viernes, 3 de agosto de 2018


INVECTIVA EN Mi Menor (Em)

Mi Menor (Em): 11:15 de la noche, domingo. Pienso en la poesía. Soliloquiar funciona a veces, así que a dar lora, no importa la hora, me animo cacofónico. Más que pensar en la poesía pienso en los libros de poesía (al menos en los que, en verdad, de alguna manera la contienen). Recuerdo una conversación meses atrás durante una feria de libros. No es buen negocio para editoriales, me cuenta la mujer que atiende el estand de la suya, explorando yo la posibilidad de publicar con ellos alguno de los míos. ¿Cuántos tiene?, ¿son todos poemarios?, pregunta ella interesada. Respondo resignado y con algo de vergüenza irresponsable: ocho, son ocho libracos inéditos que se suman a cuatro que medio autopubliqué hace tiempo, con bastante intervalo entre uno y otro. Que si son poemarios (dudo en admitirlo)..., ¡pues sí!, aunque hay dos que podrían calificar como poema en prosa, o más bien, son prosas que juegan a ratos a ser poemas, una especie de diario de calles y tiendas de esquina con ribetes hasta novelescos. ¿Y qué piensa hacer con todo eso?, me pregunta no tan interesada. No sé, supongo que quemarlo, lo que en versión menos romántica significa aplicarle el delete informático.

Si Siete (B7): 11:50. Caigo en la cuenta de que ni yo mismo (que intento con insistencia escribirla) soy lector-consumidor de poesía. Lo fui alguna vez, en mis tiempos de estudiante de Derecho, cuando frecuentaba no librerías jurídicas sino la “Continental” en Medellín (la de la cuadra Primero de Mayo con Palacé, lindante con la Plazuela Nutibara), hoy extinta, y siempre salía con otro libro de versos en el sobaco. Recuerdo uno, de Leonard Cohen, que inconscientemente guardé para leerlo treinta años después, y cuando, en efecto, lo hice, verifiqué que hay libros que no deben leerse de inmediato, hay que darles tiempo, esperarlos o que nos esperen, pues a ese coitar de infidelidad también le llega su momento. La Caja de especias de la tierra es uno de ellos, jamás hubiera descubierto su estética de tempo lento y profundo treinta años atrás. A Flores para Hitler, adquirido también en aquellas calendas, no le ha llegado todavía su hora. Maravilloso saber que Leonard murió en 2016, activo, octogenario, y canciones y libros suyos continúan viviendo sin él como si nada.

La Menor (Am): lunes de desvelos, deben ser como las dos de la mañana, qué me estará pasando, ni pizca de sueño, me acuerdo de un libro de Carlos Castaneda (¿será cierto eso de que mutó de Castañeda a Castaneda porque su máquina de escribir no tenía eñe?), Relatos de poder, que enseñaba a detener el diálogo interno y a evaporar personas (sobre todo enemigas; con este método, a una horrible y acosadora jefe de oficina logré desaparecerla de mi vista), al igual que de unos ejercicios mágicos, los pases de la tensegridad que, con garras de águila, practiqué fructíferamente durante los años que viví en La Caterva. ¡Ni modo!, hoy no me sirven de mucho, me sigue la pensadera, despiertos como están ahora en mi cabeza los festivales literarios, en especial los de poesía, en auge por estos meses, con todo el amiguismo que los caracteriza. Pero en lo que realmente pienso es en los pobres muchachos de secundaria obligados por sus profesores a asistir a esas lecturas poéticas por lo general intrincadas y tediosas, de gente adulta y extravagante (pésimos lectores de poesía casi todos) a la que tienen que escuchar impelidos hasta por notas y tareas. Entre esto y lo de aquel cura pando del colegio abiótico, despótico y traumático en el que estudié primaria y bachillerato no hay mucha diferencia. Misa a cada momento y en pie, en el amplio salón donde, vaya paradoja, también se hacían los recreos. ¿Misa y poesía será que son lo mismo? No decía acaso un premiado poeta colombiano que la poesía, para no ser retórica, debe ser una oración... Hago un gesto de nahual y espanto este pecado. Me perdono por tener que preguntarme entonces qué sería de esos festivales y del dinero estatal que se destina, vía concertación, a ellos, sin ese público juvenil que sirve para cumplir requisitos y con el que, a falta de presos y de ancianos, se llenan o rellenan los espacios culturales. Esto del registro fotográfico se presta para todo. Hace un tiempo fui con mi compañera de enredos sentimentales a un evento literario en condición, ambos, de asistentes. Ella, que detesta las fotos más que yo, fue pillada por una cámara al servicio de estas exigencias oficiales, y tres o cuatro años más tarde vimos la susodicha foto divulgada como prueba de un evento posterior del mismo círculo.

