miércoles, 25 de mayo de 2011

INVITO A LEER EL POEMARIO DE ENÁN BURGOS ARANGO DEDICADO AL POETA H. GALO VURGOS P.

SU TÍTULO: ORUGA IMPACIENTE

He aquí el poema que finaliza el libro:

LETEO

¡Adiós, poeta, adiós!
Tu silueta se ve como la oruga
que nuevas alas lleva
hacia el más allá, adonde reina Dios.
Néctar siempre oro,
aunque encanecida ya tu noble voz
nunca un quejido dio.
Tu verso, fiesta breve,
donde quiera que él resuene, vuela,
penacho de espigas
alumbrando la extinguida senectud.
Abejas del deseo
que sin engaños ni daños
besaron la amada flor.

ENLACE para acceder al texto completo y a otros poemarios de ENÁN BURGOS ARANGO:

http://enanburgos.free.fr/poesiedigitale.html


Saludos,


FBA



viernes, 13 de mayo de 2011





DE VUELTA. Aún no del todo recuperado, reinicio operaciones.

A PROPÓSITO DE “CIEGOS NOSOTROS”

Luego de haber estado desde el martes 26 de abril en EL VALLE (sin haber estado en Valledupar) hasta la noche del 30 de abril, siguiendo minuto a minuto el concurso de Canción Vallenata Inédita en el marco del 44 Festival de la Leyenda Vallenata (2011), registro con beneplácito el triunfo de un buen amigo, el cantautor ADRIÁN PABLO VILLAMIZAR ZAPATA, nacido en Buenos Aires-Argentina, con alma musical cubana, esencia guajira (San Juan del Cesar-La Guajira-Colombia), corazón vallenato (Valledupar-Cesar-Colombia) y (agrego yo) fraternidad sinuano-sabanera. Creador del CUBANATO, este trovador (como prefiere ser llamado, en lugar de compositor) cuenta con un importante recorrido en festivales de música vallenata y sabanera realizados en distintas ciudades y regiones de Colombia caracterizándose, además, por no circunscribirse en sus composiciones al género vallenato.

En un hecho sin precedentes en la historia del máximo evento del folclor vallenato, obtiene, ¡por fin!, el triunfo con una canción, en ritmo de paseo, titulada Ciegos nosotros, dedicada al juglar LEANDRO DÍAZ (ciego de nacimiento y autor de un cúmulo apreciable de canciones vallenatas consideradas clásicas), quien, con LORENZO MORALES (el juglar vallenato supérstite de mayor edad con 97 años encima), fueron los homenajeados este año por el Festival Vallenato acertando la Fundación que lo organiza en distinguir a estas dos leyendas vivas de una música vernácula que tuvo en la gaita, luego en la guitarra y finalmente en el acordeón instrumentos claves para su desarrollo. Que un canto espiritual y religioso gane en un medio ortodoxo como el de Valledupar –presuntamente defensor del vallenato tradicional– no es cualquier cosa. Se trata de la entrada en escena de un nuevo lenguaje que, sumado a una propuesta melódica exquisitamente innovadora, bien podría significar la puesta en marcha de una constructiva, respetuosa y responsable evolución. Y si reparamos también en una elaboración textual rica en imágenes y figuras poéticas, es probable que se haya logrado abrir una gran puerta para que creadores de excelso talante entren a robustecer la causa de dignificar nuestra música, agobiada hoy por las deformidades rítmicas y la pobreza literaria, ridiculeces con que “la evolución y el éxito comercial del momento” han menoscabado profundamente la identidad (entendiendo este término en sentido dinámico, no estático) de la música vallenata. Coincidimos en esta apreciación con el periodista y escritor Ernesto McCausland, quien, a partir del ejemplo de Ciegos nosotros, invita a la industria vallenata a entender que es éste su camino y su salvación, conminándola a madurar discografías portadoras de “canciones sensibles y con contenido”, que pongan fin a “la pobreza conceptual y anemia creativa que pulula en el vallenato".

