jueves, 5 de diciembre de 2013

LA POESÍA DEL PODER O EL PODER DE LA POESÍA
(ponencia; a manera de reflexión)

PARA: I CONGRESO INTERNACIONAL DE POETAS DEL CARIBE –CONPALABRA– BARRANQUILLA 2013 (octubre 25 al 29)

Ejes Temáticos: ¿Es posible una revolución poética en el Caribe? El papel de los poetas y su compromiso con la paz de los pueblos.

POR: FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)
Montería – CÓRDOBA – COLOMBIA
Octubre 15 de 2013

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Creo, poderosamente, en la Poesía, con la misma intensidad que descreo de los poetas (incluyéndome). No de todos, por supuesto. Descreo, en especial, de los que se mantienen cazando festivales para posar como tales, olvidándose de que la diosa que los anima, cuya emoción dicen transmitir, no admite el culto al espectáculo que hoy día prolifera como un espantoso mercado cultural de mutuo elogio y recíprocos favores.

Y a la postre, está bien que así sea, pues trátese de quien se trate, la palabra de un poeta no es de fiar. Y lo sé por experiencia propia, en la doble calidad de víctima y de victimario. Pero pongámonos serios para admitir, al menos por esta vez, la necesidad de que transitoriamente, para un fin sublime, sí lo sea, pues la búsqueda humanitaria de la paz, amarrada a la obligación moral de procurarla a través de ejercicios políticos inéditos desde lo que somos y hacemos, es, en verdad, inaplazable.

Aquello tan renombrado de Hamlet vuelve a cobrar, una y otra vez, patética vigencia: “Ser o no ser, de eso se trata: si para nuestro espíritu es más noble sufrir las pedradas y dardos de la atroz Fortuna o levantarse en armas contra un mar de aflicciones y oponiéndose a ellas darles fin”. Y de esto también se trata: seguimos citando frases por demostrar conocimiento e ilustración, o estamos dispuestos a llevarlas a la práctica como se pregona desde que apareció en el mundo el fantasma de un famoso Manifiesto…

Y es aquí cuando una valiente y dramática obra pone a pensar hasta qué punto puede un poeta cruzar las fronteras de la poesía, involucrarse en cambios políticos y sociales significativos, y seguir siendo después, bajo la égida del nuevo régimen, POETA en todo el sentido de la fatal palabra, y no sumiso militante. “A plena voz” lo expresó Vladimir Mayakovsky antes de evaporarse por su propia mano: “… partí al frente dejando atrás los jardines de la poesía / hembra caprichosa /… reprimí mi canto / pisoteé la garganta de mi propia canción /… Mi verso llegará por encima de los picos de los siglos / por encima de las cabezas de poetas y gobiernos /… aparecerá tangible / tosco / visible…”.

Ahora bien, ¿comporta la poesía algún poder asombroso que pueda “utilizarse” para romper esquemas? Una “revolución poética” debe, a mi juicio, abrir el debate en varios sentidos: el primero de ellos, encaminado a ponerla al servicio del cambio social, sintonizándose así con el importante transcurrir paradigmático de las ciencias sociales en el mundo; un segundo momento, obligaría a adoptar su mirada revolucionaria teniéndose ella misma como objetivo y no la sociedad que, mal que bien, generalmente la contextualiza. Pero un tercer camino, sin sucios eclecticismos, me lleva a pensar en la posibilidad de disparar “una poética de la transformación” en sentido integral. Eliot marcó en su época un claro y contundente derrotero al ubicar en el lenguaje propio el óptimo legado del poeta, a la par de plantearse como reto el encontrar posibilidades nuevas para la poesía.

Y en torno a la paz, ¿qué podríamos argüir desde el corazón incorregible y penumbroso de la poesía? ¿Somos realmente poetas de paz y por la paz? Pienso en un joven poeta nicaragüense, de Estelí, ajedrecista e hijo de carpintero y educadora, que murió a temprana edad desafiando a plomo el régimen somocista. ¿Cuántos Leonel Rugama quedan aún en este planeta triste de invivibles tiempos? En todo caso, invencible será siempre la poesía que, sin proponérselo, puede llegar a transmutar el orden preestablecido, ambientando caminos insospechados de liberación a partir de revolucionarse ella misma por dentro.

La paz de los poetas… Intentemos un microcuento de esos que gozan de tanto prestigio literario, tanto o más que el epigrama en la poesía. Supongamos que “paz” y “guerra” no son antónimas, sino que la una basa su existencia en las inconsistencias de la otra. Agreguemos un viceversa. Ambientemos entonces una rápida conflagración y pongámosle también un ruido hostil que no ocupe más de media línea. Por último, un invierno que acabe con todo, mientras el protagonista se disipa mediante alguna ilusa y truculenta martingala…

Mal intento, sin duda; pero algo dice, algo bien fuerte sugiere. En definitiva, pensemos mejor en una poesía que se acerque a la política sin dejar de ser poesía; o, en otras palabras, una política que se acerque a la poesía sin corromperla. Es la política la que tiene que ser instrumento de la poesía y no al contrario. La educación, por su parte, debería aclimatar tan necesario sendero. Solo que en países de profundos desequilibrios como Colombia, termina siendo pensable y deseable que la poesía, en determinadas circunstancias, opere al servicio de la política, sobre todo porque la educación y la cultura no constituyen ni constituirán jamás políticas serias en gobiernos “democráticos” que amarran lo social a la expansión de un modelo económico que se encarga, inexorablemente, de profundizar lo contrario. Así las cosas, no es la poesía la que propiamente transformaría, sino la política, aportando de todos modos la poesía un  grano de confusa e inesperada arena.

Y vale la pena aducir aquí que no se elige ser poeta, que ser poeta no es algo que deba lucirse sin bochorno. En verdad, los afanes de la poesía no deberían ir más allá de sus pálidos límites, como no es posible advertir en su itinerario existencial recetas milagrosas para curar los males de la humanidad. ¿Qué sentido tendría cantar con plenitud a la vida, marginando de tal encantamiento la estética de la muerte? Melodías, letras, armonías y ritmos complementarios que son, finalmente, los que permiten que la poesía pueda trazar un horizonte vital aunque siempre contradictorio, aunque siempre ligado a la fatalidad de un desabrochado individualismo antropológico.

Jorge Boccanera, poeta argentino, al presentar su compilación “El poeta y la muerte” aterriza una inextricable verdad: “Vida y Muerte –Eros y Tánatos–, caras de una misma moneda implacable y severa. Espacios vitales del devenir del hombre que constantemente se confunden, como aguas de dos océanos cuyos límites nadie ha podido fijar”. Suceso mítico e inexplicable, “extensa laguna negra” en la que los poetas han encontrado, además, un efecto de lucha social, lucha de clases que ve su fin ante la significación igualitaria de la Parca. Calixto Ochoa, autor de infinidad de canciones exitosas que han engalanado el género musical conocido como “vallenato”, lejos del Valle e imbuido de música sabanera lo cantó de manera inmejorable en el tema que, en aire de merengue, tituló “El Esqueleto”: “entonces por qué razón hay tantas personas que se imaginan ser más que otras, / siendo que en el cementerio, después de muertos, todos valemos la misma cosa. / Se acaba la vida / se acaba el misterio / se acaba el orgullo y también la ambición, / el día que lleguemos al descanso eterno, allí no hay ninguna discriminación”. Sabiduría popular. Poesía elemental y desafiante que ya no se cultiva en una música que atraviesa hoy una terrible crisis, adobada, como está, de elementos monotemáticos, romanticones y sensibleros.