Do Mayor (C): 3:17 a.m., buena hora para leer a Leopardi (¡sí!, mentí, todavía leo poesía). Lo hago ahora en un juguetico nuevo, una Kindle paperwhite de Amazon para leer libros electrónicos. Toca modernizarse un poco, pues las librerías (como ocurrió con los almacenes de casetes, elepés y compactos) van en descenso, y la oferta de Internet (quitando la basura, que es mucha) supera en todo caso el inventario de las que han sobrevivido a la era digital (al menos en este calamitoso país de la felicidad en el que habito). El mundo virtual llegó para quedarse. Eso creo, aunque a estas alturas de la noche conviene no creer en nada, el mundo virtual también desaparecerá, mucho más rápido que su opuesto, y quién sabe en qué comunidad primitiva terminará sus días la especie humana creyéndose con el derecho de subsistencia ni en qué planeta deshabitado podrá otra vez multiplicarse. ¿Qué haces, luna, en el cielo? Dime, ¿qué haces silenciosa luna? Minado por distintas enfermedades desde niño, y aquí está otra vez Leopardi advirtiéndonos que es funesto a quien nace el nacimiento. ¿Habrá luna en dos mil años más?, le pregunto al poeta, pero ni él ni la luna me responden, y esta, cabeceando en el cielo, parece haber sido tocada por la naturaleza mortal que nos consume.

Re Mayor (D): cuatro y doce, un libro real, físico, de papel, quizá ayude a conciliar el sueño. Ojalá un libro duro, cortante, peligroso, en el que la soledad y el desarraigo conversen con la muerte (Lejos de Roma valdría la pena releerlo, si no fuera porque otro escritor atípico, Mario Levrero, me dispensa desde hace días una luminosa vacuidad). No tengo remedio: lo alegre me deprime, lo triste me da aliento. Algo debo tener por dentro (algún circuito defectuoso) que no he logrado nunca que funcione bien. Pizarnik, Bolaño, Auster y Beckett están también al alcance de la hamaca, de este lecho colgante donde duermo (dormir es un decir), aunque velar es otra forma de dormir, quien piense lo contrario no sabe ni un ápice de estas cosas, no ha pasado largas noches de insomnio contemplando los poderes secretos de la oscurana, elijo al azar, prendo la lámpara de pie (me tropiezo de refilón con Felisberto Hernández, nadie encendía las suyas me recuerda) y las cinco historias de música y crepúsculo de Ishiguro terminan en mis manos. La música, siempre la música. Mi compañera de miedos duerme con placidez en su cama individual, dormir separados a lo mejor nos ayude a sofocar, tarde o temprano, ausencias dolorosas…

Sol Mayor (G): amanece, y un pensamiento trasnochado anda a la deriva. Pienso de nuevo en la poesía, o más bien en esos extraños estudiantes que sí podrían sentirse receptores, no justifica ello sin embargo el querer embutir poesía a diestra y siniestra accionando su pompa sin reparos, ese cuento absurdo de dizque democratizarla y expandirla, esos festivales debieran acabarse, lo mejor que puede pasar con la poesía es dejarla quieta, lejana y en silencio, permitirle copular intranquila con sus perversos amantes solitarios. Su mejor público se parece bastante al de aquel lugar vacío, en una universidad del Caribe, donde Aníbal Tobón y yo estuvimos, y en el que gracias a la desprogramación del evento nos salvamos de leer nuestras penurias. ¿Vestirse de poeta tendrá alguna justificación? La poesía es sencilla (entiéndase, por favor, sencilla) y cotidiana, y el poeta no necesita disfrazarse de poeta para serlo, eso me digo mientras llegan a mi mente ciertas vestes, sombreros, túnicas, barbas y ademanes, algún día me vestiré como tal, eso supongo, es posible que ya lo haya hecho y no me acuerdo, si bien mis pintas poemáticas, el pelo largo y otras rebeldías, me asemejan más al sol de la insurgencia. Y no estoy pensando en esta naranja que ya veo, que empieza a castigar desde el oriente la piel de mi ventana. Para mí el sol es oscuro y tormentoso. No podía faltar la estólida pregunta: ¿la poesía sirve para algo? ¡Sí!, si sirve. ¿Para qué? No sé. Y punto. No jodan más con eso.

