MI LECTURA DE
LA PRIMERA VUELTA PRESIDENCIAL EN COLOMBIA. EL FUTURO DE MI VOTO. Y UNOS VERSOS
DE MI PADRE…
Lo
que me temía es casi ya una realidad en esta Colombia enferma y desubicada. Y
salvo que 20 millones de colombianos se decidan a intervenir el 15 de junio (lo
que no creo, y mucho menos frente a las dos candidaturas que pasaron a segunda
vuelta y en fecha de mundial de fútbol, que tendrá partidos de Ecuador,
Honduras, Argentina y Francia; peor todavía si Colombia pierde el 14 con Grecia),
se ratificará la tendencia que 3.759.971 turulatos y enajenados (con el 99.97
de mesas informadas) acaban de consentir. Voté como lo anuncié, por Clara López
(sin pertenecer al PDA ni a ningún otro partido), y por concluir que el voto en
blanco carecía de fuerza en la actual coyuntura, además de no contar con legal
eficacia y servir más bien de legitimación democrática al macabro triunfo de
los ganadores. Estamos aún muy lejos de lograr lo que Saramago narró en su
famoso “Ensayo sobre la lucidez”.
Y
decidí votar considerando también que lo que estaba (y sigue estando) en juego
es la vida misma, y que debía, por tanto, abandonar el acostumbrado abstencionismo
que, por convicción –no creo en un sistema electoral que la derecha y sus
politicastros manejan, con plata y poder en mano, a cabal antojo-, ha sido mi comportamiento
en días de decisiones estériles y amargas como el de ayer. Así que, aprendida
una vez más la lección, me sumerjo desde ya en lo que el buen amigo Abel
Fuentes, desde lejanas tierras, se propuso sabiamente hacer: mantenerse al
margen de un sistema que, como bien lo dice, carece de ética y no brinda
garantías ni ofrece oportunidades de cambio real y significativo.
Quisiera,
por otra parte, compartir la energía y el optimismo del poeta Juan Carlos
Céspedes (sin duda, no es fácil derrotar a la muerte y hoy más que nunca hay
que levantarse y persistir). Pero el problema es: ¿con quiénes?, ¿y a favor de
quién? Votar por cualquiera de las dos opciones triunfadoras (que en el fondo
son la misma cosa) no me permitiría vivir tranquilo durante el resto de mis
días. No puedo ir en contra de mi formación ni masacrar mis principios, ni
siquiera por un tema de tanta resonancia y sensibilidad como el de la necesaria
paz de esta Colombia acobardada y sufrida, que nada desde hace no sé cuántos
siglos en el más absoluto de los desangres.
Y
lo digo porque, para quienes hemos venido siguiendo el desarrollo del proceso
de paz de La Habana está claro que las FARC han ido dejando lo que ellas han
denominado “salvedades”, entre las cuales está nada más y nada menos que la
discusión acerca del modelo económico imperante, y los miembros de su comisión
negociadora han sido reiterativos en señalar que solo a través de una Asamblea
Nacional Constituyente se podría empezar a viabilizar el proceso de transición
democrática y popular que juzgan ellos necesario para que los acuerdos y su
visión de Estado y de Gobierno se vuelvan realidad. Se trataría, por tanto, de
un proceso largo y dispendioso que no se compagina propiamente con lo que el
Gobierno Santos ha venido expresando. La Constituyente no está entre los planes
de Santos, como tampoco entrar a debatir temas que tienen que ver ya con las
bases constitucionales mismas del Estado Social de Derecho colombiano. De la
refrendación de la que habla Santos a la Asamblea de la que hablan las FARC hay
bastante distancia de por medio, sin olvidar que lo ocurrido ayer en la primera
vuelta presidencial nos sirve para calcular que los acuerdos de La Habana
tendrán entre cinco y seis millones de colombianos debidamente adiestrados para
acudir a las urnas a decirles NO.
Y
es que la inculcada aversión de estos sectores hacia las FARC es en todo
sentido, sin olvidar que las mismas FARC han contribuido a ello con sus
acciones y que los medios de comunicación se han encargado también de exagerar
y manipular en su contra la información, recibiendo, además, el sobrepeso de un
lenguaje aplastante que los últimos gobiernos no se han cansado de remarcar. Por
ende, si a sus integrantes no los quieren ver en el monte, menos en lo que
denominan el circo de La Habana, y mucho menos haciendo vida política legal e
institucional. Exterminarlos es entonces la única salida que les satisface, en
la que llevan ya cincuenta años y dos gobiernos autoritarios sin conseguirlo.