La poesía del poder o el poder de la poesía… ¡Brújula que muestra a un tiempo claridad y neblina! Tema inagotable y muy discutible. Como para tertuliarlo sin boatos, sin acomodos, y sobre todo sin prevenciones. De panfletistas está lleno el club donde se relajan los poetas pulcros y virtuosos. Un inescrupuloso lugar común hace del arte supremo, escenario de élites cultivadas poco o nada interesadas en llevar a la práctica sus febriles “conclusiones”, las cuales contienen, no pocas veces, mensajes ambiciosamente revolucionarios.

Que la poesía nos libre entonces de tantos autodenominados poetas que promueven sus fragancias narcisistas en redes sociales condenando el caos, la maldad y la irreverencia para mostrarse superficiales, bonachones y esperanzados. Quedémonos más bien con el espíritu tabernario del Shakespeare que nos advirtió  cuando abrasa la sangre, con qué soltura el alma presta promesas a la lengua”, pero quedémonos también con el César Vallejo que nos enseñó a morir “de vida y no de tiempo”, a “cambiar de llanto”, no sin exigirle “otro poco de calma” al Camarada.

Una poética de la transformación en sentido integral nos llevaría a considerar alteridades, a asumir el logro de la paz en contextos materiales más que formales, a despojarse de la veste farandulera de poeta para descubrir y perfilar la poesía en la sencilla cotidianidad del hombre que, pese a todo, azacanea, acostumbrado como está a callejear por victorias y fracasos. Un anhelo furtivo, enrevesado y para nada inocuo lo trasciende y persiste gracias, sin duda, a la mágica detonación que combina universo y soledad, localidad y grandeza. Así pues, el poeta no debe perder nunca de vista la intrínseca destrucción que lo acompaña.

Recordemos a Chesterton: “El poeta tiene que andar descontento aun por las calles del cielo: el poeta es el sublevado sempiterno”. Abriguemos entonces la esperanza, la dura, seca y radical esperanza de que el legado de Martí, Lugones y Darío, entre otros modernistas –considerados por Borges como auténticos Libertadores–, contribuya de alguna manera a renovar imaginarios y a explorar nuevos caminos de oposición creativa.

Concebir lo que Heidegger denominó –buscando en Hölderlin la esencia de la poesía–, “verdaderamente”, el campo de acción de la poesía y a la misma poesía, confiando al cuidado de los poetas la instauración de lo permanente, es decir, la poesía entendida como “la instauración del ser con la palabra”, “por la palabra y en la palabra”, confiere un poder con múltiples y mayúsculos retos. La poesía no es, pues, un adorno ni un mero juego inofensivo, pues conlleva, para proyectarse debidamente, riesgo y hesitación. Expuesto como está entonces el poeta, según Heidegger, “a los relámpagos de Dios”, UN NUEVO TIEMPO se anticipa en el rol intermedio del poeta, como intérprete solitario que debe encaminar hacia la verdad la voz de su pueblo.

Y en efecto, finalizo con un ruido inédito de mi propia cosecha: “No soy trágico / soy peligroso”.
 
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jueves, 28 de noviembre de 2013

VUELVE Y CANTA EL VALLENATO
(una noticia alentadora)

Dejé de escribir sobre música vallenata… Porque dejó de interesarme, por salud mental y cultural, lo que hoy se produce y comercializa como supuesta música vallenata. Por tanto, la suerte de este subproducto, ya de por sí indefectiblemente desechable, me tiene sin cuidado. No obsta ello para continuar sumándome a la preocupación por preservar, si no es posible todas, sí las más significativas expresiones de un género musical que cuenta, sin duda alguna, con una rica historia vivencial y artística. Pero como lo he sostenido en innumerables ocasiones, considero que la salvaguardia que hoy se pretende y que alcanzará su primer gran objetivo el viernes 29 de noviembre de 2013 en Bogotá D. C. –día en que el Ministerio de Cultura de Colombia declarará, luego de un arduo y participativo proceso, al Vallenato como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación-, debe permitir no solo el rescate, protección y proyección de lo que se ha venido perdiendo, sino también la sana posibilidad de que quienes viven y perciben, con criterios de cambio responsable, este hecho musical, puedan encontrar igualmente espacios de apoyo y difusión.
 
Me refiero más que todo -y lo saben aquellos que me han leído- al componente textual o literario de dicha música. Incluso, veo también de buen recibo que sonoridades melódicas de otras latitudes puedan, dentro del canon vallenato -entendido este, históricamente, en sentido amplio-, incorporarse a ese viaje musical aparentemente ajeno, para oxigenar el destino de una causa que, no sobra subrayar, respeto y comparto. Y valga la ocasión para felicitar una vez más a su enorme quijote, al artífice de esta maravillosa e impostergable locura existencial: el cantautor bonaerense y guajiro Adrián Pablo Villamizar Zapata. Para él, mi afecto y mi admiración de siempre, aunque la tinta de mi pluma se haya subido a veces de tono cuando la he activado, por diversas razones, desde mi oficio de criticastro empedernido.
 
Por invitación suya y debido sobre todo a lo que escribí con suma e incontrolada crudeza sobre la materia, terminé “representando” al Sinú en el Foro Regional Estrategias de Salvaguardia del Vallenato realizado en Valledupar del 4 al 7 de octubre de 2012, fantástica aventura en la que intervine para reiterar algunos de mis planteamientos sobre el particular, entre los que recuerdo, por ejemplo, la obligación de luchar contra todo tipo de corrupción en los festivales (incluidos los sabaneros), la abolición de los premios económicos en los concursos (me complace saber que Adrián Villamizar se manifestó recientemente en Facebook en similar sentido; ojalá convierta esto en otro de esos magnos proyectos que se le meten primero en el corazón y después en la cabeza y que, una vez allí, sabe de manera incansable adelantar con éxito), el pensable y deseable replanteo del aspecto poético de las canciones, y, en especial, la necesidad de comprender que la crisis del vallenato repercute también en nuestras regiones y que, por tanto, deben tocarnos también los paliativos. Y guardo como él, y como tantos otros gladiadores que se han matriculado en esta Cofradía del espíritu en pro de una música popular y vernácula de valor incalculable, la esperanza de que el gran objetivo, la meta final -que será más bien línea de partida-, logre coronarse cuanto antes: la declaratoria del Vallenato como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO.
 
La renovación literaria de la música vallenata y de la música de acordeón, acompañada incluso de universos rítmicos perfectamente compatibles con manifestaciones instrumentales alternativas, es, en mi opinión, un camino que podría, bien transitado, depararnos insospechadas y extraordinarias conquistas. Es en lo que ha fallado y sigue haciéndolo tercamente, apegada a una ortodoxia rayana con la doble moral, la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata que organiza, año tras año, el Festival Vallenato de Valledupar. Cuando el argumento de la tradición se vuelve negocio, el cuento del folclor puro termina acabando con el arte y haciéndole el juego a una rara combinación de show de lujo y costoso a cargo de metecos con estatismo aburridor y mal pago a cargo de nuestra criolla vocación de ilusos.
 
