jueves, 28 de noviembre de 2013

VUELVE Y CANTA EL VALLENATO
(una noticia alentadora)

Dejé de escribir sobre música vallenata… Porque dejó de interesarme, por salud mental y cultural, lo que hoy se produce y comercializa como supuesta música vallenata. Por tanto, la suerte de este subproducto, ya de por sí indefectiblemente desechable, me tiene sin cuidado. No obsta ello para continuar sumándome a la preocupación por preservar, si no es posible todas, sí las más significativas expresiones de un género musical que cuenta, sin duda alguna, con una rica historia vivencial y artística. Pero como lo he sostenido en innumerables ocasiones, considero que la salvaguardia que hoy se pretende y que alcanzará su primer gran objetivo el viernes 29 de noviembre de 2013 en Bogotá D. C. –día en que el Ministerio de Cultura de Colombia declarará, luego de un arduo y participativo proceso, al Vallenato como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación-, debe permitir no solo el rescate, protección y proyección de lo que se ha venido perdiendo, sino también la sana posibilidad de que quienes viven y perciben, con criterios de cambio responsable, este hecho musical, puedan encontrar igualmente espacios de apoyo y difusión.
 
Me refiero más que todo -y lo saben aquellos que me han leído- al componente textual o literario de dicha música. Incluso, veo también de buen recibo que sonoridades melódicas de otras latitudes puedan, dentro del canon vallenato -entendido este, históricamente, en sentido amplio-, incorporarse a ese viaje musical aparentemente ajeno, para oxigenar el destino de una causa que, no sobra subrayar, respeto y comparto. Y valga la ocasión para felicitar una vez más a su enorme quijote, al artífice de esta maravillosa e impostergable locura existencial: el cantautor bonaerense y guajiro Adrián Pablo Villamizar Zapata. Para él, mi afecto y mi admiración de siempre, aunque la tinta de mi pluma se haya subido a veces de tono cuando la he activado, por diversas razones, desde mi oficio de criticastro empedernido.
 
Por invitación suya y debido sobre todo a lo que escribí con suma e incontrolada crudeza sobre la materia, terminé “representando” al Sinú en el Foro Regional Estrategias de Salvaguardia del Vallenato realizado en Valledupar del 4 al 7 de octubre de 2012, fantástica aventura en la que intervine para reiterar algunos de mis planteamientos sobre el particular, entre los que recuerdo, por ejemplo, la obligación de luchar contra todo tipo de corrupción en los festivales (incluidos los sabaneros), la abolición de los premios económicos en los concursos (me complace saber que Adrián Villamizar se manifestó recientemente en Facebook en similar sentido; ojalá convierta esto en otro de esos magnos proyectos que se le meten primero en el corazón y después en la cabeza y que, una vez allí, sabe de manera incansable adelantar con éxito), el pensable y deseable replanteo del aspecto poético de las canciones, y, en especial, la necesidad de comprender que la crisis del vallenato repercute también en nuestras regiones y que, por tanto, deben tocarnos también los paliativos. Y guardo como él, y como tantos otros gladiadores que se han matriculado en esta Cofradía del espíritu en pro de una música popular y vernácula de valor incalculable, la esperanza de que el gran objetivo, la meta final -que será más bien línea de partida-, logre coronarse cuanto antes: la declaratoria del Vallenato como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO.
 
La renovación literaria de la música vallenata y de la música de acordeón, acompañada incluso de universos rítmicos perfectamente compatibles con manifestaciones instrumentales alternativas, es, en mi opinión, un camino que podría, bien transitado, depararnos insospechadas y extraordinarias conquistas. Es en lo que ha fallado y sigue haciéndolo tercamente, apegada a una ortodoxia rayana con la doble moral, la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata que organiza, año tras año, el Festival Vallenato de Valledupar. Cuando el argumento de la tradición se vuelve negocio, el cuento del folclor puro termina acabando con el arte y haciéndole el juego a una rara combinación de show de lujo y costoso a cargo de metecos con estatismo aburridor y mal pago a cargo de nuestra criolla vocación de ilusos.
 
