EN EL 47° FESTIVAL VALLENATO (2014)
Para tantos amigos que no me
preguntan por qué no he vuelto a inscribir canciones en el Festival Vallenato,
permítanme manifestarme lo que ya saben y comprendo que no les interesa: la
música vallenata y su pomposo y engañoso festival no son ya temas que me
trasnochen. Pero ante lo publicado recientemente por el Rey Vallenato de la
Canción Vallenata Inédita versión Festival Vallenato 2011, Adrián Pablo Villamizar Zapata,
en su cuenta de Facebook, el tema vallenato me ha vuelto a dar papaya para
expresar algunas inquietudes de antes y de ahora que justifican mi sinuana intromisión.
Veamos qué dijo el Rey (transcribo apartes): “Para tantos amigos que me
preguntan por qué no he vuelto a concursar en el Festival Vallenato –ausente
desde el 2013-, miren cómo tratan a dos Reyes como los maestros William Klinger
y Germán Villa Acosta, quienes no superaron el
corte de la preselección. ¿Será que estos dos Maestros -Klinger y Villa-, curtidos en la vallenatía, no tuvieron argumentos
convincentes para los otros cinco maestros que solo seleccionaron 50 canciones?
O, ¿sería
tanto el tedio de tres días oyendo 200 canciones de Ay Cacique por qué te fuiste y nos dejaste solos que ya al final
Beto Daza y Juan Segundo Lagos -dos grandes compositores que sirvieron de
jurados- ya ni recordaban sus propios nombres, mucho menos el de Klinger y
Villa para prestarles la merecida atención?”. Y agrega el Rey: “Mientras la
canción inédita siga siendo la convidada de piedra del Gran Festival, mientras
los compositores y Reyes Ganadores sigan siendo secundarios para los que
organizan el evento, mientras que 200 canciones tengan que ser escogidas en
solo tres días y que un compositor finalista no tenga derecho a que a su esposa
le den una silla allá lejos en la tribuna -no en VIP, ni soñemos- para que lo
pueda ver y escuchar en directo, será
muy difícil que me vuelvan a ver por allá. Ganamos en el 2011 porque fue un
mandato de Dios y nosotros su instrumento pero al menos para el Vicepresidente
del Festival, el ‘Mono’ Quintero, esa victoria de Dios hecha canto es una
afrenta a su visión festivalera y vaya a saber de quién más en el sanedrín. Al
año siguiente -2012-, cuando llevamos el merengue ‘Caja de mi corazón’, no tuvo
otra ocurrencia en un almuerzo en el Club Valledupar que decir –sic-: ‘este
mancito (o sea yo) cree que porque el año pasado trajo dos ciegos y ganó, este
año va a ganar porque trae a Rodolfo –Castilla-’. Apague y vámonos si eso es lo
que baja desde la Vicepresidencia”.
Y remata el Rey: “Yo sinceramente dudo que entre 50, no
haya lugar para al menos unos de estos dos maestros. Eso es como que Brasil no
clasifique al mundial porque en las eliminatorias tres partidos los perdió por
penaltis dudosos. Mi comentario no va por los que entraron, que tendrán sus
méritos, sino por los que no pasaron el corte. La gente, el pueblo no tiene la
culpa y se hace necesario al menos intentar llevar un mensaje al corazón de la
gente. Lo que se torna complejo es luchar contra asuntos no artísticos, no folclóricos
que se atraviesan para que ese mismo pueblo no tenga la oportunidad de escuchar
las propuestas distintas. Hicimos el curso, nos graduamos y cuando queríamos
seguir aportando, quienes mandan allí
se expresan de la obra de uno con las vísceras y no con la mente crítica, mucho
menos con el corazón. Sí, es un verdadero dilema decidir si compartir o no con
la gente cuando dependes de lo que otros decidan. Tengo claro que para un grupo
importante de líderes de la Junta Directiva de la Fundación no les soy grato y
para ellos no vale la propuesta artística
o poética, ellos cobran por ventanilla sus odios y sus amores y ahora menos
cuando hice parte de un grupo que lideró la Patrimonialización de la Música
Vallenata Tradicional para que fuese inscrita en la lista representativa de la
Nación y luego de la Humanidad a través de la UNESCO en un trabajo en el que ellos, la FFLV, decidieron no
participar, a pesar de que yo mismo fui a hablar con Rodolfo Molina y otros
directivos en tres ocasiones, invitándolos, actualizándolos y mostrándoles los
alcances de esa gesta. Hoy por hoy me relacionan
y me igualan con al menos tres del
grupo de seis personalidades que trabajamos casi cuatro años en esto, a quienes
ellos califican como enemigos del Festival…”.
