UN RÍO… CASI… DE
LO MISMO
Una
feria de la lectura en Montería será siempre una buena noticia. O eso todavía
creo. Asistí al lanzamiento de “Un río de libros 2017, II Feria de la Lectura
de Montería” con la esperanza de encontrar una programación oxigenada, que
girara alrededor de otras voces, de otros mundos, hermanada incluso con otras
desolaciones y tristezas.
Al
llegar al Salón Bombardino del hotel GHL la noche del 29 de septiembre de 2017
recibí el primer impacto de decepción. Una ojeada al programa de este año –que
me acababan de entregar– extirpó de inmediato mi optimismo.
Mientras
me sentaba al final de un auditorio concurrido la pregunta inevitable fue
acomodándose igualmente en mi atolondrada cabeza: ¿a qué juegan los gestores
culturales? Ir a la fija, repetir hasta la saciedad temas y personajes, ¿es eso
acaso “hacer cultura”?
Mi
buen amigo el escritor sahagunense Julio César Pérez Méndez decía hace unos
años que la cultura en Sahagún se encontraba secuestrada. Y eso ocurría en
Sahagún, nada menos que en la que se precia de ser la ciudad cultural del
departamento de Córdoba. Pues me temo que en Montería está pasando igual. Allá,
por obra de politicastros, contratistas y otras pestes; acá, por una mezcla de
discurso político machacado (el mismo que se avergonzaba de nuestro Pueblo Pescao cuando paseaba por lo que
hoy es la Plaza Cultural del Sinú con los turistas), elite que gusta de
frecuentar sitios elegantes o donde el arte escenifique su exquisita distancia,
y un puñado de creadores cordobeses al parecer inamovible.
Debo
mencionar (antes de que me lluevan dardos venenosos) que algunos de los
repitentes locales me merecen el mayor de los respetos; como, por ejemplo, el
doctor Álvaro Bustos González, a quien siempre será grato y edificante
escucharlo disertar o conversar. No menciono a nadie más de los cercanos para
evitarme líos (ni incluyo ni excluyo, y así cada quien sabrá dónde ubicarse).
Dejo, pues, la puerta abierta, caben en mi rincón del silencio otros nombres
que me simpatizan. Si son mis amigos o me aprecian (como yo a ellos), sabrán
perdonarme la omisión.
En
cuanto a los de afuera, voy al grano. ¿Cómo es posible que Alonso Sánchez
Baute, que protagonizó un pésimo y aburrido conversatorio con Carlos Marín
Calderín el año pasado (sobre cómo Ricardo Palmera y Rodrigo Tovar terminaron
convertidos en Simón Trinidad y Jorge Cuarenta, en el que desfilaron también
sus recuerdos amistosos en el Valle de Upar y su identidad sexual), vuelva a
esta segunda versión de “Un río de libros” con tres (3) presentaciones? Dizque
a tertuliar con estudiantes sobre el oficio de la escritura, de su relación con
la ficción, la realidad, los personajes y la lectura. ¿Más del mismo bodrio
acaso? Y horas después lo tendremos al lado de directores de bandas conversando
sobre el porro y sus amenazas, teniendo como telón de fondo su regularcita
telenovela “La luz de mis ojos”. Pero como si fuera poco, estará al día
siguiente dirigiendo un taller para jóvenes titulado “Escribir con las tripas”.
¿Con las tripas? ¡Mierda!, qué vaina tan peligrosa en manos inadecuadas. Pobres
estudiantes, pobre porro, pobres jóvenes. Dioses tutelares del Sinú, líbrennos del bien (y de él) en “Un río
de palabras 2018” .
Observo luego, siguiendo la programación del evento, que Alberto Salcedo
Ramos volverá a hablarnos del Caribe. “¿De qué hablamos cuando hablamos del
Caribe?” es el título de su novedosa charla. Recuerdo entonces que el año
pasado se leyó poéticamente el Caribe, se señalaron las características
literarias del Caribe colombiano, y hasta el propio Salcedo Ramos, abordando
los universos de Diomedes Díaz y de Kid Pambelé, se refirió a la cultura
popular de nuestro Caribe tan cacareado. Como que no les bastó a los
organizadores. Llegué a pensar que contaríamos con Haruki Murakami en calidad
de contertulio, pero en su lugar, empeorando las cosas, otra pregunta
inquietante se enquistó peligrosamente en mi cerebro: ¿se programan estos
eventos en función de mantener vigentes ciertas chácharas y a los oficiantes
que viven o se lucran de ellas?