No es extraño por ello que se disponga para preseleccionar canciones al mismo círculo de “expertos” o “conocedores” del tema, que, paradójicamente, por ser lo que son (y nada más, al parecer), se anquilosan, año tras año, en el lugar común, el elogio vacuo y la repetición de lo mil veces repetido, cuando no se dedican también, según se dice por ahí, a favorecer compadrazgos, amiguismos y connivencias de variada índole, posicionando en Primera Ronda canciones de pésima calidad. Y ni qué decir de las rutinas que se ejecutan una y otra vez en los concursos de acordeón, en los que canciones consideradas clásicas padecen la pobre suerte de ser mecanizadas y tocadas al extremo del absurdo, perdiéndose, quiérase o no, y debido sobre todo a la malsana obsesión de que la copia se parezca lo más que se pueda al original, la magia que les dio vida y lucimiento.
 
De nada sirve que se revivan en los festivales este tipo de cantos, cuando la importancia de lo que representan ya murió hasta para los grandes artistas del género, que a lo sumo acuden en sus discos a uno que otro a manera de reencauche, y preferiría pensar que lo hacen por vergüenza y no para posar como defensores del auténtico Vallenato. Pamplinas, puras pamplinas de hijos desagradecidos. Aún no logro recuperarme a plenitud de la decepción que me produjo La Aplanadora en la voz de Jorge Oñate. Cada vez que me acuerdo, se me remueve un no sé qué, ese mismo no sé qué que me ha llevado a refugiarme en otras músicas, en otros contextos, en otros territorios factibles y explorables de la poesía y del arte universal. Debo a eso mi propia búsqueda musical: la creación del SINUANATO-SINUATO. Así que, mirando las cosas desde otro lado, tengo mucho que agradecerle a la degeneración de la, hoy más que nunca, mal llamada música vallenata, si bien es cierto que tarde o temprano, por el camino que fuere, me hubiera jalado la vida (o la muerte) hacia el cumplimiento de este sino inevitable. No en balde acumulo ya más de treinta años pensando en torno a una ecuación en la que me he atrevido a construir un puente que una y comunique a dos de mis más queridas compañeras de viaje: la poesía y la música.
 
El día en que “verdaderos” jurados (qué sé yo: poetas, escritores, académicos, autodidactas, investigadores, gestores culturales no comprometidos con el statu quo, etc.), provenientes de diversas regiones y que conozcan más de poderío vital que de rigor estéril, que entiendan, además, que la única o mejor manera de luchar contra la problemática que golpea el alma del Vallenato es permitiendo que esta se exprese libre y creativamente, sin que ello signifique que su esencia se ponga en entredicho (que es lo que sí ocurre con lo que se graba y publicita hoy en la era de “Los Mercachifles del Pendejismo”, como llamo yo al fenómeno de mediocridad y ligereza que hoy nos agobia), el día en que, entonces, oficien como jurados personas idóneas en sentido integral, ese día no quedará por fuera, NO PODRÁ QUEDAR POR FUERA de ningún concurso digno y decente una obra monumental de excelsa factura que hermana la sencillez asombrosa de la buena poesía con la melodiosa vitalidad del ser sintonizado con el universo, una obra como “Ruiseñor del Monte” (desechada por los doctos del Valle en 2013) de mi amigo y maestro sinuano Joaquín Rodríguez Martínez, “El Cantor del Sinú”, a quien supo rebautizar Adrián Villamizar con el nombre de “Joaquín de las Aguas”, o en versión del propio Joaquín Cristóbal: “Joaquín de las Turbias y Sinuanas Aguas Cordobesas”. Ni siquiera compositores de reconocida gloria son garantía de imparcialidad a la hora de actuar como jurados, pues es más fácil que opere en ellos el síndrome del subjetivismo.
 
Y que conste que ya no hablo de las mías, de mis canciones, porque no me fue difícil desprenderme de semejante embrollo y despropósito cuando comprendí que nunca fue un sueño ni nunca lo será participar en el Festival Vallenato, y que tengo más adecuados y más sabios caminos por recorrer. A propósito de sueños, el tan publicitado programa “La Voz Colombia” del Canal CARACOL sí que sabe explotar esta consabida idiotez. No me cansaré de afirmar que los sueños no vinieron ni vienen al mundo para ser cumplidos, cumplir un sueño es acribillarlo, acabar con la vida del más fuerte motor que hace que la existencia sea más tolerable y llevadera: LA UTOPÍA. De ahí el fracaso histórico de las grandes revoluciones que, al triunfar, pierden de inmediato la savia que las nutría.
 
