evacuar, etc. Pero lo que pasa en la cabeza de un artista no es asunto exclusivo del ser superior. Funciona quizá el acto creativo a la manera de vasos comunicantes donde muchas variables conspiran para producir el arte. No se trata tampoco de que, en el caso del poeta, éste deba vivir siempre como tal, pues, quiéralo o no, y como bien lo advierte con mezcla de tristeza e ironía el poeta mexicano Jaime Sabines, le toca asumir el transitar de su vida desde una naturaleza humana vulnerable, le toca padecer y hasta gozar, en su condición de hombre común, la tremenda verdad de ser un simple y ridículo peatón. ¿Simple y ridículo? He aquí la también tremenda diferencia. El poeta jamás se esfuma del hombre donde habita, el artista permanece vigilante y a la espera, ayudando sutilmente, afincado fortalezas, impregnando pensamientos, depurando intuiciones; y viceversa, el hombre ungido por el don del arte difícilmente es extirpado por su poeta o artista al tiempo de emprender éste el oficio de crear o recrear. Parafraseando atrevidamente a Pavese: El duro oficio de poeta, el duro oficio de vivir. Oficio… ¡de esto sí que tiene la poesía!, afirmación obviamente no apta para poetastros ni para comentaristas paradójicamente cegados por el apego a lo divino.

Cierro este capítulo musical con una opinión epistolar del pintor y poeta monteriano Enán Burgos Arango (Montería-Córdoba-Colombia) que, sin duda, viene al caso: “La poesía, más que un ejercicio de lingüística o una tesis seria o metafísica, es un juego de niños, a condición de que el elemento latente de ese juego no se haya marchitado en nuestro espíritu”.


GRAN ABRAZO DESDE EL SINÚ “ÁNGEL BOHEMIO”. QUE LA BELLEZA Y LA VIDA TE SIGAN INSPIRANDO, PARA GOCE DE QUIENES NOS APIÑAMOS EN DERREDOR DE TUS SALVADORES CANTOS.


FBA

ADENDA: Entidades públicas y privadas se desdibujan afanadas por el barullo de la certificación, dándole primacía a la forma sobre el fondo, lo que, tratándose de organismos estatales con fines de protección social, se vuelve aún más degradante y calamitoso. Así pues, qué bien que canciones como Ciegos nosotros se preocupen por el fondo de una música comercialmente extraviada en la imbecilidad de los formatos desechables.

El sábado 14 de mayo de 2011 será la premiación en la histórica tarima “Francisco El Hombre” de Valledupar. 7 p.m. Y a fuerza de alazos, ¡también estaremos!