domingo, 7 de abril de 2013

¡LO SIENTO! ¡NO VOY MÁS AL BATE!

 
Me conmina un buen amigo, a raíz de la pronta realización del Festival de la Leyenda Vallenata versión 2013 –en el que se homenajeará al cantautor Gustavo Gutiérrez Cabello–, a retomar el ejercicio crítico sobre la música vallenata que tanto impulsó los primeros días de este blog hace ya algo más de cuatro años.

Me temo que es tarde para complacerlo. Las expresiones comerciales en boga de este otrora folclore son ya de tan baja estofa, literariamente ridículas, monotemáticas y empobrecidas, rítmicamente desdibujadas y con tendencia cada vez más hacia la mediocridad y la sensiblería, que dejé de interesarme en ello por sanidad mental y cultural. No las compro. No las descargo. No las archivo. No las escucho. No vale la pena meterle espíritu, alma y pluma a semejante bazofia.

Y en torno al susodicho Festival, se trata también de un asunto superado; "la decisión más saludable que he tomado en mi vida", como se lo hice saber al compadre vallenato Emilio Araos en reciente misiva de amistad e intercambio musical. Nunca más verán un tema mío inscrito para el concurso de canción vallenata inédita en Valledupar. Una estrella, una guitarra, sinuanato de mi autoría, dejó las cosas bien claras en la Final del concurso de canción inédita del Festival Sabanero de Chinú-Córdoba versión 2012. En adelante, no más vallenatos... Mi cuento El Compositor –que saldrá publicado algún día en mi libro Santo Remedio– puso también una importante cuota.

Allá entonces aquellos compositores de estos y otros lares que quieran seguir desangrándose y desnaturalizándose, serviles a un evento que los utiliza, los maltrata, los menosprecia. Yo no me apunto más a ese embeleco del folclor vallenato. Farsa, Manipulación, Trampa, Intriga, Egolatría, Negociado, eso es lo que hoy día se mueve alrededor del Parque de la Leyenda. Y el concurso de canción vallenata inédita es de lo peor: canciones en su mayoría gestadas por la falsía, coyunturales, oportunistas, truculentas, perversamente emotivas. Me imagino a esos inescrupulosos fabricantes de canciones festivaleras feriando sus productos líricos, costumbristas y narrativos a personajes de la farándula y del círculo vallenatos que gustan de ir al Valle todos los años a dárselas de compositores. Para perpetuar el gran engaño. Para ratificar la gran estafa. No se puede negar que dichos fabricantes son especialistas para dar en el clavo, mezclando elogios desmesurados con lugares comunes –y en melodías acordes–, al servicio de robustecer cada vez más el narcisismo vallenato.          

Pobre Gustavo, no se merece que lo acribillen de esa manera. Merece sinceridad y verdadera poesía. A propósito: ya ha hecho carrera eso de decirles “poetas” a los compositores del canto lírico vallenato. ¿Bastan acaso un toque romántico, un amor dolido, alguna bonita melodía, la consabida nostalgia pueblerina, el uso de vocablos atractivos, un paisaje de ensoñación, paliatorios almibarados, para que la poesía se muestre vital y esplendorosa? No lo creo. ¿Cuántos, de verdad, lo son? Ni siquiera poetas de reconocido oficio deberían atreverse a aceptar y lucir el calificativo de “poetas”, menos aún hacedores de canciones en contextos y ambientes no propiamente tocados por el horizonte letal y universal de la poesía. He creído por eso, que si se aspira a que la poesía y la música unifiquen sus esfuerzos en un canto, no es en la música vallenata, no es en el estilo vallenato donde pueden materializarse sus mejores logros. De ahí la necesidad de explorar alternativas y temas de mayor alcance, y de responderle a todo aquel que suele poner en entredicho nuestra obra tildándola de que no es “vallenata”, que sí, que tiene toda la razón, que de eso se trata: de que no lo sea.        

