martes, 3 de octubre de 2017

UN RÍO… CASI… DE LO MISMO

Una feria de la lectura en Montería será siempre una buena noticia. O eso todavía creo. Asistí al lanzamiento de “Un río de libros 2017, II Feria de la Lectura de Montería” con la esperanza de encontrar una programación oxigenada, que girara alrededor de otras voces, de otros mundos, hermanada incluso con otras desolaciones y tristezas.

Al llegar al Salón Bombardino del hotel GHL la noche del 29 de septiembre de 2017 recibí el primer impacto de decepción. Una ojeada al programa de este año –que me acababan de entregar– extirpó de inmediato mi optimismo.

Mientras me sentaba al final de un auditorio concurrido la pregunta inevitable fue acomodándose igualmente en mi atolondrada cabeza: ¿a qué juegan los gestores culturales? Ir a la fija, repetir hasta la saciedad temas y personajes, ¿es eso acaso “hacer cultura”?

Mi buen amigo el escritor sahagunense Julio César Pérez Méndez decía hace unos años que la cultura en Sahagún se encontraba secuestrada. Y eso ocurría en Sahagún, nada menos que en la que se precia de ser la ciudad cultural del departamento de Córdoba. Pues me temo que en Montería está pasando igual. Allá, por obra de politicastros, contratistas y otras pestes; acá, por una mezcla de discurso político machacado (el mismo que se avergonzaba de nuestro Pueblo Pescao cuando paseaba por lo que hoy es la Plaza Cultural del Sinú con los turistas), elite que gusta de frecuentar sitios elegantes o donde el arte escenifique su exquisita distancia, y un puñado de creadores cordobeses al parecer inamovible.

Debo mencionar (antes de que me lluevan dardos venenosos) que algunos de los repitentes locales me merecen el mayor de los respetos; como, por ejemplo, el doctor Álvaro Bustos González, a quien siempre será grato y edificante escucharlo disertar o conversar. No menciono a nadie más de los cercanos para evitarme líos (ni incluyo ni excluyo, y así cada quien sabrá dónde ubicarse). Dejo, pues, la puerta abierta, caben en mi rincón del silencio otros nombres que me simpatizan. Si son mis amigos o me aprecian (como yo a ellos), sabrán perdonarme la omisión.

En cuanto a los de afuera, voy al grano. ¿Cómo es posible que Alonso Sánchez Baute, que protagonizó un pésimo y aburrido conversatorio con Carlos Marín Calderín el año pasado (sobre cómo Ricardo Palmera y Rodrigo Tovar terminaron convertidos en Simón Trinidad y Jorge Cuarenta, en el que desfilaron también sus recuerdos amistosos en el Valle de Upar y su identidad sexual), vuelva a esta segunda versión de “Un río de libros” con tres (3) presentaciones? Dizque a tertuliar con estudiantes sobre el oficio de la escritura, de su relación con la ficción, la realidad, los personajes y la lectura. ¿Más del mismo bodrio acaso? Y horas después lo tendremos al lado de directores de bandas conversando sobre el porro y sus amenazas, teniendo como telón de fondo su regularcita telenovela “La luz de mis ojos”. Pero como si fuera poco, estará al día siguiente dirigiendo un taller para jóvenes titulado “Escribir con las tripas”. ¿Con las tripas? ¡Mierda!, qué vaina tan peligrosa en manos inadecuadas. Pobres estudiantes, pobre porro, pobres jóvenes. Dioses tutelares del Sinú, líbrennos del bien (y de él) en “Un río de palabras 2018”.

Observo luego, siguiendo la programación del evento, que Alberto Salcedo Ramos volverá a hablarnos del Caribe. “¿De qué hablamos cuando hablamos del Caribe?” es el título de su novedosa charla. Recuerdo entonces que el año pasado se leyó poéticamente el Caribe, se señalaron las características literarias del Caribe colombiano, y hasta el propio Salcedo Ramos, abordando los universos de Diomedes Díaz y de Kid Pambelé, se refirió a la cultura popular de nuestro Caribe tan cacareado. Como que no les bastó a los organizadores. Llegué a pensar que contaríamos con Haruki Murakami en calidad de contertulio, pero en su lugar, empeorando las cosas, otra pregunta inquietante se enquistó peligrosamente en mi cerebro: ¿se programan estos eventos en función de mantener vigentes ciertas chácharas y a los oficiantes que viven o se lucran de ellas?