No es extraño por ello que se disponga para preseleccionar canciones al mismo círculo de “expertos” o “conocedores” del tema, que, paradójicamente, por ser lo que son (y nada más, al parecer), se anquilosan, año tras año, en el lugar común, el elogio vacuo y la repetición de lo mil veces repetido, cuando no se dedican también, según se dice por ahí, a favorecer compadrazgos, amiguismos y connivencias de variada índole, posicionando en Primera Ronda canciones de pésima calidad. Y ni qué decir de las rutinas que se ejecutan una y otra vez en los concursos de acordeón, en los que canciones consideradas clásicas padecen la pobre suerte de ser mecanizadas y tocadas al extremo del absurdo, perdiéndose, quiérase o no, y debido sobre todo a la malsana obsesión de que la copia se parezca lo más que se pueda al original, la magia que les dio vida y lucimiento.
 
De nada sirve que se revivan en los festivales este tipo de cantos, cuando la importancia de lo que representan ya murió hasta para los grandes artistas del género, que a lo sumo acuden en sus discos a uno que otro a manera de reencauche, y preferiría pensar que lo hacen por vergüenza y no para posar como defensores del auténtico Vallenato. Pamplinas, puras pamplinas de hijos desagradecidos. Aún no logro recuperarme a plenitud de la decepción que me produjo La Aplanadora en la voz de Jorge Oñate. Cada vez que me acuerdo, se me remueve un no sé qué, ese mismo no sé qué que me ha llevado a refugiarme en otras músicas, en otros contextos, en otros territorios factibles y explorables de la poesía y del arte universal. Debo a eso mi propia búsqueda musical: la creación del SINUANATO-SINUATO. Así que, mirando las cosas desde otro lado, tengo mucho que agradecerle a la degeneración de la, hoy más que nunca, mal llamada música vallenata, si bien es cierto que tarde o temprano, por el camino que fuere, me hubiera jalado la vida (o la muerte) hacia el cumplimiento de este sino inevitable. No en balde acumulo ya más de treinta años pensando en torno a una ecuación en la que me he atrevido a construir un puente que una y comunique a dos de mis más queridas compañeras de viaje: la poesía y la música.
 
El día en que “verdaderos” jurados (qué sé yo: poetas, escritores, académicos, autodidactas, investigadores, gestores culturales no comprometidos con el statu quo, etc.), provenientes de diversas regiones y que conozcan más de poderío vital que de rigor estéril, que entiendan, además, que la única o mejor manera de luchar contra la problemática que golpea el alma del Vallenato es permitiendo que esta se exprese libre y creativamente, sin que ello signifique que su esencia se ponga en entredicho (que es lo que sí ocurre con lo que se graba y publicita hoy en la era de “Los Mercachifles del Pendejismo”, como llamo yo al fenómeno de mediocridad y ligereza que hoy nos agobia), el día en que, entonces, oficien como jurados personas idóneas en sentido integral, ese día no quedará por fuera, NO PODRÁ QUEDAR POR FUERA de ningún concurso digno y decente una obra monumental de excelsa factura que hermana la sencillez asombrosa de la buena poesía con la melodiosa vitalidad del ser sintonizado con el universo, una obra como “Ruiseñor del Monte” (desechada por los doctos del Valle en 2013) de mi amigo y maestro sinuano Joaquín Rodríguez Martínez, “El Cantor del Sinú”, a quien supo rebautizar Adrián Villamizar con el nombre de “Joaquín de las Aguas”, o en versión del propio Joaquín Cristóbal: “Joaquín de las Turbias y Sinuanas Aguas Cordobesas”. Ni siquiera compositores de reconocida gloria son garantía de imparcialidad a la hora de actuar como jurados, pues es más fácil que opere en ellos el síndrome del subjetivismo.
 
Y que conste que ya no hablo de las mías, de mis canciones, porque no me fue difícil desprenderme de semejante embrollo y despropósito cuando comprendí que nunca fue un sueño ni nunca lo será participar en el Festival Vallenato, y que tengo más adecuados y más sabios caminos por recorrer. A propósito de sueños, el tan publicitado programa “La Voz Colombia” del Canal CARACOL sí que sabe explotar esta consabida idiotez. No me cansaré de afirmar que los sueños no vinieron ni vienen al mundo para ser cumplidos, cumplir un sueño es acribillarlo, acabar con la vida del más fuerte motor que hace que la existencia sea más tolerable y llevadera: LA UTOPÍA. De ahí el fracaso histórico de las grandes revoluciones que, al triunfar, pierden de inmediato la savia que las nutría.
 
Pero con tanto Grammy traficando de manera sospechosa por ahí, con tanto defensor por conveniencia de la evolución contaminada del Vallenato, con tanto trabajo discográfico de ínfimo valor, monotemático y tontorrón para más señas -en lo cual han caído igualmente cantantes de trayectoria-, no queda más remedio que seguir diciendo, así sea ya de vez en cuando, estas verdades amargas que seguramente tienen por qué dolerle a más de uno de los implicados en el problema.
 
Que la cantautora Rita Fernández Padilla aparezca en Facebook haciendo una interpretación instrumental (con piano) de “Mañanitas de Invierno” (renombrada canción de Emilianito Zuleta Díaz), no significa lo que uno de los comentaristas del vídeo anotó, avalado por otro que no pierde ocasión para sostener que el Vallenato no está en crisis pero que no se acuerda de lo que sostiene cuando, sin reparo alguno y por el afán de querer protagonizarlo todo, pasa a formar parte de los proyectos que afirman que sí lo está. Lo que demuestran Rita y Corazón Vallenato con el vídeo es todo lo contrario: que sí lo está, y tanto lo  está, que es menester traer a cuento canciones de talla para recordarnos a todos que hay que hacer algo al respecto, pues lo que hoy abunda es precisamente lo que el par de amigos que comentaron el vídeo reconocen contradiciéndose: brincos, gritos, composiciones sin ton ni son. Significa que ya no se graban canciones de ese talante, que se trata de obras musicales que sí gustan de verdad sin que las emisoras tengan que machacarlas a cambio de prebendas, y que, por sobre todo, es un deber ético hacer música de calidad.
 
Por fortuna, el problema lo detectó A TIEMPO Adrián Villamizar, porque yo tampoco dudo de que, de mantenerse la tendencia imperante, cuya patraña no merece siquiera ser calificada de paradigmática, la música vallenata, “nuestra música vallenata”, quedará reducida con el transcurrir de los años a un lánguido recuerdo de épocas remotas. De nada sirve que unos cuantos nos quedemos rememorando lo que fue (y lo que pudo haber sido y no fue) valiéndonos de parrandas inolvidables, eventos especiales con tufillo elitista, reuniones secretas y jacarandosas de amigos, incluso de festivales, si no existen (o existen pero se desprecian) nuevos cantos que continúen la brega a partir de lo aprendido, nuevas rutas que sin olvidar el pasado glorioso nos lleven a buen puerto.
 
Y para colmo de males, unos cuantos compositores consentidos por el mercado y por los medios de comunicación siguen obteniendo de SAYCO ganancias exorbitantes, recibiendo la mayor parte del gremio migajas y desdenes. Porque es que el problema es también de corrupción, de falsedad, de confusión. Muchos lo saben y muchos se aprovechan. Y si no que lo digan los que maquinan y reciben anticipos descabellados, ominosos y hasta ofensivos de SAYCO, los que se llenan la boca diciendo que son “vallenatos” pero cada vez explotan más el sendero musical de Carlos Vives, Fonseca y de otros artistas por el estilo, vistiéndose y mostrándose como si fueran el non plus ultra del caché vallenato y posando, además, como mozalbetes faranduleros. Tan bueno es el negocio para ellos (todos sabemos de quienes hablo) que no tienen ningún inconveniente moral en saltar del llantico sempiterno al tropi-pop y de éste a la canción social. Mares de lágrimas para el Vallenato y un poquito de conciencia textual para trascender fronteras. ¿Cómo se llama eso? Respondan, por favor, ustedes, pues la palabra que me llegó de inmediato a la mente puede resultar justicieramente agresiva.
 
