sábado, 2 de marzo de 2019

VOLVIÓ EL FESTIVAL (PASEO)

Letra y Música: FBA

Enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=iaRvJ1z-bgQ

Saludos desde el Sinú-Colombia.


FBA

viernes, 3 de agosto de 2018


INVECTIVA EN Mi Menor (Em)

Mi Menor (Em): 11:15 de la noche, domingo. Pienso en la poesía. Soliloquiar funciona a veces, así que a dar lora, no importa la hora, me animo cacofónico. Más que pensar en la poesía pienso en los libros de poesía (al menos en los que, en verdad, de alguna manera la contienen). Recuerdo una conversación meses atrás durante una feria de libros. No es buen negocio para editoriales, me cuenta la mujer que atiende el estand de la suya, explorando yo la posibilidad de publicar con ellos alguno de los míos. ¿Cuántos tiene?, ¿son todos poemarios?, pregunta ella interesada. Respondo resignado y con algo de vergüenza irresponsable: ocho, son ocho libracos inéditos que se suman a cuatro que medio autopubliqué hace tiempo, con bastante intervalo entre uno y otro. Que si son poemarios (dudo en admitirlo)..., ¡pues sí!, aunque hay dos que podrían calificar como poema en prosa, o más bien, son prosas que juegan a ratos a ser poemas, una especie de diario de calles y tiendas de esquina con ribetes hasta novelescos. ¿Y qué piensa hacer con todo eso?, me pregunta no tan interesada. No sé, supongo que quemarlo, lo que en versión menos romántica significa aplicarle el delete informático.

Si Siete (B7): 11:50. Caigo en la cuenta de que ni yo mismo (que intento con insistencia escribirla) soy lector-consumidor de poesía. Lo fui alguna vez, en mis tiempos de estudiante de Derecho, cuando frecuentaba no librerías jurídicas sino la “Continental” en Medellín (la de la cuadra Primero de Mayo con Palacé, lindante con la Plazuela Nutibara), hoy extinta, y siempre salía con otro libro de versos en el sobaco. Recuerdo uno, de Leonard Cohen, que inconscientemente guardé para leerlo treinta años después, y cuando, en efecto, lo hice, verifiqué que hay libros que no deben leerse de inmediato, hay que darles tiempo, esperarlos o que nos esperen, pues a ese coitar de infidelidad también le llega su momento. La Caja de especias de la tierra es uno de ellos, jamás hubiera descubierto su estética de tempo lento y profundo treinta años atrás. A Flores para Hitler, adquirido también en aquellas calendas, no le ha llegado todavía su hora. Maravilloso saber que Leonard murió en 2016, activo, octogenario, y canciones y libros suyos continúan viviendo sin él como si nada.

La Menor (Am): lunes de desvelos, deben ser como las dos de la mañana, qué me estará pasando, ni pizca de sueño, me acuerdo de un libro de Carlos Castaneda (¿será cierto eso de que mutó de Castañeda a Castaneda porque su máquina de escribir no tenía eñe?), Relatos de poder, que enseñaba a detener el diálogo interno y a evaporar personas (sobre todo enemigas; con este método, a una horrible y acosadora jefe de oficina logré desaparecerla de mi vista), al igual que de unos ejercicios mágicos, los pases de la tensegridad que, con garras de águila, practiqué fructíferamente durante los años que viví en La Caterva. ¡Ni modo!, hoy no me sirven de mucho, me sigue la pensadera, despiertos como están ahora en mi cabeza los festivales literarios, en especial los de poesía, en auge por estos meses, con todo el amiguismo que los caracteriza. Pero en lo que realmente pienso es en los pobres muchachos de secundaria obligados por sus profesores a asistir a esas lecturas poéticas por lo general intrincadas y tediosas, de gente adulta y extravagante (pésimos lectores de poesía casi todos) a la que tienen que escuchar impelidos hasta por notas y tareas. Entre esto y lo de aquel cura pando del colegio abiótico, despótico y traumático en el que estudié primaria y bachillerato no hay mucha diferencia. Misa a cada momento y en pie, en el amplio salón donde, vaya paradoja, también se hacían los recreos. ¿Misa y poesía será que son lo mismo? No decía acaso un premiado poeta colombiano que la poesía, para no ser retórica, debe ser una oración... Hago un gesto de nahual y espanto este pecado. Me perdono por tener que preguntarme entonces qué sería de esos festivales y del dinero estatal que se destina, vía concertación, a ellos, sin ese público juvenil que sirve para cumplir requisitos y con el que, a falta de presos y de ancianos, se llenan o rellenan los espacios culturales. Esto del registro fotográfico se presta para todo. Hace un tiempo fui con mi compañera de enredos sentimentales a un evento literario en condición, ambos, de asistentes. Ella, que detesta las fotos más que yo, fue pillada por una cámara al servicio de estas exigencias oficiales, y tres o cuatro años más tarde vimos la susodicha foto divulgada como prueba de un evento posterior del mismo círculo.

Do Mayor (C): 3:17 a.m., buena hora para leer a Leopardi (¡sí!, mentí, todavía leo poesía). Lo hago ahora en un juguetico nuevo, una Kindle paperwhite de Amazon para leer libros electrónicos. Toca modernizarse un poco, pues las librerías (como ocurrió con los almacenes de casetes, elepés y compactos) van en descenso, y la oferta de Internet (quitando la basura, que es mucha) supera en todo caso el inventario de las que han sobrevivido a la era digital (al menos en este calamitoso país de la felicidad en el que habito). El mundo virtual llegó para quedarse. Eso creo, aunque a estas alturas de la noche conviene no creer en nada, el mundo virtual también desaparecerá, mucho más rápido que su opuesto, y quién sabe en qué comunidad primitiva terminará sus días la especie humana creyéndose con el derecho de subsistencia ni en qué planeta deshabitado podrá otra vez multiplicarse. ¿Qué haces, luna, en el cielo? Dime, ¿qué haces silenciosa luna? Minado por distintas enfermedades desde niño, y aquí está otra vez Leopardi advirtiéndonos que es funesto a quien nace el nacimiento. ¿Habrá luna en dos mil años más?, le pregunto al poeta, pero ni él ni la luna me responden, y esta, cabeceando en el cielo, parece haber sido tocada por la naturaleza mortal que nos consume.

