miércoles, 17 de julio de 2013

¿FESTIVALES O AMIGUISMOS?  

Duro tema. Como para meterse en líos. Pero como mi pluma nunca ha callado por afectos, amistades o conveniencias, le llegó la temible hora de disparar sus ardentías. No obstante haber aplazado una y otra vez el deber ético y literario de hacerlo, fue, poco a poco, llenándose de portentosas razones a medida que se hacía más evidente y aberrante el contubernio. Y ahora, luego de constatar una vez más cómo en los festivales, encuentros y eventos afines de poesía y literatura desfilan, por lo general, los mismos nombres y apellidos, es inevitable tener que despepitar algunas osadías.

Sin duda, nos ocupamos de festivales que más parecen una reunión de secuaces, de cómplices desvergonzados. ¿Concierto para delinquir? No hay que llegar tan lejos para detectar en ellos elementos comunes a la corrupción rampante que nos agobia. Como quien dice: a la colombiana; logias inescrupulosas de egos enfermizos. ¿Hasta cuándo seguirá el Ministerio de Cultura de Colombia concertando el desangre del arte nacional? ¿Hasta cuándo los fondos mixtos y las dependencias culturales de las entidades territoriales seguirán protagonizando semejante desperdicio? Que lo averigüe Vargas. O el Putas, si es que se atreve.         

Lo cierto es que la plena democratización que tanto se cacarea se reduce a escenificar eventos en parques, plazas, calles, rondas, canchas, mercados y otros lugares públicos, pues sus protagonistas son los mismos que, año tras año, se pasean orondos en dichos sitios cual si fueran pontífices del verso insuperable, obedientes a las técnicas gaseosas del lenguaje, moldeados a fuerza de engañosos talleres literarios. Supongo que el negocio debe ser rentable para todos, sean organizadores o partícipes del festín infame. Echándole números al asunto, deduzco que los integrantes de estos grupos, círculos y clubes de amigos se pusieron de acuerdo, desde hace tiempo, para garantizarse recíprocamente presencia y cobijo en los festivales que organizan. Simple y eficiente el artificio: los unos invitan a los otros y estos devuelven posteriormente los favores recibidos (Sincelejo, Montería, Barranquilla, Cartagena, Bogotá, Riohacha, Cereté, San Onofre, San Antero son solo algunos ejemplos).

Se trata entonces de garantizarse, por todos los medios posibles, el acceso a la torta cultural del Estado. Lucrarse a como dé lugar del deber constitucional que a este le asiste, lo que implica necesariamente la exclusión de personas que, por alguna u otra razón, no comulgan con el proceder de dicho combo intelectual o no son amigos de matricularse en la hipocresía, la lambonería, el elogio vacuo o de tener que convertirse en compinches del cómodo embeleco.       

Presumo que un escritor, poeta, ensayista o conferenciante que pertenezca al sanedrín privilegiado de la concertación cultural, bien puede asegurarse un ingreso estable (o sobresueldo, como aquellos que fungen de servidores públicos) con solo asistir a tres o cuatro eventos cada mes, de los tantos que hoy pululan en el averno artrítico (orco artístico, perdón). Y hasta sin mayores esfuerzos intelectuales, pues una misma conferencia va de uno a otro lado sin que sus cómplices y aduladores se cansen de aplaudirla. Y si uno de los personajes infaltables es un poeta pedante y aburrido, librado de trabajar, que  se pavonea y se presenta, con tarjeta de ejecutivo, como tal (Poeta José Alfredo Jiménez… amenizo…), festival tras festival la cosa se va volviendo más insoportable. 

No faltan, en todo caso, obvias envidias y curiosas enemistades entre ellos, y así las cosas, se excluyen a la recíproca de sus distintos eventos. Y pobre de aquel sujeto imparcial que acepte una invitación de uno de dos bandos en conflicto, pues automáticamente queda expulsado del bando rival, ganándose para siempre la antipatía de todos o de casi todos sus integrantes. Así pues, si se aspira a figurar hay que comprometerse incondicionalmente con alguna de las mafias culturales existentes, pues en los festivales literarios y poéticos colombianos (supongo que habrá excepciones, tal vez en algún inexistente o espectral poblado) lo que en últimas importa es el dinero y la conveniencia mutua, pro alguito de fama o reconocimiento.