El miedo a las FARC y el miedo al castro-chavismo son los principales motores
del voto idiota, como si de la noche a la mañana Santos (que defiende los
mismos intereses de clase de Uribe y sus áulicos) se pudiera convertir en reflejo
de lo ideal y en líder revolucionario. ¿De quién? ¿Del pueblo colombiano?
¡Nojoda!, ¡no seamos tan pendejos! Pero hay muchos perros que se comen esos
huesos y no habrá poder humano que los haga desistir de semejante horror. Ojalá
fuera verdad el peligro de caer en el castro-chavismo, a ver si por lo menos
ensayamos otro modelo de desarrollo más social y humano. Y si Santos fuera
adalid de revolución que marcha en pos de ello, no dudaría ahí sí en votar por
él. Por mi madre que sí. Pero…
Pero
si el tema de la paz está embolatado con Santos, con Zuluaga ni hablar. A punta
de sapos, bombas, amenazas y espionajes sí que se hace imposible conquistarla o
acercarse siquiera a sus confines. Por supuesto que es preferible que el
proceso siga y que concluya con menos colombianos matándose en todos lados por
negocio o ideología y que más adelante se pueda ir consolidando la paz integral
que se requiere, la paz verdadera, la paz con igualdad y justicia social, esa que,
por lo mismo, no se circunscribe a entregar armas, recibir prebendas jurídicas,
abrir espacios democráticos y permitir el ejercicio pleno de la política a
quienes dejan la guerra para, desde la legalidad, acceder a escenarios de
poder. Ojalá, entre dos males, sea esta la opción ganadora el próximo 15 de
junio.
En
todo caso, con mi voto que no cuenten, pues no puedo validar con el mismo el
púrpura del desastre (en sus dos matices) como tampoco el blanco de la inutilidad
(consecuencia de su limitada consagración legal, pues hasta donde he leído no
contempla alternativas de poder en caso de ganar). Creo que no habrá paz
alguna, ni con Zuluaga ni con Santos, pues, así gane Santos y se mantenga el
proceso en Cuba, no existe en la derecha colombiana (ni en la extrema ni en ninguna
otra) voluntad política alguna para pensar y poner en marcha un país distinto,
con los cambios radicales y sustanciales que se requieren en términos de
dignidad humana y de equilibrio social, y no en términos de mayor autocracia
como el “país distinto” que ofrecen cínicamente Uribe y Zuluaga. No puedo
tampoco dar mi voto por una manera de gobernar que peca de lo mismo que nos ha
maltratado durante tantos años, que engorda con costosas nóminas paralelas el
sector público mientras paga pírricos salarios a los funcionarios de planta,
que no ha dado pruebas concretas de fortalecer la negociación colectiva en el
sector estatal, que se apodera de las entidades y las embadurna de corrupción y
clientelismo hasta más no poder, y que, como si fuera poco, pone al frente de las
mismas a personas abiertamente contrarias a su Misión y Visión para que las
manejen a su amaño, acosen y persigan a los trabajadores y las conviertan prácticamente
en patrimonio familiar. Hablo de cosas cercanas para no hablar de cosas más
graves.
Entonces,
¿a qué paz nos referimos?; ¿cuántos de los que votaron y piensan votar
nuevamente por la paz, están dispuestos a respaldar lo que las FARC
sensatamente y con mucha razón proponen?; ¿cuántos de los que creen ahora en la
paz estarán prestos a concederle a las FARC respeto e igualdad de condiciones
para que hagan parte activa de la sociedad civil y del establecimiento?; ¿de
qué paz hablamos si las prácticas politiqueras van en ascenso en lugar de
decrecer?; ¿podrán las FARC -si son serios sus argumentos y están dispuestas,
como dicen, a defenderlos hasta el final- someterse a un sainete y a una
derrota de tal magnitud?
Por
lo pronto, nosotros ya perdimos. Perdió Colombia. Perdió la posibilidad de una
paz auténtica y creíble. Y no hay nada
que por ahora se pueda hacer. “La lucha no tiene fin” decía mi padre en un texto
poético que escribió el 1° de mayo de 1970 y que bella y dolorosamente tituló
“Manifiesto al Amanecer”.