Re Mayor (D): cuatro y doce, un libro real, físico, de papel, quizá ayude a conciliar el sueño. Ojalá un libro duro, cortante, peligroso, en el que la soledad y el desarraigo conversen con la muerte (Lejos de Roma valdría la pena releerlo, si no fuera porque otro escritor atípico, Mario Levrero, me dispensa desde hace días una luminosa vacuidad). No tengo remedio: lo alegre me deprime, lo triste me da aliento. Algo debo tener por dentro (algún circuito defectuoso) que no he logrado nunca que funcione bien. Pizarnik, Bolaño, Auster y Beckett están también al alcance de la hamaca, de este lecho colgante donde duermo (dormir es un decir), aunque velar es otra forma de dormir, quien piense lo contrario no sabe ni un ápice de estas cosas, no ha pasado largas noches de insomnio contemplando los poderes secretos de la oscurana, elijo al azar, prendo la lámpara de pie (me tropiezo de refilón con Felisberto Hernández, nadie encendía las suyas me recuerda) y las cinco historias de música y crepúsculo de Ishiguro terminan en mis manos. La música, siempre la música. Mi compañera de miedos duerme con placidez en su cama individual, dormir separados a lo mejor nos ayude a sofocar, tarde o temprano, ausencias dolorosas…

Sol Mayor (G): amanece, y un pensamiento trasnochado anda a la deriva. Pienso de nuevo en la poesía, o más bien en esos extraños estudiantes que sí podrían sentirse receptores, no justifica ello sin embargo el querer embutir poesía a diestra y siniestra accionando su pompa sin reparos, ese cuento absurdo de dizque democratizarla y expandirla, esos festivales debieran acabarse, lo mejor que puede pasar con la poesía es dejarla quieta, lejana y en silencio, permitirle copular intranquila con sus perversos amantes solitarios. Su mejor público se parece bastante al de aquel lugar vacío, en una universidad del Caribe, donde Aníbal Tobón y yo estuvimos, y en el que gracias a la desprogramación del evento nos salvamos de leer nuestras penurias. ¿Vestirse de poeta tendrá alguna justificación? La poesía es sencilla (entiéndase, por favor, sencilla) y cotidiana, y el poeta no necesita disfrazarse de poeta para serlo, eso me digo mientras llegan a mi mente ciertas vestes, sombreros, túnicas, barbas y ademanes, algún día me vestiré como tal, eso supongo, es posible que ya lo haya hecho y no me acuerdo, si bien mis pintas poemáticas, el pelo largo y otras rebeldías, me asemejan más al sol de la insurgencia. Y no estoy pensando en esta naranja que ya veo, que empieza a castigar desde el oriente la piel de mi ventana. Para mí el sol es oscuro y tormentoso. No podía faltar la estólida pregunta: ¿la poesía sirve para algo? ¡Sí!, si sirve. ¿Para qué? No sé. Y punto. No jodan más con eso.

Si Siete (B7): 10:40 a.m.; acorde transitorio para irme levantando. Debo despertar lo antes posible de esta vigilia sospechosa, sobre todo porque aún no salgo de este cuarto a degustar el tinto mañanero.

Mi Menor (Em): postmeridiano; en definitiva, este aparatico electrónico me tiene sorprendido, liviano y funcional, hasta permite resaltes, subrayados, recortes y anotaciones. Pero un primer problema se aproxima: ¿cómo reemplazar la figura del ojo y el número variable de pestañas con que registro mi paso por las frases que considero importantes en los libros? No me desanimo, un emoticono debe haber por ahí para ese uso. Quiero, además, seguir leyendo libros de carne y hueso que se puedan violar o consentir. Y es cuando salgo de la hamaca maldiciendo a mis ocho poemarios digitados, con la intención de preservar al mundo de las flores amargas que contienen.



FRANCISCO BURGOS ARANGO
(FBA)











martes, 23 de enero de 2018

DILEMA moral, amoral y hasta contra la moral si así lo prefiere alguien definir. Pero dilema al fin y al cabo. Como para meterse en camisa de once varas. ¿Qué es lo que se elegirá en Colombia el 11 de marzo de 2018? Nada más y nada menos que a un puñado de colombianos (268) que aspiran a ganarse más de treinta millones de pesos mensuales entre sueldo básico (faltando incremento salarial 2018), gastos de representación y prima técnica, y acceder también a privilegiados beneficios como: primas especiales de julio y diciembre, prima de localización, régimen excepcional de prestaciones y de pensiones, planes de telefonía móvil, camionetas blindadas, transporte regional, pasajes aéreos nacionales en clase ejecutiva, contratación de asesores, turismo internacional, vigilancia policiva, escoltas por cuenta igualmente del erario, cuantiosa incidencia en melosas inversiones, maniobras clientelistas y no sé qué otras perlitas del país corrupto que nos gastamos.

Y los colombianos somos tan pendejos que los elegimos para eso. El solo aspirar me parece de una indignidad absoluta si nos acordamos de la iniquidad que pesa en muchos aspectos sobre una república que en realidad nunca se independizó ni ha sido capaz de superar sus sociales contradicciones y violencias enfermizas.

En lo particular (para no mencionar casos mucho más aberrantes y masivos pegados al desempleo, a la informalidad, al rebusque, al salario mínimo que ni siquiera es mínimo y al tener que trabajar incluso a cambio de salarios irrisorios y humillantes), recuerdo que a los funcionarios del Ministerio del Trabajo (la casa del trabajo dizque digno y decente, el “ejemplo por seguir”) les tocó acudir el año pasado a un paro de 42 días para medio empezar a dignificar los salarios de inspectores y demás funcionarios de otros niveles mal remunerados, y todavía es la hora que ni la astuta Ministra ni el dichoso Congreso les han cumplido a los trabajadores de la citada entidad. Lo que debía empezar en enero quedó pendiente a ver si en marzo, “en pleno ajetreo electoral”, se puede por fin aprobar, incluyendo los micos propios de las trapisondas politiqueras que le colgaron al proyecto. Y hay sindicatos torpes e ilusos que les creen.

Sabemos que nada va a cambiar por más que queramos apoyar a alguien capaz y honesto que consideremos podría merecerse nuestro voto. A lo sumo le ayudaríamos a esa persona a mejorar (en forma ostensible, mucho más de lo ética y comparativamente aceptable) su situación económica. En el utópico caso de salir electo, ¿qué podría lograr un sujeto así en un escenario como ese, en el que imperan las oscuras mayorías y las bancadas totalitarias? O se aísla para preservarse o se corrompe para lo mismo, y cuando más, en el primer caso, lo veríamos flameando uno que otro discurso televisado para ganar opinión, a sabiendas de su esterilidad en términos prácticos. Quizá le sirva para reelegirse más tarde. En todo caso, más grave sería votar para pagar favores o por pretenderlos. Y mucho peor si se termina votando por aspirantes de extensa fortuna y con apellidos de esos que han dominado a este país durante siglos. Verdad de Perogrullo agregar que las mafias electoreras y los liderazgos barriales que mueven los votos a punta de billete sí que saben hacer sus cosas, se trata de un malvado sistema que funciona casi a la perfección y los que tienen con qué aceitarlo van a la fija. Porque no es cualquier cosa lo que persiguen. Llegar al Congreso y sostenerse en el negocio de lo público garantiza no solo poder recuperar con creces lo invertido vía reposición de votos y a través de otras actuaciones non sanctas, sino acumular, además, mayor riqueza afianzándola en el sector privado.

