martes, 30 de noviembre de 2010

QUERERTE TODAVÍA después de amarte tanto
es como salvar del olvido el amor que es incierto
sembrarle dos penumbras al placer compartido
prometerte el infierno de seguirte adorando
quererte todavía es casi un disparate
y sin embargo
te gusta que te quiera con mi escasa ternura
te mata que me suba al calor de tu encierro
simulando dolores que en tu sombra germinan
procurando al bajarme no cargar tu equipaje
quererte todavía es como darte un beso oscuro
donde tienes el cielo, caer de tus delicias por
negros aguaceros, pasar por férreas dunas donde
mueves mi historia, sentir que nunca es tarde
para amar en silencio
quererte todavía después de amarte tanto
es sacar del camino la traición que aún te quiere
ayudarle a reírse al temor que te amarga
respirarte en la nuca los horribles veranos
quererte todavía es todo un despropósito
y sin embargo
me gusta complicarme al filo de tu anhelo
te gusta malgastarte al pie de mi desdicha
nos cansa este amorío que se nos va creciendo
a medida que los años nos acortan la vida
quererte todavía después de amarte tanto
quererte todavía, cuando ya nada es
eterno

FBA - Derechos Reservados

domingo, 21 de noviembre de 2010

UN NARCISO EN EL DESIERTO: Poema de ENÁN BURGOS. Escúchelo aquí en la voz de su autor (en español), por cortesía de PLEAMAR EDITORIAL.

Cordial saludo,

FBA


Link (Web) de Pleamar Editorial: http://pleamareditorial.free.fr/

sábado, 6 de noviembre de 2010


ALGO MÁS SOBRE MÚSICA VALLENATA:

Luego de haber publicado en este blog el artículo de mi autoría titulado EL VALLENATO: REALIDAD Y UTOPÍA, se generó una ardua discusión que contó con importantes comentarios por parte de distintas personalidades de este maravilloso género musical, los cuales se pueden leer todavía en la Nota que, a manera de enlace, creé y publiqué en mi Muro de facebook (los interesados me pueden agregar como Francisco Burgos A). No es el propósito de este complemento llover sobre mojado. Lo dicho, dicho está y asumo, como siempre, la responsabilidad plena. Hay verdades que duelen y debo decirlas y escribirlas sin circunloquios. Eso sí: sin creerme poseedor de ellas en términos absolutos. Sé de antemano que tendré opiniones a favor y opiniones en contra, pero lo importante es argumentar bien y con altura, en un sentido u otro. Necesitamos mucha tolerancia en un país de violencia centenaria donde opinar se ha convertido en un delito de lesa humanidad. Increíble que un artículo destinado, con muy buenas intenciones, a defender “nuestra música vallenata” de la pobreza sentimental y de las estulticias saltarinas del momento, reciba, a cambio, mensajes de texto vía celular cargados de afrenta y vulgaridad. Pero bueno, ésta es, lamentablemente, la Colombia que tenemos. Y hay que seguir intentando contemplar con meridiana objetividad el panorama, así me toque fenecer a contracorriente.

Con Rafael Ricardo comparto muchos de sus puntos de vista sobre este flagelo musical que en nombre de lo vallenato defeca sobre el vallenato. Cómo no voy a estar de acuerdo, por ejemplo, con su crítica a un Festival de la Leyenda Vallenata que se dice defensor del vallenato clásico y tradicional pero organiza, con indudable ánimo de lucro, presentaciones costosas y desproporcionadas de artistas internacionales ajenos a nuestra música, y hasta de artistas nacionales “vallenatos” que, en sus grabaciones comerciales, desdicen del folclor que los ha catapultado a la fama. Yo insisto en que poco o nada se le aporta a la causa vallenata al posibilitar escenarios donde el artista de turno toca o canta vallenato pero por fuera de los mismos toca o canta lo contrario. El año pasado pude constatar en la propia Web del Festival Vallenato los resultados de una encuesta bastante esclarecedora en torno a la verdad de la crisis que hiere profundamente el corazón de esta música popular: solo un pequeño porcentaje de las personas que visitarían Valledupar estaban interesadas en los concursos y en los eventos académicos. Los grandes espectáculos eran el desaforado objetivo de esa peregrinación engañosa. La mayor parte de la gente va a Valledupar, en época de Festival, pensando básicamente en asistir al concierto de Juan Luis Guerra, Daddy Yankee, Eddy Herrera, Sergio Vargas, Marc Anthony, Calle 13, etc. Recuerdo el caso de una señora que esperó hasta el día del concierto de su interés para viajar al Valle, en su automóvil y en compañía de sus hijas, ufanándose al irse de que los concursos no le importaban lo más mínimo. Y entre tanto, con esos precios de alta temporada, personas de verdad interesadas en la problemática que aqueja el alma de esta música tenemos que declinar una vez más, al mejor estilo de “Ausencia sentimental”, la posibilidad de visitar el Valle de los Reyes.

La expansión del vallenato continúa siendo la más voluminosa de las mentiras. Una cosa es que agrupaciones emanadas del vallenato clásico –o emparentadas por diversos motivos con su devenir histórico– interpreten el paseo, el merengue, la puya y el son en algunos eventos internacionales de carácter folclórico ante un público selecto, o que maestros como Santander Durán Escalona se presenten con sus canciones en tales escenarios y por idénticos objetivos, y otra, muy distinta, es lo que en términos comerciales, con Grammy enfermizo incluido, se viene presentando como vallenato. El problema fundamental es que esta expansión embustera cae de perlas, paradójicamente, para quienes se dicen adalides del “folclor”, pues, en últimas, no importa cómo se obtenga la difusión y profusión del vallenato, ni a qué costo, si con ello se garantiza aún más el acceso al erario cultural. Pero la música vallenata no debería servirse de tales mentiras, pues no necesita degenerarse para valer lo que vale. Es posible que conservándose o “evolucionando” en forma responsable y creativamente deseable no logre la penetración anhelada. No obstante, es preferible esto con tal de preservar la calidad de su horizonte artístico. Si de masificarla se trata, el énfasis debería ponerse entonces en el aspecto educacional y en la urgencia de controlar, desde el Estado mismo, expresiones propias de su criminal comercialización. No en balde la cumbia, el porro, la tambora, el bullerengue y otros aires musicales no han necesitado de distorsiones oportunistas para proyectarse a escala mundial. Quizá no tanto como se quisiera, pero es algo apenas natural, entendiendo positivamente los límites intrínsecos que el contexto sociocultural implica. Que avancemos, ¡magnífico!, pero jamás con el propósito de competir en términos hegemónicos sobre la base de fusionar o transformar, de la peor manera posible, la identidad de nuestra música.

Creo, pues, retornando al tema del Festival Vallenato, que hay que demostrar y exigir dignidad en estos menesteres. Darle la oportunidad a los grupos que de verdad, en su quehacer cotidiano, se preocupan por mostrar los valores culturales de la tradición; exigirle a los concursantes que, más allá de la coyuntura festivalera, sean consecuentes con lo que predican y practican mientras concursan, que antes y después demuestren, con creces, que no son únicamente perseguidores de suculentos premios. Esto se aplica tanto a acordeonistas como a compositores, pues, refiriéndome a estos últimos, mientras no dejen de componer basura para el mercado del disco va a ser difícil que la descomposición en boga se detenga. A estos compositores, que se precian de un éxito comercial sin precedentes a fuerza de ominosas lagrimitas, habría que impedirles el acceso a las tarimas festivaleras. Que experimenten la vergüenza de sentirse vituperados como consecuencia de su lucrativa contribución al imperio de la falsía.

Quisiera extenderme sobre la problemática de corrupción rampante en los festivales vallenatos y sabaneros, pero será la literatura la que tome cartas en el asunto. Un cuento de mi autoría titulado “El Compositor” y que hará parte de un libro de cuentos que aspiro a publicar en 2011, tiene en estos momentos la primicia. Qué mejor que el lenguaje de la “ficción” para ir más allá de la mera denuncia, y para evitar que los tergiversadores de profesión mancillen la dimensión de mis palabras. Por lo pronto, me limito a imaginar cómo me gustaría que el presupuesto del Ministerio de Cultura colombiano y otros presupuestos oficiales no se desangraran, año tras año, al servicio de intereses politiqueros y de malhechores que trapichean con el dinero del arte; cómo me gustaría que el negocio de eternos concursantes inescrupulosos y marrulleros jurados sin idoneidad se viniera estruendosamente abajo; cómo me gustaría que los festivales sabaneros dejaran de ser tan serviles a algunos vividores que enturbian la grandeza del mundo vallenato del que proceden; cómo me gustaría que los premios desaparecieran de los concursos; que los festivales se convirtieran, al igual que los festivales de poesía, en muestras representativas de obras importantes; que primen la educación y la cultura sobre la competencia y el individualismo; que las canciones inéditas lo sean en pos de trascendencia y no de coyuntura; que los bucaneros del folclor desaparezcan para siempre del mapa musical…

Bien. Quería escribir sobre “Vallenateando con Rafa” pero me traicionó otra vez la pasión que tengo por “mi música vallenata”. Quería y quiero expresar públicamente mi agradecimiento a su máximo gestor, Rafael Ricardo Barrios, por las generosas palabras con que se refirió en días pasados, en su programa de televisión, al autor de este blog. Con el maestro Rafa son, como dije, muchas las coincidencias afortunadas que todos los días incrementan y fortalecen mis convicciones. Su preocupación por el buen uso del idioma español, sus lecciones dosificadas de gramática, su rechazo al tema de los reencauches, su denuncia a la actual mediocridad del texto vallenato. En fin, no sólo demuestra, noche tras noche, amplio conocimiento del tema, sino que habla muy bien de él su capacidad de ser receptivo a la crítica bienintencionada. Desde aquí, un saludo especial que confía en que un programa como el suyo continúe afinando la puntería crítica, diversifique el legado autoral y se consolide, con éxito perdurable, como el espacio donde la gente comprometida con el cuento encuentre divulgación y predominio a fin de cualificar la resistencia vallenata. El buen vallenato se defiende por sí solo, es verdad. Pero, como van las cosas, no proponerse decididamente su defensa sería catastrófico. Sobreabundemos entonces en aportes que despejen el cielo de sus cuitas.

Abrazo sinuano,


FBA