PEQUEÑA AUTOBIOGRAFÍA TRAGICÓMICA
Respondo al nombre de Francisco Burgos Arango y también al
alias (¡cuidado!) de FBA. Dicen que
soy poeta,
escritor y compositor de canciones, y estoy por creer que algo de esta calumnia
debe ser cierto. Nací en la colombiana ciudad de Montería, a orillas del río
Sinú, hace un montón de años, en el Hospital San Jerónimo, cuando estaba lejos
de convertirse este en sede de fiscalías. No sé cómo pero cursé y aprobé
estudios de primaria y secundaria en un colegio de curas (La Salle; colegio de La Salle tan temido, así nos tienes hoy, sin pizca de emoción..., así empieza mi versión de su glorioso himno), en el que
pasé, ¡qué duda cabe ya!, los peores años de mi opaca vida. Dos árboles
hermanos (uno de guayaba, el otro de mamón) me ayudaron a resistir tanta
infelicidad acumulada cuando, liberado de la tortura escolar, volvía a casa y
al patio donde ambos vivían, trepándome de inmediato a ellos para pensar (nunca
he sido soñador) en futuros y mejores crepúsculos. Dichos árboles fueron con el
tiempo asesinados por la envidia vecina y el progreso familiar. Con cartón de
bachiller –fuerza mayor irresistible– me
echaron de mi tierra a empellones, me extirparon la única felicidad que tenía
en ese entonces (noches enteras jugando fútbol con los jardineros del barrio;
uno de mis cuentos recuerda aquellos soles), rumbo a una universidad también de
curas (la UPB de Medallo, cuando su facultad de derecho estaba situada en una
especie de monasterio lóbrego, frío y silencioso), de la cual, como pude,
después de un par de retiros y reingresos logré egresar más muerto que vivo,
sin saber qué diablos hacer “laboralmente” de ahí en adelante, con mi padre
realmente muerto, recién enterrado, y con otra experiencia amarga dañando el
corazón del muchacho extraviado que algún día fui (que sigo siendo).
Mi
primer trabajo llegaría para sellar la fe de la amargura. Municipio de
Montería, juez permanente de policía, cárcel municipal, dos años y pico
lidiando peleas, insultos, amenazas, corrupciones, delitos, contravenciones, cantinazos y cadáveres. Época aciaga y
violenta, más de ochenta levantamientos me familiarizaron con la variopinta
muerte, turnos larguísimos los de aquellas noches al vaivén de la siempre
festiva calle 41, pues debo alegrarme un poco y decir que fueron también dos
años y pico de muchas cervezas y ruidoso dominó. Como debo contentarme asimismo
al recordar a las innumerables pelanduscas que fueron mis amigas, cuando las
ponían a disposición del juez de turno en las batidas o acudían temprano,
rayando el alba, a hacerse el control de sanidad.
Desempleado,
las luchas estudiantiles me esperaban, y fue así como el viejo sueño de
estudiar Ciencias Sociales en la Universidad de Córdoba llegó para “salvarme”.
Pero esta historia la contaré después, en mis eventuales “memorias”, ya que es
rica en hechos y en matices, extremadamente bella y tormentosa. Basta con decir
que creo poseer el récord en ambas universidades de ser el egresado que ha
tardado más para graduarse. En el primer caso porque odiaba el Derecho (esto me
enorgullece) y en el segundo porque me tocó emigrar por instinto de
conservación (esto, a estas alturas, no tengo la puta menor idea de qué
signifique o para qué me sirva; solo cruces, olvidos, traiciones de amigos, invisibles desgracias…).
Entre tanto, mi segundo y actual trabajo (cuando se vuelva recuerdo hablaré de
él) me ha permitido ir de ciudad en ciudad, de traslado en traslado, por más de
veintitrés años, buscando el sitio ideal donde enfrentar con relativo optimismo
y mínima tranquilidad el rigor de la iniciática vejez. Uno de esos traslados me
permitió volver a los angustiosos días de mi inexistencia jurídica en Medallo,
pero esa vez, golpeado y con la firmeza del sobreviviente, aproveché la estadía
para cursar estudios de Ciencia Política en la Universidad de Antioquia
(experiencia esta sí grata e inolvidable). Dicen también que soy un buen
sindicalista, gran negociador –malicioso y radical– defendiendo los derechos de
mis compañeros de trabajo. Sin militar en ningún bando, esta parte dulce y
positiva del cuento se la debo a mi padre, a su poesía, él me enseñó a luchar
por causas justas. Y a perderlas casi todas.