Y saltando de auditorio a pasillo, Alberto Salcedo Ramos conversará con Adolfo Pacheco Anillo (que valga la rima). Show de cierre. Cuento, canto, alguito del Gabo, las historias mil veces contadas en cuanto escenario se atraviese. Pienso en algo tormentoso: si no es suficiente con escribir, cantar y componer, si no es más importante el arte que el artista, si es necesario soltar el mismo disco en todos lados… Mientras tanto, cancionistas de nuestro Sinú menos privilegiados o con menos suerte (no menciono sus nombres para evitarles molestias), con una carga lírica y poética de extraordinaria valía, permanecen anclados en el olvido, no obstante mantener su capacidad creativa intacta y contar con una obra inmensa en mora de ser conocida. ¡Cuántas canciones inéditas, acopladas al arte y no al comercio, sufriendo el amargor del abandono!

Me devuelvo en el programa y arribo a otro tema interesantísimo, nunca antes visto: los 50 años de los “Cien años de soledad”, el Caribe de Gabriel García Márquez. Más preguntas acechando: ¿es otro Caribe el de Gabo?, ¿hay varios Caribes colombianos?, ¿se dirá algo distinto de lo ya expresado en un Festival de Literatura reciente y en otros espacios similares? Sin demeritar el peso de la efeméride, no dejo de pensar en que lo trillado termina por sepultar lo pretendido. Su conferenciante, Alberto Abello Vives, sabe sin duda del tema (lo recuerdo hablando de aspectos afines en un festival nacional de cultura de Sahagún). Empero, ¿no ocurrirá lo mismo que con la conferencia de Pablo Montoya el año pasado (“¿Para qué la literatura?”), quien leyó el misto texto leído en la celebración del décimo aniversario del Programa de Literatura Virtual en la Universidad Autónoma de Bucaramanga el 16 de mayo de 2016? Las mismas conferencias cambiando de salones y paredes. ¿Será ese el destino de los escritores exitosos? ¿Repetir y repetirse, con aire farandulero, en pos de aplausos, dinero y felicidad?

El tema periodístico no podía faltar. Nombres y apellidos que estuvieron en 2016 aflorando su preocupación por la crisis del periodismo y de los medios, vuelven esta vez al mismo tema, en relación ya con las redes sociales. Dos de sus conversadores en 2016 son hoy moderadores de eventos en la nueva programación. Y al tema periodístico se le suma la “confesión” (así se publicita) de un polémico periodista de la región en torno a asuntos íntimos, entre los cuales se resalta uno socialmente urticante: su cercanía con Carlos Castaño. Parece que no tuvimos tampoco suficiente con Ricardo Palmera y Rodrigo Tovar en 2016. Muy en la onda de permitir que se utilice la cultura para ensalzar factores generadores de un dolor dolorosísimo que aún no logramos espantar. ¡Los espantos siguen haciendo de las suyas, y la cultura se presta para adorarlos!

En fin… Refrescante sí que Miguel “Happy” Lora regrese, después de muchos años, con sus fintas, risas y trompadas; que el humor y el deporte igualmente se confabulen; que el arte contemporáneo asuma un interrogante espinoso; que la historia del libro, al igual que la de nuestra ciudad, nunca se acaben de contar, para que podamos ver también la Montería real, la que no se refleja en la banalidad del físico progreso; que el Piero de “Juan Boliche” y “Mi viejo” resucite también por aquí; que los libros y la lectura intenten emularlo.