Pero con tanto Grammy traficando de manera sospechosa por ahí, con tanto defensor por conveniencia de la evolución contaminada del Vallenato, con tanto trabajo discográfico de ínfimo valor, monotemático y tontorrón para más señas -en lo cual han caído igualmente cantantes de trayectoria-, no queda más remedio que seguir diciendo, así sea ya de vez en cuando, estas verdades amargas que seguramente tienen por qué dolerle a más de uno de los implicados en el problema.
 
Que la cantautora Rita Fernández Padilla aparezca en Facebook haciendo una interpretación instrumental (con piano) de “Mañanitas de Invierno” (renombrada canción de Emilianito Zuleta Díaz), no significa lo que uno de los comentaristas del vídeo anotó, avalado por otro que no pierde ocasión para sostener que el Vallenato no está en crisis pero que no se acuerda de lo que sostiene cuando, sin reparo alguno y por el afán de querer protagonizarlo todo, pasa a formar parte de los proyectos que afirman que sí lo está. Lo que demuestran Rita y Corazón Vallenato con el vídeo es todo lo contrario: que sí lo está, y tanto lo  está, que es menester traer a cuento canciones de talla para recordarnos a todos que hay que hacer algo al respecto, pues lo que hoy abunda es precisamente lo que el par de amigos que comentaron el vídeo reconocen contradiciéndose: brincos, gritos, composiciones sin ton ni son. Significa que ya no se graban canciones de ese talante, que se trata de obras musicales que sí gustan de verdad sin que las emisoras tengan que machacarlas a cambio de prebendas, y que, por sobre todo, es un deber ético hacer música de calidad.
 
Por fortuna, el problema lo detectó A TIEMPO Adrián Villamizar, porque yo tampoco dudo de que, de mantenerse la tendencia imperante, cuya patraña no merece siquiera ser calificada de paradigmática, la música vallenata, “nuestra música vallenata”, quedará reducida con el transcurrir de los años a un lánguido recuerdo de épocas remotas. De nada sirve que unos cuantos nos quedemos rememorando lo que fue (y lo que pudo haber sido y no fue) valiéndonos de parrandas inolvidables, eventos especiales con tufillo elitista, reuniones secretas y jacarandosas de amigos, incluso de festivales, si no existen (o existen pero se desprecian) nuevos cantos que continúen la brega a partir de lo aprendido, nuevas rutas que sin olvidar el pasado glorioso nos lleven a buen puerto.
 
Y para colmo de males, unos cuantos compositores consentidos por el mercado y por los medios de comunicación siguen obteniendo de SAYCO ganancias exorbitantes, recibiendo la mayor parte del gremio migajas y desdenes. Porque es que el problema es también de corrupción, de falsedad, de confusión. Muchos lo saben y muchos se aprovechan. Y si no que lo digan los que maquinan y reciben anticipos descabellados, ominosos y hasta ofensivos de SAYCO, los que se llenan la boca diciendo que son “vallenatos” pero cada vez explotan más el sendero musical de Carlos Vives, Fonseca y de otros artistas por el estilo, vistiéndose y mostrándose como si fueran el non plus ultra del caché vallenato y posando, además, como mozalbetes faranduleros. Tan bueno es el negocio para ellos (todos sabemos de quienes hablo) que no tienen ningún inconveniente moral en saltar del llantico sempiterno al tropi-pop y de éste a la canción social. Mares de lágrimas para el Vallenato y un poquito de conciencia textual para trascender fronteras. ¿Cómo se llama eso? Respondan, por favor, ustedes, pues la palabra que me llegó de inmediato a la mente puede resultar justicieramente agresiva.
 
Por eso, una noticia como la que se producirá mañana en MINCULTURA me alegra pero a la vez me preocupa. Bien por el Vallenato y mejor aún por quienes de verdad lo quieren y se inquietan por su suerte. Pero confiemos en que el uso que se haga de este importante hecho cultural esté ajustado a lo que realmente se persigue, y no que las figuras y los personajes que siempre se aprovechan lo utilicen para sacar pecho en contra de la música sabanera o para favorecerse (como lo saben hacer) de la fama del Vallenato, de su mentirosa internacionalización, de su expansión cancerígena, pues, verdad de verdades, lo que se vende y premia hoy día como Vallenato tiene muy pero muy poco que ver con el original. No se trata tampoco de que el Vallenato se paralice o de que el de hoy sea exactamente igual al del pasado, pero sí de que se preserven al menos sus más finas cadencias, su mensaje polifacético, su sentimiento sincero, espiritual y legendario. Pero como de todo hay en la viña del Señor, no faltará quien afirme a boca de costal: “¡Qué grande somos! Todo anda muy bien. Ya somos, incluso, Patrimonio y no hay, por consiguiente, nada que proteger”. Preguntémosle a la actual voz líder de “Los Genios del Vallenato”, Yordy Torres González, qué canta, o mejor, qué le toca cantar cuando se presenta con su grupo en Quito-Ecuador. Baladitas, Compadre, baladitas…
 