Si Siete (B7): 10:40 a.m.; acorde transitorio para irme levantando. Debo despertar lo antes posible de esta vigilia sospechosa, sobre todo porque aún no salgo de este cuarto a degustar el tinto mañanero.

Mi Menor (Em): postmeridiano; en definitiva, este aparatico electrónico me tiene sorprendido, liviano y funcional, hasta permite resaltes, subrayados, recortes y anotaciones. Pero un primer problema se aproxima: ¿cómo reemplazar la figura del ojo y el número variable de pestañas con que registro mi paso por las frases que considero importantes en los libros? No me desanimo, un emoticono debe haber por ahí para ese uso. Quiero, además, seguir leyendo libros de carne y hueso que se puedan violar o consentir. Y es cuando salgo de la hamaca maldiciendo a mis ocho poemarios digitados, con la intención de preservar al mundo de las flores amargas que contienen.



FRANCISCO BURGOS ARANGO
(FBA)











martes, 23 de enero de 2018

DILEMA moral, amoral y hasta contra la moral si así lo prefiere alguien definir. Pero dilema al fin y al cabo. Como para meterse en camisa de once varas. ¿Qué es lo que se elegirá en Colombia el 11 de marzo de 2018? Nada más y nada menos que a un puñado de colombianos (268) que aspiran a ganarse más de treinta millones de pesos mensuales entre sueldo básico (faltando incremento salarial 2018), gastos de representación y prima técnica, y acceder también a privilegiados beneficios como: primas especiales de julio y diciembre, prima de localización, régimen excepcional de prestaciones y de pensiones, planes de telefonía móvil, camionetas blindadas, transporte regional, pasajes aéreos nacionales en clase ejecutiva, contratación de asesores, turismo internacional, vigilancia policiva, escoltas por cuenta igualmente del erario, cuantiosa incidencia en melosas inversiones, maniobras clientelistas y no sé qué otras perlitas del país corrupto que nos gastamos.

Y los colombianos somos tan pendejos que los elegimos para eso. El solo aspirar me parece de una indignidad absoluta si nos acordamos de la iniquidad que pesa en muchos aspectos sobre una república que en realidad nunca se independizó ni ha sido capaz de superar sus sociales contradicciones y violencias enfermizas.

En lo particular (para no mencionar casos mucho más aberrantes y masivos pegados al desempleo, a la informalidad, al rebusque, al salario mínimo que ni siquiera es mínimo y al tener que trabajar incluso a cambio de salarios irrisorios y humillantes), recuerdo que a los funcionarios del Ministerio del Trabajo (la casa del trabajo dizque digno y decente, el “ejemplo por seguir”) les tocó acudir el año pasado a un paro de 42 días para medio empezar a dignificar los salarios de inspectores y demás funcionarios de otros niveles mal remunerados, y todavía es la hora que ni la astuta Ministra ni el dichoso Congreso les han cumplido a los trabajadores de la citada entidad. Lo que debía empezar en enero quedó pendiente a ver si en marzo, “en pleno ajetreo electoral”, se puede por fin aprobar, incluyendo los micos propios de las trapisondas politiqueras que le colgaron al proyecto. Y hay sindicatos torpes e ilusos que les creen.

Sabemos que nada va a cambiar por más que queramos apoyar a alguien capaz y honesto que consideremos podría merecerse nuestro voto. A lo sumo le ayudaríamos a esa persona a mejorar (en forma ostensible, mucho más de lo ética y comparativamente aceptable) su situación económica. En el utópico caso de salir electo, ¿qué podría lograr un sujeto así en un escenario como ese, en el que imperan las oscuras mayorías y las bancadas totalitarias? O se aísla para preservarse o se corrompe para lo mismo, y cuando más, en el primer caso, lo veríamos flameando uno que otro discurso televisado para ganar opinión, a sabiendas de su esterilidad en términos prácticos. Quizá le sirva para reelegirse más tarde. En todo caso, más grave sería votar para pagar favores o por pretenderlos. Y mucho peor si se termina votando por aspirantes de extensa fortuna y con apellidos de esos que han dominado a este país durante siglos. Verdad de Perogrullo agregar que las mafias electoreras y los liderazgos barriales que mueven los votos a punta de billete sí que saben hacer sus cosas, se trata de un malvado sistema que funciona casi a la perfección y los que tienen con qué aceitarlo van a la fija. Porque no es cualquier cosa lo que persiguen. Llegar al Congreso y sostenerse en el negocio de lo público garantiza no solo poder recuperar con creces lo invertido vía reposición de votos y a través de otras actuaciones non sanctas, sino acumular, además, mayor riqueza afianzándola en el sector privado.

