UN RECUERDO… UN SENTIMIENTO… UNA CANCIÓN…
Hoy,
14 de junio, estaría quizá ENÁN BURGOS PERDOMO, mi progenitor, cumpliendo
noventa (90) años de vida si una temprana enfermedad no nos lo hubiera
arrebatado el 25 de octubre de 1986. Curiosamente, cien (100) años atrás, el 25
de octubre de 1886, había nacido su madre, mi abuela, MARÍA LUCÍA PERDOMO, a
quien con cariño llamábamos sus nietos “Mama María”. “El buenmozo”, me decía
ella cuando salía de sus aposentos, en Ciénaga de Oro, a recibir la visita
dominical de mi padre y se encontraba una vez más con el lunar de mi ceja
derecha adornando mis días de adolescencia. Cada beso suyo, cada halago, cada
mirada de amor han quedado sensiblemente recompensados, años después, en varias
de mis obras inéditas. ¿Quién podría pensar que el día de su cumpleaños moriría
uno de sus hijos? Así fue.
Pero
hoy quiero rememorar más un hecho de vida que de muerte. El día en que nació mi
padre. Porque un 14 de junio vino al mundo el humanista ejemplar, el médico abnegado,
el poeta de la luz que brilla en las espinas. Y también el orador de discursos
históricos y contundentes, el político que se retiró a tiempo cuando descubrió
que la política, pletórica de corrupción, no era lo suyo. Un hombre que treinta
(30) años después sigue vivo en el recuerdo agradecido de quienes lo conocieron,
en tantas buenas personas que me cuentan con alegría -una vez les aclaro el
parentesco- que fueron sus pacientes o tuvieron familiares a los que mi padre,
con mano mágica y milagrosa, les preservó la vista. Y hasta uno que otro de sus
copartidarios, con ocho (8) o nueve (9) décadas encima, me ha narrado
sorprendentes anécdotas que enriquecen este significativo legado familiar.
No
obstante, la más bella de estas historias me ocurrió hace diez (10) años
aproximadamente, mientras trascurría mi vida laboral en Guarne-Antioquia y atendí
en consulta jurídica a un par de señores de edad avanzada procedentes de
Angostura-Antioquia. Mi primer apellido los llevó quince minutos después a
interrumpirme para hablarme de un médico rural de apellido Burgos que estuvo
por aquellas tierras a mediados del siglo XX. Hasta donde pude contuve la
emoción que cada palabra generosa, saliendo del corazón de aquellos respetables
caballeros, me producía, emoción que iba en aumento hasta que no me quedó más
remedio que dejarla brotar y confesarles mi secreto: que yo era el hijo menor
de ese Enán Burgos Perdomo del que ellos se expresaban, tanto tiempo después, de
manera tan admirada. Se levantaron de inmediato a abrazarme, bordeando ellos y
yo el misterio de la lágrima anónima y auténtica. Apesadumbrados por la noticia
de su muerte, nos despedimos, no sin decirles que mi madre aún vivía, la misma
amorosa mujer que lo acompañó en aquellas primeras travesías de su quehacer profesional.
Y como la vida y la muerte juegan siempre juntas, esta última noticia les
devolvió la calma, haciéndome portador de muchas bendiciones para ella. La
felicidad que percibí en la voz de mi madre, Amparo Arango, cuando le conté ese
mismo día por teléfono esta historia, es algo que conservo como el más grande
regalo que pude darle antes de que, tres (3) años después, también se nos fuera.
Por
eso, esta canción que hoy comparto (en versión modesta, casera y artesanal,
solo yo, neceando un poco con un par de instrumentos), cuyo título es, por
supuesto, 14 DE JUNIO, va para familiares y amigos con la certeza de que sabrán
apreciar el valor de su trasfondo al margen del juicio estético o musical. Esto
último dejémoslo para la versión de estudio que hará parte del disco compacto,
ya bastante adelantado, que aspiro a atreverme a divulgar en próximos meses.
Hay canciones que por su contenido, por el alma que las cruza, están condenadas
a ser cantadas por su autor. Esta es una de ellas, en la que más que mi
limitada voz fluye mi sangre.
Valga
la oportunidad para comentar que en la foto del minuto 1 con 38 segundos figura
el doctor Eliécer Arrieta, un viejo amigo de la familia que a sus ochenta y dos
años acaba de fallecer el pasado viernes 10 de junio. Para su esposa, María
Eugenia Encinales, y descendientes, va también este recuerdo. Los amigos que se
mencionan en el canto y que aparecen en imágenes concomitantes (entre otros
convocados a las reuniones de aquella notable vieja guardia) son, en su orden:
José María Taboada de Vivero, mejor conocido como “Pito Taboada”, un personaje único
y legendario llevado por el escritor David Sánchez Juliao a una de sus obras
sonoras en 2004 (“El principio de Pito”; http://www.ivoox.com/principio-pito-david-sanchez-juliao-audios-mp3_rf_4278562_1.html),
y Rodrigo Giraldo, odontólogo de profesión, cercano e incondicional como
ninguno, garciamarquiano hasta las últimas consecuencias, acompañado en algunas
de las fotos por su esposa Carmela, quien sigue viviendo, sumando años hacia meta
centenaria, en su tradicional casa de Montería. “Pito” y Rodrigo quién sabe por
qué rumbos estelares andarán ahora contando historias y desmadejando tristezas,
y de este último cabe recordar la conmovedora carta que le escribió a mi padre,
a su amigo de andanzas imperecederas, para el homenaje póstumo organizado por
la Casa de la Cultura de Montería, en ese entonces dirigida por el escritor
José Luis Garcés González, y que fue publicada
meses después en el poemario “La luz brilla en las espinas”, que preparé
siguiendo estrictamente el sendero trazado por su autor en diversos
manuscritos, casi como pistas esporádicas que mi padre iba dejando cada vez más
convencido de que solo serían examinadas y útiles después de su deceso.
En
fin, recuerdos y más recuerdos.
Te
dejo, pues, papá, con esta canción en la que vibran además algunos de tus
versos más queridos. Ya no en tu portentosa voz, pero sí en la de este hijo
tuyo que supo escucharte y continúa, a su manera, sembrando esperanzas y
desesperanzas de arte y de poesía.
FBA
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