Al paso que la política pública se afianza, los hacedores de festivales no se hacen esperar, así toque escenificar el proyecto en los sitios más inverosímiles. Por supuesto, hay que hacer también presentaciones y recitales en ancianatos, cárceles, barrios populares, bibliotecas públicas, etc., y no demoran en habilitarse también los anfiteatros para tal fin (lo que a la larga estaría más acorde con la cruenta realidad de nuestro país: poesía auténticamente comprometida; más en consonancia con la realidad insondable y macabra del quehacer poético inclusive).           

Se pretende, además, que la poesía se ponga a tono con el propósito dulzón de expandir una sensibilidad emparentada con las buenas causas. Pero la poesía no es belleza pueril ni florida elegancia, la poesía es una dura verdad (o una terrible mentira, da igual) no llamada a producir alegría y bienestar personal, a no ser que se trate de grandes transformaciones sociales como cuando, sin proponérselo, alimenta cambios paradigmáticos de trascendencia mundial. No es tan curioso entonces ver cómo en las redes sociales proliferan poetas y escritores, gestores culturales sumamente felices de aclimatar y ponderar los negociados que genera el oficio, como si este fuera cosa de méritos y no de tragedias insalvables. Los enroscados gozan, por supuesto, de becas y estímulos diversos, tanto oficiales como privados, para darse la gran vida viajando a lo largo y ancho del excluyente mierdero cultural (con perdón de la Mierda, que suele hospedarse, honrosamente, en hoteles baratos), como también de editoriales prestas a brindarles apoyo a sus doloridas y experienciales metáforas.          

Como no todo puede quedarse en críticas de un criticador empedernido, me permito, ilusamente, proponer: Festivales, Encuentros o como se les quiera llamar, están en mora (ah terminacho inexpugnable proveniente de mi amplia deformación jurídica) de oxigenarse y verdaderamente democratizarse, permitiendo en sus espacios culturales la presencia de expresiones alternativas e independientes en la poesía y en la narrativa colombianas, especialmente aquellos eventos que se financian mayoritariamente con dinero público.

Pero no. Algo también muy a la colombiana: ¡Los mismos, y con lo mismo! El tono femenino cumple, claro está, un papel preponderante. ¡Dios mío! ¡Hasta cuándo tanta corrupción y vileza en el arte! ¿Estos personajes no se aburrirán de encontrarse cada ocho días (lo único que cambia es el lugar) para escucharse y aplaudirse las mismas soserías?
 
Me autoexcomulgo así de ser publicado de por vida, y seguramente de ser invitado a los innumerables escenarios del incordio teatral. Como están y van las cosas, al único festival de poesía que quizá siga asistiendo será al del poeta Jorge Marel en Tolú-Sucre (Colombia), de quien dicen sus oponentes que se la pasa peleando con todo el mundo. Lo que me consta es que invita al mundo entero (sin excluir a nadie) a su  descapitalizada y provocadora aventura de Tolú. El problema es que los invitados deben cancelar sus gastos de transporte, al igual que una pensable suma de dinero ($150.000 en la versión 2013 que se realizará en agosto) por tres días de hospedaje y alimentación. Argumenta Marel que tan quijotesca y altruista labor cuenta con importantes ejemplos en otros puntos del planeta, donde amantes desinteresados del arte universal se reúnen por iniciativa y cuenta propias, a compartir experiencias y homenajear así, sin sucios intereses, el poder de la palabra. Me imagino a buena parte de los poetas, escritores y artistas invitados por Marel heridos en su más profundo orgullo (y me temo, cosa curiosa, que se trate sobre todo de los que podrían perfectamente, por estatus social y económico, por ubicación geográfica, aceptar fácilmente la invitación).
 
Arte y Cultura en Colombia que se respeten aman la comodidad del “buen gusto”, el cretinismo de la vitrina, la moneda del menosprecio, el aplauso inducido, la loa vertiginosa, las atenciones a granel, el statu quo, la elegancia memorable, el brillo petulante, la suculenta y ofensiva ostentación. Arte y Cultura en Colombia que se irrespeten aman saludable, vivificante, poderosa, rebelde, ruidosa, franca y pasionalmente todo lo contrario.
 
Ni modo: el daño ya está escrito. Conflicto, conflicto inevitable que tanto fertilizas la tranquilidad de mis anónimas angustias…  
 
 
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