Por eso, una noticia como la que se producirá mañana en MINCULTURA me alegra pero a la vez me preocupa. Bien por el Vallenato y mejor aún por quienes de verdad lo quieren y se inquietan por su suerte. Pero confiemos en que el uso que se haga de este importante hecho cultural esté ajustado a lo que realmente se persigue, y no que las figuras y los personajes que siempre se aprovechan lo utilicen para sacar pecho en contra de la música sabanera o para favorecerse (como lo saben hacer) de la fama del Vallenato, de su mentirosa internacionalización, de su expansión cancerígena, pues, verdad de verdades, lo que se vende y premia hoy día como Vallenato tiene muy pero muy poco que ver con el original. No se trata tampoco de que el Vallenato se paralice o de que el de hoy sea exactamente igual al del pasado, pero sí de que se preserven al menos sus más finas cadencias, su mensaje polifacético, su sentimiento sincero, espiritual y legendario. Pero como de todo hay en la viña del Señor, no faltará quien afirme a boca de costal: “¡Qué grande somos! Todo anda muy bien. Ya somos, incluso, Patrimonio y no hay, por consiguiente, nada que proteger”. Preguntémosle a la actual voz líder de “Los Genios del Vallenato”, Yordy Torres González, qué canta, o mejor, qué le toca cantar cuando se presenta con su grupo en Quito-Ecuador. Baladitas, Compadre, baladitas…
 
En todo caso, brindaré el viernes 29 de noviembre de 2013 a tu salud, querido y bendito Vallenato. No más benefactores de lo insufrible. Larga vida al Vallenato y a quienes, conscientes del problema, han sabido sobreponerse de las críticas y continuar al frente de esta dura lucha. Aunque A DESTIEMPO, como me gusta o me toca, seguiré estando con ellos, acompañándolos con la firmeza acostumbrada. ¡NI UN PASO ATRÁS! ¡PERO PENSEMOS TAMBIÉN EN EL VALLENATO DEL FUTURO!
 
ADENDA: a propósito de la crisis de valores que se vive en SAYCO, si es cierto todo lo que dice, casi que en solitario, el maestro RAFAEL RICARDO, no dejo de pensar que su gesta valerosa contra todo un andamiaje corrompido tendrá, tarde o temprano, que imponerse, y será la historia la que le reconozca los méritos que hoy se le niegan. Si una sociedad como la de SAYCO, que debe velar por algo tan sagrado como los derechos de quienes ven y comparten el mundo a través de la música, se desborda y se politiza en favor de unos pocos, por supuesto que debe haber intervención y control del Estado, siempre y cuando el remedio no resulte peor que la enfermedad. Difícil de entender por qué tales prácticas de injusticia y exclusión reciben apoyo de autores y compositores que son también víctimas de las mismas, aunque he encontrado alguna explicación en el hecho de que quizá no obtengan los mayores beneficios pero sí les dan, como decimos nosotros, contentillos.
 
La realidad es fácil de comprobar: siempre que me encuentro con compositores amigos, en especial con los que se mantienen al margen de esta polémica, todos coinciden en señalar las anomalías, persecuciones, manipulaciones, desmanes, desangres y hasta humillaciones que se viven en SAYCO. Cuando pienso que el salario de un Inspector de Trabajo en Colombia escasamente supera los dos millones de pesos y que un miembro del Consejo Directivo de SAYCO gana más de esto apenas en una sesión, y que su Gerente pasa de veinte millones, y que las regalías de los privilegiados se  cuentan trimestralmente también en millones, es entonces cuando no hay más salida que, categóricamente, concluir: ¡Con razón se pelean esta presa como fieras salvajes! POBRE SAYCO. INCLEMENTE DESTINO EL DEL ARTE MUSICAL EN COLOMBIA.
 
Una ilustrativa anécdota traigo a colación: cuando a la Unión Sindical Obrera (USO) se le criticaba por los altos salarios, prestaciones y demás arandelas convencionales que recibían sus directivos y afiliados, la respuesta, palabras más, palabras menos, no se hacía esperar: no es que nosotros ganemos mucho, sino que el trabajador colombiano devenga muy poco. Y pues sí, tienen razón; que un Inspector de Trabajo y Seguridad Social en Colombia -con todo lo que implica la responsabilidad de este riesgoso y complicado oficio- perciba lo que quedó dicho (y eso que no estamos hablando del pírrico salario mínimo legal de los colombianos), eso habla muy mal del Ministerio que debe velar por el trabajo digno y decente en nuestro país, Ministerio del Trabajo que, dicho sea de paso, se gastó el año pasado un dineral en la socialización del Decreto 1092 de 2012 sobre negociación colectiva en el sector estatal y ni siquiera con sus propios sindicatos la puso en práctica, negándose en la Mesa de Negociación Conjunta a nivelar los salarios de sus funcionarios (tema este que expresamente se permite en el citado decreto), mucho menos reconocer prestaciones extralegales y ni siquiera concertar aspectos de bienestar social.
 
Lo grave del asunto es que en SAYCO, a diferencia de lo que ocurría en la USO, la justa y elevada estimación del talento musical no se materializa, en términos económicos, en beneficio de todos sus asociados, sino de unos pocos, por lo que la desigualdad se hace más condenable y ostensible. Y mientras persistan discrepancias tan grandes en su interior, entre unos avivados que nadan en los billetes de la falsa gloria y otros, grandes artistas, a quienes solo los cobija la miseria, el abandono y el olvido, su desprestigio será cada día mayor. Ruego al Altísimo que la instauración del Vallenato a Patrimonio sirva para que sus músicos, compositores y artistas reciban en vida lo que no les da la pomposa sociedad que debería protegerlos.
 
COROLARIO: Ningún cambio social significativo sobrevendrá luego de que se firme la paz con las guerrillas de las FARC, si no se combate la corrupción, la politiquería y la iniquidad.
 
Punto final de mi Declaración sobre la Declaratoria de mañana. Gracias a todos (estén o no de acuerdo con lo escrito) por haber llegado hasta aquí.
 
Fuerte y respetuoso abrazo,
 
 
FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)
El Sinú, 28 de noviembre de 2013 (jueves)el formulario

lunes, 18 de noviembre de 2013


ALGO QUE SUDEDIÓ AYER. ALGO QUE ESCRIBÍ HOY (para mi libro de cuentos "Santo Remedio"). ¿FICCIÓN? ¿REALIDAD? JUZGUEN USTEDES…

 
¡FELIZ CUMPLEAÑOS, HIJO!