Así pues, ¿qué hacer entonces? ¿Algún Lenin por aquí? Digamos, para no ser del todo pesimistas (pesimismo que tal vez sirva, por fuerza de paradoja, para que la gente reaccione siquiera contra él, mucho más que si optáramos por predicar ilusorios avances de cultura política y ciudadana), que por algo se empieza, que habría que intentar llevar al Congreso a personas con sólidos principios y visiones distintas, que hay valiosas excepciones, que no votar tampoco conduce a nada…

Solo que el dilema persiste y debe resolverse en función de coherencia y dignidad. No solo por lo nugatorio de tal propósito en un país que ha viciado tanto la democracia como el nuestro, sino porque habría que implementar primero reformas profundas y radicales que reduzcan el poder legislativo a sus justas proporciones. Votar, en las actuales condiciones, por alguien (por muy bien intencionado que se muestre) que en caso de ganar legitimará, quiéralo o no, el vil desequilibrio reinante, me parece (para el caso del voto limpio, libre, autónomo, de opinión y sin militancias partidistas) estúpido y contradictorio.

A menos que el voto en blanco, de opinión o de castigo nos depare sorpresas agradables, el 11 de marzo por la noche presenciaremos el sainete mil veces repetido. El monstruo sabe asegurar su supervivencia, sabe mimetizarse y renovarse de mentira. Hasta fraguarse oposiciones para impedir que verdaderas oposiciones puedan pelechar. A estas últimas, si no se las traga, las neutraliza.

Cuestionable resulta igualmente (y no por las razones ya manidas de la extrema derecha colombiana, experta en meter miedos baratos para que nada cambie, así hablen de crisis y de cambios para medio justificarse) que la cúpula fariana termine regodeándose en lo mismo, y sin depender en su estreno institucional de votación alguna. Entiendo por supuesto la dinámica de los procesos políticos y de solución de conflictos armados como el que aún se vive en Colombia, pero no habla muy bien de quienes argumentan vías de cambio social significativo el acabar conformando una corporación desprestigiada y repleta de privilegios, de esos que, como diría mi padre en un poema memorable, “desbordan al peatón y fertilizan sus angustias”. Tantos años de lucha, tantos muertos para eso… Inaceptable, y lo digo desde el corazón de lo perdido.

Respeto y aprecio el valor de algunas candidaturas, sé que es preferible que en un Congreso como el colombiano existan voces disonantes a que todos hablen el mismo lenguaje de continuidad y cinismo. El problema es que el solo hecho de aspirar me parece, como ya lo dije, oprobioso. Son tan conscientes algunos de ellos de la magnitud injusta y exagerada de los beneficios que implica, que han prometido desprenderse de unos cuantos en caso de ser elegidos. Me parece bien. Pero mejor sería no estar en la contienda electoral ni afincarse en partidos y movimientos de historia dudosa, sospechoso presente y desesperanzador futuro. Por otra parte, desconsuela también saber que en listas como la de la decencia hay reconocidas indecencias. Estamos jodidos por todos lados. Ni derecha. Ni izquierda. Ni los centros que pretenden acercarlas a través de mañosas coaliciones. Y los pueblos feriando el poder del voto sin remordimiento y sin escrúpulos.

Las Presidenciales pintan un tanto diferente. Hay algo en el ambiente que las está moviendo de manera extraña. Habrá que estar muy pendientes de lo que acontezca de aquí a mayo. De pronto, ¡esta vez sí!, nuestro voto se necesite y pueda ser determinante.