Ahora bien, ¿será que este año, por ser un “poeta” el homenajeado, va a primar la poesía en la preselección de canciones? Pues amanecerá y se darán cuenta ustedes, ya que lo que soy yo no me molestaré en averiguarlo. Que nadie se tome, pues, el trabajo de contarme. En todo caso, lo que me indica la experiencia es que esos sabiondos que hacen de manera ligera e irresponsable la purga preliminar, difícilmente van a ser capaces de detectar, más allá de sus narices mocosamente vallenatas, el auténtico olor de la poesía. Una canción con intención o calidad poéticas, despojada de los elementos típicamente vallenatos, no es de recibo en Valledupar, sobre todo porque su Festival le rinde culto al lucro, al ego, al abolengo, al facilismo, al estancamiento, al compadraje, al tráfico de influencias. No de otra forma se entiende que se escuchen en Primera Ronda temas tan malos, tan flojos, tan desabridos, tan pobres artísticamente hablando. Y es cuando hay que decir las cosas como son: ¿Puede la poesía ser juzgada y apreciada por quienes desconocen el intríngulis de su dolor, la sinrazón de sus batallas? Lo dudo mucho. 

Así pues, todo ese panorama de la leyenda vallenata murió en definitiva y maravillosamente para mí. Le apliqué a ese entuerto los Relatos de Poder, los Pases Mágicos del escritor y antropólogo Carlos Castaneda, sabiduría ancestral de brujos y chamanes. Por eso, amigos de FBA, les suplico no perturbar mi tranquilo aislamiento, mi sonoro anonimato, con informaciones, comentarios u opiniones que tengan que ver con el mundillo vallenato, con su famoso Festival, con el desarrollo de sus oprobiosos concursos.

Al buen amigo que me inspiró esta (quizá última) disertación sobre el tema, le deseo, por supuesto, lo mejor en su aspiración a ser considerado y poder participar este año en el concurso de canción vallenata inédita del Festival Vallenato que se avecina. Lo han rechazado también en el pasado reciente no obstante haber subido al podio del mismo concurso hace ya un buen  número de años. Tiene con qué salir airoso. Pero lamentablemente, para ser escogido y triunfar en la Valledupar de hoy día, es obligatorio apelar a ciertas “artes oscuras” en las cuales no quisiera verlo enfrascado, celular en mano, moviendo y removiendo contactos y palancas días antes, durante y hasta momentos previos al fallo definitivo. Conozco su talante y sé de sus virtudes, por lo que me tranquiliza saberlo lejos de tales martingalas. De todos modos, pienso que el Festival Vallenato no se merece la dimensión extraordinaria de sus canciones, pues obras como las suyas, limpias, descontaminadas, profundamente ciertas, surgidas en contextos líricos absolutamente excepcionales, no son para despuntar en escenarios de corrupción y empalago como los del Festival Vallenato de Valledupar. Ojalá pase. Y llegue lejos. Ojalá que esa voz del Sinú que fuertemente lo habita, se inmortalice por todos nosotros y dignifique un evento que, al igual que la música que dice reflejar, está en estado de descomposición. ¿Acompañarlo? Solamente de corazón. Valledupar, la música vallenata y su ignominioso Festival no están ya en el itinerario de mi quehacer intelectual y artístico. No puedo, por valores y principios propios de quien siempre ha concursado con honestidad y sin mover un solo dedo a su favor, secundarlo en tan sórdido y tormentoso viaje.  

Inquietante y veraz lo planteado, con conocimiento de causa, por el músico y filósofo Mario Paternina en correo electrónico dirigido a Lolita Acosta. Como están hoy las cosas, es preferible no participar ni ganar en Valledupar, pues, paradójicamente, quienes son laureados quedan en la práctica signados por una especie de maldición: mezcla inconcebible de soledad y olvido. De nada sirve un prestigio que un mes después nadie recuerda ni le mejora la vida a quien lo alcanza. A la Fundación que organiza el Festival Vallenato no le interesan los concursos, menos aún los concursantes, los cuales no reciben durante el evento ni siquiera el estímulo de una bolsa de agua.