 
Buenos días lunes. Ayer estuve de cumpleaños. Anteanoche, de parranda sabatina con un viejo amigo de andanzas juveniles. Trasnochado y con la resaca interminable de la vida compartida, me dispuse, a eso de las 5 a.m. del domingo, a dormir en hamaca la pea de la víspera, en la casa que fuera de mis padres, habitada hoy por un hermano ex cantor, un turpial de trinos nostálgicos, un gato medio bonachón y por E, empleada de confianza, y a la que puntualmente acudo, en compañía de K, los fines de semana cuando vuelvo de trabajar en la sabana cordobesa. Desperté pasado el mediodía, revisé correos, mensajes en Facebook de amigos y contactos a propósito de mi pequeña efeméride, almorzamos luego en familia, K y B sacaron fotografías de sus cámaras, la vela del pudín se negó a prenderse, bromeó al respecto mi hermana ME, y cuando volví a la hamaca de mis cuitas a continuar examinando el tiempo, sonó el timbre de la puerta principal. K atendió al extraño visitante, quien traía una bolsa grande, repleta de helados y galletas de variados estilos y sabores. La empresa para la que trabaja es la misma que desde hace años lleva pedidos a domicilio a nuestra casa. K tomó el paquete y la cuenta con el valor que debía cancelarse, pero al llevárselo a ME y a B para que se finiquitara la compra, ellos manifestaron su sorpresa, verificándose de inmediato que nadie en casa había solicitado tal servicio. El mensajero seguía en la terraza, esperando el dinero de los productos adquiridos. K retornó pensativa, descendió por la escalera donde una lámpara de lágrimas hace aproximadamente cuarenta y siete años descifra el destino familiar, y, ya en la puerta, explicó al dependiente lo confirmado, indagó por algún posible equívoco, pero el emisario, sin asomo de dudas, precisó teléfono, dirección y nombre de la persona que habilitó el despacho conforme a la base de datos de la empresa. Era, en efecto, nuestra dirección y el número de la línea también correspondía, lo fue al menos durante mucho tiempo, hasta que B decidió cambiarse de ruta telefónica. Aclarado el asunto, el repartidor desapareció en motocicleta llevándose consigo tan festivo obsequio. K y ME se comunicaron en seguida con la empresa recibiendo de distintos empleados informaciones encontradas. Se pasaron la llamada sin que ninguno supiera darles explicación satisfactoria. Una niña, al parecer, fue la que requirió el servicio, quizá el receptor erró al activar el número en el sistema, que no había problema, que esas cosas pasan. K y ME han marcado mil veces el número telefónico que fuera de nuestra casa paterna, timbra y nadie lo contesta. No pudieron saber si el encargo regresó a la empresa, arribó a su real destinatario o si, finalmente, se desvió obediente, por sí mismo, a acomodarse en el regazo de su enigmático, verdadero y  amoroso remitente. Pensando en ello, salí anoche, impulsado por K, a comprar un par de litros de helado para acabar de conmemorar mi aniversario. En lo que sí no se contradijeron los empleados de la empresa fue en el nombre que escucharon: A de B. A de B es mi madre, quien cumplió ayer cuatro años, tres meses y dieciséis días de haber muerto. ¡Feliz Cumpleaños, Hijo! ¡Feliz Cumpleaños, Madre!           

 
Montería, 18 de noviembre de 2013

 
FBA – DERECHOS RESERVADOS               

 

 

sábado, 19 de octubre de 2013

SI LAS ENTIDADES QUE CONSTITUCIONALMENTE DEBEN VELAR POR LA SALVAGUARDIA DE LA ÉTICA PÚBLICA PROPICIAN QUE SE NEGOCIEN (O SE PRESTAN PARA NEGOCIAR) LAS SANCIONES DISCIPLINARIAS A LOS SERVIDORES PÚBLICOS… SI LAS ENTIDADES ENCARGADAS DE INSPECCIONAR, VIGILAR Y CONTROLAR EL CUMPLIMIENTO DE NORMAS SOCIALES PROPICIAN QUE SE NEGOCIEN (O SE PRESTAN PARA NEGOCIAR) LAS MULTAS QUE ELLAS MISMAS IMPONEN, REVOCÁNDOLAS O REBAJÁNDOLAS, VALIÉNDOSE INCLUSO DE CONDUCTAS EXTORSIVAS… SI LAS AUTORIDADES SUPERIORES QUE DEBEN PONERLE FRENO A TALES CONDUCTAS LAS APOYAN POR ACCIÓN U OMISIÓN Y HASTA FELICITAN A LOS AUTORES DE SEMEJANTES OPROBIOS… SI ESTAS Y MUCHAS OTRAS COSAS DE PEOR CALIBRE OCURREN EN LOCOMBIA… ¿DE QUÉ PAZ ES QUE SE HABLA ENTONCES?; ¿CUÁLES SON LOS MALOS Y CUÁLES LOS BUENOS?; ¿ES SERIA ACASO UNA DEMOCRACIA CUYA LEGALIDAD OPERA AL SERVICIO DE LA PODREDUMBRE? ¡PAÍS DE MIERDA!, COMO BIEN LO DIJO UN PERIODISTA INDIGNADO CUANDO ASESINARON EL HUMOR. Y CON PERDÓN DE LA MIERDA AGREGO YO, QUE MERECE AL MENOS MI FISIOLÓGICO RESPETO. ¡MALDITA CORRUPCIÓN! PERDONEN ESTA IRA INUSITADA QUE A ESTAS HORAS DE LA NOCHE SE ME SALIÓ DE LA NADA. Y QUE CONSTE QUE NO SEÑALO A NADIE, POR PURO Y COBARDE INSTINTO DE CONSERVACIÓN. EN DEFINITIVA, ES TIEMPO DE APAGAR Y DE TOMAR EL PORTANTE.
 
 
FBA

(publicado anoche en Facebook)

jueves, 10 de octubre de 2013

UN NUEVO CANTO (sinuanato, en ritmo de paseo)
Letra y Música de FBA
 
En el siguiente enlace de YouTube, se puede escuchar el audio de la canción (cortesía de la poeta vallecaucana Ana Lucía Montoya Rendón).

http://www.youtube.com/watch?v=XlRN_F_PwPE&feature=youtu.be

Transcribo el correo que acompañó el 8 de octubre de 2013 mi envío de la canción:  

“Ana Lucía, fraterno saludo desde el Sinú. Ahí te va la primera entrega de lo prometido.
 
Del 6 al 8 de julio de 2012 participé con esta canción en el concurso de canción inédita del Festival Sabanero de Acordeoneros y Compositores “Princesa Barají” de Sahagún-Córdoba, ocupando el Tercer Puesto. Obtuvo el Primer Lugar, el compositor sahagunense Luis Alberto Prado, Rey de Reyes de muchos festivales sabaneros, con el paseo titulado “Sahagunense a mucho honor”. Tenía el amigo Luis Alberto muchos años de estar compitiendo y batallando por ese anhelado y esquivo trofeo, hasta que el 2012 fue el año definitivo de su consagración en Sahagún, reconociendo no obstante él mismo (paradojas de festivales) que no era la mejor canción que había presentado, año tras año, festival tras festival, en el amado terruño donde nació. El pueblo de Sahagún así lo comentó durante días, empañándose un poco la conquista (merecida, en mi opinión) de este juglar incansable que tantas páginas musicales ha escrito exitosamente en las sabanas de Córdoba, Sucre y Bolívar, y allende sus fronteras. El segundo puesto lo logró el amigo y cantautor Adrián Pablo Villamizar Zapata, creador del CUBANATO, nacido en Buenos Aires-Argentina pero radicado, desde pequeño, en La Guajira y en la ciudad de los Santos Reyes, Valledupar, mejor conocida como la capital mundial del Vallenato, donde creció espiritual y musicalmente. Presentó Adrián Villamizar un paseo titulado “Testigo es Sahagún”. Adrián Villamizar se había coronado en 2011 como Rey Vallenato de Canción Inédita Vallenata, con la canción “Ciegos Nosotros”, en el marco del Festival Vallenato que se realiza todos los años en Valledupar en abril o mayo.
 