Y
así, como barrilete sin cola, después de años, volteretas y caídas regresé al
Sinú. La música, la poesía, la literatura volvieron a llenar mi vida. Hoy en
Sahagún, ciudad extraña, de inmensos contrastes, dominada por egos y dobleces,
donde habitan, empero, seres excepcionales que sobresalen en lo cultural y
dignifican el arte del sentir. Desde mi trinchera aporto en soledad lo mío.
¡Qué
vaina tan complicada esta de existir, y la otra que rimando la acompaña: la de
tener que convivir! Dejémonos de pendejadas: la felicidad no existe, cualquier
hecho, por más agradable que sea, deja ver la tristeza que lo llora. Y los
poetas sí que saben darse cuenta. Se necesita solo acelerar el tiempo, como en
las buenas películas que acaban en tragedia. En la mejor tragedia de todas: la
que no requiere derramar sangre para mostrar su doloroso encanto.
Por
fregar, me inventé un nombre artístico: “El cantor del destiempo”, y he
publicado a medias los siguientes libros:
Poemas
de antesala (poemario, 1991)
Cuando
la muerte ama (libro de cuentos, enero de 2000)
Un
imposible viaje (poemario, junio de 2002)
Cantando
a destiempo (poemario, junio de 2010)
Poseo
un ramillete de libros inéditos, ya terminados, que es como para asustar a
cualquiera. Son, en orden cronológico:
Preces
del olvido (poemario, 2012)
Llorar
contigo (poemario, 2013)
En
libación solitaria (poemario, 2014)
Sobre
mojado (poemario, 2014-2015)
Prosas
para romper la felicidad (poema en prosa, 2015)
Entre
oquedades y tedios (poemario, 2015-2016)
Prosas
para romper la felicidad (II) (poema en prosa, 2016-2017)
Y
dos libros más en proceso de escritura: Santo remedio (libro de cuentos); La
pequeña vida (novela).
Confieso
que no sé qué hacer con ellos, me reconozco, ¡por fin!, incapaz de
autopublicarme, y como prácticamente habito en la oscuridad encontrar un editor
que lo haga por mí es otra de las grandes utopías que me han jodido siempre.
Así que les dejaré ese lío a mi compañera de efugios y a mi descendencia: a K
(tranquila, te quedará también mi pensión de servidor público mal remunerado),
y a mis dos hijos de diferentes mundos, por fortuna contrarios a estos
incomprensibles males del espíritu. No faltará por ahí, al correr del tiempo, algún
nieto, bisnieta o tataranieto que de manera misteriosa se interese.
Como
si fuera poco, me muevo también en asuntos musicales, compositor de alrededor de
siglo y medio de canciones en ritmos o aires de paseo, merengue, porro, cumbia,
bolero, balada, bullerengue sentao y fusiones. Y de una vez lo digo: gracias a lucifer
nadie me graba. Alguna vez, andando en festivales, empecé a hablar de
“sinuanato” (un amigo alado y bohemio prefiere el término “sinuato”) para
tratar de identificar un poco la atipicidad que me alimenta; finalista y
premiado en sus concursos de canción inédita un disco compacto que da cuenta parcial
de estos recorridos vio la penumbrosa luz el 5 de diciembre de 2016. Su título
no podía ser más ingenuo y engañoso: “Y cantaré por siempre”. Enemigo por
convicción del criterio comercial en boga (vacío y ridículo a más no poder), su
fracaso económico y escasa circulación eran de esperarse. Así que si acaso
seguirán cantándose mis canciones en el lodazal del Tiempo, cosa que no me
desagrada para nada: quizá sea este el mejor destino posible de los cantos
profundos.