En lo musical, repite el porro y el lugar común de una discusión ya trajinada en festivales, encuentros, foros y espacios académicos. Paradójicamente, son las musas del vallenato las que hacen presencia en esta segunda feria de la lectura de Montería. Distinguidos gestores, nosotros también tenemos nuestras musas, no solo en el alma de las canciones famosas podemos encontrarlas. Triste realidad la de estos gestores culturales que no exploran más allá ni más acá de lo ya reconocido o afamado. Pero más triste aún la de un público que tampoco se interesa en hacerlo y se deja llevar por lo que se supone es per se muy bueno, en consideración a la calidad de los participantes convocados. Supongo que un programa en el que aparezcan nombres menos conocidos o ignotos estaría condenado a fracasar, así contenga mucho más fondo y riqueza artística diversa e innovadora. La música vallenata, por ejemplo (la que era en verdad música vallenata, no la de los mercachifles del pendejismo de hoy día), contó en su momento con difusión comercial logrando pelechar en muchas partes, por lo que es obvio que sus canciones más representativas, las que, por fortuna, siguen sonando, estimulan a quienes crecieron escuchándolas. La música de acordeón y sabanera, no obstante estar a la altura de contextos más universales, no ha resultado ser tan agraciada, su acervo no ha recibido la ventaja del bombardeo mediático ni ha tenido con qué comprarlo, y es obvio que no sea atractiva para quienes poco o nada la conocen. Pero es precisamente en esto donde un auténtico gestor cultural debería desempeñar un rol determinante. Si hablamos de cultura, cultura es también procurar que la calidad estética aún no apreciada pueda llegar a serlo. ¿Por qué no hurgar en nuestros cantores ocultos y en sus musas? ¿Por qué no apostarle a la atipicidad y a esos brotes de extraña juventud que chapalean en hoscos horizontes? Me imagino que un gestor cultural obedece asimismo a relaciones de poder, a entrañables roscadas, que unos cuantos acceden a su oído, recomendando esto y aquello, lo que explicaría que un personaje de corto vuelo artístico se me aparezca otra vez (como lo hace en todos lados, ¡y para todo!, para cualquier cosa) por aquí.

Liberado de semejante horror, me detuve brevemente en algunas pretensiones temáticas que retornan este año. Veamos: para qué sirve el arte, los libros que vale la pena volver a leer o que cambiaron su vida y su obra… Me interrogué de inmediato sobre cuáles serían mis respuestas, y me quedé de alguna manera en blanco, al borde del estupor. ¿Servirá para algo saber para qué sirve el arte si es que en realidad sirve para algo? Un nuevo tema, no digno en mi opinión de la magnitud de sus hablantes, se perfiló ante mis ojos: en qué se parecen el amor y la lectura. Huelgan los comentarios. Y otro más empañó abruptamente mi vista: cómo reconocer la buena poesía. ¡Diablos! Poner a los poetas a pontificar sobre poesía, obligarlos a transitar el minado terreno de la metapoesía… No quisiera estar en sus zapatos. Suficiente tiene un poeta con serlo como para estar mostrándose como tal cabalgando sobre poemas propios o ajenos que los hayan estremecido (pienso en escuálidas poéticas del seísmo), y tener que explicar, además, por qué lo son: por qué sí son poemas y no otra cosa que quizá, para ventura, pudieran mejor ser.

El segundo y definitivo impacto de decepción me sobrevino cuando, dejando a un lado el programa y dispuesto a presenciar el acto inaugural, el Alcalde de la ciudad remachó un discurso reincidente, con carantoña y salva de aplausos para su consorte. Pero faltaba lo peor: entrevistador e invitada, la poeta y novelista Piedad Bonnett, cayeron una vez más en la flama de “Lo que no tiene nombre”. ¿Habrá lugar a intervenir?, sentí esa inquietud saltando en mi interior. Quería preguntarle por qué seguir hablando de ello si quedó tan bien escrito y sopesado, si se trata de un dolor supremo que debe más bien seguirse resistiendo como vital y fielmente corresponde: en silenciosa soledad. El libro habla por sí solo; si consiguió salvarse del morbo, con dificultad podrá lograrlo conversatorio tras conversatorio, a menos que se circunscriba a su componente literario (pero, ¿a cuál?, si literatura y vida parecen en este caso inseparables). Por suerte, no hubo sección de preguntas y la misma Piedad Bonnett salió con inteligencia al paso, prevenida tal vez por críticas mordaces recibidas, sacudiéndose (me dio esa impresión) el espectro de un libro cuya gloria literaria debiera agobiarla sin remedio. No debe ser fácil para madre y escritora asimilar su éxito comercial y literario ni seguir encerrada en la publicidad de su derroche. Desde su presentación por Héctor Abad en marzo de 2013 ha caído mucha agua informática sobre este libro, hasta figurar en el intríngulis de premios literarios como el Rómulo Gallegos de 2015 entre las novelas finalistas. Hablo de esto porque no lo había hecho en Montería, pero en Bogotá no lo haré más, fueron más o menos sus palabras. Creería yo que no lo debería hacer más en ningún lado, que la valentía que la ayudó a escribirlo debería servirle ahora para dejarlo descansar en paz. Tarea de buenos lectores será la de no permitir que su grandeza muera.