Así pues, que un “sinuanato” estuviera en semejante podio, era ya todo un satisfactorio reconocimiento. Todavía hoy, uno de los tres jurados de la Final del concurso, sostiene que “Un nuevo canto” era la canción ganadora del certamen, por ser la única de las canciones finalistas que, en su concepto, tenía incidencia universal. Se filtraron después infidencias y confesiones sobre puntajes (de parte, incluso, del ganador) que, en efecto, posicionaban a “Un nuevo canto” como tal, bajada minutos antes del fallo al Segundo Puesto por escaso margen y por esas cosas extra musicales, extra artísticas, que pesan nocivamente en este tipo de eventos. Y relegada, segundos antes del fallo, al Tercer Puesto, por idénticas razones.
 
En todo caso, “Un nuevo canto” marcó un “antes de” y un “después de” en la historia poética y musical del creador del “sinuanato” (o del “sinuato”, como prefiere decirle Adrián Villamizar a esto que no es un aire ni un ritmo, sino una filosofía de vida, un viaje cultural cuyos lineamientos básicos están por escribirse). Si es que llego a escribirlos, pues conversando el pasado viernes (octubre 4/13) con uno de los integrantes de la “Banda Insustancial La Mojarra Iletrada”, músico también de “El Combo del Destiempo” que presenta, por lo general, mis “sinuanatos” en las tarimas festivaleras, sugiere este buen amigo que el “sinuanato” es ya lo que es, y que escribir sobre él sería deformarlo. Buen apunte, para meditarlo. En eso ando.
 
Lo curioso o simpático del Festival donde “Un nuevo canto” se presentó, es que el amigo Adrián Villamizar decía (en su canción a Sahagún) que dos amigos poetas lo habían invitado a la región sabanera, “dos amigos que son oriundos de la sabana y que comprenden sus debilidades”, y que en esa visita había encontrado el amor perdurable que le haría olvidar del todo un reciente desamor. Se encontraba entre el público del Festival uno de ellos: el maestro Joaquín Rodríguez Martínez. El otro estaba inmerso en “Un nuevo canto”. Cuando Adrián interpretó su canción en tarima, ahí estuvimos al pie de la misma, Joaco y yo, aplaudiéndolo y recibiendo su puntería afectuosa cada vez que mencionaba en su canto sabanero-vallenato, fusión de porro y paseo, a los dos poetas responsables de su felicidad. Antes de él, cuando nos tocó el turno de subir a la tarima, le había disparado a Adrián, con igual puntería y afecto sincero, mi “ya ves mi amigo, también soy espiritual”. Y es que “Un nuevo canto” tiene dos anécdotas muy especiales que rodearon su nacimiento.
 
La primera tiene que ver con el lugar donde brotó. Días antes de que se cerraran las inscripciones de los concursos en Sahagún, un merengue de mi autoría, titulado “Sabanero y Sinuano”, estaba destinado para tal efecto. Pero un lunes temprano, viajando desde Montería hacia Sahagún, a la altura del pueblo de Ciénaga de Oro –tierra natal de mi padre, Enán Burgos Perdomo, médico y poeta; del gran Pablito Flórez y de la cieguita Lucy González, entre muchos otros músicos, poetas y artistas notables de esa querida región–, letra y melodía iniciales de “Un nuevo canto” hicieron su arribo, en forma inesperada, mientras conducía. ¿De dónde vinieron? Mi hermano poeta y pintor Enán Burgos Arango me dijo hace un par de meses, a raíz de “algo” musical que le surgió, que, sea de arriba o sea de abajo, lo cierto es que ese tipo de inspiraciones parecen dictadas por alguna magia o intuición maestra. ¿Quién o quiénes me pidieron o me mandaron “Un nuevo canto”, desde la majestuosidad de algún cielo incorregible? Buena pregunta. Para mentes y corazones inquietos. Para atreverse a trascender lo obvio. Meses atrás, este mismo pueblo de Ciénaga de Oro me había regalado “Madre mía”, canción que escribí (o serví de intermediario; evito lo de médium) un año después de la muerte de mi madre, Amparo, paisa por nacimiento y sinuana de corazón grande. Desde entonces, cada vez que paso por ese mítico lugar, mis musas se alborotan.
 
La otra anécdota tiene que ver con mis escritos sobre crítica vallenata, en los cuales como que he dejado trasver alguna carencia de espiritualidad o de religiosidad en mí, lo que llevó al amigo Adrián Villamizar, luego sobre todo de mi comentario en torno a su obra “Ciegos nosotros” que, en clara e innegable comunión con la divinidad, triunfó en Valledupar, a afirmar, palabras más, palabras menos, que yo no lo iba a convencer nunca de que lo espiritual me era sustancialmente ajeno. “Un nuevo canto” fue mi “intrincada” respuesta. “Ya ves mi amigo, también soy espiritual”. ¿Qué tanto lo soy? Me temo que, contextualizando el asunto como desde mi trepidar poético lo percibo, más de lo que quisiera admitir. En fin… cosas de amigos. Evento y sucesos inolvidables. Pensar que asistimos a un Festival y participamos en él (¡y con cierto éxito!) para contarnos verdades íntimas, ratificar afectos y consolidar luchas compartidas, es algo, sin lugar a dudas, asombroso y muy vivificante.
 
Cantarle a la vida con absoluta sobriedad (debido a la hora y al cansancio, tuvimos que despedir al maestro Joaco sin haber tenido tiempo para tertuliar; ocho días después, nos tomamos en Montería las cervezas aplazadas), fue la misión que finalmente cumplimos en esa cita anual con el Arte, la Música y la Poesía.
 
Involucro al maestro Joaco en este mensaje, con el fin de mantenerlo artísticamente ocupado durante su convalecencia.
 
Interpreta “Un nuevo canto”, el cantante sahagunense Yordy Torres González, voz líder del grupo musical “Los Genios del Vallenato”. La grabación ni la mezcla son las óptimas, pero se deja apreciar.
 
Bien, querida amiga, espero te guste mi nuevo canto, y que lo compartas, acompañado de esta breve historia si así lo prefieres, con la poeta Liliana y demás amigos. Fuerte abrazo”.
 
Hasta aquí la carta remisoria-musical. Se me ocurre agregar ahora tres interrogantes: ¿Cuál es el Tiempo que le pide al Destiempo un canto nuevo? ¿Y cuál la fuerza que lo suele acompañar? ¿Vive (muere) esta “fuerza” a Tiempo o a Destiempo?
 
Quizá otros “sinuanatos” ayuden a aproximar respuestas…
 
Saludos,

 
FBA
UNA ENTREVISTA A FBA...

http://www.youtube.com/watch?v=tYc-T-XMT30

Realizada por la poeta argentina LILIANA VARELA. En Cali-Colombia, el 19 de septiembre de 2013.

Saludos,

FBA

miércoles, 28 de agosto de 2013


SOBRE “EL ZORRA Y OTROS CUENTOS”, del poeta sucreño IGNACIO VERBEL VERGARA:

Ignacio, Poeta y amigo. Recibe un abrazo fraterno y solidario desde el Sinú, deseándote muchos éxitos en el lanzamiento de tu libro (“El Zorra y otros cuentos”), hoy 23 de agosto, en Sincelejo.