En todo caso, brindaré el viernes 29 de noviembre de 2013 a tu salud, querido y bendito Vallenato. No más benefactores de lo insufrible. Larga vida al Vallenato y a quienes, conscientes del problema, han sabido sobreponerse de las críticas y continuar al frente de esta dura lucha. Aunque A DESTIEMPO, como me gusta o me toca, seguiré estando con ellos, acompañándolos con la firmeza acostumbrada. ¡NI UN PASO ATRÁS! ¡PERO PENSEMOS TAMBIÉN EN EL VALLENATO DEL FUTURO!
 
ADENDA: a propósito de la crisis de valores que se vive en SAYCO, si es cierto todo lo que dice, casi que en solitario, el maestro RAFAEL RICARDO, no dejo de pensar que su gesta valerosa contra todo un andamiaje corrompido tendrá, tarde o temprano, que imponerse, y será la historia la que le reconozca los méritos que hoy se le niegan. Si una sociedad como la de SAYCO, que debe velar por algo tan sagrado como los derechos de quienes ven y comparten el mundo a través de la música, se desborda y se politiza en favor de unos pocos, por supuesto que debe haber intervención y control del Estado, siempre y cuando el remedio no resulte peor que la enfermedad. Difícil de entender por qué tales prácticas de injusticia y exclusión reciben apoyo de autores y compositores que son también víctimas de las mismas, aunque he encontrado alguna explicación en el hecho de que quizá no obtengan los mayores beneficios pero sí les dan, como decimos nosotros, contentillos.
 
La realidad es fácil de comprobar: siempre que me encuentro con compositores amigos, en especial con los que se mantienen al margen de esta polémica, todos coinciden en señalar las anomalías, persecuciones, manipulaciones, desmanes, desangres y hasta humillaciones que se viven en SAYCO. Cuando pienso que el salario de un Inspector de Trabajo en Colombia escasamente supera los dos millones de pesos y que un miembro del Consejo Directivo de SAYCO gana más de esto apenas en una sesión, y que su Gerente pasa de veinte millones, y que las regalías de los privilegiados se  cuentan trimestralmente también en millones, es entonces cuando no hay más salida que, categóricamente, concluir: ¡Con razón se pelean esta presa como fieras salvajes! POBRE SAYCO. INCLEMENTE DESTINO EL DEL ARTE MUSICAL EN COLOMBIA.
 
Una ilustrativa anécdota traigo a colación: cuando a la Unión Sindical Obrera (USO) se le criticaba por los altos salarios, prestaciones y demás arandelas convencionales que recibían sus directivos y afiliados, la respuesta, palabras más, palabras menos, no se hacía esperar: no es que nosotros ganemos mucho, sino que el trabajador colombiano devenga muy poco. Y pues sí, tienen razón; que un Inspector de Trabajo y Seguridad Social en Colombia -con todo lo que implica la responsabilidad de este riesgoso y complicado oficio- perciba lo que quedó dicho (y eso que no estamos hablando del pírrico salario mínimo legal de los colombianos), eso habla muy mal del Ministerio que debe velar por el trabajo digno y decente en nuestro país, Ministerio del Trabajo que, dicho sea de paso, se gastó el año pasado un dineral en la socialización del Decreto 1092 de 2012 sobre negociación colectiva en el sector estatal y ni siquiera con sus propios sindicatos la puso en práctica, negándose en la Mesa de Negociación Conjunta a nivelar los salarios de sus funcionarios (tema este que expresamente se permite en el citado decreto), mucho menos reconocer prestaciones extralegales y ni siquiera concertar aspectos de bienestar social.
 
Lo grave del asunto es que en SAYCO, a diferencia de lo que ocurría en la USO, la justa y elevada estimación del talento musical no se materializa, en términos económicos, en beneficio de todos sus asociados, sino de unos pocos, por lo que la desigualdad se hace más condenable y ostensible. Y mientras persistan discrepancias tan grandes en su interior, entre unos avivados que nadan en los billetes de la falsa gloria y otros, grandes artistas, a quienes solo los cobija la miseria, el abandono y el olvido, su desprestigio será cada día mayor. Ruego al Altísimo que la instauración del Vallenato a Patrimonio sirva para que sus músicos, compositores y artistas reciban en vida lo que no les da la pomposa sociedad que debería protegerlos.
 