Me parece que estuvo bien Carlos Marín en su papel de entrevistador, se notó la elección cuidadosa de cada vocablo, sobriedad recíproca, salvo en lo ya dicho y en las dos preguntas iniciales donde Raúl Gómez Jattin y Gabriel García Márquez sirvieron de consabidos abrebocas. Sobre Raúl me quedo con la anécdota de Enán Burgos Arango tiempo atrás y con la carta-pájaro reciente que le envió John Better desde la helada ciudad donde se enferma.

Bien. Me preparo para asistir (sin escolta) a algunos de los eventos anunciados. Del 19 al 22 de octubre. Me digo de nuevo que una feria de la lectura en Montería será siempre una buena noticia. Optimismo y esperanza saben cómo alebrestarse, y ya sabemos que en el Sinú no hay decepción que aguante demasiado.


FRANCISCO BURGOS ARANGO
(FBA)     


domingo, 28 de mayo de 2017

Invito a visitar mi canal FBA en YouTube.

Saludos,

Francisco Burgos Arango
(FBA)

Enlace:

https://www.youtube.com/channel/UCMfaiaD8V-q7s7NsfWHkRNQ

domingo, 12 de febrero de 2017


PEQUEÑA AUTOBIOGRAFÍA TRAGICÓMICA


Respondo al nombre de Francisco Burgos Arango y también al alias (¡cuidado!) de FBA. Dicen que soy poeta, escritor y compositor de canciones, y estoy por creer que algo de esta calumnia debe ser cierto. Nací en la colombiana ciudad de Montería, a orillas del río Sinú, hace un montón de años, en el Hospital San Jerónimo, cuando estaba lejos de convertirse este en sede de fiscalías. No sé cómo pero cursé y aprobé estudios de primaria y secundaria en un colegio de curas (La Salle; colegio de La Salle tan temido, así nos tienes hoy, sin pizca de emoción..., así empieza mi versión de su glorioso himno), en el que pasé, ¡qué duda cabe ya!, los peores años de mi opaca vida. Dos árboles hermanos (uno de guayaba, el otro de mamón) me ayudaron a resistir tanta infelicidad acumulada cuando, liberado de la tortura escolar, volvía a casa y al patio donde ambos vivían, trepándome de inmediato a ellos para pensar (nunca he sido soñador) en futuros y mejores crepúsculos. Dichos árboles fueron con el tiempo asesinados por la envidia vecina y el progreso familiar. Con cartón de bachiller –fuerza  mayor irresistible– me echaron de mi tierra a empellones, me extirparon la única felicidad que tenía en ese entonces (noches enteras jugando fútbol con los jardineros del barrio; uno de mis cuentos recuerda aquellos soles), rumbo a una universidad también de curas (la UPB de Medallo, cuando su facultad de derecho estaba situada en una especie de monasterio lóbrego, frío y silencioso), de la cual, como pude, después de un par de retiros y reingresos logré egresar más muerto que vivo, sin saber qué diablos hacer “laboralmente” de ahí en adelante, con mi padre realmente muerto, recién enterrado, y con otra experiencia amarga dañando el corazón del muchacho extraviado que algún día fui (que sigo siendo).


Mi primer trabajo llegaría para sellar la fe de la amargura. Municipio de Montería, juez permanente de policía, cárcel municipal, dos años y pico lidiando peleas, insultos, amenazas, corrupciones, delitos, contravenciones, cantinazos y cadáveres. Época aciaga y violenta, más de ochenta levantamientos me familiarizaron con la variopinta muerte, turnos larguísimos los de aquellas noches al vaivén de la siempre festiva calle 41, pues debo alegrarme un poco y decir que fueron también dos años y pico de muchas cervezas y ruidoso dominó. Como debo contentarme asimismo al recordar a las innumerables pelanduscas que fueron mis amigas, cuando las ponían a disposición del juez de turno en las batidas o acudían temprano, rayando el alba, a hacerse el control de sanidad.


