domingo, 31 de agosto de 2014

Apreciada Estella Patricia:

ME GUSTA tu publicación, ¡¡¡y mucho!!! (quien quiera leerla, la encuentra aquí mismo, debajo de esta Carta Abierta y tal como la escribió en su muro de Facebook). Creo reconocer a una de las señoras a las que te refieres. La misma que vetó mi nombre en uno de esos eventos en los que inexplicablemente manda y dispone, dizque porque yo no tengo "obra". Y que conste que yo no me postulo a nada, sino que hermosos seres que me han ido, poco a poco, conociendo, se han encargado de batir sus alas en procura de la magia del Sinú. Y por eso, qué importa ser vetado por la estupidez y la arrogancia, si cuento con la sensibilidad de verdaderas joyas espirituales que entienden la gestión cultural como debe ser. Como tú, poderosa amiga del Destiempo, cabalmente comprometida con el descalabro de una Utopía Superior.

Qué cosa tan ridícula. Todo lo que se podría escribir al respecto, empezando por tratar de establecer qué significa en realidad “tener obra” en un país cultural que  le rinde culto al privilegio, a la exclusión y a la lambonería. Lo dices bien y con admirable valor: clubes sociales, eso es lo que son. Detesto los egos ajenos pero me aparto más de los propios, y de ahí que no me guste para nada publicitarme en redes sociales ni mostrarme en tinglados que se les parezcan, limitándome, por tanto, a dar a conocer lo estrictamente necesario.

Pero fíjate cómo es la vida de sabia y justiciera. Sin mover un solo dedo (nunca lo hago) fui invitado a oficiar de jurado en el 12° Encuentro Regional de Declamadores Intercolegial y Semiprofesional de la Institución Educativa Simón Bolívar de Sahagún, que acaba de escenificarse en dicho municipio cordobés, y por ahí andaba también la susodicha dama. Y tuvo que escuchar de la presentadora del evento unos mínimos datos de mi hoja de vida cultural, requerida esta por los organizadores del encuentro. Y ¡vaya cosa!, fue la primera en aplaudir. Bueno, pensemos que lo hizo más bien por algo muy propio de los clubes: por conveniente hipocresía. Para no mencionarte que recuerdo haberla visto entre el público asistente dos o tres veces en eventos a los que he sido invitado para leer mi trepidar poético (en uno de ellos, se acercó a felicitarme llamándome poeta y valorando mi profundidad; ¿qué tal?), y me ha visto, además, protagonizando mi ya premiada aventura (me excuso por sacarla a flote, pero toca) en distintas tarimas musicales.

Ahora bien, ni siquiera basta acumular muchos libros publicados para que se pueda decir: ¡he aquí una gran obra! Ernesto Sabato no fue pródigo en la materia y muy difícilmente se podría poner en entredicho su calidad literaria. Para no hablar de Kafka, que se opuso, cercana ya la parca, a que su obra fuese divulgable. Sabemos, además, que contar con una gran editorial cuando no se asume el quehacer literario en función de roscas y relaciones, es misión imposible, y de ahí que la autopublicación, por cuenta propia, haya terminado gobernando el asunto. Con sumo esfuerzo, el escritor o el poeta, con algo de financiación o sin ella, logra sacar a luz unos cuantos ejemplares que termina, luego de estériles lanzamientos, prácticamente regalando. Y está claro entonces que la obra, una tras otra, concluye y se disipa de manera rápida, o escasamente subsiste en algún perdido anaquel de oscura librería, o quizá bajo la cama en la que duermen los disparatados sueños. Hay, en todo caso, algunos escritores que, con sentido empresarial y favorecidos con dinero público o privado, saben ubicar y vender la suya, logrando aplazar un poco la extinción definitiva.

La calidad literaria, por consiguiente, no depende del número de libros y ejemplares que circulen, con grandes titulares y sello editorial reconocido, en librerías de prestigio, como tampoco es predicable lo contrario: contar con un cuantioso arsenal inédito no lleva, per se, a afirmar la misma. Entre los que navegan en lo uno o en lo otro hay, sin duda, buenos y malos escritores, y hablando de poesía, la cosa se complica aún más.

Así pues, está claro que los libros que he publicado hasta ahora, con escaso peculio, corto alcance y enormes pérdidas, no circulan en las librerías colombianas, excepto el último (“Cantando a Destiempo”, 2010), que aún se consigue en una pequeña librería de mi Montería natal. Para colmo de males, este mismo libro fue revisado y cuenta ya con una versión 2014 que permanece, al igual que tres (3) poemarios más, un (1) libro de cuentos y otro en prosa de estilo tal vez periodístico, en la más implacable y hasta benéfica orilla de lo ignoto. Recuerdo que de mi primer libro, “Poemas de Antesala”, entregué un número considerable de ejemplares a un andante y veterano vendedor de libros que nunca más apareció, y hasta la fecha no he sabido si fue objeto de estafa o de muerte súbita o violenta (no era época de celulares ni de correos electrónicos, y con frecuencia me pregunto en qué manos habrán quedado, si existirán todavía en una que otra insignificante biblioteca o si habrán corrido la suerte que tuvieron otros ejemplares en las manos ebrias e incendiarias de su propio autor). Sin embargo, de este primer parto, conservo varios en un clóset resistente de la infancia, y viene al caso agregar que dicho libro cuenta ya con una versión digital modelo 2013.