Ajeno
de roscas y lamberías, no sé cómo pero he sido jurado de concursos musicales y
de declamación. Hasta he participado con lectura de poemas y presentación de
ponencias en festivales, encuentros, conversatorios, congresos y eventos afines
(y escuchen bien: locales, regionales, nacionales e internacionales… así los
califican en Colombia cuando asisten extranjeros; lo más lejos que yo he
viajado es al corazón de la tarralí). Pero hace rato no me invitan a esos
clubes de amigos que se adulan unos a otros y hasta se homenajean entre ellos.
Debe ser por alguna crítica publicada en un blog que creé en 2008, “Esconces y
Destiempos”, en el que una vez se me voló la piedra y me desahogué señalando
algunas incómodas y punzantes “verdades”. Mentiras que además produzco,
irresponsablemente a salvo de mí mismo.
De
todos modos, quien quiera convocarme a una lectura poética o a una puesta en
escena musical o a algo que se les parezca (reír no cuesta nada), ya sabe cómo
encontrarme. Por aquí, en Facebook (Francisco Burgos A) o en el correo: sinumania@hotmail.com. Y si quieren un número telefónico ahí les tiro
este: 3007863950. Les ofrezco shows de esos que se roban miserablemente todos
los aplausos. Aunque como dice una enemiga gratuita que tengo por ahí –que se
las da de gestora cultural y hasta de poeta–, ¿para qué?, no pierdan el tiempo,
FBA no tiene obra, es culturalmente un desechable. Y me temo que tiene toda la
razón.
Después
de todo lo anterior, comprenderán por qué una psiquiatra me declaró portador de
un “trastorno de ansiedad crónica generalizada”. Así que ojo: soy peligroso,
impredecible. Cervezas y tertulias con pocos amigos siguen siendo parte de la
terapia que tuve que interpretar y ajustar para poder sobrevivir al
diagnóstico. Y ahí vamos, dando lata todavía.
Se
me olvidaba: a mi madre (muerta en 2009), le heredé un poco de su infinita
bondad. Lágrimas secas me siguen persiguiendo.
Por
último, breve noción de un lastre: nací, como se dice comúnmente, en cuna buena, con apellido ilustre, y,
pese a sus aparentes ventajas, ni les cuento lo que me ha costado sobrellevar
esta carga a la hora de intentar mostrarme como en verdad me imagino que soy. Y
una aclaración: pertenezco al “Burgos” cultural (cuyo Estado Mayor Central continúa
siendo presidido por el extinto poeta orense H. Galo Vurgos Perdomo, sin la “B”
del ornato), no al politiquero, aunque soy más político que todos ellos juntos,
solo que la política en la que creo no es de este mundo, mucho menos para esta criolla
perdición abundante en lacras y en corruptos. Por tanto, no tengo plata (¡sí!,
amigos, ¡así es!, inviten, paguen la maldita cuenta de las “frías” que quedaron
debiendo la última vez), soy de estrato 2.16 en promedio (6+2-1.5 dividido 3),
y sin herencia a la vista pervivo con un modesto sueldo que pondrá en apuros a
mi pobre K cuando yo le falte y tenga ella que cubrir todo lo que significa
esfumarse de esta farsa. Confío en que no la dejen sola… ¿Familiares? ¿Amigos?
Respondan, comprométanse, ¿hay alguien por aquí?
Bueno,
eso es todo (por ahora), ¿cómo la ven?
Los
dejo con sus éxitos y esperanzas.
Y
con un poemita (cuota inicial de un nuevo libro) escrito la noche del viernes
10 de febrero de 2017, de un tirón, en medio del recital de unas amigas y con jazz
juvenil amenizando.
La
poesía hay que reventarla
escupirla
adoctrinarla,
que
sirva algunas
veces
para
algo.
Y
por favor no la lloren
no
se desmayen
frente
a ella.
Se
merece solita
toda
la imperfección
del
mundo.
Déjenla
bailar tranquila
sus
tristezas,
seamos
todos capaces
de
olvidarla.
F
B
A
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