COROLARIO: Ningún cambio social significativo sobrevendrá luego de que se firme la paz con las guerrillas de las FARC, si no se combate la corrupción, la politiquería y la iniquidad.
 
Punto final de mi Declaración sobre la Declaratoria de mañana. Gracias a todos (estén o no de acuerdo con lo escrito) por haber llegado hasta aquí.
 
Fuerte y respetuoso abrazo,
 
 
FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)
El Sinú, 28 de noviembre de 2013 (jueves)el formulario

lunes, 18 de noviembre de 2013


ALGO QUE SUDEDIÓ AYER. ALGO QUE ESCRIBÍ HOY (para mi libro de cuentos "Santo Remedio"). ¿FICCIÓN? ¿REALIDAD? JUZGUEN USTEDES…

 
¡FELIZ CUMPLEAÑOS, HIJO!

 
Buenos días lunes. Ayer estuve de cumpleaños. Anteanoche, de parranda sabatina con un viejo amigo de andanzas juveniles. Trasnochado y con la resaca interminable de la vida compartida, me dispuse, a eso de las 5 a.m. del domingo, a dormir en hamaca la pea de la víspera, en la casa que fuera de mis padres, habitada hoy por un hermano ex cantor, un turpial de trinos nostálgicos, un gato medio bonachón y por E, empleada de confianza, y a la que puntualmente acudo, en compañía de K, los fines de semana cuando vuelvo de trabajar en la sabana cordobesa. Desperté pasado el mediodía, revisé correos, mensajes en Facebook de amigos y contactos a propósito de mi pequeña efeméride, almorzamos luego en familia, K y B sacaron fotografías de sus cámaras, la vela del pudín se negó a prenderse, bromeó al respecto mi hermana ME, y cuando volví a la hamaca de mis cuitas a continuar examinando el tiempo, sonó el timbre de la puerta principal. K atendió al extraño visitante, quien traía una bolsa grande, repleta de helados y galletas de variados estilos y sabores. La empresa para la que trabaja es la misma que desde hace años lleva pedidos a domicilio a nuestra casa. K tomó el paquete y la cuenta con el valor que debía cancelarse, pero al llevárselo a ME y a B para que se finiquitara la compra, ellos manifestaron su sorpresa, verificándose de inmediato que nadie en casa había solicitado tal servicio. El mensajero seguía en la terraza, esperando el dinero de los productos adquiridos. K retornó pensativa, descendió por la escalera donde una lámpara de lágrimas hace aproximadamente cuarenta y siete años descifra el destino familiar, y, ya en la puerta, explicó al dependiente lo confirmado, indagó por algún posible equívoco, pero el emisario, sin asomo de dudas, precisó teléfono, dirección y nombre de la persona que habilitó el despacho conforme a la base de datos de la empresa. Era, en efecto, nuestra dirección y el número de la línea también correspondía, lo fue al menos durante mucho tiempo, hasta que B decidió cambiarse de ruta telefónica. Aclarado el asunto, el repartidor desapareció en motocicleta llevándose consigo tan festivo obsequio. K y ME se comunicaron en seguida con la empresa recibiendo de distintos empleados informaciones encontradas. Se pasaron la llamada sin que ninguno supiera darles explicación satisfactoria. Una niña, al parecer, fue la que requirió el servicio, quizá el receptor erró al activar el número en el sistema, que no había problema, que esas cosas pasan. K y ME han marcado mil veces el número telefónico que fuera de nuestra casa paterna, timbra y nadie lo contesta. No pudieron saber si el encargo regresó a la empresa, arribó a su real destinatario o si, finalmente, se desvió obediente, por sí mismo, a acomodarse en el regazo de su enigmático, verdadero y  amoroso remitente. Pensando en ello, salí anoche, impulsado por K, a comprar un par de litros de helado para acabar de conmemorar mi aniversario. En lo que sí no se contradijeron los empleados de la empresa fue en el nombre que escucharon: A de B. A de B es mi madre, quien cumplió ayer cuatro años, tres meses y dieciséis días de haber muerto. ¡Feliz Cumpleaños, Hijo! ¡Feliz Cumpleaños, Madre!           

 
Montería, 18 de noviembre de 2013

 
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