Tal como lo comenté en una de tus publicaciones en la red social de moda, me dispuse en estos días a la lectura de tu libro (más que tenerlo yo en lista de espera, él me tenía a mí, a la espera de que se diera el momento óptimo para abordarlo), labor que culminé anoche con saldo inmenso a tu favor. Sin duda, se mantienen en él componentes y situaciones de las mejores páginas de “Los años de Noemí”, esa novela tuya que, como te lo dije en una conversación telefónica desde el celular de nuestro amigo Daudet Salgado, me removió el pasado y la preocupación por un futuro inamovible (la muerte, su certeza hedionda) hasta el punto de producirme un par de efluvios pensativos.

Acierta sobremanera tu prologuista, Adolfo Ariza Navarro, al decir que se trata del libro de los epílogos. Los epílogos de tu prosa están también en tu poesía, y se convierten, al menos para quien esto escribe, en lo más atractivo de tus aportes literarios. Me atrevería a decir que es por esa inclinación tuya hacia los finales –trágicos ya de por sí, ante el hecho absoluto, inequívoco e inevitable de tener que morir-, que tengo a tus cuentos y poemas entre las preferencias de mi vida como lector. Y por supuesto, no puedo pasar por alto la tácita o expresa denuncia de la desigualdad y de la injusticia. No concibo ni concebiré jamás el oficio de escritor como un divertido mundo de juegos intelectuales o conceptuales (a no ser que estemos hablando de Borges) cuando la realidad, nuestra dura y crítica realidad, nos obliga a considerarla siquiera por encima, pues no hay nada más amargo y doloroso que tener que constatar día tras día (mientras todo en Colombia siga como está o empeore, no habrá escapatoria), las contradicciones y calamidades de un sistema económico que funda su predominio en la continuidad de pobrezas aplastantes.

En fin, querido Poeta, dejemos la política para otro día y limitémonos a agregar dos o tres comentarios sobre “EL Zorra y otros cuentos”. Te confieso que al principio, tal como me ocurrió con la historia de Noemí, no me sentí atrapado, pero, por lo mismo, por conocer lo que tu inolvidable Noemí me deparó páginas adentro, persistí en su juiciosa lectura, aguardando la aparición, varias páginas después, del poeta que los escribió. Se trata, obviamente, de géneros literarios distintos, aunque complementarios diría yo, pues es sabido que el cuento permite  aproximarse a la poesía mucho más que la novela. En todo caso, Lo coloquial (otra confesión) merece mis respetos y quizá, por deformaciones que arrastro desde que leí “Sobre Héroes y Tumbas” de Ernesto Sabato durante mi primera juventud, llaman más poderosamente mi atención lenguajes y “animaciones” que subyacen en lo filosófico y en lo existencial. Hay que decir, sin embargo, que la problemática por ti narrada sirve de contrapeso, y que la necesaria apelación a lugares comunes se ve superada por la crudeza de tus hondas descripciones, por la sabia puntería con que defines el ambiente de las historias.                 

A partir de tu texto “Quemada”, y luego con: “Don Arsenio y el sapo”, “Cristo”, “Transitando al olvido”, “Horacio”, “De las horas de hastío”, “La caída”, “Carolina” y “Después de la guerra”, todo, radicalmente, cambió. Son los que más me inquietaron, y entre ellos, elegiría a “Transitando al olvido”, “Horacio”, “La caída” y “Después de la guerra” como los más poéticamente significativos, y entre estos a “La caída” (tercera y última confesión) como el gran texto de tu libro. Cuestión también de gustos, por supuesto. Comparto, pues, las apreciaciones de Santiago Jiménez cuando manifiesta la coexistencia del registro coloquial con el discurso reflexivo, al igual que el comentario de Daniel Rivera Meza en torno a “Horacio”. Me agrada, en tus cuentos, que no te asusten los finales predecibles, lo que te salva de matricularte en lo predominante del género, en el que los escritores se preocupan más por conseguir “buenas historias” y por idear desenlaces sorprendentes, que por la vida misma, por el poder de la gruesa literatura, por el trepidar de esa poesía terrible y certera que es lo que realmente hace diferente y especial, en mi opinión, un buen libro de cuentos.

Pues bien, amigo Poeta, gracias otra vez por el libro. Lo disfruté hasta el final, y continúa aún su Maturranga dándome vueltas en la cabeza. En definitiva, cada vez que te leo encuentro tantas afinidades y coincidencias, que solo puedo explicarlas relacionando nuestras vivencias con esos contextos, luchas y preocupaciones de hombres de mar y de río que, querámoslo o no, es lo que somos (pienso, por ejemplo, cuando leo “La caída” en mi cuento “Cuando la muerte ama”). Se me ocurre, para terminar, decirte que tu libro es, además, un sutil mosaico que permite la presencia en él de todo tipo de lectores, según los intereses que cada quien tenga. Y cerrar otro de tus libros me lleva, irremediable y maravillosamente, a afirmar: ¡Ahí está Ignacio pintado, carajo!; por más que nos propongamos escapar de nuestra vidas en el oficio literario, la ficción siempre conservará el sello propio de lo que vivimos, gozamos y sufrimos.

Te dejo con algo que escribió Ángel Esteban sobre Julio Ramón Ribeyro (autor también de un decálogo personal del cuento, a la manera de los postulados de Poe y del famoso decálogo de Quiroga): “… Nadie escapa, por tanto, en el ambiente narrativo de Ribeyro, a la desolación y al amargo sentimiento de frustración. Y esas descripciones, certeras, ajustadas, ayudan al peruano a comprender mejor el sentimiento que el hombre experimenta ante los cambios… unos personajes que oscilan entre los integrados al sistema y los absolutamente marginados y, entre unos y otros, con rasgos de ambos, los desarraigados. Sobre todos ellos se sitúa la mirada amarga, profunda y desengañada del narrador… Ello indica, pues, un modo de enfocar literario sea como testimonio, como denuncia, en ningún caso como silencio”.

Y a fe que tus textos, amigo Ignacio, logran, con contundencia, lo último de la cita que traigo a colación. Puede que no cambiemos el mundo; puede, como lo cuestionas con angustia en “La caída”, que el amor no evite la muerte, pero algo importante habrá quedado de todo esto, algo poderoso que emanó de tu talento sobrevivirá luego del apagón final.

Con afecto sinuano,

 

FRANCISCO BURGOS ARANGO
(FBA) – Agosto 23/13            

miércoles, 17 de julio de 2013

¿FESTIVALES O AMIGUISMOS?  

Duro tema. Como para meterse en líos. Pero como mi pluma nunca ha callado por afectos, amistades o conveniencias, le llegó la temible hora de disparar sus ardentías. No obstante haber aplazado una y otra vez el deber ético y literario de hacerlo, fue, poco a poco, llenándose de portentosas razones a medida que se hacía más evidente y aberrante el contubernio. Y ahora, luego de constatar una vez más cómo en los festivales, encuentros y eventos afines de poesía y literatura desfilan, por lo general, los mismos nombres y apellidos, es inevitable tener que despepitar algunas osadías.

Sin duda, nos ocupamos de festivales que más parecen una reunión de secuaces, de cómplices desvergonzados. ¿Concierto para delinquir? No hay que llegar tan lejos para detectar en ellos elementos comunes a la corrupción rampante que nos agobia. Como quien dice: a la colombiana; logias inescrupulosas de egos enfermizos. ¿Hasta cuándo seguirá el Ministerio de Cultura de Colombia concertando el desangre del arte nacional? ¿Hasta cuándo los fondos mixtos y las dependencias culturales de las entidades territoriales seguirán protagonizando semejante desperdicio? Que lo averigüe Vargas. O el Putas, si es que se atreve.         