En lo personal, hubiera preferido que canciones como El ángel bohemio, Te debo una canción, Identidad, Yo soy el canto vallenato y Cofradía (todas de la autoría del citado trovador y que simbolizan poco más de una década de su lucha por llegar al podio en el Valle de los Reyes) hubieran sido (cualquiera de ellas) las ganadoras. Y no porque Ciegos nosotros desmerezca lo alcanzado, sino porque, en mi mundillo poético la divinidad, aunque hondamente respetada, muy poco sale a flote, dejándome los cantos que tan ampliamente la recogen (El ángel bohemio y Cofradía también lo hacen pero, a mi juicio, la religiosidad actúa aquí más como medio que como fin, o, por lo menos, se relaciona con propósitos temáticos no propiamente celestiales) un saborcito demasiado solidario o entre dulzaino y bonachón. Cosas… vainas jodidas de este poeta crítico, terrenal y mortífero que me carcome. Debo reconocerme entonces de seguro como uno de los muchos ciegos que, dotados del sentido de la vista, son señalados o invitados a la reflexión por Adrián Villamizar en su glorificadora canción. Lo admito y me dispongo obediente a ello. Sólo que sé que este compositor es también el creador de temas como El tejido, Serankua, Cantos y fugas, Un final feliz, Nacho lee, Me pinto, Cómo me voy a olvidar, Canción imaginada, La plaza de Juancho, Llueve en Curramba, La ruta del reencuentro, Si no se canta se olvida, Se acabó la guerra, Viejo, Otra vida hecha canción y Vivir Cantando, entre otras, donde la exploración de la poesía adquiere ribetes para nada obvios y, por supuesto, en nada azucarados como me gustan.

Los cantos enamorados trivialmente de la vida tampoco son, por idénticas razones, de mi predilección. Me es imposible separar la vida –por más ánimo optimista y pajaritos azules que le ponga o pongan; a más loa y colorido mayor dificultad, y me temo que la separación jubilosa podría únicamente alcanzarse cuando el canto a la vida se acerque a (y se confunda con) su verdadera y complicada realidad– de lo que significa, día tras día, noche tras noche, el hecho inobjetablemente trágico de vivir. Sin embargo, vale aquí hacer una importante precisión. Una cosa es la poesía (que puede posteriormente, en casos excepcionales, llegar a ser cantada, haciendo quizá eco de su intrínseca musicalidad) y otra la música cuyo texto se ampara en la poesía o la pretende, escribiéndose en función de (o en interrelación con) la obra melódica, rítmica y armónica de que se trate. En la primera, exceptuando cierta poesía que bebe del misticismo, Dios es un asunto fronterizo y riesgoso no recomendable de ser exaltado en versos (poesía y política, poesía y religión: incógnitas, ecuaciones no resueltas, por lo general, de manera afortunada); en la segunda, sobre todo en una música popular como la vallenata, es pensable y posible abrigar ciertas licencias propias de su hábitat y de un lenguaje esperanzador ataviado, además, de imantadas melodías y rima inevitable (mensajes positivos, sensibilidad paisajística, belleza inaudita, vida exultante, deidad latente…).

En todo caso, lo importante es que Ciegos nosotros no solo es, en mi opinión, un canto religioso, sino también interior, justo, vital, extraño, singular, inspirante, reflexivo y con inequívoca intención poética. Era su compositor tan consciente de la incertidumbre de lo logrado que, cuando concluyó su creación, vislumbró la misma más en una tarima católica, cristiana o de cualquier otro culto afecto al Supremo Hacedor galáctico, que en una tarima vallenata como la de Valledupar. Pero Dios es Dios y sabe lo que hace, y fue así como se trazó, a través de un incansable caminante que cuenta la vida cantando, el enorme reto de romper el esquema festivalero imperante durante tantos y tantos años de parranda y tradición. Negar que la majestuosa puesta en escena de Ciegos nosotros –con los jóvenes “invidentes” Juan David Atencia y Carmen González al frente de su interpretación vocal– influyó en el éxito obtenido, sería todo un despropósito, como lo sería también el ignorar que su aspecto divino sensibiliza y capta poderosamente la atención. Pero asimismo sería un imperdonable despropósito desconocer que el triunfo de Ciegos nosotros obedeció primordialmente a la magia de un compositor talentoso que sabe, con equilibrio estético, lograr la orquestación de muchos elementos creativos a la hora de inmortalizar su percepción de la vida en un universo musical. Y como lo sostuve arriba, alcanzar semejante conquista en el Festival Vallenato es un hecho no solo inédito sino también aliviador, si es que lo aprovechamos para sintonizamos con la urgente necesidad de replantear el devenir festivalero y darle a la música vallenata, tanto en lo artístico como en lo comercial, el prestigio, la dignidad y el porvenir que se merece. Sin duda, el gran mérito es haber puesto a las demás canciones en la triste evidencia de que no tenían nada que hacer en su presencia. ¡Increíble pero duramente, saludablemente cierto!