Desempleado, las luchas estudiantiles me esperaban, y fue así como el viejo sueño de estudiar Ciencias Sociales en la Universidad de Córdoba llegó para “salvarme”. Pero esta historia la contaré después, en mis eventuales “memorias”, ya que es rica en hechos y en matices, extremadamente bella y tormentosa. Basta con decir que creo poseer el récord en ambas universidades de ser el egresado que ha tardado más para graduarse. En el primer caso porque odiaba el Derecho (esto me enorgullece) y en el segundo porque me tocó emigrar por instinto de conservación (esto, a estas alturas, no tengo la puta menor idea de qué signifique o para qué me sirva; solo cruces, olvidos, traiciones de amigos, invisibles desgracias…). Entre tanto, mi segundo y actual trabajo (cuando se vuelva recuerdo hablaré de él) me ha permitido ir de ciudad en ciudad, de traslado en traslado, por más de veintitrés años, buscando el sitio ideal donde enfrentar con relativo optimismo y mínima tranquilidad el rigor de la iniciática vejez. Uno de esos traslados me permitió volver a los angustiosos días de mi inexistencia jurídica en Medallo, pero esa vez, golpeado y con la firmeza del sobreviviente, aproveché la estadía para cursar estudios de Ciencia Política en la Universidad de Antioquia (experiencia esta sí grata e inolvidable). Dicen también que soy un buen sindicalista, gran negociador –malicioso y radical– defendiendo los derechos de mis compañeros de trabajo. Sin militar en ningún bando, esta parte dulce y positiva del cuento se la debo a mi padre, a su poesía, él me enseñó a luchar por causas justas. Y a perderlas casi todas.


Y así, como barrilete sin cola, después de años, volteretas y caídas regresé al Sinú. La música, la poesía, la literatura volvieron a llenar mi vida. Hoy en Sahagún, ciudad extraña, de inmensos contrastes, dominada por egos y dobleces, donde habitan, empero, seres excepcionales que sobresalen en lo cultural y dignifican el arte del sentir. Desde mi trinchera aporto en soledad lo mío.


¡Qué vaina tan complicada esta de existir, y la otra que rimando la acompaña: la de tener que convivir! Dejémonos de pendejadas: la felicidad no existe, cualquier hecho, por más agradable que sea, deja ver la tristeza que lo llora. Y los poetas sí que saben darse cuenta. Se necesita solo acelerar el tiempo, como en las buenas películas que acaban en tragedia. En la mejor tragedia de todas: la que no requiere derramar sangre para mostrar su doloroso encanto.


Por fregar, me inventé un nombre artístico: “El cantor del destiempo”, y he publicado a medias los siguientes libros:


Poemas de antesala (poemario, 1991)

Cuando la muerte ama (libro de cuentos, enero de 2000)

Un imposible viaje (poemario, junio de 2002)

Cantando a destiempo (poemario, junio de 2010)


Poseo un ramillete de libros inéditos, ya terminados, que es como para asustar a cualquiera. Son, en orden cronológico:


Preces del olvido (poemario, 2012)

Llorar contigo (poemario, 2013)

En libación solitaria (poemario, 2014)

Sobre mojado (poemario, 2014-2015)

Prosas para romper la felicidad (poema en prosa, 2015)

Entre oquedades y tedios (poemario, 2015-2016)

Prosas para romper la felicidad (II) (poema en prosa, 2016-2017)


Y dos libros más en proceso de escritura: Santo remedio (libro de cuentos); La pequeña vida (novela).


Confieso que no sé qué hacer con ellos, me reconozco, ¡por fin!, incapaz de autopublicarme, y como prácticamente habito en la oscuridad encontrar un editor que lo haga por mí es otra de las grandes utopías que me han jodido siempre. Así que les dejaré ese lío a mi compañera de efugios y a mi descendencia: a K (tranquila, te quedará también mi pensión de servidor público mal remunerado), y a mis dos hijos de diferentes mundos, por fortuna contrarios a estos incomprensibles males del espíritu. No faltará por ahí, al correr del tiempo, algún nieto, bisnieta o tataranieto que de manera misteriosa se interese.


Como si fuera poco, me muevo también en asuntos musicales, compositor de alrededor de siglo y medio de canciones en ritmos o aires de paseo, merengue, porro, cumbia, bolero, balada, bullerengue sentao y fusiones. Y de una vez lo digo: gracias a lucifer nadie me graba. Alguna vez, andando en festivales, empecé a hablar de “sinuanato” (un amigo alado y bohemio prefiere el término “sinuato”) para tratar de identificar un poco la atipicidad que me alimenta; finalista y premiado en sus concursos de canción inédita un disco compacto que da cuenta parcial de estos recorridos vio la penumbrosa luz el 5 de diciembre de 2016. Su título no podía ser más ingenuo y engañoso: “Y cantaré por siempre”. Enemigo por convicción del criterio comercial en boga (vacío y ridículo a más no poder), su fracaso económico y escasa circulación eran de esperarse. Así que si acaso seguirán cantándose mis canciones en el lodazal del Tiempo, cosa que no me desagrada para nada: quizá sea este el mejor destino posible de los cantos profundos.


