VUELVE Y CANTA
EL VALLENATO
(una noticia
alentadora)
Dejé
de escribir sobre música vallenata… Porque dejó de interesarme, por salud
mental y cultural, lo que hoy se produce y comercializa como supuesta música
vallenata. Por tanto, la suerte de este subproducto, ya de por sí indefectiblemente
desechable, me tiene sin cuidado. No obsta ello para continuar sumándome a la
preocupación por preservar, si no es posible todas, sí las más significativas
expresiones de un género musical que cuenta, sin duda alguna, con una rica
historia vivencial y artística. Pero como lo he sostenido en innumerables
ocasiones, considero que la salvaguardia que hoy se pretende y que alcanzará su
primer gran objetivo el viernes 29 de noviembre de 2013 en Bogotá D. C. –día en
que el Ministerio de Cultura de Colombia declarará, luego de un arduo y
participativo proceso, al Vallenato como Patrimonio Cultural Inmaterial de la
Nación-, debe permitir no solo el rescate, protección y proyección de lo que se
ha venido perdiendo, sino también la sana posibilidad de que quienes viven y
perciben, con criterios de cambio responsable, este hecho musical, puedan
encontrar igualmente espacios de apoyo y difusión.
Me
refiero más que todo -y lo saben aquellos que me han leído- al componente textual
o literario de dicha música. Incluso, veo también de buen recibo que sonoridades
melódicas de otras latitudes puedan, dentro del canon vallenato -entendido este,
históricamente, en sentido amplio-,
incorporarse a ese viaje musical aparentemente ajeno, para oxigenar el destino
de una causa que, no sobra subrayar, respeto y comparto. Y valga la ocasión
para felicitar una vez más a su enorme quijote, al artífice de esta maravillosa
e impostergable locura existencial: el cantautor bonaerense y guajiro Adrián
Pablo Villamizar Zapata. Para él, mi afecto y mi admiración de siempre, aunque
la tinta de mi pluma se haya subido a veces de tono cuando la he activado, por
diversas razones, desde mi oficio de criticastro empedernido.
Por
invitación suya y debido sobre todo a lo que escribí con suma e incontrolada
crudeza sobre la materia, terminé “representando” al Sinú en el Foro Regional
Estrategias de Salvaguardia del Vallenato realizado en Valledupar del 4 al 7 de
octubre de 2012, fantástica aventura en la que intervine para reiterar algunos
de mis planteamientos sobre el particular, entre los que recuerdo, por ejemplo,
la obligación de luchar contra todo tipo de corrupción en los festivales
(incluidos los sabaneros), la abolición de los premios económicos en los
concursos (me complace saber que Adrián Villamizar se manifestó recientemente
en Facebook en similar sentido; ojalá convierta esto en otro de esos magnos
proyectos que se le meten primero en el corazón y después en la cabeza y que,
una vez allí, sabe de manera incansable adelantar con éxito), el pensable y
deseable replanteo del aspecto poético de las canciones, y, en especial, la
necesidad de comprender que la crisis del vallenato repercute también en
nuestras regiones y que, por tanto, deben tocarnos también los paliativos. Y guardo
como él, y como tantos otros gladiadores que se han matriculado en esta
Cofradía del espíritu en pro de una música popular y vernácula de valor
incalculable, la esperanza de que el gran objetivo, la meta final -que será más
bien línea de partida-, logre coronarse cuanto antes: la declaratoria del Vallenato
como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO.
La
renovación literaria de la música vallenata y de la música de acordeón,
acompañada incluso de universos rítmicos perfectamente compatibles con
manifestaciones instrumentales alternativas, es, en mi opinión, un camino que
podría, bien transitado, depararnos insospechadas y extraordinarias conquistas.
Es en lo que ha fallado y sigue haciéndolo tercamente, apegada a una ortodoxia
rayana con la doble moral, la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata que
organiza, año tras año, el Festival Vallenato de Valledupar. Cuando el
argumento de la tradición se vuelve negocio, el cuento del folclor puro termina
acabando con el arte y haciéndole el juego a una rara combinación de show de
lujo y costoso a cargo de metecos con estatismo aburridor y mal pago a cargo de
nuestra criolla vocación de ilusos.
No
es extraño por ello que se disponga para preseleccionar canciones al mismo
círculo de “expertos” o “conocedores” del tema, que, paradójicamente, por ser
lo que son (y nada más, al parecer), se anquilosan, año tras año, en el lugar
común, el elogio vacuo y la repetición de lo mil veces repetido, cuando no se
dedican también, según se dice por ahí, a favorecer compadrazgos, amiguismos y
connivencias de variada índole, posicionando en Primera Ronda canciones de
pésima calidad. Y ni qué decir de las rutinas que se ejecutan una y otra vez en
los concursos de acordeón, en los que canciones consideradas clásicas padecen
la pobre suerte de ser mecanizadas y tocadas al extremo del absurdo,
perdiéndose, quiérase o no, y debido sobre todo a la malsana obsesión de que la
copia se parezca lo más que se pueda al original, la magia que les dio vida y
lucimiento.