Y saltando de auditorio a pasillo, Alberto Salcedo Ramos conversará con
Adolfo Pacheco Anillo (que valga la rima). Show de cierre. Cuento, canto,
alguito del Gabo, las historias mil veces contadas en cuanto escenario se
atraviese. Pienso en algo tormentoso: si no es suficiente con escribir, cantar
y componer, si no es más importante el arte que el artista, si es necesario
soltar el mismo disco en todos lados… Mientras tanto, cancionistas de nuestro
Sinú menos privilegiados o con menos suerte (no menciono sus nombres para
evitarles molestias), con una carga lírica y poética de extraordinaria valía,
permanecen anclados en el olvido, no obstante mantener su capacidad creativa
intacta y contar con una obra inmensa en mora de ser conocida. ¡Cuántas canciones
inéditas, acopladas al arte y no al comercio, sufriendo el amargor del
abandono!
Me devuelvo en el programa y arribo a otro tema interesantísimo, nunca
antes visto: los 50 años de los “Cien años de soledad”, el Caribe de Gabriel
García Márquez. Más preguntas acechando: ¿es otro Caribe el de Gabo?, ¿hay
varios Caribes colombianos?, ¿se dirá algo distinto de lo ya expresado en un
Festival de Literatura reciente y en otros espacios similares? Sin demeritar el
peso de la efeméride, no dejo de pensar en que lo trillado termina por sepultar
lo pretendido. Su conferenciante, Alberto Abello Vives, sabe sin duda del tema
(lo recuerdo hablando de aspectos afines en un festival nacional de cultura de
Sahagún). Empero, ¿no ocurrirá lo mismo que con la conferencia de Pablo Montoya
el año pasado (“¿Para qué la literatura?”), quien leyó el misto texto leído en
la celebración del décimo aniversario del Programa de Literatura Virtual en la
Universidad Autónoma de Bucaramanga el 16 de mayo de 2016? Las mismas conferencias
cambiando de salones y paredes. ¿Será ese el destino de los escritores
exitosos? ¿Repetir y repetirse, con aire farandulero, en pos de aplausos,
dinero y felicidad?
El tema periodístico no podía faltar. Nombres y apellidos que estuvieron
en 2016 aflorando su preocupación por la crisis del periodismo y de los medios,
vuelven esta vez al mismo tema, en relación ya con las redes sociales. Dos de
sus conversadores en 2016 son hoy moderadores de eventos en la nueva
programación. Y al tema periodístico se le suma la “confesión” (así se publicita)
de un polémico periodista de la región en torno a asuntos íntimos, entre los
cuales se resalta uno socialmente urticante: su cercanía con Carlos Castaño.
Parece que no tuvimos tampoco suficiente con Ricardo Palmera y Rodrigo Tovar en
2016. Muy en la onda de permitir que se utilice la cultura para ensalzar
factores generadores de un dolor dolorosísimo que aún no logramos espantar.
¡Los espantos siguen haciendo de las suyas, y la cultura se presta para
adorarlos!
En fin… Refrescante sí que Miguel “Happy” Lora regrese, después de
muchos años, con sus fintas, risas y trompadas; que el humor y el deporte
igualmente se confabulen; que el arte contemporáneo asuma un interrogante
espinoso; que la historia del libro, al igual que la de nuestra ciudad, nunca
se acaben de contar, para que podamos ver también la Montería real, la que no
se refleja en la banalidad del físico progreso; que el Piero de “Juan Boliche”
y “Mi viejo” resucite también por aquí; que los libros y la lectura intenten
emularlo.
En lo musical, repite el porro y el lugar común de una discusión ya
trajinada en festivales, encuentros, foros y espacios académicos.
Paradójicamente, son las musas del vallenato las que hacen presencia en esta
segunda feria de la lectura de Montería. Distinguidos gestores, nosotros
también tenemos nuestras musas, no solo en el alma de las canciones famosas
podemos encontrarlas. Triste realidad la de estos gestores culturales que no
exploran más allá ni más acá de lo ya reconocido o afamado. Pero más triste aún
la de un público que tampoco se interesa en hacerlo y se deja llevar por lo que
se supone es per se muy bueno, en
consideración a la calidad de los participantes convocados. Supongo que un
programa en el que aparezcan nombres menos conocidos o ignotos estaría
condenado a fracasar, así contenga mucho más fondo y riqueza artística diversa
e innovadora. La música vallenata, por ejemplo (la que era en verdad música
vallenata, no la de los mercachifles del pendejismo de hoy día), contó en su
momento con difusión comercial logrando pelechar en muchas partes, por lo que
es obvio que sus canciones más representativas, las que, por fortuna, siguen
sonando, estimulan a quienes crecieron escuchándolas. La música de acordeón y
sabanera, no obstante estar a la altura de contextos más universales, no ha
resultado ser tan agraciada, su acervo no ha recibido la ventaja del bombardeo
mediático ni ha tenido con qué comprarlo, y es obvio que no sea atractiva para
quienes poco o nada la conocen. Pero es precisamente en esto donde un auténtico
gestor cultural debería desempeñar un rol determinante. Si hablamos de cultura,
cultura es también procurar que la calidad estética aún no apreciada pueda
llegar a serlo. ¿Por qué no hurgar en nuestros cantores ocultos y en sus musas?