Ajeno de roscas y lamberías, no sé cómo pero he sido jurado de concursos musicales y de declamación. Hasta he participado con lectura de poemas y presentación de ponencias en festivales, encuentros, conversatorios, congresos y eventos afines (y escuchen bien: locales, regionales, nacionales e internacionales… así los califican en Colombia cuando asisten extranjeros; lo más lejos que yo he viajado es al corazón de la tarralí). Pero hace rato no me invitan a esos clubes de amigos que se adulan unos a otros y hasta se homenajean entre ellos. Debe ser por alguna crítica publicada en un blog que creé en 2008, “Esconces y Destiempos”, en el que una vez se me voló la piedra y me desahogué señalando algunas incómodas y punzantes “verdades”. Mentiras que además produzco, irresponsablemente a salvo de mí mismo.


De todos modos, quien quiera convocarme a una lectura poética o a una puesta en escena musical o a algo que se les parezca (reír no cuesta nada), ya sabe cómo encontrarme. Por aquí, en Facebook (Francisco Burgos A) o en el correo: sinumania@hotmail.com. Y si quieren un número telefónico ahí les tiro este: 3007863950. Les ofrezco shows de esos que se roban miserablemente todos los aplausos. Aunque como dice una enemiga gratuita que tengo por ahí –que se las da de gestora cultural y hasta de poeta–, ¿para qué?, no pierdan el tiempo, FBA no tiene obra, es culturalmente un desechable. Y me temo que tiene toda la razón.


Después de todo lo anterior, comprenderán por qué una psiquiatra me declaró portador de un “trastorno de ansiedad crónica generalizada”. Así que ojo: soy peligroso, impredecible. Cervezas y tertulias con pocos amigos siguen siendo parte de la terapia que tuve que interpretar y ajustar para poder sobrevivir al diagnóstico. Y ahí vamos, dando lata todavía.


Se me olvidaba: a mi madre (muerta en 2009), le heredé un poco de su infinita bondad. Lágrimas secas me siguen persiguiendo.


Por último, breve noción de un lastre: nací, como se dice comúnmente, en cuna buena, con apellido ilustre, y, pese a sus aparentes ventajas, ni les cuento lo que me ha costado sobrellevar esta carga a la hora de intentar mostrarme como en verdad me imagino que soy. Y una aclaración: pertenezco al “Burgos” cultural (cuyo Estado Mayor Central continúa siendo presidido por el extinto poeta orense H. Galo Vurgos Perdomo, sin la “B” del ornato), no al politiquero, aunque soy más político que todos ellos juntos, solo que la política en la que creo no es de este mundo, mucho menos para esta criolla perdición abundante en lacras y en corruptos. Por tanto, no tengo plata (¡sí!, amigos, ¡así es!, inviten, paguen la maldita cuenta de las “frías” que quedaron debiendo la última vez), soy de estrato 2.16 en promedio (6+2-1.5 dividido 3), y sin herencia a la vista pervivo con un modesto sueldo que pondrá en apuros a mi pobre K cuando yo le falte y tenga ella que cubrir todo lo que significa esfumarse de esta farsa. Confío en que no la dejen sola… ¿Familiares? ¿Amigos? Respondan, comprométanse, ¿hay alguien por aquí?


Bueno, eso es todo (por ahora), ¿cómo la ven?


Los dejo con sus éxitos y esperanzas.


Y con un poemita (cuota inicial de un nuevo libro) escrito la noche del viernes 10 de febrero de 2017, de un tirón, en medio del recital de unas amigas y con jazz juvenil amenizando.


La poesía hay que reventarla

escupirla

adoctrinarla,

que sirva algunas

desastrosas

veces

para algo.

Y por favor no la lloren

no se desmayen

frente a ella.

Se merece solita

toda la imperfección

del mundo.

Déjenla bailar tranquila

sus tristezas,

seamos todos capaces

de olvidarla.



F

B

A