De
nada sirve que se revivan en los festivales este tipo de cantos, cuando la
importancia de lo que representan ya murió hasta para los grandes artistas del
género, que a lo sumo acuden en sus discos a uno que otro a manera de
reencauche, y preferiría pensar que lo hacen por vergüenza y no para posar como
defensores del auténtico Vallenato. Pamplinas, puras pamplinas de hijos
desagradecidos. Aún no logro recuperarme a plenitud de la decepción que me
produjo La Aplanadora en la voz de
Jorge Oñate. Cada vez que me acuerdo, se me remueve un no sé qué, ese mismo no
sé qué que me ha llevado a refugiarme en otras músicas, en otros contextos, en
otros territorios factibles y explorables de la poesía y del arte universal.
Debo a eso mi propia búsqueda musical: la creación del SINUANATO-SINUATO. Así
que, mirando las cosas desde otro lado, tengo mucho que agradecerle a la degeneración
de la, hoy más que nunca, mal llamada música vallenata, si bien es cierto que
tarde o temprano, por el camino que fuere, me hubiera jalado la vida (o la
muerte) hacia el cumplimiento de este sino inevitable. No en balde acumulo ya
más de treinta años pensando en torno a una ecuación en la que me he atrevido a
construir un puente que una y comunique a dos de mis más queridas compañeras de
viaje: la poesía y la música.
El
día en que “verdaderos” jurados (qué sé yo: poetas, escritores, académicos,
autodidactas, investigadores, gestores culturales no comprometidos con el statu
quo, etc.), provenientes de diversas regiones y que conozcan más de poderío
vital que de rigor estéril, que entiendan, además, que la única o mejor manera
de luchar contra la problemática que golpea el alma del Vallenato es
permitiendo que esta se exprese libre y creativamente, sin que ello signifique
que su esencia se ponga en entredicho (que es lo que sí ocurre con lo que se
graba y publicita hoy en la era de “Los Mercachifles del Pendejismo”, como
llamo yo al fenómeno de mediocridad y ligereza que hoy nos agobia), el día en que,
entonces, oficien como jurados personas idóneas en sentido integral, ese día no
quedará por fuera, NO PODRÁ QUEDAR POR FUERA de ningún concurso digno y decente
una obra monumental de excelsa factura que hermana la sencillez asombrosa de la
buena poesía con la melodiosa vitalidad del ser sintonizado con el universo, una
obra como “Ruiseñor del Monte” (desechada por los doctos del Valle en 2013) de
mi amigo y maestro sinuano Joaquín Rodríguez Martínez, “El Cantor del Sinú”, a
quien supo rebautizar Adrián Villamizar con el nombre de “Joaquín de las Aguas”,
o en versión del propio Joaquín Cristóbal: “Joaquín de las Turbias y Sinuanas
Aguas Cordobesas”. Ni siquiera compositores de reconocida gloria son garantía
de imparcialidad a la hora de actuar como jurados, pues es más fácil que opere en
ellos el síndrome del subjetivismo.
Y
que conste que ya no hablo de las mías, de mis canciones, porque no me fue
difícil desprenderme de semejante embrollo y despropósito cuando comprendí que
nunca fue un sueño ni nunca lo será participar en el Festival Vallenato, y que
tengo más adecuados y más sabios caminos por recorrer. A propósito de sueños,
el tan publicitado programa “La Voz Colombia” del Canal CARACOL sí que sabe
explotar esta consabida idiotez. No me cansaré de afirmar que los sueños no
vinieron ni vienen al mundo para ser cumplidos, cumplir un sueño es acribillarlo,
acabar con la vida del más fuerte motor que hace que la existencia sea más
tolerable y llevadera: LA UTOPÍA. De ahí el fracaso histórico de las grandes
revoluciones que, al triunfar, pierden de inmediato la savia que las nutría.
Pero
con tanto Grammy traficando de manera sospechosa por ahí, con tanto defensor
por conveniencia de la evolución contaminada del Vallenato, con tanto trabajo
discográfico de ínfimo valor, monotemático y tontorrón para más señas -en lo cual
han caído igualmente cantantes de trayectoria-, no queda más remedio que seguir
diciendo, así sea ya de vez en cuando, estas verdades amargas que seguramente tienen
por qué dolerle a más de uno de los implicados en el problema.