Por lo pronto, finalizan treinta días por fuera de lo laboral que he aprovechado para hacerme acompañar de música universal como la del yarumaleño Carlos Palacio, y de libros como: las conferencias sobre el tango de Borges, Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas, la trilogía de Escenas de una vida de provincias de Coetzee, la poesía completa de Pizarnik y el Otromundo de Gelman, El maestro de esgrima de Arturo Pérez-Reverte, El año de la muerte de Ricardo Reis de Saramago y Lejos de Roma de Pablo Montoya (que terminé de leer anoche, ¡tremendo libro!; prosa poética, más que novela, en la que la mitología, la historia, la poesía, la imaginación, el amor y el desarraigo se entrelazan bellamente). Días que alcanzaron hasta para empezar a recorrer La ciudad antigua de Fustel de Coulanges y aproximarme a Los Celtas de Henri Hubert. Cuatro  libros más espero tener pronto en lista de lectura: El pintor de batallas de Arturo Pérez-Reverte, Una casa para siempre de Enrique Vila-Matas, Los derrotados de Pablo Montoya y La lluvia en el desierto de Eduardo García. Difíciles de conseguir, pero voy tras ellos.

Me excuso por la impertinencia de relucir lo anterior, empleado solo para preguntar qué sería del mundo sin música y sin libros. Volveré, pues, a los rigores mal retribuidos del ruido del trabajo, con la esperanza de sacar tiempo para proseguir la escritura de mis propios libros e intentar publicar alguno de ellos antes de que se vaya este año que ya cogió carretera.

Tiempo de elecciones. Tiempo de repensar la vida y el país en que callamos. De atrevernos a sopesar las verdades de un mejor destino, de dejar atrás un parlamento de sinsabores, de abandonar el absurdo partidismo, de torcer el curso de una tragedia que se creyó demócrata y republicana. Para que, en lugar de patria te adoro en mi silencio mudo y temo profanar tu nombre santo, decir como Ovidio, lejos de Roma, que la patria es una aldea desolada sobre la cual gira un viento sin nombre y sin rumbo. Y acunarlo de tan hiriente forma que sea posible aprender a transformarla.

Me despido. Y por favor: si votan, que, al menos… ¡no sea tan mal!


FBA                              



lunes, 8 de enero de 2018

HAY MUERTES ajenas que terminan doliendo como propias. En especial, si se trata de un poeta (de uno bueno) y si te enteras de su prematura muerte la tarde de un pesado y silencioso domingo de enero: un año, ocho meses y diecinueve días después…

Aunque lo tenía de algún modo olvidado –luego de haberlo leído con relativa abundancia–, algo que estaba leyendo de Enrique Vila-Matas sobre el síndrome de Bartleby me llevó hoy a pasar de nuevo por su Web, en pos de noticias alentadoras, pues hasta hace solo ciento ochenta minutos este poeta de origen brasileño, de padres españoles, radicado desde niño en España, seguía, para gloria de mi ignorancia, vivo, ¡muy vivo! Y es cuando me entero de que el poeta EDUARDO GARCÍA murió en Córdoba-Andalucía-España el 19 de abril de 2016, debido a un cáncer de páncreas que interrumpió su fértil arribo a los 51 años.

En realidad, qué ajeno va a ser un poeta que logra en verso y en prosa horadar virtualmente el alma de eventuales y desconocidos lectores que, allende fronteras, terminan acomodándolos (versos y prosas) en el rincón más apreciado de lo ignoto. Una amistad como esa, sin apretón de manos, sin abrazos convencionales, sin saludos académicos, sin contextos físicos, sin conversaciones rutinarias, llega a ser más poderosa que cualquiera de las que el mundo real prodiga tanto como cercena. Difícilmente morirá de veras un poeta que queda tan arraigado en el acervo de nuestras preferencias poéticas y literarias. Solo que cuando un gran poeta muere, algo igualmente grande perece en quienes cifran la seguridad de su existencia en la necesaria inmortalidad de quien la nutre.

Aún conservo su cálida respuesta a un correo electrónico que, sin esperanza de ser atendido, le envié el 25 de diciembre de 2008, solicitándole información sobre su libro “Escribir un poema”, interesado como me encontraba (y me encuentro todavía) en adquirir un ejemplar del mismo. Otro domingo, el 28 de diciembre de 2008, recibí su epístola electrónica: “Estimado amigo: Muchas gracias por el aliento. Se agradece que alguien al otro lado del mar se interese por mi obra. Esta complicidad entre distantes desconocidos es un don que hay que agradecerle a la poesía… Es un modo, precisamente, de ‘saltar el charco’. Soy latinoamericano de nacimiento y siento el océano como una brecha editorial –rara vez nuestros libros logran llegar a los lectores del otro lado– que Internet nos permite salvar. Un cómplice saludo”.