Así pues, ¿qué hacer entonces? ¿Algún Lenin por aquí? Digamos, para no ser del todo pesimistas (pesimismo que tal vez sirva, por fuerza de paradoja, para que la gente reaccione siquiera contra él, mucho más que si optáramos por predicar ilusorios avances de cultura política y ciudadana), que por algo se empieza, que habría que intentar llevar al Congreso a personas con sólidos principios y visiones distintas, que hay valiosas excepciones, que no votar tampoco conduce a nada…

Solo que el dilema persiste y debe resolverse en función de coherencia y dignidad. No solo por lo nugatorio de tal propósito en un país que ha viciado tanto la democracia como el nuestro, sino porque habría que implementar primero reformas profundas y radicales que reduzcan el poder legislativo a sus justas proporciones. Votar, en las actuales condiciones, por alguien (por muy bien intencionado que se muestre) que en caso de ganar legitimará, quiéralo o no, el vil desequilibrio reinante, me parece (para el caso del voto limpio, libre, autónomo, de opinión y sin militancias partidistas) estúpido y contradictorio.

A menos que el voto en blanco, de opinión o de castigo nos depare sorpresas agradables, el 11 de marzo por la noche presenciaremos el sainete mil veces repetido. El monstruo sabe asegurar su supervivencia, sabe mimetizarse y renovarse de mentira. Hasta fraguarse oposiciones para impedir que verdaderas oposiciones puedan pelechar. A estas últimas, si no se las traga, las neutraliza.

Cuestionable resulta igualmente (y no por las razones ya manidas de la extrema derecha colombiana, experta en meter miedos baratos para que nada cambie, así hablen de crisis y de cambios para medio justificarse) que la cúpula fariana termine regodeándose en lo mismo, y sin depender en su estreno institucional de votación alguna. Entiendo por supuesto la dinámica de los procesos políticos y de solución de conflictos armados como el que aún se vive en Colombia, pero no habla muy bien de quienes argumentan vías de cambio social significativo el acabar conformando una corporación desprestigiada y repleta de privilegios, de esos que, como diría mi padre en un poema memorable, “desbordan al peatón y fertilizan sus angustias”. Tantos años de lucha, tantos muertos para eso… Inaceptable, y lo digo desde el corazón de lo perdido.

Respeto y aprecio el valor de algunas candidaturas, sé que es preferible que en un Congreso como el colombiano existan voces disonantes a que todos hablen el mismo lenguaje de continuidad y cinismo. El problema es que el solo hecho de aspirar me parece, como ya lo dije, oprobioso. Son tan conscientes algunos de ellos de la magnitud injusta y exagerada de los beneficios que implica, que han prometido desprenderse de unos cuantos en caso de ser elegidos. Me parece bien. Pero mejor sería no estar en la contienda electoral ni afincarse en partidos y movimientos de historia dudosa, sospechoso presente y desesperanzador futuro. Por otra parte, desconsuela también saber que en listas como la de la decencia hay reconocidas indecencias. Estamos jodidos por todos lados. Ni derecha. Ni izquierda. Ni los centros que pretenden acercarlas a través de mañosas coaliciones. Y los pueblos feriando el poder del voto sin remordimiento y sin escrúpulos.

Las Presidenciales pintan un tanto diferente. Hay algo en el ambiente que las está moviendo de manera extraña. Habrá que estar muy pendientes de lo que acontezca de aquí a mayo. De pronto, ¡esta vez sí!, nuestro voto se necesite y pueda ser determinante.

Por lo pronto, finalizan treinta días por fuera de lo laboral que he aprovechado para hacerme acompañar de música universal como la del yarumaleño Carlos Palacio, y de libros como: las conferencias sobre el tango de Borges, Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas, la trilogía de Escenas de una vida de provincias de Coetzee, la poesía completa de Pizarnik y el Otromundo de Gelman, El maestro de esgrima de Arturo Pérez-Reverte, El año de la muerte de Ricardo Reis de Saramago y Lejos de Roma de Pablo Montoya (que terminé de leer anoche, ¡tremendo libro!; prosa poética, más que novela, en la que la mitología, la historia, la poesía, la imaginación, el amor y el desarraigo se entrelazan bellamente). Días que alcanzaron hasta para empezar a recorrer La ciudad antigua de Fustel de Coulanges y aproximarme a Los Celtas de Henri Hubert. Cuatro  libros más espero tener pronto en lista de lectura: El pintor de batallas de Arturo Pérez-Reverte, Una casa para siempre de Enrique Vila-Matas, Los derrotados de Pablo Montoya y La lluvia en el desierto de Eduardo García. Difíciles de conseguir, pero voy tras ellos.

Me excuso por la impertinencia de relucir lo anterior, empleado solo para preguntar qué sería del mundo sin música y sin libros. Volveré, pues, a los rigores mal retribuidos del ruido del trabajo, con la esperanza de sacar tiempo para proseguir la escritura de mis propios libros e intentar publicar alguno de ellos antes de que se vaya este año que ya cogió carretera.

Tiempo de elecciones. Tiempo de repensar la vida y el país en que callamos. De atrevernos a sopesar las verdades de un mejor destino, de dejar atrás un parlamento de sinsabores, de abandonar el absurdo partidismo, de torcer el curso de una tragedia que se creyó demócrata y republicana. Para que, en lugar de patria te adoro en mi silencio mudo y temo profanar tu nombre santo, decir como Ovidio, lejos de Roma, que la patria es una aldea desolada sobre la cual gira un viento sin nombre y sin rumbo. Y acunarlo de tan hiriente forma que sea posible aprender a transformarla.

Me despido. Y por favor: si votan, que, al menos… ¡no sea tan mal!