Lo cierto es que la plena democratización que tanto se cacarea se reduce a escenificar eventos en parques, plazas, calles, rondas, canchas, mercados y otros lugares públicos, pues sus protagonistas son los mismos que, año tras año, se pasean orondos en dichos sitios cual si fueran pontífices del verso insuperable, obedientes a las técnicas gaseosas del lenguaje, moldeados a fuerza de engañosos talleres literarios. Supongo que el negocio debe ser rentable para todos, sean organizadores o partícipes del festín infame. Echándole números al asunto, deduzco que los integrantes de estos grupos, círculos y clubes de amigos se pusieron de acuerdo, desde hace tiempo, para garantizarse recíprocamente presencia y cobijo en los festivales que organizan. Simple y eficiente el artificio: los unos invitan a los otros y estos devuelven posteriormente los favores recibidos (Sincelejo, Montería, Barranquilla, Cartagena, Bogotá, Riohacha, Cereté, San Onofre, San Antero son solo algunos ejemplos).

Se trata entonces de garantizarse, por todos los medios posibles, el acceso a la torta cultural del Estado. Lucrarse a como dé lugar del deber constitucional que a este le asiste, lo que implica necesariamente la exclusión de personas que, por alguna u otra razón, no comulgan con el proceder de dicho combo intelectual o no son amigos de matricularse en la hipocresía, la lambonería, el elogio vacuo o de tener que convertirse en compinches del cómodo embeleco.       

Presumo que un escritor, poeta, ensayista o conferenciante que pertenezca al sanedrín privilegiado de la concertación cultural, bien puede asegurarse un ingreso estable (o sobresueldo, como aquellos que fungen de servidores públicos) con solo asistir a tres o cuatro eventos cada mes, de los tantos que hoy pululan en el averno artrítico (orco artístico, perdón). Y hasta sin mayores esfuerzos intelectuales, pues una misma conferencia va de uno a otro lado sin que sus cómplices y aduladores se cansen de aplaudirla. Y si uno de los personajes infaltables es un poeta pedante y aburrido, librado de trabajar, que  se pavonea y se presenta, con tarjeta de ejecutivo, como tal (Poeta José Alfredo Jiménez… amenizo…), festival tras festival la cosa se va volviendo más insoportable. 

No faltan, en todo caso, obvias envidias y curiosas enemistades entre ellos, y así las cosas, se excluyen a la recíproca de sus distintos eventos. Y pobre de aquel sujeto imparcial que acepte una invitación de uno de dos bandos en conflicto, pues automáticamente queda expulsado del bando rival, ganándose para siempre la antipatía de todos o de casi todos sus integrantes. Así pues, si se aspira a figurar hay que comprometerse incondicionalmente con alguna de las mafias culturales existentes, pues en los festivales literarios y poéticos colombianos (supongo que habrá excepciones, tal vez en algún inexistente o espectral poblado) lo que en últimas importa es el dinero y la conveniencia mutua, pro alguito de fama o reconocimiento.

Al paso que la política pública se afianza, los hacedores de festivales no se hacen esperar, así toque escenificar el proyecto en los sitios más inverosímiles. Por supuesto, hay que hacer también presentaciones y recitales en ancianatos, cárceles, barrios populares, bibliotecas públicas, etc., y no demoran en habilitarse también los anfiteatros para tal fin (lo que a la larga estaría más acorde con la cruenta realidad de nuestro país: poesía auténticamente comprometida; más en consonancia con la realidad insondable y macabra del quehacer poético inclusive).           

Se pretende, además, que la poesía se ponga a tono con el propósito dulzón de expandir una sensibilidad emparentada con las buenas causas. Pero la poesía no es belleza pueril ni florida elegancia, la poesía es una dura verdad (o una terrible mentira, da igual) no llamada a producir alegría y bienestar personal, a no ser que se trate de grandes transformaciones sociales como cuando, sin proponérselo, alimenta cambios paradigmáticos de trascendencia mundial. No es tan curioso entonces ver cómo en las redes sociales proliferan poetas y escritores, gestores culturales sumamente felices de aclimatar y ponderar los negociados que genera el oficio, como si este fuera cosa de méritos y no de tragedias insalvables. Los enroscados gozan, por supuesto, de becas y estímulos diversos, tanto oficiales como privados, para darse la gran vida viajando a lo largo y ancho del excluyente mierdero cultural (con perdón de la Mierda, que suele hospedarse, honrosamente, en hoteles baratos), como también de editoriales prestas a brindarles apoyo a sus doloridas y experienciales metáforas.          

Como no todo puede quedarse en críticas de un criticador empedernido, me permito, ilusamente, proponer: Festivales, Encuentros o como se les quiera llamar, están en mora (ah terminacho inexpugnable proveniente de mi amplia deformación jurídica) de oxigenarse y verdaderamente democratizarse, permitiendo en sus espacios culturales la presencia de expresiones alternativas e independientes en la poesía y en la narrativa colombianas, especialmente aquellos eventos que se financian mayoritariamente con dinero público.

Pero no. Algo también muy a la colombiana: ¡Los mismos, y con lo mismo! El tono femenino cumple, claro está, un papel preponderante. ¡Dios mío! ¡Hasta cuándo tanta corrupción y vileza en el arte! ¿Estos personajes no se aburrirán de encontrarse cada ocho días (lo único que cambia es el lugar) para escucharse y aplaudirse las mismas soserías?
 
Me autoexcomulgo así de ser publicado de por vida, y seguramente de ser invitado a los innumerables escenarios del incordio teatral. Como están y van las cosas, al único festival de poesía que quizá siga asistiendo será al del poeta Jorge Marel en Tolú-Sucre (Colombia), de quien dicen sus oponentes que se la pasa peleando con todo el mundo. Lo que me consta es que invita al mundo entero (sin excluir a nadie) a su  descapitalizada y provocadora aventura de Tolú. El problema es que los invitados deben cancelar sus gastos de transporte, al igual que una pensable suma de dinero ($150.000 en la versión 2013 que se realizará en agosto) por tres días de hospedaje y alimentación. Argumenta Marel que tan quijotesca y altruista labor cuenta con importantes ejemplos en otros puntos del planeta, donde amantes desinteresados del arte universal se reúnen por iniciativa y cuenta propias, a compartir experiencias y homenajear así, sin sucios intereses, el poder de la palabra. Me imagino a buena parte de los poetas, escritores y artistas invitados por Marel heridos en su más profundo orgullo (y me temo, cosa curiosa, que se trate sobre todo de los que podrían perfectamente, por estatus social y económico, por ubicación geográfica, aceptar fácilmente la invitación).
 
Arte y Cultura en Colombia que se respeten aman la comodidad del “buen gusto”, el cretinismo de la vitrina, la moneda del menosprecio, el aplauso inducido, la loa vertiginosa, las atenciones a granel, el statu quo, la elegancia memorable, el brillo petulante, la suculenta y ofensiva ostentación. Arte y Cultura en Colombia que se irrespeten aman saludable, vivificante, poderosa, rebelde, ruidosa, franca y pasionalmente todo lo contrario.
 
Ni modo: el daño ya está escrito. Conflicto, conflicto inevitable que tanto fertilizas la tranquilidad de mis anónimas angustias…  
 
 
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