Hay que agregar entonces que Adrián Villamizar es un hombre con un sentido espiritual copioso que amalgama de manera extraordinaria la divinidad con lo terrígeno y lo ancestral, dotado, además, de vivencias, experiencias, sueños y nostalgias que lo hacen único en su especie autoral, uno de esos personajes que surgen cada 20 o 25 años (si nos atenemos al criterio del cantautor sinuano Joaquín Rodríguez Martínez; yo diría que más). Y así como podemos esperar de él un merengue como Que viva la paz, muy bien interpretado por su amiga Sandra Arregocés y que pertenece a la onda estelar de Ciegos Nosotros, es igualmente factible que nos sacuda cualquier día con un canto aquilatado al mejor estilo de su descomunal paseo Yo soy el canto vallenato. Así es Adrián Pablo Villamizar Zapata. Una persona con estas siete letras bien puestas, médico de profesión, oferente y demandante de amor, fan de la imperecedera amistad (incluso de las herméticas y lejanas) y precavido, por motivos ajenos a su voluntad, cuando se trata de recibir elogios, reconocimientos o afectos lisonjeros.

Ahora bien, en torno a una controversia leída en Facebook, en la que se llegó a sostener por uno de los intervinientes (refiriéndose al caso de Adrián Villamizar y a su canción Ciegos nosotros) algo así como que el poeta sólo es tal cuando, tocado por la divinidad o por algún viento sagrado, sirve de instrumento para eternizar una obra mayúscula y excepcional, aconsejando no inquirir por el hombre de carne y hueso, común y silvestre, que lo vive y sufre en la más espantosa cotidianeidad, debo decir que todo artista, sea poeta, novelista, pintor, escultor, músico, actor, cantante o trovador como Adrián Villamizar, se ve abocado, como buen mortal que es, a tener que comer, trabajar, dormir, saludar, evacuar, etc. Pero lo que pasa en la cabeza de un artista no es asunto exclusivo del ser superior. Funciona quizá el acto creativo a la manera de vasos comunicantes donde muchas variables conspiran para producir el arte. No se trata tampoco de que, en el caso del poeta, éste deba vivir siempre como tal, pues, quiéralo o no, y como bien lo advierte con mezcla de tristeza e ironía el poeta mexicano Jaime Sabines, le toca asumir el transitar de su vida desde una naturaleza humana vulnerable, le toca padecer y hasta gozar, en su condición de hombre común, la tremenda verdad de ser un simple y ridículo peatón. ¿Simple y ridículo? He aquí la también tremenda diferencia. El poeta jamás se esfuma del hombre donde habita, el artista permanece vigilante y a la espera, ayudando sutilmente, afincado fortalezas, impregnando pensamientos, depurando intuiciones; y viceversa, el hombre ungido por el don del arte difícilmente es extirpado por su poeta o artista al tiempo de emprender éste el oficio de crear o recrear. Parafraseando atrevidamente a Pavese: El duro oficio de poeta, el duro oficio de vivir. Oficio… ¡de esto sí que tiene la poesía!, afirmación obviamente no apta para poetastros ni para comentaristas paradójicamente cegados por el apego a lo divino.

Cierro este capítulo musical con una opinión epistolar del pintor y poeta monteriano Enán Burgos Arango (Montería-Córdoba-Colombia) que, sin duda, viene al caso: “La poesía, más que un ejercicio de lingüística o una tesis seria o metafísica, es un juego de niños, a condición de que el elemento latente de ese juego no se haya marchitado en nuestro espíritu”.


GRAN ABRAZO DESDE EL SINÚ “ÁNGEL BOHEMIO”. QUE LA BELLEZA Y LA VIDA TE SIGAN INSPIRANDO, PARA GOCE DE QUIENES NOS APIÑAMOS EN DERREDOR DE TUS SALVADORES CANTOS.


FBA

ADENDA: Entidades públicas y privadas se desdibujan afanadas por el barullo de la certificación, dándole primacía a la forma sobre el fondo, lo que, tratándose de organismos estatales con fines de protección social, se vuelve aún más degradante y calamitoso. Así pues, qué bien que canciones como Ciegos nosotros se preocupen por el fondo de una música comercialmente extraviada en la imbecilidad de los formatos desechables.

El sábado 14 de mayo de 2011 será la premiación en la histórica tarima “Francisco El Hombre” de Valledupar. 7 p.m. Y a fuerza de alazos, ¡también estaremos!

sábado, 7 de mayo de 2011

RESQUEBRAJADO POR PROBLEMAS DE SALUD. ESPERO RETORNAR EN POCOS DÍAS.

SALUDOS,

FBA