Así
que señores de las FARC -ustedes que han sido y continúan siendo los grandes
motivadores de la votación uribista-,
deberían ir cogiendo sus morrales e internarse lo más pronto que puedan en las
montañas de nuestra amada Colombia, pues, como lo advirtió el hoy victorioso
candidato y casi seguro ganador de la segunda vuelta, tendrán sólo ocho días de
plazo una vez asuma su mandato. Y como esta gente no es de fiar, es mejor
empezar a compartimentarse desde ya, como lo saben hacer y lo han hecho durante
cincuenta años de guerra de guerrillas. Al fin y al cabo, ¿qué importa que
transcurran cincuenta años más de totalitarismo estatal con el pueblo raso
sumándole muertos, de lado y lado, a tan honorable guerra, si gran parte de los
colombianos que salen a votar se muestran partidarios de que prosiga el desconcierto
de las armas? Que se jodan todavía más las nuevas y futuras generaciones de
colombianos. Y que Dios los perdone, porque la historia no lo hará. Entre
tanto, oremos para que las FARC se desvanezcan algún día por sí solas…
Quienes
gustan de hacer análisis electorales un tanto alegres, es bueno que tengan
claro que los votos de Clara no son todos del PDA y que incluso militantes del
PDA ya han manifestado su intención de abstenerse de votar en la segunda vuelta
presidencial. Y esto que pasa por acá a fuerza de principios, es probable que
no ocurra tanto por allá, pues así como difícilmente los blancos le pondrían
color a su bandera (hasta es posible que aumenten, si bien nada pasará con
ellos, pues ya se anuncia que ni aun ganando se repetirán las elecciones)
conservadores y verdes bien podrían movilizarse, en buena parte, hacia el impotable
y embustero Centro Democrático. No todos tienen claro lo que tiene claro la
senadora electa Claudia López: que Uribe es peor que Santos. Lo es al menos en
el actual contexto, pues es preferible que el proceso de paz se mantenga a que
se suspenda provisionalmente el 7 de agosto (definitivamente en realidad, pues
lo que pretende Zuluaga es para jugar con bobos, y las FARC, ya lo sabemos, de
eso no tienen ni un pelo). En todo caso, lo que ocurra será sin mi voto. Al fin
y al cabo, el mismo de nada serviría, ya que lo que va decidir quién será el
próximo Presidente no es el proceso de paz en sí, sino el proceso de paz con
las FARC, y no hay que romperse mucho la cabeza para saber hacia qué lado se
inclina la balanza cuando estas cuatro letras están de por medio.
Con
Zuluaga de Presidente, volveremos a vivir la tragicomedia URIBE-SANTOS, pues, ante
la inevitable y creciente polarización del conflicto, un Presidente que tiene
responsabilidades con todos los colombianos y no solo con quienes lo eligieron,
tendrá tarde o temprano, si quiere “gobernar como se debe”, desprenderse de su
ilegal titiritero, quien no tardará en emputarse ni vacilará al acusarlo de
traidor mientras se busca otro majadero para la siguiente campaña presidencial.
Alguien que le ayude a sostener el ego de su poderoso infierno personal. Eso
pasó con Santos, eso pasará con Zuluaga. Y así sucesivamente.
Sé
que, no obstante, muchos colombianos votarán a conciencia por Santos pensando
en el presente y futuro de la paz, en contra incluso de sus más profundas
convicciones. Lo valoro y comprendo, y de alguna manera, de corazón, estoy con ellos.
Ojalá ganen y que posturas como la mía sean minoritarias. Solo espero que valoren
y comprendan también que en tiempos de
crisis es necesario preservar valores innegociables para que cuando llegue la
paz (si es que llega) tengamos con qué impulsarla dignamente por el camino
correcto. Además de lo que ya he expresado para no hacerlo, votar por Santos
por votar contra Uribe no deja de inquietarme moralmente, pues parecería que muchos
proceden más por un odio visceral e irreflexivo que se parece mucho al que experimenta
el malsano personaje que lo provoca. Y en tal sentido, debo preguntarme: ¿en
qué quedamos?; ¿el fin (llámese derrotar a Uribe o salvar el proceso de paz)
justifica, en este caso en particular, los medios que representa Santos y su
vistosa reelección con todo lo que implica en detrimento de otras materias tan
cruciales como la paz misma?
Vuelvo
mejor a mi padre, Enán Burgos Perdomo, para decirle que, así siga extrañándolo
luego de transcurridos veintisiete años de ausencia, me tranquiliza saber que
no está por aquí teniendo que vivir nuevas decepciones con dolor de patria. El
21 de diciembre de 1970 escribiste para la historia lo siguiente:
“Despierta, mi Colombia! Yo lo dudo!
Tu pueblo, analfabeto y tan cautivo,
vejado, agradecido sin motivo,
sigue quieto, conforme, sigue mudo”.
Y mientras cierro esta nueva y triste página política, mientras me voy
tarareando mentalmente aquel sabio estribillo que Rubén Blades inmortalizó en
su álbum “Maestra Vida” (“déjenme reír, para no llorar, déjenme cantar pa’
que la pena no duela tanto”), lamento tener que informarte, querido e
inolvidable padre mío, que todo sigue igual. Que tu duda y la mía coinciden
irremediablemente. ¡Qué digo igual!: ¡Hoy día, es PEOR!
FBA