FBA                              



lunes, 8 de enero de 2018

HAY MUERTES ajenas que terminan doliendo como propias. En especial, si se trata de un poeta (de uno bueno) y si te enteras de su prematura muerte la tarde de un pesado y silencioso domingo de enero: un año, ocho meses y diecinueve días después…

Aunque lo tenía de algún modo olvidado –luego de haberlo leído con relativa abundancia–, algo que estaba leyendo de Enrique Vila-Matas sobre el síndrome de Bartleby me llevó hoy a pasar de nuevo por su Web, en pos de noticias alentadoras, pues hasta hace solo ciento ochenta minutos este poeta de origen brasileño, de padres españoles, radicado desde niño en España, seguía, para gloria de mi ignorancia, vivo, ¡muy vivo! Y es cuando me entero de que el poeta EDUARDO GARCÍA murió en Córdoba-Andalucía-España el 19 de abril de 2016, debido a un cáncer de páncreas que interrumpió su fértil arribo a los 51 años.

En realidad, qué ajeno va a ser un poeta que logra en verso y en prosa horadar virtualmente el alma de eventuales y desconocidos lectores que, allende fronteras, terminan acomodándolos (versos y prosas) en el rincón más apreciado de lo ignoto. Una amistad como esa, sin apretón de manos, sin abrazos convencionales, sin saludos académicos, sin contextos físicos, sin conversaciones rutinarias, llega a ser más poderosa que cualquiera de las que el mundo real prodiga tanto como cercena. Difícilmente morirá de veras un poeta que queda tan arraigado en el acervo de nuestras preferencias poéticas y literarias. Solo que cuando un gran poeta muere, algo igualmente grande perece en quienes cifran la seguridad de su existencia en la necesaria inmortalidad de quien la nutre.

Aún conservo su cálida respuesta a un correo electrónico que, sin esperanza de ser atendido, le envié el 25 de diciembre de 2008, solicitándole información sobre su libro “Escribir un poema”, interesado como me encontraba (y me encuentro todavía) en adquirir un ejemplar del mismo. Otro domingo, el 28 de diciembre de 2008, recibí su epístola electrónica: “Estimado amigo: Muchas gracias por el aliento. Se agradece que alguien al otro lado del mar se interese por mi obra. Esta complicidad entre distantes desconocidos es un don que hay que agradecerle a la poesía… Es un modo, precisamente, de ‘saltar el charco’. Soy latinoamericano de nacimiento y siento el océano como una brecha editorial –rara vez nuestros libros logran llegar a los lectores del otro lado– que Internet nos permite salvar. Un cómplice saludo”.

Y casualmente, otro domingo, el 4 de octubre de 2009, divulgué en mi blog Esconces y Destiempos su poema “Al fondo de la escena”, bastante cercano a mis textos sobre rituales hogareños.


AL FONDO DE LA ESCENA

He cruzado el umbral. Estoy en casa.
Después del frío, el viento y los veranos
he venido. Saludo a los objetos
con un suspiro grave y respetuoso.
La sala decorada con flores que parecen
desplomarse carnívoras sobre los comensales.
He ocupado mi silla. Alguien comenta
el precio escaso de la vida humana
en un país remoto y las noticias
dejan caer promesas de un futuro
que merezca la pena. La mujer
me sirve una sonrisa.
El hombre habla con ella como quien acaricia
un sueño que se hiciera cotidiano.
Bajo el mantel los niños se pelean.
La sal. El pan. La mesa como siempre:
cada cual en su sitio, absorto en la tarea
de ser el personaje que la trama
dispone.
Así, ya ves, somos felices.
Ignoramos que un día la ausencia de la madre,
esa silla vacía, inconcebible,
hará que el niño aquél –al fondo de la escena–
escriba estas palabras.

EG

Pues bien, me entero también hoy, este domingo de abulias y quimeras en el que estreno la noticia de su muerte, que un libro con toda su obra poética, titulado “La lluvia en el desierto”, se encuentra circulando desde marzo de 2017. En medio de todo, no deja de ser admirable que lo que has escrito durante veintiún años (1995-2016) llegue, después de tu muerte, a prolongar tus días… Seguramente, él mismo lo hubiera hecho, de haber podido acumular más años.                

Así que si alguien viaja a Sevilla o a Madrid, por favor avísenme, a ver si puedo conseguir todavía, en El Olivo Azul, “Escribir un poema”, y obtener, además, con ayuda dadivosa y terrígena, “La lluvia en el desierto”.        

En junio de 2010, en mi libro “Cantando a Destiempo”, incorporé el siguiente texto dedicado al poeta Eduardo García… Nunca se lo mandé. Pero debe estar leyéndolo ahora, en ese lugar privilegiado donde la nada del mundo se reencuentra con su otra mitad.          

LA VIDA: EPÍLOGO PARA ENSOÑADORES

Voy hacia ti. Si algo de verdad me espera
Ahí llegaré. No seré el primero ni el
Segundo pero tampoco el último.
Hay poetas al otro lado del mar
Que me acompañan. Cada uno
En lo suyo y en lo tuyo. A izar velas
Se dijo. A empacar malestares
Por si acaso. 

Voy hacia ti. Dejo distancias y temores
Del pasado. Caminante sin rumbo
Recupero, palmo a palmo, el horizonte:
Porto algarabía sin el favor del viento.
Se oyen cada vez  más lejos las voces
Del ocaso. Pero en las antípodas       
Crece la sed del todo, las palabras no se
Usarán más nunca sin peligro.

Una nueva vida nos espera llena de
Ritmo y contundencia. El límite resbala.
La agresividad no duerme. Voy hacia
Ti soñando con muros de colores,
Destiempos que se juntan. La emoción
Concita rebeldías, la elegía recibe 
Incandescencias. El tiempo se apresta
A consentirnos y hasta en las postrimerías 
Se advierte algún futuro.

Voy hacia ti con mi cuota de nada
Y de silencio, la elección del fracaso  
En la poesía, su inutilidad al servicio
De la muerte. Si descendí a los infiernos
Tengo derecho a retomar tu ruta
Romper el verso con la belleza
A cuestas, sin perfección ni formas
Loar esta aventura.

Poetas del futuro que reptan y develan
Con los fusiles del canto. La intuición
Les sirve de reflejo mientras Vallejo
Dispara. La utilidad del verso se siente
En las entrañas, entrañas que al dolor
No alaban, melancolía donde el lenguaje
Empuja, transformándose en luz 
Y salutación de la metáfora.

