martes, 26 de octubre de 2010

EL AUTOR DE ESTE BLOG, FRANCISCO BURGOS A (FBA), ESTARÁ PARTICIPANDO EN EL XVIII FESTIVAL DE LITERATURA DE CÓRDOBA (2010) CON DOS LECTURAS POÉTICAS: poemas de “Cantando a Destiempo”, “Un imposible viaje” e inéditos. He aquí la Programación:

XVIII FESTIVAL DE LITERATURA DE CÓRDOBA

ORGANIZA: EL TÚNEL

PROGRAMACIÓN

VIERNES 29 DE OCTUBRE:

INSTITUCIÓN EDUCATIVA SANTA ROSA DE LIMA: 8:30 A.M.

1. Poemas y cuentos de memoria a cargo de los miembros de El Túnel
2. Crónica de Lelis Movilla Bello.
3. Lectura de un cuento de Carmen Amelia Pinto.
4. Lectura poética: Francisco Burgos Arango.
5. Obsequio de libros.

ÁREA CULTURAL DEL BANCO DE LA REPÚBLICA: 4:00 P.M.

1. Coro: El Sinú, de Guillermo Valencia Salgado: estudiantes de la U. de Córdoba.
2. Intervención de Isaura Dean, Reina del XVIII Festival de Literatura. Tema: Papel de la mujer en la cultura.
3. Presentación de Cuentos para comenzar la noche, de Carmen Amelia Pinto.
4. Lectura de José Manuel Vergara: Elegía en varios tiempos.
5. Conferencia de Adolfo Meisel: Con Diomedes a bordo por las regiones del Caribe.
6. Poemas: Tratado de soledad, de José Ramón Mercado
7. Música: Grupo De aquí.

SÁBADO 30 DE OCTUBRE:

AUDITORIO CÁMARA DE COMERCIO: 8:30 A.M.

1. Documental de escritores.
2. Mery Suescún: décimas
3. Lectura del cuento Fandango: Eduardo Mendoza Portacio
4. Presentación de Genealogía del Bicentenario: Félix Manzur y Luis Mendoza de la E.
5. Teatro: Escenario humano, alumnos Institución Educativa Santa Rosa de Lima.
6. Ricardo Chica Gelis, del IPC de Cartagena: Significados del Caribe entre los medios de comunicación y cultura popular.
7. Lectura de Cuchillo de luna, de Cristo García.
8. Conversatorio: Animales en la literatura: Guillermo Tedio, Raymundo Gomezcáseres, Adolfo Ariza y Juan Santana
9. José Atuesta: Metáfora de los árboles.
10. León Sierra Uribe: Amor a tientas.
11. José Luis Garcés comenta el libro Mis mejores 80 poemas, de Cristo Saibis.
12. Música: Grupo de la U. de Córdoba.

AUDITORIO CÁMARA DE COMERCIO: 3:30 P.M.

1. Poema El Sinú, de Guillermo Valencia Salgado: estudiantes de la U. de Córdoba.
2. Carmen Salgado: Mis experiencias académicas en España.
3. Poemas y entrevistas de Jorge García Usta, en su voz. Intervención de Rocío García.
4. Lectura: Ricardo Vergara, Ignacio Verbel, Cristo García, Francisco Burgos, William Arroyo.
5. Heriberto Fiorillo: Cuentos de La Cueva.
6. Cristo Figueroa: Por qué y para qué escribía Germán Espinosa. Además, presentación de los libros Barroco y neobarroco en la literatura hispanoamericana y Germán Espinosa. Señas del amanuense.
7. Néstor Solera: ¿Por qué no tenemos una gran revista literaria y cultural independiente en el Caribe colombiano?
8. Guillermo tedio: El Grupo de Barranquilla, la revista Crónica y el cuento colombiano.
9. Música: Grupo de la U. de Córdoba.

DOMINGO 31 DE OCTUBRE:

AUDITORIO CÁMARA DE COMERCIO: 8:30 A.M.