Son los grandes y lucrosos espectáculos los que mandan la parada. Al Festival Vallenato no lo desvela la trágica suerte de una música que transita, con bastante peligro, por la vía de la más condenable e irresponsable extinción. Piensan seguramente que repetir las mismas rutinas y ponderar el mismo tipo de canciones descartables, es suficiente para contrarrestar argumentos y realidades que la afligen. Siempre será bueno explotar un negocio que se basa en la defensa conveniente de un pasado legendario, a la par de creerse y hacernos creer el cuento de la internacionalización del vallenato. Hacer alarde de que mientras haya concursos, parrandas y festivales no todo está perdido, es querer tapar, deliberadamente, la verdad: el vallenato en expansión no es vallenato, de folclor es poco o nada lo que queda, su facineroso discurso impide la puesta en escena de una evolución textual deseable y posible. Y si a esto le sumamos que se invoca la ortodoxia para terminar haciendo lo contrario, y en beneficio de géneros musicales y populares distintos, pues, ahí sí, para qué seguir hablando.

Tanto caché, tanta bambolla, tanto elitismo lo que hace es corroborar que la música vallenata, en el marco del Festival supremo que dice mostrarla y defenderla, ha dejado incluso de ser popular, pues entrar a sus shows resulta inalcanzable para modestos ingresos, informalidad creciente y notorio desempleo. Y al gran turismo sí que menos le importa su suerte. El Festival, su Fundación, lo sabe y se aprovecha de ello. La doble moral campea a sus anchas y Juan Gabriel, Ricardo Arjona servirán, no sin privilegiados estipendios, de gancho y anzuelo para atraer y atrapar los recursos del capitalismo colombiano. Politicastros y oligarcas no pueden, claro está, quedarse por fuera de la fiesta. Y el desfile de personalidades ajenas a la esencia vallenata hace de Valledupar, por esos días, un emporio de la violenta  desigualdad que azota el corazón de un país sin paz y sin esperanzas.       

Entre tanto, la Final del concurso de canción vallenata inédita la tiran a primera hora, rapidito y sin el grueso del público, pues es más importante cumplirle a los canales de televisión y a la publicidad que a los artistas. Y el pobre compositor que sale victorioso del Parque de la Leyenda, y en tan majestuosa Tarima, no sabe ni en qué momento se ganó la gloria. Poco a poco irá abandonando el sueño y entrando en la triste realidad de que la gloria no era más que una mentira monstruosa para llenar las arcas de seres impotables. Por lo general, gastan más de lo que se ganan, y si pertenecen al gremio de la trampa, de las roscas, de las camarillas o de los compradores de canciones, la inversión asciende a cifras impensables, insuflada por atenciones varias y lambonerías de alto relieve. Todo por acceder a un irrisorio lugar en la fama efímera… No faltan obviamente los que saben cómo funciona el negocio y se hacen a relativas ganancias…            

A mi compañera de angustias cotidianas, que a veces me jode la vida diciéndome que la gente que me lea va a pensar que estoy ardido y que respiro por la herida, no me queda más remedio que darle la razón para conservar sus besos, mas no sin decirle la verdad de esta historia irrefutable: CURADO, CURADO ¡POR FIN! de la peste vallenata que me carcomía. Lo que no obsta para disparar todavía unas cuantas ráfagas, secuelas de sinuana y sinuosa pasión en torno al tema. Y lo que no obsta tampoco para seguir disfrutando, en libación solitaria, algunas joyas musicales de esas que ya no salen en los discos compactos de los “mercachifles del pendejismo”.

No sé si los planes especiales de salvaguardia que andan por ahí en el morral de un soñador irredento puedan salvar la patria. Propuse durante el evento realizado por MINCULTURA para tal fin el año pasado en Valledupar, que se incluyeran en ellos festivales sin concursos y sin premios monetarios. ¿Cuántos de los compositores que conozco, trotamundos empedernidos que perviven a expensas del Ministerio de Cultura y parasitan también en otros presupuestos públicos, cuántos que se la pasan de festival en festival negociando galardones y engordando a la gallina aurífera, estarían dispuestos, sin botines de guerra, a participar sanamente en beneficio exclusivo del Arte Musical?      

Bueno, hasta aquí llego.

¡LO SIENTO! ¡NO VOY MÁS AL BATE!

Los dejo con el comienzo de Una estrella, una guitarra, por si quieren adivinar el exorcismo que me permitió su melodía. “Adiós, adiós, Valledupar…”.

Sin rencores. Fuerte abrazo,

 
FBA