Voy hacia ti imaginando prisiones
Y revuelos. Hacia ti, vida que encantas
Pero también doblegas, buscando tus
Imágenes con ahínco, sembrando las
Utopías del vértigo en tu ardor de 
Periferia. Simbolismos y visiones
Presuponen la fiesta. Es hora de
Soñar en voz alta dice el poeta y yo
Lo sigo, lo sigo con mi escolta de    
Sobras y fantasmas.

FBA

Enlaces para acceder a la Web del poeta Eduardo García y a dos de sus poemas en su voz:  





martes, 3 de octubre de 2017

UN RÍO… CASI… DE LO MISMO

Una feria de la lectura en Montería será siempre una buena noticia. O eso todavía creo. Asistí al lanzamiento de “Un río de libros 2017, II Feria de la Lectura de Montería” con la esperanza de encontrar una programación oxigenada, que girara alrededor de otras voces, de otros mundos, hermanada incluso con otras desolaciones y tristezas.

Al llegar al Salón Bombardino del hotel GHL la noche del 29 de septiembre de 2017 recibí el primer impacto de decepción. Una ojeada al programa de este año –que me acababan de entregar– extirpó de inmediato mi optimismo.

Mientras me sentaba al final de un auditorio concurrido la pregunta inevitable fue acomodándose igualmente en mi atolondrada cabeza: ¿a qué juegan los gestores culturales? Ir a la fija, repetir hasta la saciedad temas y personajes, ¿es eso acaso “hacer cultura”?

Mi buen amigo el escritor sahagunense Julio César Pérez Méndez decía hace unos años que la cultura en Sahagún se encontraba secuestrada. Y eso ocurría en Sahagún, nada menos que en la que se precia de ser la ciudad cultural del departamento de Córdoba. Pues me temo que en Montería está pasando igual. Allá, por obra de politicastros, contratistas y otras pestes; acá, por una mezcla de discurso político machacado (el mismo que se avergonzaba de nuestro Pueblo Pescao cuando paseaba por lo que hoy es la Plaza Cultural del Sinú con los turistas), elite que gusta de frecuentar sitios elegantes o donde el arte escenifique su exquisita distancia, y un puñado de creadores cordobeses al parecer inamovible.

Debo mencionar (antes de que me lluevan dardos venenosos) que algunos de los repitentes locales me merecen el mayor de los respetos; como, por ejemplo, el doctor Álvaro Bustos González, a quien siempre será grato y edificante escucharlo disertar o conversar. No menciono a nadie más de los cercanos para evitarme líos (ni incluyo ni excluyo, y así cada quien sabrá dónde ubicarse). Dejo, pues, la puerta abierta, caben en mi rincón del silencio otros nombres que me simpatizan. Si son mis amigos o me aprecian (como yo a ellos), sabrán perdonarme la omisión.

En cuanto a los de afuera, voy al grano. ¿Cómo es posible que Alonso Sánchez Baute, que protagonizó un pésimo y aburrido conversatorio con Carlos Marín Calderín el año pasado (sobre cómo Ricardo Palmera y Rodrigo Tovar terminaron convertidos en Simón Trinidad y Jorge Cuarenta, en el que desfilaron también sus recuerdos amistosos en el Valle de Upar y su identidad sexual), vuelva a esta segunda versión de “Un río de libros” con tres (3) presentaciones? Dizque a tertuliar con estudiantes sobre el oficio de la escritura, de su relación con la ficción, la realidad, los personajes y la lectura. ¿Más del mismo bodrio acaso? Y horas después lo tendremos al lado de directores de bandas conversando sobre el porro y sus amenazas, teniendo como telón de fondo su regularcita telenovela “La luz de mis ojos”. Pero como si fuera poco, estará al día siguiente dirigiendo un taller para jóvenes titulado “Escribir con las tripas”. ¿Con las tripas? ¡Mierda!, qué vaina tan peligrosa en manos inadecuadas. Pobres estudiantes, pobre porro, pobres jóvenes. Dioses tutelares del Sinú, líbrennos del bien (y de él) en “Un río de palabras 2018”.

Observo luego, siguiendo la programación del evento, que Alberto Salcedo Ramos volverá a hablarnos del Caribe. “¿De qué hablamos cuando hablamos del Caribe?” es el título de su novedosa charla. Recuerdo entonces que el año pasado se leyó poéticamente el Caribe, se señalaron las características literarias del Caribe colombiano, y hasta el propio Salcedo Ramos, abordando los universos de Diomedes Díaz y de Kid Pambelé, se refirió a la cultura popular de nuestro Caribe tan cacareado. Como que no les bastó a los organizadores. Llegué a pensar que contaríamos con Haruki Murakami en calidad de contertulio, pero en su lugar, empeorando las cosas, otra pregunta inquietante se enquistó peligrosamente en mi cerebro: ¿se programan estos eventos en función de mantener vigentes ciertas chácharas y a los oficiantes que viven o se lucran de ellas?

Y saltando de auditorio a pasillo, Alberto Salcedo Ramos conversará con Adolfo Pacheco Anillo (que valga la rima). Show de cierre. Cuento, canto, alguito del Gabo, las historias mil veces contadas en cuanto escenario se atraviese. Pienso en algo tormentoso: si no es suficiente con escribir, cantar y componer, si no es más importante el arte que el artista, si es necesario soltar el mismo disco en todos lados… Mientras tanto, cancionistas de nuestro Sinú menos privilegiados o con menos suerte (no menciono sus nombres para evitarles molestias), con una carga lírica y poética de extraordinaria valía, permanecen anclados en el olvido, no obstante mantener su capacidad creativa intacta y contar con una obra inmensa en mora de ser conocida. ¡Cuántas canciones inéditas, acopladas al arte y no al comercio, sufriendo el amargor del abandono!

Me devuelvo en el programa y arribo a otro tema interesantísimo, nunca antes visto: los 50 años de los “Cien años de soledad”, el Caribe de Gabriel García Márquez. Más preguntas acechando: ¿es otro Caribe el de Gabo?, ¿hay varios Caribes colombianos?, ¿se dirá algo distinto de lo ya expresado en un Festival de Literatura reciente y en otros espacios similares? Sin demeritar el peso de la efeméride, no dejo de pensar en que lo trillado termina por sepultar lo pretendido. Su conferenciante, Alberto Abello Vives, sabe sin duda del tema (lo recuerdo hablando de aspectos afines en un festival nacional de cultura de Sahagún). Empero, ¿no ocurrirá lo mismo que con la conferencia de Pablo Montoya el año pasado (“¿Para qué la literatura?”), quien leyó el misto texto leído en la celebración del décimo aniversario del Programa de Literatura Virtual en la Universidad Autónoma de Bucaramanga el 16 de mayo de 2016? Las mismas conferencias cambiando de salones y paredes. ¿Será ese el destino de los escritores exitosos? ¿Repetir y repetirse, con aire farandulero, en pos de aplausos, dinero y felicidad?

El tema periodístico no podía faltar. Nombres y apellidos que estuvieron en 2016 aflorando su preocupación por la crisis del periodismo y de los medios, vuelven esta vez al mismo tema, en relación ya con las redes sociales. Dos de sus conversadores en 2016 son hoy moderadores de eventos en la nueva programación. Y al tema periodístico se le suma la “confesión” (así se publicita) de un polémico periodista de la región en torno a asuntos íntimos, entre los cuales se resalta uno socialmente urticante: su cercanía con Carlos Castaño. Parece que no tuvimos tampoco suficiente con Ricardo Palmera y Rodrigo Tovar en 2016. Muy en la onda de permitir que se utilice la cultura para ensalzar factores generadores de un dolor dolorosísimo que aún no logramos espantar. ¡Los espantos siguen haciendo de las suyas, y la cultura se presta para adorarlos!

En fin… Refrescante sí que Miguel “Happy” Lora regrese, después de muchos años, con sus fintas, risas y trompadas; que el humor y el deporte igualmente se confabulen; que el arte contemporáneo asuma un interrogante espinoso; que la historia del libro, al igual que la de nuestra ciudad, nunca se acaben de contar, para que podamos ver también la Montería real, la que no se refleja en la banalidad del físico progreso; que el Piero de “Juan Boliche” y “Mi viejo” resucite también por aquí; que los libros y la lectura intenten emularlo.

En lo musical, repite el porro y el lugar común de una discusión ya trajinada en festivales, encuentros, foros y espacios académicos. Paradójicamente, son las musas del vallenato las que hacen presencia en esta segunda feria de la lectura de Montería. Distinguidos gestores, nosotros también tenemos nuestras musas, no solo en el alma de las canciones famosas podemos encontrarlas. Triste realidad la de estos gestores culturales que no exploran más allá ni más acá de lo ya reconocido o afamado. Pero más triste aún la de un público que tampoco se interesa en hacerlo y se deja llevar por lo que se supone es per se muy bueno, en consideración a la calidad de los participantes convocados. Supongo que un programa en el que aparezcan nombres menos conocidos o ignotos estaría condenado a fracasar, así contenga mucho más fondo y riqueza artística diversa e innovadora. La música vallenata, por ejemplo (la que era en verdad música vallenata, no la de los mercachifles del pendejismo de hoy día), contó en su momento con difusión comercial logrando pelechar en muchas partes, por lo que es obvio que sus canciones más representativas, las que, por fortuna, siguen sonando, estimulan a quienes crecieron escuchándolas. La música de acordeón y sabanera, no obstante estar a la altura de contextos más universales, no ha resultado ser tan agraciada, su acervo no ha recibido la ventaja del bombardeo mediático ni ha tenido con qué comprarlo, y es obvio que no sea atractiva para quienes poco o nada la conocen. Pero es precisamente en esto donde un auténtico gestor cultural debería desempeñar un rol determinante. Si hablamos de cultura, cultura es también procurar que la calidad estética aún no apreciada pueda llegar a serlo. ¿Por qué no hurgar en nuestros cantores ocultos y en sus musas? ¿Por qué no apostarle a la atipicidad y a esos brotes de extraña juventud que chapalean en hoscos horizontes? Me imagino que un gestor cultural obedece asimismo a relaciones de poder, a entrañables roscadas, que unos cuantos acceden a su oído, recomendando esto y aquello, lo que explicaría que un personaje de corto vuelo artístico se me aparezca otra vez (como lo hace en todos lados, ¡y para todo!, para cualquier cosa) por aquí.

Liberado de semejante horror, me detuve brevemente en algunas pretensiones temáticas que retornan este año. Veamos: para qué sirve el arte, los libros que vale la pena volver a leer o que cambiaron su vida y su obra… Me interrogué de inmediato sobre cuáles serían mis respuestas, y me quedé de alguna manera en blanco, al borde del estupor. ¿Servirá para algo saber para qué sirve el arte si es que en realidad sirve para algo? Un nuevo tema, no digno en mi opinión de la magnitud de sus hablantes, se perfiló ante mis ojos: en qué se parecen el amor y la lectura. Huelgan los comentarios. Y otro más empañó abruptamente mi vista: cómo reconocer la buena poesía. ¡Diablos! Poner a los poetas a pontificar sobre poesía, obligarlos a transitar el minado terreno de la metapoesía… No quisiera estar en sus zapatos. Suficiente tiene un poeta con serlo como para estar mostrándose como tal cabalgando sobre poemas propios o ajenos que los hayan estremecido (pienso en escuálidas poéticas del seísmo), y tener que explicar, además, por qué lo son: por qué sí son poemas y no otra cosa que quizá, para ventura, pudieran mejor ser.

El segundo y definitivo impacto de decepción me sobrevino cuando, dejando a un lado el programa y dispuesto a presenciar el acto inaugural, el Alcalde de la ciudad remachó un discurso reincidente, con carantoña y salva de aplausos para su consorte. Pero faltaba lo peor: entrevistador e invitada, la poeta y novelista Piedad Bonnett, cayeron una vez más en la flama de “Lo que no tiene nombre”. ¿Habrá lugar a intervenir?, sentí esa inquietud saltando en mi interior. Quería preguntarle por qué seguir hablando de ello si quedó tan bien escrito y sopesado, si se trata de un dolor supremo que debe más bien seguirse resistiendo como vital y fielmente corresponde: en silenciosa soledad. El libro habla por sí solo; si consiguió salvarse del morbo, con dificultad podrá lograrlo conversatorio tras conversatorio, a menos que se circunscriba a su componente literario (pero, ¿a cuál?, si literatura y vida parecen en este caso inseparables). Por suerte, no hubo sección de preguntas y la misma Piedad Bonnett salió con inteligencia al paso, prevenida tal vez por críticas mordaces recibidas, sacudiéndose (me dio esa impresión) el espectro de un libro cuya gloria literaria debiera agobiarla sin remedio. No debe ser fácil para madre y escritora asimilar su éxito comercial y literario ni seguir encerrada en la publicidad de su derroche. Desde su presentación por Héctor Abad en marzo de 2013 ha caído mucha agua informática sobre este libro, hasta figurar en el intríngulis de premios literarios como el Rómulo Gallegos de 2015 entre las novelas finalistas. Hablo de esto porque no lo había hecho en Montería, pero en Bogotá no lo haré más, fueron más o menos sus palabras. Creería yo que no lo debería hacer más en ningún lado, que la valentía que la ayudó a escribirlo debería servirle ahora para dejarlo descansar en paz. Tarea de buenos lectores será la de no permitir que su grandeza muera.

Me parece que estuvo bien Carlos Marín en su papel de entrevistador, se notó la elección cuidadosa de cada vocablo, sobriedad recíproca, salvo en lo ya dicho y en las dos preguntas iniciales donde Raúl Gómez Jattin y Gabriel García Márquez sirvieron de consabidos abrebocas. Sobre Raúl me quedo con la anécdota de Enán Burgos Arango tiempo atrás y con la carta-pájaro reciente que le envió John Better desde la helada ciudad donde se enferma.

Bien. Me preparo para asistir (sin escolta) a algunos de los eventos anunciados. Del 19 al 22 de octubre. Me digo de nuevo que una feria de la lectura en Montería será siempre una buena noticia. Optimismo y esperanza saben cómo alebrestarse, y ya sabemos que en el Sinú no hay decepción que aguante demasiado.


FRANCISCO BURGOS ARANGO
(FBA)     


domingo, 28 de mayo de 2017

Invito a visitar mi canal FBA en YouTube.

Saludos,

Francisco Burgos Arango
(FBA)

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domingo, 12 de febrero de 2017


PEQUEÑA AUTOBIOGRAFÍA TRAGICÓMICA


Respondo al nombre de Francisco Burgos Arango y también al alias (¡cuidado!) de FBA. Dicen que soy poeta, escritor y compositor de canciones, y estoy por creer que algo de esta calumnia debe ser cierto. Nací en la colombiana ciudad de Montería, a orillas del río Sinú, hace un montón de años, en el Hospital San Jerónimo, cuando estaba lejos de convertirse este en sede de fiscalías. No sé cómo pero cursé y aprobé estudios de primaria y secundaria en un colegio de curas (La Salle; colegio de La Salle tan temido, así nos tienes hoy, sin pizca de emoción..., así empieza mi versión de su glorioso himno), en el que pasé, ¡qué duda cabe ya!, los peores años de mi opaca vida. Dos árboles hermanos (uno de guayaba, el otro de mamón) me ayudaron a resistir tanta infelicidad acumulada cuando, liberado de la tortura escolar, volvía a casa y al patio donde ambos vivían, trepándome de inmediato a ellos para pensar (nunca he sido soñador) en futuros y mejores crepúsculos. Dichos árboles fueron con el tiempo asesinados por la envidia vecina y el progreso familiar. Con cartón de bachiller –fuerza  mayor irresistible– me echaron de mi tierra a empellones, me extirparon la única felicidad que tenía en ese entonces (noches enteras jugando fútbol con los jardineros del barrio; uno de mis cuentos recuerda aquellos soles), rumbo a una universidad también de curas (la UPB de Medallo, cuando su facultad de derecho estaba situada en una especie de monasterio lóbrego, frío y silencioso), de la cual, como pude, después de un par de retiros y reingresos logré egresar más muerto que vivo, sin saber qué diablos hacer “laboralmente” de ahí en adelante, con mi padre realmente muerto, recién enterrado, y con otra experiencia amarga dañando el corazón del muchacho extraviado que algún día fui (que sigo siendo).


Mi primer trabajo llegaría para sellar la fe de la amargura. Municipio de Montería, juez permanente de policía, cárcel municipal, dos años y pico lidiando peleas, insultos, amenazas, corrupciones, delitos, contravenciones, cantinazos y cadáveres. Época aciaga y violenta, más de ochenta levantamientos me familiarizaron con la variopinta muerte, turnos larguísimos los de aquellas noches al vaivén de la siempre festiva calle 41, pues debo alegrarme un poco y decir que fueron también dos años y pico de muchas cervezas y ruidoso dominó. Como debo contentarme asimismo al recordar a las innumerables pelanduscas que fueron mis amigas, cuando las ponían a disposición del juez de turno en las batidas o acudían temprano, rayando el alba, a hacerse el control de sanidad.


Desempleado, las luchas estudiantiles me esperaban, y fue así como el viejo sueño de estudiar Ciencias Sociales en la Universidad de Córdoba llegó para “salvarme”. Pero esta historia la contaré después, en mis eventuales “memorias”, ya que es rica en hechos y en matices, extremadamente bella y tormentosa. Basta con decir que creo poseer el récord en ambas universidades de ser el egresado que ha tardado más para graduarse. En el primer caso porque odiaba el Derecho (esto me enorgullece) y en el segundo porque me tocó emigrar por instinto de conservación (esto, a estas alturas, no tengo la puta menor idea de qué signifique o para qué me sirva; solo cruces, olvidos, traiciones de amigos, invisibles desgracias…). Entre tanto, mi segundo y actual trabajo (cuando se vuelva recuerdo hablaré de él) me ha permitido ir de ciudad en ciudad, de traslado en traslado, por más de veintitrés años, buscando el sitio ideal donde enfrentar con relativo optimismo y mínima tranquilidad el rigor de la iniciática vejez. Uno de esos traslados me permitió volver a los angustiosos días de mi inexistencia jurídica en Medallo, pero esa vez, golpeado y con la firmeza del sobreviviente, aproveché la estadía para cursar estudios de Ciencia Política en la Universidad de Antioquia (experiencia esta sí grata e inolvidable). Dicen también que soy un buen sindicalista, gran negociador –malicioso y radical– defendiendo los derechos de mis compañeros de trabajo. Sin militar en ningún bando, esta parte dulce y positiva del cuento se la debo a mi padre, a su poesía, él me enseñó a luchar por causas justas. Y a perderlas casi todas.


Y así, como barrilete sin cola, después de años, volteretas y caídas regresé al Sinú. La música, la poesía, la literatura volvieron a llenar mi vida. Hoy en Sahagún, ciudad extraña, de inmensos contrastes, dominada por egos y dobleces, donde habitan, empero, seres excepcionales que sobresalen en lo cultural y dignifican el arte del sentir. Desde mi trinchera aporto en soledad lo mío.


¡Qué vaina tan complicada esta de existir, y la otra que rimando la acompaña: la de tener que convivir! Dejémonos de pendejadas: la felicidad no existe, cualquier hecho, por más agradable que sea, deja ver la tristeza que lo llora. Y los poetas sí que saben darse cuenta. Se necesita solo acelerar el tiempo, como en las buenas películas que acaban en tragedia. En la mejor tragedia de todas: la que no requiere derramar sangre para mostrar su doloroso encanto.


Por fregar, me inventé un nombre artístico: “El cantor del destiempo”, y he publicado a medias los siguientes libros:


Poemas de antesala (poemario, 1991)

Cuando la muerte ama (libro de cuentos, enero de 2000)

Un imposible viaje (poemario, junio de 2002)

Cantando a destiempo (poemario, junio de 2010)


Poseo un ramillete de libros inéditos, ya terminados, que es como para asustar a cualquiera. Son, en orden cronológico:


Preces del olvido (poemario, 2012)

Llorar contigo (poemario, 2013)

En libación solitaria (poemario, 2014)

Sobre mojado (poemario, 2014-2015)

Prosas para romper la felicidad (poema en prosa, 2015)

Entre oquedades y tedios (poemario, 2015-2016)

Prosas para romper la felicidad (II) (poema en prosa, 2016-2017)


Y dos libros más en proceso de escritura: Santo remedio (libro de cuentos); La pequeña vida (novela).


Confieso que no sé qué hacer con ellos, me reconozco, ¡por fin!, incapaz de autopublicarme, y como prácticamente habito en la oscuridad encontrar un editor que lo haga por mí es otra de las grandes utopías que me han jodido siempre. Así que les dejaré ese lío a mi compañera de efugios y a mi descendencia: a K (tranquila, te quedará también mi pensión de servidor público mal remunerado), y a mis dos hijos de diferentes mundos, por fortuna contrarios a estos incomprensibles males del espíritu. No faltará por ahí, al correr del tiempo, algún nieto, bisnieta o tataranieto que de manera misteriosa se interese.


Como si fuera poco, me muevo también en asuntos musicales, compositor de alrededor de siglo y medio de canciones en ritmos o aires de paseo, merengue, porro, cumbia, bolero, balada, bullerengue sentao y fusiones. Y de una vez lo digo: gracias a lucifer nadie me graba. Alguna vez, andando en festivales, empecé a hablar de “sinuanato” (un amigo alado y bohemio prefiere el término “sinuato”) para tratar de identificar un poco la atipicidad que me alimenta; finalista y premiado en sus concursos de canción inédita un disco compacto que da cuenta parcial de estos recorridos vio la penumbrosa luz el 5 de diciembre de 2016. Su título no podía ser más ingenuo y engañoso: “Y cantaré por siempre”. Enemigo por convicción del criterio comercial en boga (vacío y ridículo a más no poder), su fracaso económico y escasa circulación eran de esperarse. Así que si acaso seguirán cantándose mis canciones en el lodazal del Tiempo, cosa que no me desagrada para nada: quizá sea este el mejor destino posible de los cantos profundos.


Ajeno de roscas y lamberías, no sé cómo pero he sido jurado de concursos musicales y de declamación. Hasta he participado con lectura de poemas y presentación de ponencias en festivales, encuentros, conversatorios, congresos y eventos afines (y escuchen bien: locales, regionales, nacionales e internacionales… así los califican en Colombia cuando asisten extranjeros; lo más lejos que yo he viajado es al corazón de la tarralí). Pero hace rato no me invitan a esos clubes de amigos que se adulan unos a otros y hasta se homenajean entre ellos. Debe ser por alguna crítica publicada en un blog que creé en 2008, “Esconces y Destiempos”, en el que una vez se me voló la piedra y me desahogué señalando algunas incómodas y punzantes “verdades”. Mentiras que además produzco, irresponsablemente a salvo de mí mismo.


De todos modos, quien quiera convocarme a una lectura poética o a una puesta en escena musical o a algo que se les parezca (reír no cuesta nada), ya sabe cómo encontrarme. Por aquí, en Facebook (Francisco Burgos A) o en el correo: sinumania@hotmail.com. Y si quieren un número telefónico ahí les tiro este: 3007863950. Les ofrezco shows de esos que se roban miserablemente todos los aplausos. Aunque como dice una enemiga gratuita que tengo por ahí –que se las da de gestora cultural y hasta de poeta–, ¿para qué?, no pierdan el tiempo, FBA no tiene obra, es culturalmente un desechable. Y me temo que tiene toda la razón.


Después de todo lo anterior, comprenderán por qué una psiquiatra me declaró portador de un “trastorno de ansiedad crónica generalizada”. Así que ojo: soy peligroso, impredecible. Cervezas y tertulias con pocos amigos siguen siendo parte de la terapia que tuve que interpretar y ajustar para poder sobrevivir al diagnóstico. Y ahí vamos, dando lata todavía.


Se me olvidaba: a mi madre (muerta en 2009), le heredé un poco de su infinita bondad. Lágrimas secas me siguen persiguiendo.


Por último, breve noción de un lastre: nací, como se dice comúnmente, en cuna buena, con apellido ilustre, y, pese a sus aparentes ventajas, ni les cuento lo que me ha costado sobrellevar esta carga a la hora de intentar mostrarme como en verdad me imagino que soy. Y una aclaración: pertenezco al “Burgos” cultural (cuyo Estado Mayor Central continúa siendo presidido por el extinto poeta orense H. Galo Vurgos Perdomo, sin la “B” del ornato), no al politiquero, aunque soy más político que todos ellos juntos, solo que la política en la que creo no es de este mundo, mucho menos para esta criolla perdición abundante en lacras y en corruptos. Por tanto, no tengo plata (¡sí!, amigos, ¡así es!, inviten, paguen la maldita cuenta de las “frías” que quedaron debiendo la última vez), soy de estrato 2.16 en promedio (6+2-1.5 dividido 3), y sin herencia a la vista pervivo con un modesto sueldo que pondrá en apuros a mi pobre K cuando yo le falte y tenga ella que cubrir todo lo que significa esfumarse de esta farsa. Confío en que no la dejen sola… ¿Familiares? ¿Amigos? Respondan, comprométanse, ¿hay alguien por aquí?


Bueno, eso es todo (por ahora), ¿cómo la ven?


Los dejo con sus éxitos y esperanzas.


Y con un poemita (cuota inicial de un nuevo libro) escrito la noche del viernes 10 de febrero de 2017, de un tirón, en medio del recital de unas amigas y con jazz juvenil amenizando.


La poesía hay que reventarla

escupirla

adoctrinarla,

que sirva algunas

desastrosas

veces

para algo.

Y por favor no la lloren

no se desmayen

frente a ella.

Se merece solita

toda la imperfección

del mundo.

Déjenla bailar tranquila

sus tristezas,

seamos todos capaces

de olvidarla.



F

B

A