¿Por qué no apostarle a la atipicidad y a esos brotes de extraña juventud que
chapalean en hoscos horizontes? Me imagino que un gestor cultural obedece
asimismo a relaciones de poder, a entrañables roscadas, que unos cuantos
acceden a su oído, recomendando esto y aquello, lo que explicaría que un
personaje de corto vuelo artístico se me aparezca otra vez (como lo hace en
todos lados, ¡y para todo!, para cualquier cosa) por aquí.
Liberado de semejante horror, me detuve brevemente en algunas
pretensiones temáticas que retornan este año. Veamos: para qué sirve el arte,
los libros que vale la pena volver a leer o que cambiaron su vida y su obra… Me
interrogué de inmediato sobre cuáles serían mis respuestas, y me quedé de
alguna manera en blanco, al borde del estupor. ¿Servirá para algo saber para
qué sirve el arte si es que en realidad sirve para algo? Un nuevo tema, no
digno en mi opinión de la magnitud de sus hablantes, se perfiló ante mis ojos:
en qué se parecen el amor y la lectura. Huelgan los comentarios. Y otro más
empañó abruptamente mi vista: cómo reconocer la buena poesía. ¡Diablos! Poner a
los poetas a pontificar sobre poesía, obligarlos a transitar el minado terreno
de la metapoesía… No quisiera estar en sus zapatos. Suficiente tiene un poeta
con serlo como para estar mostrándose como tal cabalgando sobre poemas propios
o ajenos que los hayan estremecido (pienso en escuálidas poéticas del seísmo),
y tener que explicar, además, por qué lo son: por qué sí son poemas y no otra
cosa que quizá, para ventura, pudieran mejor ser.
El segundo
y definitivo impacto de decepción me sobrevino cuando, dejando a un lado el
programa y dispuesto a presenciar el acto inaugural, el Alcalde de la ciudad
remachó un discurso reincidente, con carantoña y salva de aplausos para su
consorte. Pero faltaba lo peor: entrevistador e invitada, la poeta y novelista
Piedad Bonnett, cayeron una vez más en la flama de “Lo que no tiene nombre”.
¿Habrá lugar a intervenir?, sentí esa inquietud saltando en mi interior. Quería
preguntarle por qué seguir hablando de ello si quedó tan bien escrito y sopesado,
si se trata de un dolor supremo que debe más bien seguirse resistiendo como vital
y fielmente corresponde: en silenciosa soledad. El libro habla por sí solo; si consiguió
salvarse del morbo, con dificultad podrá lograrlo conversatorio tras
conversatorio, a menos que se circunscriba a su componente literario (pero, ¿a
cuál?, si literatura y vida parecen en este caso inseparables). Por suerte, no
hubo sección de preguntas y la misma Piedad Bonnett salió con inteligencia al
paso, prevenida tal vez por críticas mordaces recibidas, sacudiéndose (me dio esa
impresión) el espectro de un libro cuya gloria literaria debiera agobiarla sin
remedio. No debe ser fácil para madre y escritora asimilar su éxito comercial y
literario ni seguir encerrada en la publicidad de su derroche. Desde su
presentación por Héctor Abad en marzo de 2013 ha caído mucha agua informática sobre
este libro, hasta figurar en el intríngulis de premios literarios como el Rómulo
Gallegos de 2015 entre las novelas finalistas. Hablo de esto porque no lo había hecho en Montería, pero en Bogotá no
lo haré más, fueron más o menos sus palabras. Creería yo que no lo debería
hacer más en ningún lado, que la valentía que la ayudó a escribirlo debería
servirle ahora para dejarlo descansar en paz. Tarea de buenos lectores será la
de no permitir que su grandeza muera.
Me
parece que estuvo bien Carlos Marín en su papel de entrevistador, se notó la
elección cuidadosa de cada vocablo, sobriedad recíproca, salvo en lo ya dicho y
en las dos preguntas iniciales donde Raúl Gómez Jattin y Gabriel García Márquez
sirvieron de consabidos abrebocas. Sobre Raúl me quedo con la anécdota de Enán
Burgos Arango tiempo atrás y con la carta-pájaro reciente que le envió John
Better desde la helada ciudad donde se enferma.
Bien.
Me preparo para asistir (sin escolta) a algunos de los eventos anunciados. Del
19 al 22 de octubre. Me digo de nuevo que una feria de la lectura en Montería
será siempre una buena noticia. Optimismo y esperanza saben cómo alebrestarse,
y ya sabemos que en el Sinú no hay decepción que aguante demasiado.
FRANCISCO BURGOS
ARANGO
(FBA)