Y casualmente, otro domingo, el 4 de octubre de 2009, divulgué en mi blog Esconces y Destiempos su poema “Al fondo de la escena”, bastante cercano a mis textos sobre rituales hogareños.


AL FONDO DE LA ESCENA

He cruzado el umbral. Estoy en casa.
Después del frío, el viento y los veranos
he venido. Saludo a los objetos
con un suspiro grave y respetuoso.
La sala decorada con flores que parecen
desplomarse carnívoras sobre los comensales.
He ocupado mi silla. Alguien comenta
el precio escaso de la vida humana
en un país remoto y las noticias
dejan caer promesas de un futuro
que merezca la pena. La mujer
me sirve una sonrisa.
El hombre habla con ella como quien acaricia
un sueño que se hiciera cotidiano.
Bajo el mantel los niños se pelean.
La sal. El pan. La mesa como siempre:
cada cual en su sitio, absorto en la tarea
de ser el personaje que la trama
dispone.
Así, ya ves, somos felices.
Ignoramos que un día la ausencia de la madre,
esa silla vacía, inconcebible,
hará que el niño aquél –al fondo de la escena–
escriba estas palabras.

EG

Pues bien, me entero también hoy, este domingo de abulias y quimeras en el que estreno la noticia de su muerte, que un libro con toda su obra poética, titulado “La lluvia en el desierto”, se encuentra circulando desde marzo de 2017. En medio de todo, no deja de ser admirable que lo que has escrito durante veintiún años (1995-2016) llegue, después de tu muerte, a prolongar tus días… Seguramente, él mismo lo hubiera hecho, de haber podido acumular más años.                

Así que si alguien viaja a Sevilla o a Madrid, por favor avísenme, a ver si puedo conseguir todavía, en El Olivo Azul, “Escribir un poema”, y obtener, además, con ayuda dadivosa y terrígena, “La lluvia en el desierto”.        

En junio de 2010, en mi libro “Cantando a Destiempo”, incorporé el siguiente texto dedicado al poeta Eduardo García… Nunca se lo mandé. Pero debe estar leyéndolo ahora, en ese lugar privilegiado donde la nada del mundo se reencuentra con su otra mitad.          

LA VIDA: EPÍLOGO PARA ENSOÑADORES

Voy hacia ti. Si algo de verdad me espera
Ahí llegaré. No seré el primero ni el
Segundo pero tampoco el último.
Hay poetas al otro lado del mar
Que me acompañan. Cada uno
En lo suyo y en lo tuyo. A izar velas
Se dijo. A empacar malestares
Por si acaso. 

Voy hacia ti. Dejo distancias y temores
Del pasado. Caminante sin rumbo
Recupero, palmo a palmo, el horizonte:
Porto algarabía sin el favor del viento.
Se oyen cada vez  más lejos las voces
Del ocaso. Pero en las antípodas       
Crece la sed del todo, las palabras no se
Usarán más nunca sin peligro.

Una nueva vida nos espera llena de
Ritmo y contundencia. El límite resbala.
La agresividad no duerme. Voy hacia
Ti soñando con muros de colores,
Destiempos que se juntan. La emoción
Concita rebeldías, la elegía recibe 
Incandescencias. El tiempo se apresta
A consentirnos y hasta en las postrimerías 
Se advierte algún futuro.

Voy hacia ti con mi cuota de nada
Y de silencio, la elección del fracaso  
En la poesía, su inutilidad al servicio
De la muerte. Si descendí a los infiernos
Tengo derecho a retomar tu ruta
Romper el verso con la belleza
A cuestas, sin perfección ni formas
Loar esta aventura.

Poetas del futuro que reptan y develan
Con los fusiles del canto. La intuición
Les sirve de reflejo mientras Vallejo
Dispara. La utilidad del verso se siente
En las entrañas, entrañas que al dolor
No alaban, melancolía donde el lenguaje
Empuja, transformándose en luz 
Y salutación de la metáfora.

Voy hacia ti imaginando prisiones
Y revuelos. Hacia ti, vida que encantas
Pero también doblegas, buscando tus
Imágenes con ahínco, sembrando las
Utopías del vértigo en tu ardor de 
Periferia. Simbolismos y visiones
Presuponen la fiesta. Es hora de
Soñar en voz alta dice el poeta y yo
Lo sigo, lo sigo con mi escolta de    
Sobras y fantasmas.

FBA

Enlaces para acceder a la Web del poeta Eduardo García y a dos de sus poemas en su voz: