miércoles, 8 de diciembre de 2010

RECORDANDO VIEJAS PROSAS, VIEJOS DOLORES, VIEJOS NERVIOS...

"Regresé cansado a casa, quizá feliz. Un amigo derrotado, con cara de desagrado, soportó la locura de los versos. 1981 -me decía- ha sido un año pesado, especialmente pobre. Empero, qué podría faltarle a su existencia económicamente privilegiada, qué sinnúmero de circunstancias fatales contribuía en ese desmedro emocional, qué...

Madre telefoneó temprano... Montería, tierra natal, 2 p.m. en el aeropuerto, la noche anterior había bebido; segundo año de universidad, divertida e inexplicable ganancia. Diciembre trajo las mismas estrellas, mi escepticismo fulguró en los caminos poéticos del descanso mientras los pájaros seguían con la lucha cantora acomodados en los cables de la luz. Vacaciones de fin de año, sangre ensimismada del vínculo mayor en la tarea imposible de amargar mi vida, ya amargada de por sí.

Para el 6 de enero la familia había padecido los trastornos de las parcas, la muerte había dormido en el lecho de mi abuela materna. Mi abuela paterna se fue doce días después y su coronación estuvo rodeada del espectáculo politiquero de la región. Mi hermano mayor se quejó de eso, alegaba que sólo Padre o él, haciendo gala del verdadero arte, podían haber expresado tal sentimiento. El desfile de personas tremendamente conmovidas fue grandioso; los tíos políticos, manto de reflejos, acariciados por la adulación, entraron con las agallas propias del MRL y salieron con el recuerdo del general Rojas en el bolsillo orgulloso del pantalón. Todos hipócritamente interesados en el godo porvenir de mi padre. Hipócritamente, miserablemente.

No tardó en aproximarse la partida, ambiente anodino de mi pueblo que avivó nuevamente el solaz juego de las horas inertes. Medellín, vana ciudad donde sólo respiro una hora diaria. Ahora vivo con una tía-abuela. De Rubén Darío a Campoamor. Y pase lo que pase, estará siempre el refugio del silencio con el cascabeleo triunfal y pegajoso de esos versos libres, tornillo irreverente de la noble insania... (tornillo ausente, tornillo suelto, estado de necesidad de la cordura!).".

Treinta años casi de esta prosa que ahora transcribo desde el tumulto insignificante de un circunstancial recuerdo. ¿Qué agregar? ¿Qué suprimir? ¿Qué corregir? Padre y Madre ya no están. Hermano Mayor habita lejos, vital, inalcanzable. Demás hermanos y familiares próximos no sé si realmente existan (me incluyo). Solo una mujer hecha de lluvia temosa pone a secar su amor en mi traspatio. Y sin embargo, una insólita alegría que deduzco emanada del paso de los años escribe, canta y doblega, como si vivir y morir no fuera ya un asunto exclusivo de la más tenebrosa juventud. Se atreve entonces a darme goce pleno. A engañarme. Pero sé bien que la juventud y la muerte arrastran un vínculo poderoso, mientras la vejez y la vida a duras penas consiguen copular.

Permanecen los nervios. Fui portador de revolucionarios miedos. Los viejos rincones donde fui vuelo y faena desaparecieron bajo el azul de una duda revelada. Y aquí estoy, en algún rojo pueblo, fugaz como siempre, increíblemente tranquilo, y aún cerca, nunca a salvo, de la vieja casa donde mis padres alguna vez fueron eternos y felices...

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