1. Documentales de escritores
2. la Reina del Festival baila un ritmo típico del Sinú.
3. Lelis Movilla: Cuentos y crónicas.
4. Raymundo Gomezcásseres: Marchamos hacia la muerte con ingenua felicidad, convencidos y orgullosos de nuestras ideas.
5. Cristo Hoyos: Introducción a una posible historia de la plástica en el Sinú.
6. Lectura de un cuento de José Palomo.
7. Presentación de los tamboreros de Cartagena, delegación del I.P.C.
8. Premiación Concurso de cuento.
9. Música: Jorge Fuertes, pianista.

FBA

jueves, 21 de octubre de 2010

DESPUÉS DEL OLVIDO

cuando la indiferencia lance un último puñal
a tu presente y el tiempo del olvido
empiece a bosquejar la frustración
cuando esa tierra donde ya fracasas
no sea más el miedo que quisiste
y todo el silencio del mundo
te aplaste con un pie
cuando el dolor humano se quede sin
semblante, la vida sin problemas
el río sin militancia
cuando la noche pierda el sol de la poesía
y el amor siga queriendo
sin tu fugaz placer
cuando todo eso pase y los vencedores mueran
después de muchos brincos y risas y colores
y pedos que ignoraron la dicha de sufrir
este poema sin voz dirá que en el desierto
tu verso miserable desafió la tormenta
tu canción perniciosa se atrevió a delirar
esta lluvia de ruidos volverá de la muerte
cuando después del olvido
respires de verdad

FBA

miércoles, 6 de octubre de 2010

EL VALLENATO: REALIDAD Y UTOPÍA

Felipe Peláez y Manuel Julián Martínez, con su álbum musical “Más que palabras” (2010) generan, sin duda, mucha expectativa en el ámbito cultural de la música vallenata. Esperaría uno que un artista integral como “Pipe” Peláez, de Maicao-La Guajira, nos trajera a los seguidores de este desintegrado folclor buenas canciones, excelentes arreglos, diversidad temática, apuestas rítmicas novedosas, notas con sabor y estilo vallenatos. Si bien se logran algunas de estas cosas, con solo leer casi todos sus títulos se desmorona cualquier asomo de esperanza con respecto a la parte textual o literaria. Veamos: Te odio y te amo, Después de ti, Quiero amarte, No me dejes sin ti, Sólo reinas tú, Tu hombre soy yo, Amarnos, El amor triunfó, Hoy que volviste, Por estar contigo, Sólo tuyo, La que se fue se fue, Qué será lo que tienen, Tengo ganas, Y yo pierdo el año… Y entre toda esta parafernalia lacrimosa y en menor parte jacarandosa, por ahí, escondida, a un ladito, La gordita de Leandro Díaz. El reencauche vergonzante de siempre para continuar posando y lucrándose de lo que no son. Porque, duélale a quien le duela, de vallenato “Más que palabras” solo tiene, si acaso, la palabra.

He sido insistente en señalar que cada nuevo reencauche simboliza aún más el desbarajuste de un género musical estancado por el errado criterio comercial que hoy por hoy predomina. La evolución que reclamamos y defendemos tiene que ver precisamente con la narrativa, la lírica y la complejidad del mundo urbano. Tiene que ver con la poesía. Con la riqueza descomunal que da la vida. El amor, nadie lo niega, es un gran tema, pero no es el único. El “Canto Vallenato” que nos hace falta tiene tanto de pasado como de futuro, y sólo en la medida en que su presente se canalice constructivamente, permitiendo la presencia en los discos de nuevas obras sintonizadas con el curso multidimensional de su grandeza, será posible que nuestro vallenato (y lo digo paradójicamente desde la trinchera de mi Sinú ancestral) pueda reposicionarse como tal.

Si el maestro Alfonso Hamburger me escuchara o leyera, me diría seguramente que debería estar discurseando alrededor del porro y de la cumbia, y no del vallenato. Pero es que a veces siento que nací musicalmente en el lugar equivocado, pues, sin demeritar de mis raíces, es la música vallenata la que mueve preferentemente mis aguas interiores. En todo caso, un día de éstos dedicaré algunas líneas a la música de mis orígenes, aunque conviene de una vez precisar que cuando me refiero a “lo vallenato” no me circunscribo a la lógica ortodoxa de los cuatro ritmos (paseo, merengue, son y puya) ni al estilo con que se interpretan, como tampoco a la región que se acostumbra señalar. En mis comentarios críticos ha estado igualmente presente la defensa de un continente musical más extenso donde la “música de acordeón” tiene mucho que aportarle a la causa que nos convoca. Coincido con Hamburger en lo de la podredumbre y la crisis que golpean el sentir “vallenatero” actual; en la necesidad de que nuestros festivales sabaneros dejen el arrodillamiento y la dependencia con respecto al mundo de la “vallenatía”; en (como diría Adrián Villamizar) no rendirle más pleitesía a un poco de “loritos” que se desviven por ser invitados a nuestros eventos, donde se les ensalza sin mayores merecimientos ni requisitos.

Habría que profundizar también en nuestros propios ritmos para examinar qué pasa hoy en día con el transcurrir de su universo literario; qué tanto hemos avanzado en la búsqueda creativa de identidad; qué papel desempeña lo poético frente a lo bailable y lo meramente jocoso o placentero; qué otras expresiones de más amplio espectro hemos procurado a partir de la realidad cambiante que nos influye; qué criterios comerciales nos gobiernan; qué tanto nos hemos atrevido a trascender las fronteras del doble sentido, el machismo, la naturaleza festiva, el medio rural y la vanidad mujeriega. Yo no veo con malos ojos que un compositor sinuano o sabanero opte por componer paseos vallenatos. Lo malo es que, al hacerlo, se incline hacia la confusión arrítmica, la patología inarmónica, la pobreza sentimental y las letras de medio pelo; lo imperdonable es que poetas sempiternos como Hernando Marín, Carlos Huertas o Máximo Movil no alumbren la ruta por donde intentan transitar. Y lo malo es también que exploraciones humanas y vitales de mayor alcance no encuentren tampoco eco en las expresiones de nuestra propia idiosincrasia. Un compositor como Joaquín Rodríguez –por poner un buen ejemplo–, que muestra en sus canciones el acervo crítico y lírico de una sabiduría existencial pletórica de ritmos y melodías, es triste que no esté ocupando el espacio que se merece en las producciones que emanan de nuestra típica pero sobre todo inconmensurable forma de vivir. Pero así están las cosas, y vemos, además, en nóveles cantantes sabaneros la urgencia lamentable de competir con los vallenatos a partir de las mismas trazas y componendas para contar en sus discos compactos con canciones de la élite autoral que está de moda, prefiriendo, incluso, los desechos de estos laureados compositores a obras de muy buena calidad producidas por compositores oriundos de valles y sabanas pródigos asimismo en manifestaciones que caracterizan la esencia y el dinamismo del arte musical que nos alienta.

Vuelvo a “Pipe” Peláez para agregar que si a la comprobación epidérmica de los títulos de “Más que palabras” se le suman nombres de compositores, dan, en verdad, ganas de apagar y salir corriendo (Wilfran Castillo, con tres temas; Omar Geles, con dos; Iván Calderón; Tico Mercado; José Iván Marín, Alejandro Sarmiento…). Y lo digo con todo respeto, pues no dudo de la calidad de estos autores; me aparto radicalmente es de que sigan doblegados, por mezquinos intereses, al apetito voraz de quienes, en nombre de lo vallenato, están acabando hipócritamente, in crescendo, con la magia de esta música vernácula. Me aparto, sin dubitaciones, de la doble moral que los lleva a pavonearse en festivales como concursantes de canción inédita y a la hora de pensar en grabaciones se olvidan por completo de la dignidad y pervivencia de los grandes cantos. “Pipe” Peláez aprovecha muy bien su timbre de voz romántica para, con buenos arreglos y recursos instrumentales, pretender el mercado internacional que ve en “lo bonito” la expansión plausible del negocio vallenato. Pero el amor es mucho más que las ridículas tristezas de algunos despechados y las tontas creencias de algunos sobradores. El amor es también tragedia (no agonía), contradicción, alegría, familia, infancia, nostalgia, pueblo, ciudad, vejez, muerte, fraternidad, energía, descubrimiento…

Peláez sacrifica sus propias composiciones para darle paso a esta propuesta mentirosa que Iván Villazón y Jorge Celedón coadyuvan interpretando con “Pipe”, por separado, dos temas de esta producción ampulosamente corrompida por la melosidad del falso romanticismo. Lucho Alonso y Sergio Luis Rodríguez, como ha venido ocurriendo, están en el mismo cuento pero contienen sus canciones algo que las distingue y beneficia. Rolando Ochoa, por su parte, músico polifacético de importante tradición, no está con su Qué será lo que tienen a la altura de otros temas de su autoría, y Omar, Omar Geles, ¡por Dios!, sigue creyéndose el amante portentoso que está por encima de todos los hombres del planeta cuando de enamorar y hacer desfallecer a una mujer se trata, aunque reconoce al menos que en ocasiones pierde el año. Sigo a la espera de que alguna compositora se pellizque, y con la inteligencia y exorbitancia del alma femenina lo ponga magistralmente en su lugar. Entre tanto, bien por él, por su exitoso comercio, por sus infinitas conquistas. Pero mal, muy mal para lo que va quedando de la música vallenata.

A propósito de Iván Villazón, su nuevo disco al lado de Iván Zuleta titulado “Dando lidia”, compendia, ¡por fin!, una variedad temática interesante. No faltan, por supuesto, los melodramas y los reencauches pero la escogencia mayoritaria de temas rescatables refleja la indudable intención de meterse, como su título lo indica, en la pelea por la salvaguardia de un género musical que, excepto en festivales y en parrandas, no representa ya ni continuidad ni desarrollo. Está (no podía faltar) el componente amoroso pero tratado con finura y respeto: en tono menor, como en el paseo El guardián de tus sentimientos de Romualdo Brito; con contexto natural y geográfico, como en el merengue Ella lo sabe de Gustavo Gutiérrez y en Mi sueño eres tú de Hernán Urbina Joiro; en un José Alfonso “Chiche” Maestre que parece retornar a sus mejores tiempos con Lluvia roja, y en Amor y olvido de Enrique “Curry” Carrascal, si bien considero que este compositor sanjuanero es más, mucho más que Amor y olvido donde, en mi opinión, la intención poética se queda corta, domeñada por un brote (pequeño, aclaro) de facilismo que termina, quizá por descuido o ligereza, en el lugar común, cuando no en la mera mezcla de vocablos poéticamente atractivos.

Creo respetuosamente que “Curry” Carrascal no debe dejarse seducir por el éxito creciente de sus composiciones sentimentales y debería más bien aprovechar su cuarto de hora comercial para agregar ese tono provinciano, costumbrista, nostálgico y hasta sutilmente urbano que reflejan canciones como Siete Palabras y la que le compusiera a su progenitor “Lalo” Carrascal. En todo caso, es válido hacerlo enarbolando sus propios discos compactos, interpretando él mismo sus canciones. Con “Curry” Carrascal me ocurre algo similar a lo que he sostenido con respecto a su amigo Adrián Villamizar: no percibo a nadie mejor que ellos para ser los intérpretes de sus creaciones. No hay como la versión del compositor, dicen los entendidos, pero con estos dos personajes esta verdad (seguramente cuestionable) cobra suma contundencia. Las melodías de Carrascal adquieren en su voz un toque especial, personalísimo, que logra que lo romántico no se deje arrastrar por la neutralidad bobalicona, conservando la esencia del mundo vallenato al cual pertenece. Con Villamizar, sus cantos son tan suyos y verdaderos que sin él parecieran protestar y resentirse. Lástima que tales trabajos no logren la difusión que se merecen. Por cierto, ¿cuándo será que El Ángel Bohemio siga el ejemplo del “Curry” y publique, con irremplazable voz, esas joyas musicales del Cubanato? Una canción gigante como la que le compuso a un músico gigante como Richard Viloria difícilmente podríamos escucharla en lo que se viene mediocre y masivamente divulgando.

Me gusta, pues (sin los cuatro temas que intencionalmente dejo por fuera de este comentario), el CD de Iván Villazón e Iván Zuleta, especialmente cuando encontramos también en él canciones como El tapete azul de Fernando Dangond Castro, La lidia de John González, Tres guitarras de Leandro Díaz y Yuca con sal de “Beto” Daza. Se recuperan elementos tradicionales y se incorporan otras preocupaciones. En Yuca con sal se advierte no obstante un extraño error cuando en la segunda parte de la canción el chofer bandido acaba transformado en un “falso sinvergüenza”. Así las cosas, el embaucador no resulta siendo tan malo después de todo, no alcanza a ser calificado como verdadero sinvergüenza y la Yuca con sal pierde, por tanto, valor estético. Lo curioso es que el sabor vallenato de este trabajo discográfico no ha sido percibido –por lo que he escuchado en cercanos contornos– con la complacencia que podría esperarse. Tan mal estamos que pretender “lo bueno” se convirtió en “lo malo”. Y ya sabemos que el viceversa se aplica traumáticamente a la perfección.

Así pues, el vallenato se debate hoy entre la realidad y la utopía, la realidad en expansión que lo desluce y tergiversa y la utopía por defenderlo de la extinción que lo amenaza. Si no existiera tal amenaza, no existieran tantas coincidencias en análisis emanados desde distintas regiones y mediante diferentes abordajes al tema. Sobre este último tópico, vale la pena referirme en primer lugar al programa de televisión Vallenateando con Rafa. Reconozco en Rafael Ricardo una preocupación sentida por rescatar y defender el viejo vallenato, el tradicional, el clásico. Ha sido claro, coherente y constante en su crítica, asumida con respeto y conocimiento de la materia. Pero hay algunas cosas que no me cuadraban mucho y menos ahora con lo que le he escuchado a la bella y talentosa Margarita Rosa Doria, quien llegó hace unos meses al programa en calidad de presentadora y vocalista ocasional en reemplazo de Julio Herazo.

Uno espera de un espacio televisivo que se propuso lo que se propuso, en momentos en que la Nueva Ola se encontraba a punto de darle la estocada final al vallenato, que tengan cabida en él únicamente quienes de verdad compartan idéntico compromiso. Que sea una vitrina especial para compositores, cantautores, acordeonistas y músicos de vieja y nueva data que le aporten dignidad, vigencia y crecimiento responsable a este género musical. Un espacio donde los ignorados y los olvidados también cuenten, donde nuevas canciones pongan asimismo los puntos sobre las íes, donde a la música del Bolívar Grande se le haga justicia con sopesada reivindicación. Mucho se ha hecho y sin embargo toca ponerle el cascabel al gato.

Está bien que se quiera brindarle una oportunidad a un sinnúmero de grupos que gravitan principalmente en Bogotá, pero: ¿de qué le sirve a la causa que nos ocupa la presencia de artistas que se dedican general y habitualmente a lo contrario, y que solo por ajustarse a las exigencias del maestro Rafa se muestran rozagantes y convencidos interpretando canciones de Escalona? Da la impresión a veces de que no es la espontaneidad sino la improvisación, acompañada de problemas de presupuesto, lo que lleva a rellenar programas con cantantes de mediana o baja calidad interpretativa, y hasta con grupos que más parecen una colcha de retazos, compuestos por músicos de distintas procedencias que se reúnen a última hora para tal fin o que, en el mejor de los casos, son reforzados con músicos de planta. Cuando artistas importantes (no me refiero a cantantes comerciales ni a jovencitos de moda) están circunstancialmente en la Capital, el programa adquiere entonces una posibilidad máxima y entran al ruedo las guitarras, las canciones inéditas, la instrumentación y el acompañamiento acordes con la vida y obra de los grandes compositores y cultores de este género musical que, como bien lo advierten los conocedores e investigadores del mismo, es ya más popular que folclórico. Esto es otro cantar y es lo que de verdad le da vigor y trascendencia al programa.

Comprendo y respeto por otra parte la admiración que Rafael Ricardo tiene por Escalona, pero de ahí a que sean mayoritariamente sus canciones las preferidas, machacándolas una y otra vez hasta el cansancio, me parece exagerado e inconveniente. Algo similar ocurre con las canciones más reconocidas de Adolfo Pacheco, Gustavo Gutiérrez, José Alfonso “Chiche” Maestre y de otros compositores de indiscutible valía. Empero –el mismo Rafa lo ha expresado muchas veces sin ponerlo todavía en práctica–, más que canciones conocidas necesitamos impulsar canciones que no contaron con la misma suerte o no lograron ser grabadas, canciones que han circulado y circulan por festivales, canciones que se siguen componiendo por veteranos y nuevos autores dando cuenta de las ricas modalidades del texto vallenato. Por supuesto que hay que aplaudir al maestro Rafa por los esfuerzos que realiza y por hacerle frente a la crisis de manera franca y decidida. Fatal sería que se hiciera apología de la casi extinta Nueva Ola, del pop vallenato y de la indefinición galopante en el mercado del disco. A partir de lo propuesto y como resultado de una tarea investigadora provechosa, no me cabe duda de que el programa se redimensionaría con mayúsculas proporciones y los grupitos oportunistas se verían en serios aprietos para dar la talla con algo que no sería lo consabido de Rafael Escalona.

Ahora bien, la llegada de Margarita Doria al programa tiene obviamente sus ventajas (atractivo físico, simpatía, espiritualidad, buena voz, audiencia juvenil) pero también sus desventajas. Entre éstas, que el programa con ella pierde profundidad, se vuelve a ratos pueril y tontarrón. No es lo mismo el buen humor, la secreta ironía y la mamadera de gallo del viejo Rafa que los comentarios y preguntas sin peso de la adorable cantautora cuando intenta, a su modo, cumplir con otro de los objetivos valiosos del programa, consistente en indagar aspectos de la vida de los invitados. No se trata de acumular información conducente para salir del paso, sino de procurar la formación integral indispensable para hablar de vallenato con propiedad. Y esto lo da el estudio, las lecturas complementarias, la investigación de la problemática, el roce (que lo tiene), el transcurrir inquietante de los años. Estoy seguro que podría mejorar si se lo propone. Tiene madera y eso cuenta.

El problema fundamental radica en que la publicidad de Matildelina, negocio del cual es socia y donde se viene escenificando el programa luego de su llegada, y su defensa del movimiento juvenil se muestran ya como sus más claros intereses. Ha tenido varias discusiones por esto último con el maestro Rafa que han sabido sortear con sonrisas y elegancia. Pero qué pena, con los falsificadores del vallenato hay que ser radicales. O se está o no se está identificado con esta postura. Si los presentadores del programa están, según parece, en orillas opuestas, tarde o temprano no podrán evadir la necesidad de replantear, para bien o para mal, la filosofía del programa. Espero, claro está, que sea para bien. Y que siga el maestro Rafa cazando gazapos, sección esta que, sin petulancias y sin excesos, cumple para satisfacción de quienes compartimos su preocupación gramatical. Lo otro, sería pedirle un poco más de cuidado cuando afirma que contar en una producción discográfica con canciones de Omar Geles, Tico Mercado y otros que hacen parte del combo sensiblero, garantiza la calidad de dicho trabajo, pues lo que han venido demostrando estos autores es su poca o nula contribución a la salvación cultural y “comercial” de nuestra música. Que se les aplauda, que peguen, que alcancen el éxito, que sean premiados nacional e internacionalmente poco importa si con ello se ahonda más la debacle del “folclor”.

Lo cierto es que las figuras de la descomposición posmoderna han encontrado y encuentran cada vez más en Vallenateando la oportunidad de seguir haciendo de las suyas, siempre y cuando cumplan con el requisito de interpretar una o dos canciones de Escalona u otra de las que sirven de cliché y que se relacionan no siempre de manera afortunada con el vallenato clásico. Ojalá que Margarita Doria entienda estos planteos de manera constructiva y se ponga del lado de la tarea quijotesca de rescatar, proteger, enriquecer y, por qué no, de expandir “correctamente”, sin dogmatismos y sin esnobismos, la música vallenata. Y encierro el término entre comillas porque no se trata de negarlo todo porque sí. Hay una ardua labor que realizar, una gran discusión colectiva que nos permita avanzar sin retroceder, recuperar la memoria histórica pero asimismo potenciar el futuro que el vallenato, en buena hora, se merece. Margarita Doria tiene con su CD en proyecto toda una prueba de fuego para que sepamos cuál es, en definitiva, su contribución a la causa vallenata. Y en cuanto a Rafael Ricardo, dice mucho de su inteligencia y de la importancia de un tema aparentemente ajeno, que sea un sabanero como él quien defienda, con ahínco, el vallenato clásico. Como bien lo precisa Edward Cortés Uparela, nosotros también componemos y cantamos vallenato.

En segundo lugar, la utopía me lleva (ya para concluir este largo artículo) al debate sobre cuál es el elemento cultural que debe ser postulado, reconocido y protegido como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por parte de la UNESCO. Al respecto, he recibido de Lolita Acosta y de Adrián Villamizar distintas posiciones provenientes de ellos mismos pero también de otras personalidades como Rosendo Romero, Félix Carrillo Hinojosa, Abel Medina Sierra, Juan Cataño Bracho, entre otros, inmersos todos en el foro virtual gestado por Lolita Acosta para definir tan espinoso asunto. Quienes han seguido mis “desopiniones vallenatas” sabrán identificar, en consonancia con lo que hoy escribo, mi posición sobre este particular y los alcances de la misma. Dejo para eventuales publicaciones detalles de las posturas más interesantes. Por ahora, basta con decir que esta profusa discusión académica parece encontrar consenso alrededor de “EL VALLENATO” como objetivo de este proyecto.

No sé qué tan precisos podamos ser en esto. Mientras para Villamizar debe ser “el canto vallenato” en sentido amplio o incluyente (el canto con todo lo que nos rodea y todos los instrumentos tradicionales) y lo justifica ejemplarmente, Félix Carrillo manifiesta no ver dentro de la música vallenata elementos en vía de extinción y que en caso de ameritarse alguna protección sería el Festival de la Leyenda Vallenata su beneficiario. Por su parte, Abel Medina Sierra sostiene que debe ser “la música vallenata” el bien cultural a salvaguardar dado su significado englobante de todos los componentes y períodos, afirmando, además, que no se trata de una expresión musical amenazada de extinción ni que atraviese por problemas de transmisión. Para Medina Sierra, nominar “el canto vallenato” equivaldría a disgregar los componentes de la música vallenata, la cual, agrega, constituye patrimonio en su faceta tradicional y en cuanto música popular, no en lo que ya no existe (su raíz folclórica, la juglaría). Otras miradas nos hablan de apreciar el vallenato desde el punto de vista de sus cualidades artísticas, como arte o estética (Mauricio Sánchez), o desde la comunicación como Lolita Acosta, quien propuso, entre otras cosas, que fuera “la narrativa en el canto vallenato” la merecedora de protección, entendida como el “elemento esencial del canto vallenato tradicional u originario o fundacional de nuestra identidad”, mostrándose en desacuerdo, no sin razón, con términos demasiado generosos como “vallenato” o “música vallenata”, capaces de arrastrar consigo todas las manifestaciones degenerativas que hacen actualmente su agosto al amparo de tales nombres. Y me temo que estoy de acuerdo con su desacuerdo.

Otras expresiones que han estado en el sonajero son “el folclor vallenato”, “el juglar vallenato”, “la juglaría vallenata”, “la juglaría”, “la piqueria”… El compositor Rosendo Romero cierra este capítulo invitando a Adrián Villamizar (el gestor indiscutible de esta monumental idea) a dejarse seducir por la palabra “vallenato”, para lo cual desglosa interesantes argumentos a partir de considerar que la narrativa no lo es todo, si bien su defensa del vallenato instrumental no alcanza a ser convincente y buena parte de su exposición se dirige más bien a señalar diversos elementos de la crisis y no propiamente a sustentar por qué es “el vallenato” lo que está en riesgo. Concluye diciendo, acercándose a Medina Sierra, que “la narrativa no está en riesgo porque hace rato desapareció”.

En fin, llámesele como se le quiera llamar al asunto, lo cierto es que el vallenato, el canto vallenato atraviesa una profunda crisis y el que no la vea o, peor aún, la vea y la niegue o se haga el loco por intereses netamente privados, es cómplice del cartel que lo asesina. Por fortuna, la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata está fuera “normativamente” de la posibilidad de ser la gran favorecida. Sería el acabose que quienes se dicen defensores y benefactores del folclor pero organizan festivales comercialmente exitosos valiéndose del boom que lo carcome, vayan a ser los responsables del plan de salvaguardia. No quiero imaginarme a estos señores desviando el apoyo económico del proyecto para traer a Madonna a Valledupar en lugar de preocuparse por la suerte del juglar supérstite Lorenzo Morales o por el legado inolvidable de Francisco “Pacho” Rada. Se vanaglorian algunos foristas de los triunfos obtenidos por los artistas del momento, restriegan los conciertos multitudinarios dentro y fuera del país, se alegran porque en Popayán suenan los acordeones y la juventud se despepita de perdido placer aplacándose con ello la nostalgia telúrica. Qué mal andamos también en cuestiones de nostalgia si la bazofia que hoy día nos embuten como “vallenato” y su séquito de muchachitos saltarines es capaz de conmovernos a la distancia de esa forma en vez de propinarnos un lamento inconsolable de desconcierto.

De otro lado, no deja de parecerme algo sofístico el argumento de que no se puede salvaguardar lo que no existe. En todo caso, creo que las disquisiciones académicas no nos pueden conducir a bajar la guardia. El canto que nos hace falta es narrativo y costumbrista pero también lírico, poético, urbano. Tiene mucho de pasado pero también de presente y, especialmente, de reto y de futuro. ¿Dejar que la nueva generación haga la historia? Ahí sí, como dijo alguien en el foro con otra intención, ¡mamola! Yo sí creo que tenemos que saber con absoluta claridad quiénes defienden y quiénes no la música vallenata. No hay en esto nada de excluyente ni de irrespetuoso. Es, si se quiere, cuestión de dignidad. Los defensores a ultranza de la contemporaneidad y de la evolución per se como que no se han aproximado a los laberintos del arte. Con el cuento de la evolución me imagino que estos amigos de la confusión terminarán diciendo que la tragedia griega perdió toda vigencia literaria. La evolución que entendemos y aceptamos va por otro lado, y a mi juicio tiene que ver más que todo con la parte textual de nuestra música, sin que el término evolución signifique progreso o conlleve a que “lo nuevo” sea necesariamente mejor que “lo viejo”.

Bien, ya era hora de llegar hasta aquí para dejar que sea Ernesto Sabato quien continúe el discurso: “… En el arte no hay progreso en el sentido que existe para la ciencia… no hay tanto progreso como ciclos, ciclos que responden a una concepción del mundo y de la existencia… en el arte suele darse que lo antiguo resulta de pronto revolucionario… Cada cultura tiene un sentido de la realidad, y dentro de ese ciclo cultural, cada artista… Cada creador debe buscar y encontrar su propio instrumento, el que le permite decir realmente su verdad, su visión del mundo. Y aunque inevitablemente todo arte se construye sobre el arte que lo ha precedido, si el creador es genuino hará lo que le es propio, a veces con empecinamiento casi risible para los que siguen las modas… Que una mujer esté a la moda, es natural; que lo haga un artista, es abominable…”.

Termino con apartes de un correo que dirigí el 14 de septiembre de 2010 al maestro y amigo Adrián Villamizar (con la maestría ocurre lo del arte: la edad no cuenta):

“… Así que sigue con lo tuyo y cuenta con tu ‘Avanzada Sinuana’ para, en nombre de lo popular y no de lo intelectual, coadyuvar tus locuras y quijotadas ‘hasta las últimas consecuencias’. Lo que tú vislumbras con lo del Patrimonio es grande y maravilloso, y sé que será oportunidad y reivindicación para muchos artistas, viejos y nuevos, que no cuentan con posibilidades de expresión ni siquiera en el mundillo de los festivales contaminados. Sé que el asunto está en las manos indicadas. Así que cuídate mucho de esa gente oportunista que quiere pescar en río revuelto para corromper los ideales. Tú sabes cómo son las cosas. Desde que las ideas nos unieron, mucho antes de conocernos, tuve la sensación de que un proyecto de tanta magnitud pisaría muchos callos, tendría necesariamente que poner el dedo en la llaga. Y en mi opinión, la Fundación que sabemos no estaba ni podía estar ni está a salvo de su justa puntería…”.

Saludo sinuano,


FBA