¿LARGA
VIDA A LAS FARC-EP?
Llevo
horas tratando de entender, sin la contaminante voz del corazón, lo ocurrido
ayer en Colombia con la votación del Plebiscito. Como también frenando el deseo
(la obligación más bien) de ser uno más de los muchos colombianos que se han venido
expresando en uno o en otro sentido, desde el dolor sincero los aparentemente
derrotados, y desde la incomprensible felicidad los supuestamente victoriosos. ¡Hasta
ahora!, que no me quedó más remedio que ceder a la tentación por un solo motivo:
necesito desahogarme, recuperarme cuanto antes de esta tristísima página de nuestra
loca y violenta historia republicana. Así sea únicamente para mí, en la soledad
de este blog poco frecuentado por viajeros informáticos.
Bien.
Entro en materia. Lo primero que se me ocurre es que hay que deslindar muy bien
el resultado. Tengo amigos que optaron por el SÍ y otros que lo hicieron por el
NO, y sé por ello -digamos por tanto de fuente confiable– que buena parte de los
positivos no fueron votos gobiernistas, ni los negativos lo hicieron arrasados
todos por las maquinaciones del poderoso dueño de lo Ubérrimo. Así que
considero que no hay que buscar perdedores ni ganadores en partidos o movimientos
políticos, ni circunscribir el asunto a una mera confrontación Gobierno-Centro
Democrático. Lo que se perdió fue la gran oportunidad de ponerle fin a la
debacle del conflicto armado, y lo que se ganó es la incertidumbre de
prolongarlo sin saber a ciencia cierta qué va a pasar ahora.
Perdimos
todos los que creímos en esa primera posibilidad, en mi caso, desde una convicción
honesta, desprovista de compromisos y militancias, preocupada por el bienestar
de las generaciones venideras. Aunque confieso que no me fue fácil decidirme
por el SÍ. Y no lo fue, por razones que no tienen nada que ver con las
bombardeadas por el componente ideológico del NO. Un espíritu rebelde vive en
mí desde hace un sinnúmero de años, un animalillo radical que a veces me pesa en
demasía pero que, en todo caso, me hace ser alérgico a la propaganda agresiva
del poder, a tener que coincidir con oficialistas o con barones electoreros inmersos
en el SÍ por coyuntura y conveniencia, nunca dispuestos a desmovilizar la catapulta
de sus privilegios. Y por otras cosillas de orden quizá filosófico y político
que prefiero no comentar. El silencio, en las actuales condiciones, debe
hermanarse con la prudencia. Pero, sobreponiéndome al lastre de mi
animadversión, voté por el SÍ, y me tranquiliza sobremanera haberlo hecho, pues
el NO nunca estuvo entre mis planes. Y que conste que entre mis alergias está
también la que experimento contra el sistema electoral de este país, cargado de
falsedad y corrupción. El resultado no me sorprende. Es más: lo esperaba, se notaba
claramente en las redes sociales donde el asunto lucía bastante reñido. Y esto
me motivó también para superar una sabatina resaca musical y salir a participar
por el sueño de un mejor país para todos. Por primera vez, sentí que mi voto,
un voto de diferencia podría ser determinante. Lamentablemente, no lo fue. Lo
intenté, lo intentamos queridos amigos que votamos sinceramente por el SÍ, así
que sintámonos bien por eso, por haber tenido el valor y la grandeza de expresarnos constructivamente en
un momento político tan difícil y complejo. No son tiempos de arroparnos con el
desatino de la indiferencia ni de parapetarnos en la brutalidad del horror.
Por
otra parte, ya está más que comprobado: la democracia, sin cultura política, es
sumamente peligrosa y contradictoria. Un error político, de cálculo incluso,
nos tiene sumidos en una crisis de inmensas proporciones. Existen, sin duda,
situaciones excepcionales, de alta política, que atañen a valores supremos, y que
no deben, en mi opinión, sujetarse a formalidades populistas. Mucho menos en un
país tan afecto al desangre y al caudillismo. Y menos aún si la imagen de los
actores que suscriben los acuerdos está por el suelo. Haber dado papaya, estando
de por medio nada más y nada menos que la paz escurridiza de Colombia, terminó convirtiendo
el más largo anhelo de los colombianos en una estupidez desastrosa e imperdonable.
Pero
bueno, ¿en verdad perdimos? Quizá no. Pues pese a tanto factor en contra, medio
país electoral le dijo SÍ a una propuesta diferente a la liderada por la extrema
derecha de nuestro conservador destino. Si bien tuvo también el NO sus argumentados
y respetables defensores, lo cierto del caso es que el Uribismo y su Centro
Democrático se van a querer beneficiar de ello sin importarles la suerte de los
votos por el NO que no son de su redil. Y no hay que engañarse: tampoco les interesa
la paz de los colombianos ni cambio social alguno. Lo que buscan es recuperar
el poder como sea, con miras a las Presidenciales de 2018, y el respiro logrado
no van a echarlo a perder volviéndose solidarios con la continuidad de un
proceso que, a fin de cuentas, ni política ni electoralmente les conviene. Y es
aquí donde quizá radique la victoria simbólica del SÍ: hay con qué oponer
resistencia, para seguir luchando e impedir, desde la legalidad, que un
proyecto tan macabro consiga su objetivo. Y en tal contexto, ¿se podrá decir entonces
que ganaron los del NO? Para nada, en absoluto, pues tanto ellos como nosotros
seguiremos sufriendo las consecuencias de esta terrible equivocación histórica,
pues así las balas y las bombas no alcancen a perturbar la comodidad de nuestros
hogares, la conciencia, frente a las nuevas imágenes de la tragedia que
continúa, no nos dejará tranquilos como pueblo.
Y
por último: ¿ganaron las FARC? ¡Claro que sí! Hoy adquieren más protagonismo
que nunca, el plebiscito no era lo de ellos. Regresar a la guerra sería una
opción digna y consecuente a mi modo de ver, pues, ¿para qué reintegrarse a una
sociedad que no los quiere ni está dispuesta a garantizarles seguridad plena y
oportunidades democráticas? Solo que prefiero creer que su actual comandancia pasa
por un grado de sensatez nunca antes visto y que la vía de la solución política
sigue siendo su principal arma. Por lo pronto, ganaron tiempo y vigencia.
Se
escuchan ya las voces que proclaman intereses de sectores en extremo contrapuestos:
Asamblea Nacional Constituyente. Maravillas y paradojas de nuestro bello terruño.
Y empiezan las renuncias… ¿Se impondrá lo jurídico sobre lo político? Amanecerá
y veremos.
Toca
seguir viviendo (y sobre todo muriendo) en el país de siempre.
Duele
decirlo, pero es consecuencia del estancamiento provocado por una victoria
llamada en realidad a mejor causa: ¡Larga vida a las FARC-EP!
Saludos,
FBA
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