En cuanto a mi obra musical (la del “sinuanato” que ya conoces), aún no despega el primer disco compacto que tengo en mente. Por obvias razones (no hay que decirlas), válidas también para lo literario. En fin, el juicio estético, a favor o en contra, no es algo que me desvele, y la fama mucho menos. Creo conocer bien mis virtudes como mis limitaciones, y por eso, lectura tras lectura, palabra tras palabra, lo único que debe trasnocharme es tratar de hacer las cosas lo mejor posible, cumpliendo con un compromiso del cual no soy elector, sino víctima: el duro (aunque feliz) y asfixiante (aunque airoso) pergeñar de la poesía.

Días atrás, en noche literalmente estrellada, conversaba con una buena amiga sobre estos temas y le decía, palabras más, palabras menos, que ya sabrían K, mis hijos –hermanos y sobrinos de pronto- y mis nietos (en habitable inexistencia…, la nieta aún no gestada sobre la que ya escribí un extraño texto-poema y que me temo heredará esta manera trágica de vivir), qué hacer con mi entrañable legado cultural. Yo, entre tanto, continuaré viviendo estos días de incertidumbre con la única-doble verdad que me apasiona: cantando lo que escribo, escribiendo lo que canto. Y a destiempo, siempre, saludablemente, a destiempo.

Triste realidad la que se vive, ¿no te parece Estella Patricia? (y no lo digo por ti ni por mí, pues, pese a tanta contrariedad, sabemos cómo, con sencilla alegría, “desorbitar” la nave). Lo que comentamos va amarrado a algo también en boga: mostrarse, a como dé lugar, en festivales, encuentros, ferias o como se les quiera llamar, nacionales e internacionales, así toque (lo han confesado) costearse pasajes y asumir otros gastos. He escrito bastante sobre el particular, y tú, ahora, en pocas palabras, lo has dicho mejor que yo. Pertenecer al sanedrín social se ha vuelto imperativo para, con obra o sin ella, fulgurar como abanderados de la lujosa farsa. De ahí los clubes de amigos que se han venido formando, las tertulias amañadas, el autoelogio, la loa recíproca y demás plagas del así vejado oficio de escritor.

¿Mi obra? Sí, quizá no exista en el terreno de las formalidades acostumbradas. Pero la respiro, la disfruto, la sufro, la entono, la encarrilo, la descarrilo, la remato, la reinicio y me la bebo todos los días en la más absoluta soledad, y hasta percibo el eco, no sé si merecido, de inexplicables aplausos. Está también, por supuesto, en la opinión política que me formo, en la crítica despiadada que me toca a veces emprender…

Es que esto asquea; ¡y tanto!, que hasta dan ganas de colgar los guantes. Pero no, ¡ni por el putas!, que piensen y digan lo que quieran, pues las personas como tú y como yo están condenadas a viajar, sin malsanas presunciones, en las mejores brisas del universo.

Espero verte el sábado próximo en nuestra Perla del Sinú para, con tenue beso y licoroso abrazo, felicitar tu claridad y valentía.


FBA      

NOTA: La destinataria de esta Carta Abierta es una reconocida gestora cultural que labora en el Fondo Mixto de Promoción de la Cultura y las Artes de Sucre. He aquí lo que, con conocimiento de causa, expresó en la red social Facebook, y que conocí por gentil etiqueta de su parte:   

Que bueno que nuestra región aprenda de experiencias exitosas a nivel cultural, éste fin de semana se dan tres eventos que se decidieron por la exploración y la evolución, lo que ha incidido en el crecimiento de el "emprendimiento cultural" de sus regiones. Abrapalabra, Ulibro 2014 y el Festival de teatro de Manizalez, han demostrado que la gestión cultural debe abrirse y sobretodo debe organizarce como empresa.

No mas organizar eventos que limiten la participación general, liderados por señoras que por mas que anuncien rimbombantes investigaciones nunca han publicado media hoja, pero juegan a las sabelotodo y quieren opinar, organizar, presentar y manipular todo, viviendo en la cultura del buen nombre de su pareja. No mas escritores que aprovechando el buen nombre que construyeron con su obra, gestionen recursos para eventos que luego promocionan con afiches polémicos y dañinos para el sector, desconociendo la importancia de tolerar la crítica con respeto. No mas escritores tercos que invitan a los encuentros a sus amigos de siempre y además invierten los recursos (Ya de por sí escasos) en hotel y gastos para sostener el club social en que han terminado nuestros encuentros literarios. No mas muchachos con mas entusiasmo que conocimiento, en fin, amigos gestores, amigos escritores, amigos artistas, trabajemos en formarnos y brindar a la región eventos de crecimiento para el sector, aprendamos.
Inaldo Chavez Ignacio Verbel Vergara Daudet Salgado Brun Francisco Atencia Aldo Hollmann ArteBetty García Díaz Francisco Burgos A