Que
la cantautora Rita Fernández Padilla aparezca en Facebook haciendo una interpretación
instrumental (con piano) de “Mañanitas de Invierno” (renombrada canción de
Emilianito Zuleta Díaz), no significa lo que uno de los comentaristas del vídeo
anotó, avalado por otro que no pierde ocasión para sostener que el Vallenato no
está en crisis pero que no se acuerda de lo que sostiene cuando, sin reparo
alguno y por el afán de querer protagonizarlo todo, pasa a formar parte de los
proyectos que afirman que sí lo está. Lo que demuestran Rita y Corazón
Vallenato con el vídeo es todo lo contrario: que sí lo está, y tanto lo está, que es menester traer a cuento
canciones de talla para recordarnos a todos que hay que hacer algo al respecto,
pues lo que hoy abunda es precisamente lo que el par de amigos que comentaron
el vídeo reconocen contradiciéndose: brincos, gritos, composiciones sin ton ni
son. Significa que ya no se graban canciones de ese talante, que se trata de
obras musicales que sí gustan de verdad sin que las emisoras tengan que
machacarlas a cambio de prebendas, y que, por sobre todo, es un deber ético hacer
música de calidad.
Por
fortuna, el problema lo detectó A TIEMPO Adrián Villamizar, porque yo tampoco
dudo de que, de mantenerse la tendencia imperante, cuya patraña no merece
siquiera ser calificada de paradigmática, la música vallenata, “nuestra música
vallenata”, quedará reducida con el transcurrir de los años a un lánguido
recuerdo de épocas remotas. De nada sirve que unos cuantos nos quedemos
rememorando lo que fue (y lo que pudo haber sido y no fue) valiéndonos de
parrandas inolvidables, eventos especiales con tufillo elitista, reuniones secretas
y jacarandosas de amigos, incluso de festivales, si no existen (o existen pero
se desprecian) nuevos cantos que continúen la brega a partir de lo aprendido,
nuevas rutas que sin olvidar el pasado glorioso nos lleven a buen puerto.
Y
para colmo de males, unos cuantos compositores consentidos por el mercado y por
los medios de comunicación siguen obteniendo de SAYCO ganancias exorbitantes, recibiendo
la mayor parte del gremio migajas y desdenes. Porque es que el problema es
también de corrupción, de falsedad, de confusión. Muchos lo saben y muchos se
aprovechan. Y si no que lo digan los que maquinan y reciben anticipos
descabellados, ominosos y hasta ofensivos de SAYCO, los que se llenan la boca
diciendo que son “vallenatos” pero cada vez explotan más el sendero musical de
Carlos Vives, Fonseca y de otros artistas por el estilo, vistiéndose y
mostrándose como si fueran el non plus ultra del caché vallenato y posando,
además, como mozalbetes faranduleros. Tan bueno es el negocio para ellos (todos
sabemos de quienes hablo) que no tienen ningún inconveniente moral en saltar
del llantico sempiterno al tropi-pop
y de éste a la canción social. Mares de lágrimas para el Vallenato y un poquito
de conciencia textual para trascender fronteras. ¿Cómo se llama eso? Respondan,
por favor, ustedes, pues la palabra que me llegó de inmediato a la mente puede
resultar justicieramente
agresiva.
Por
eso, una noticia como la que se producirá mañana en MINCULTURA me alegra pero a
la vez me preocupa. Bien por el Vallenato y mejor aún por quienes de verdad lo
quieren y se inquietan por su suerte. Pero confiemos en que el uso que se haga de
este importante hecho cultural esté ajustado a lo que realmente se persigue, y no
que las figuras y los personajes que siempre se aprovechan lo utilicen para sacar
pecho en contra de la música sabanera o para favorecerse (como lo saben hacer) de
la fama del Vallenato, de su mentirosa internacionalización, de su expansión cancerígena,
pues, verdad de verdades, lo que se vende y premia hoy día como Vallenato tiene
muy pero muy poco que ver con el original. No se trata tampoco de que el
Vallenato se paralice o de que el de hoy sea exactamente igual al del pasado,
pero sí de que se preserven al menos sus más finas cadencias, su mensaje
polifacético, su sentimiento sincero, espiritual y legendario. Pero como de
todo hay en la viña del Señor, no faltará quien afirme a boca de costal: “¡Qué grande somos! Todo anda muy bien. Ya
somos, incluso, Patrimonio y no hay, por consiguiente, nada que proteger”.
Preguntémosle a la actual voz líder de “Los Genios del Vallenato”, Yordy Torres
González, qué canta, o mejor, qué le toca cantar cuando se presenta con su
grupo en Quito-Ecuador. Baladitas, Compadre, baladitas…
En
todo caso, brindaré el viernes 29 de noviembre de 2013 a tu salud, querido y
bendito Vallenato. No más benefactores de lo insufrible. Larga vida al
Vallenato y a quienes, conscientes del problema, han sabido sobreponerse de las
críticas y continuar al frente de esta dura lucha. Aunque A DESTIEMPO, como me
gusta o me toca, seguiré estando con ellos, acompañándolos con la firmeza
acostumbrada. ¡NI UN PASO ATRÁS! ¡PERO PENSEMOS TAMBIÉN EN EL VALLENATO DEL
FUTURO!
ADENDA: a propósito
de la crisis de valores que se vive en SAYCO, si es cierto todo lo que dice,
casi que en solitario, el maestro RAFAEL RICARDO, no dejo de pensar que su
gesta valerosa contra todo un andamiaje corrompido tendrá, tarde o temprano,
que imponerse, y será la historia la que le reconozca los méritos que hoy se le
niegan. Si una sociedad como la de SAYCO, que debe velar por algo tan sagrado
como los derechos de quienes ven y comparten el mundo a través de la música, se
desborda y se politiza en favor de unos pocos, por supuesto que debe haber
intervención y control del Estado, siempre y cuando el remedio no resulte peor
que la enfermedad. Difícil de entender por qué tales prácticas de injusticia y
exclusión reciben apoyo de autores y compositores que son también víctimas de
las mismas, aunque he encontrado alguna explicación en el hecho de que quizá no
obtengan los mayores beneficios pero sí les dan, como decimos nosotros, contentillos.
La
realidad es fácil de comprobar: siempre que me encuentro con compositores
amigos, en especial con los que se mantienen al margen de esta polémica, todos
coinciden en señalar las anomalías, persecuciones, manipulaciones, desmanes,
desangres y hasta humillaciones que se viven en SAYCO. Cuando pienso que el
salario de un Inspector de Trabajo en Colombia escasamente supera los dos
millones de pesos y que un miembro del Consejo Directivo de SAYCO gana más de
esto apenas en una sesión, y que su Gerente pasa de veinte millones, y que las
regalías de los privilegiados se cuentan
trimestralmente también en millones, es entonces cuando no hay más salida que,
categóricamente, concluir: ¡Con razón se pelean esta presa como fieras salvajes!
POBRE SAYCO. INCLEMENTE DESTINO EL DEL ARTE MUSICAL EN COLOMBIA.
Una
ilustrativa anécdota traigo a colación: cuando a la Unión Sindical Obrera (USO)
se le criticaba por los altos salarios, prestaciones y demás arandelas
convencionales que recibían sus directivos y afiliados, la respuesta, palabras
más, palabras menos, no se hacía esperar: no
es que nosotros ganemos mucho, sino que el trabajador colombiano devenga muy
poco. Y pues sí, tienen razón; que un Inspector de Trabajo y Seguridad
Social en Colombia -con todo lo que implica la responsabilidad de este riesgoso
y complicado oficio- perciba lo que quedó dicho (y eso que no estamos hablando
del pírrico salario mínimo legal de los colombianos), eso habla muy mal del
Ministerio que debe velar por el trabajo digno y decente en nuestro país, Ministerio
del Trabajo que, dicho sea de paso, se gastó el año pasado un dineral en la socialización
del Decreto 1092 de 2012 sobre negociación colectiva en el sector estatal y ni
siquiera con sus propios sindicatos la puso en práctica, negándose en la Mesa
de Negociación Conjunta a nivelar los salarios de sus funcionarios (tema este
que expresamente se permite en el citado decreto), mucho menos reconocer
prestaciones extralegales y ni siquiera concertar aspectos de bienestar social.
Lo
grave del asunto es que en SAYCO, a diferencia de lo que ocurría en la USO, la
justa y elevada estimación del talento musical no se materializa, en términos
económicos, en beneficio de todos sus asociados, sino de unos pocos, por lo que
la desigualdad se hace más condenable y ostensible. Y mientras persistan discrepancias
tan grandes en su interior, entre unos avivados que nadan en los billetes de la
falsa gloria y otros, grandes artistas, a quienes solo los cobija la miseria,
el abandono y el olvido, su desprestigio será cada día mayor. Ruego al Altísimo
que la instauración del Vallenato a Patrimonio sirva para que sus músicos,
compositores y artistas reciban en vida lo que no les da la pomposa sociedad
que debería protegerlos.
COROLARIO: Ningún cambio
social significativo sobrevendrá luego de que se firme la paz con las guerrillas
de las FARC, si no se combate la corrupción, la politiquería y la iniquidad.
Punto
final de mi Declaración sobre la Declaratoria de mañana. Gracias a todos (estén
o no de acuerdo con lo escrito) por haber llegado hasta aquí.
Fuerte
y respetuoso abrazo,
FRANCISCO
BURGOS ARANGO (FBA)
El Sinú, 28 de
noviembre de 2013 (jueves)