Hasta aquí lo dicho por el
Rey Vallenato 2011. Y punto seguido, entra en la escena este personaje nefasto
que soy yo, que no es Rey Vallenato (ni de nada) ni aspira a serlo nunca. ¡Dios
me libre (tanto el de arriba como el de abajo que, a la postre, deben ser el
mismo) de rutilar en semejante e inmerecido sainete! Admiro la obra poética y
musical del amigo y cantautor Adrián Villamizar, y él lo sabe, hasta tal punto
que en ocasiones me ha reclamado más crítica y menos tratamiento elogioso. Pero
no por eso, o mejor, precisamente por eso, debo pronunciarme ante afirmaciones
que me parecen bastante desafortunadas. Pero antes diré algunas cosas más sobre
el Festival Vallenato de la Ciudad de Los Santos Reyes, Valledupar, no sin recordar
que sobre música vallenata y sobre su más importante festival, hay ya bastante
tela expuesta en diversas entradas de este blog.
A las obsesivas y aburridas
rutinas de acordeón que poco o nada le aportan al alma y a la creatividad futura
de la verdadera música -en las que se han vuelto expertos muchos digitadores de
este instrumento, jóvenes en especial, que ven en la velocidad y en las filigranas
la mejor forma de impresionar con botones y pitos-, se suma un concurso de
canción vallenata inédita que no es ya ni la sombra de aquellos gloriosos
tiempos en que se destacaron canciones como “Rumores de viejas voces”, “El
indio desventurado”, “No vuelvo a Patillal”, “Yo soy vallenato”, “Voz de
acordeones”, “Paisaje de sol”, “Con el alma en la mano” y “Valledupar del alma”,
entre otras. Y uno de sus grandes lunares es la preselección de canciones para
Primera Ronda. Poco a poco fue haciendo carrera que la mayor parte de las
canciones inscritas tuvieran como tema la interminable ponderación de las
bellezas del Valle, cuando no que ensalzaran al homenajeado de turno o se
valieran del lema del momento, y el Festival, a través de sus doctos jurados,
todos, por lo que sé, pertenecientes al cerrado mundo de la élite vallenata,
fue también cayendo en esa triste y demoledora realidad. De ahí que la víctima
de tan brutal y monotemática avalancha folclórica sea hoy nada menos que el
gran Cacique de La Junta. Antes que ofendida, la Dinastía López debe sentirse
agradecida por haberse salvado de tan tremenda desgracia.
Trátese de jurados idóneos o
no, lo cierto es que año tras año se comprueba la dudosa calidad de buena parte
de las canciones que se escenifican en Primera Ronda, sobre lo cual locutores y
comentaristas del mismo Valle, que transmiten el evento desde antaño, no se
cansan de expresar su bien fundamentada inconformidad. Es entonces cuando surge
la pregunta inevitable: o el estado musical de las canciones inscritas que no
son preseleccionadas está en peor condición o intervienen en dicha preselección
factores no musicales que terminan definiendo el grupo de privilegiados (50, 60
o 75 canciones, entre 300 que, en promedio, se inscriben). Lamentablemente, esto
último es lo que todos los años vuelve a quedar en evidencia porque es lo que, sin
lugar a dudas y duélale a quien le duela, ocurre en realidad. Habrá
excepciones, por supuesto, compositores que entran al convite sin apalancarse y
después de muchos años intentándolo, bien por cosas del azar o por la calidad
extraordinaria de sus obras, y gracias en este último caso a algún jurado con
idoneidad moral que hace valer su criterio y su dignidad.
Pero, en términos generales,
factores como la cercanía afectiva y política con dueños y organizadores del magno evento, amiguismos,
compadrazgos, jurados que califican a familiares, dinastías, compositores que
ya han ganado o han sido premiados, recorrido festivalero (entiéndase habilidad
para saber enroscarse), renombre lírico, consagración en el mercado
discográfico, tráfico de influencias de todo tipo, intrigas de politicastros, alguna
que otra recomendación non sancta, atenciones ilimitadas, etc., etc., hacen de
las suyas en un festival que dice defender lo que no muestra, al contratar para
shows centrales a costosos artistas internacionales. El gran turismo bendice
por esos días a una Valledupar cuyo pueblo se ve desplazado por la demencia del
poder, por la arbitrariedad del dinero, siendo, además, una verdad de a puño
que la mayor parte de los visitantes acude a Valledupar motivada por lo que el
Parque de la Leyenda ofrece y no por el desarrollo de los distintos concursos, mucho
menos preocupada por salvaguardar la esencia de una música vallenata que,
debido al pobre criterio comercial imperante hoy día, está condenada a
desaparecer. No hay que hacer muchos esfuerzos para descubrir quiénes gozan,
año tras año, del beneficio de la preselección correspondiente. Ahí están los
listados, para que verifiquemos que
muchos nombres y apellidos se repiten sin solución de continuidad.
Derroche de fino whisky, reencuentros
sublimes, paisajes de ensueño, paraíso añorado, emoción de parrandas infinitas
e inolvidables, todo eso y mucho más engrandece el abril tan esperado de los
vallenatos. Pero no tanto como para ocultar que pervive en Valledupar y sus
alrededores gente también conocedora del tema vallenato a la que en verdad le
duele la suerte de su entrañable música, que se preocupa por dignificar su
presente y por potenciar correctamente su futuro no sin echar mano del rescate
angustioso de portentosas expresiones del pasado que aún resisten por ahí. Y fueron
ellos mismos, los vallenatos, quienes, al margen del Festival Vallenato y con
apoyo de perilustres guajiros, levantaron la bandera del Plan Especial de
Salvaguarda del Vallenato Tradicional como proyecto de patrimonio ante el
Ministerio de Cultura, ya en camino de Declaratoria por parte de la UNESCO. A
este respecto, no faltan los enemigos del proyecto que ven con malos ojos que
se hable de decadencia y de imprescindible protección en tiempos en que el
vallenato dizque se ha fortalecido expandiéndose tanto nacional como
internacionalmente, y cuando dizque se vende y se proyecta cada vez mejor hacia
otros mercados que, por supuesto, adoran sus peligrosas fusiones sentimentales.
Evolución y confusión, dos
armas mortales de las que se lucran hoy, con copiosa irresponsabilidad, los
grandes cantantes del momento. Lo he dicho sin temor y sin rodeos: lo que se
expande, lo que se vende, lo que hoy se muestra al mundo como vallenato no es
vallenato, al menos no se compadece para nada con el sentido tradicional,
narrativo, costumbrista, lírico y poético que conocí y disfruté hasta hace unos
años, cuando me vi obligado a desertar hacia otros géneros musicales hastiado
ya de comprobar, disco tras disco, cómo los mercachifles del pendejismo, la patología
sensiblera, el desbarajuste rítmico, la fiesta sin gracia y el llantico
tontarrón se apoderaron de una música otrora dueña y señora de las más connotadas
dimensiones y profundidades de la vida y de la muerte. Y no faltan tampoco los
que piensan que lo de la UNESCO servirá, por el contrario, para que el
vallenato entre en crisis, creyendo quizá que el “folclor” (o lo que quede de
él) se defiende solo.
Lo que yo creo es que si
queremos de verdad fortalecer la magia de esta bella música, hay que empezar
por aceptar la degeneración existente y por comprender que no basta, para
contrarrestarla, con anclarnos en el pasado; de ahí la importancia, la urgencia
incluso, de que sea a través de ensayar textos alternativos en las canciones
que bien podría enriquecerse la literatura histórica de la canción vernácula
del Valle de Upar, textos o letras cercanas lo más que se pueda al acento
prosódico, a la sintaxis y a la gramática en general. Contextos geográficos y
humanos que impidan tal derrotero, lo que demuestran es la imposibilidad de que
el canto perdure en tiempos y espacios inevitablemente cambiantes, negándose
con ello el carácter universal que toda buena música lleva consigo. Esos elementos
universales que estuvieron presentes y aún se asoman tímidamente en la música
vallenata son los que deben preservarse, ampliarse y profundizarse. Me niego a
pensar que la música popular es enemiga del buen uso del lenguaje. Sin
intelectualizarla, aunque sin temerle a las excentricidades del entendimiento, es
perfectamente posible inyectarle nuevos bríos racionales e intuitivos que, en
suma, la saquen a flote en un contexto vital de mayor alcance. Lo que he
denominado “sinuanato”, en relación con mi quehacer musical, pretende, mal que
bien, ser una respuesta a dicho reto. Y para los que creen que la música
vallenata es ajena a interrogarse en torno a lo mismo, pregúntenle a Juancho
Polo Valencia cómo lo logró cuando estuvo en lo Infinito.
Dicho lo anterior, vuelvo a
nuestro Rey Vallenato de Canción Inédita 2011, Adrián Pablo Villamizar Zapata, para, a partir del examen cuidadoso
de sus palabras, culminar esta nueva intervención mía en este embrollo en el
que, sin pretenderlo, me volvieron (me volví) a meter. Sabedores como somos
todos los que nos movemos en ambientes festivaleros de cómo se hace la
preselección de canciones en el Festival Vallenato (cabe anotar aquí que la
corrupción no es exclusiva del mundo vallenato y que en festivales sabaneros se
dan prácticas similares, prácticas malsanas que continúan y se intensifican a
medida que van avanzando los concursos), solo la idoneidad ética y la valentía
inusitada de los jurados designados para preseleccionar canciones podrían
garantizarles cierta tranquilidad a los aspirantes a concursar, a fin de que
todas las canciones inscritas sean objetivamente escuchadas, estudiadas y
debatidas durante todo el tiempo que se requiera (este año tenían más tiempo,
pues las inscripciones se cerraron un mes antes, y, sin embargo, solo se
tomaron dos días, unas cuantas horas para preseleccionar 50 de 238 canciones), y
sobre todo que sus decisiones, aunque no infalibles tomadas sí de buena fe,
sean incondicionalmente respetadas.
Sin esos dos requisitos,
cualquier sapiencia se vuelve nugatoria. Y si a esos dos requisitos les sumamos
compromisos previos de silencio y discreción so pena de sanciones económicas o
simbólicas; uso de seudónimos para que se enfrenten a cada canción sin conocer
el nombre del respectivo autor; nombramiento de jurados provenientes de
diversas regiones donde la música de acordeón tiene asiento y vigencia;
apertura conceptual a nuevos tejidos literarios, a propuestas melódicas
innovadoras, a discursos musicales distintos, muy probablemente otro gallo
estaría cantando en el gran gallinero vallenato. Y si, además, evitamos que las
canciones, ya en tarima y concursando, no pierdan protagonismo en favor de sus
intérpretes o de una puesta en escena truculenta, con más fuerza lo
escucharíamos desordenar la madrugada. Es que un festival que recibe tantas
canciones está en el deber de implementar medidas que permitan, por respeto a
los aspirantes inscritos (a todos, no a unos cuantos), garantizar
transparencia, competencia integral y honestidad.
Pero no, nada o muy poco de
eso se da, y prima lo ya dicho: el negocio, la trampa, el acomodo, la
llamadita, el servilismo, la componenda, la palanca, la abyección, la doble
moral y demás plagas por el estilo. Y así lo pude confirmar recientemente en
torno a la preselección 2014, en la que sé, de buena fuente, que un par de
canciones favorecidas fueron debidamente
recomendadas a uno de los jurados. Y que conste que quienes me contaron el
milagro me contaron también el santo, pues sabían, con antelación, que su benefactor
iba a estar presente y sería, como en efecto lo fue, determinante. Por eso, me
extraña sobremanera que un cantautor de las calidades del amigo Adrián
Villamizar, que ha estado -como él mismo lo dijo en su momento- en el corazón
del monstruo, que hizo el curso, que fue al principio ignorado pero que supo
persistir hasta conquistar (como haya sido; me aferro fervientemente al poder
de sus maravillosas obras musicales) el máximo galardón, se exprese ahora
condenando el actuar de una Fundación que, al menos en años anteriores, en los
años en que él y el chocoano William Klinger y el bogotano Germán Villa Acosta
gozaron del beneficio de las preselecciones hasta coronar finalmente, cada uno,
su sueño festivalero, no fue ajena a tenerlos entre sus más apreciados
concursantes, así no les hubiera regalado nunca una bolsa de agua o una entrada
para sus respectivas consortes en las finales donde triunfaron.
Que las circunstancias hayan
cambiado para él (tal como lo deja apreciar claramente en lo que quedó
transcrito arriba) es otra cosa. Escribí en 2011 sobre la victoria de “Ciegos
Nosotros” y quien quiera husmear al respecto, en entradas anteriores de la
ventana “Vallenateando” puede encontrar el artículo. Quise resaltar cómo obras
suyas de mayor valor artístico no fueron, en circunstancias distintas,
justamente premiadas y cómo, por tanto, cuando las “cosas se le dieron”, no fue
en virtud de un mandato divino que ellos -él y sus talentosos acompañantes- se
limitaron a ejecutar. Sé de la riqueza espiritual del amigo Adrián, pero sé
también que el Dios en el que poderosamente creo no interviene en esos
embelecos del folclor vallenato. Saldría huyendo despavorido de la majestuosa
tarima del Parque apenas olfateara las atrocidades que se cocinan a su alrededor.
Que conspiraron a favor ensayos, cosas bien planificadas, que había que cambiar
de estrategia, que la canción tenía un atractivo innegable, un sello
inconfundible, que la puesta en escena fue la adecuada, todo eso era y sigue
siendo válido. Y es respetable. Como no me cabe tampoco duda de que Adrián
Villamizar es uno de los reyes vallenatos de canción inédita que más se han
merecido alcanzar dicha distinción. Pero que Dios, así como así, “en medio de
la adversidad”, haya logrado, por sí solo, el milagro, no lo creo, y me temo
que nunca lo creeré. Es que siempre me ha parecido que utilizar a Dios para
estas cosas no deja de faltarle a la humildad que en su nombre se predica.
Quizá Rilke y sus “Historias del Buen Dios” tengan mucho que ver con estas
impertinencias terribles que me gasto. Así que mis amigos, si lo son de verdad,
me sabrán entender y perdonar.
Debo, pues, decir que no
tiene presentación alguna que nuestro admirado Adrián Villamizar salga en
defensa de dos maestros (como los llama), Klinger y Villa, que, según sus
palabras, por ser Reyes Vallenatos, debieron tener preferencia y atención (no recuerdo que haya protestado igual cuando, en años
recientes, no preseleccionaron en Valledupar al insigne compositor sabanero
Adolfo Pacheco Anillo). Esas
no son palabras del Ángel Bohemio cuyo poético vuelo acostumbro siempre mirar
para no perder la ruta. ¿Qué pensará de esto nuestro amigo Joaquín Rodríguez
Martínez, quien luego de haber amenizado el concurso de canción vallenata
inédita del Festival Vallenato por allá en los años ochenta del siglo pasado, hasta
lograr un segundo puesto con una canción injustamente destronada que aún se
recuerda en el Valle, no ha vuelto a ser admitido en preselecciones estilo
siglo XXI? Para no hablar de lo que pensaría yo mismo y concluirían tantos
otros aspirantes cuyas canciones (ahora sí que lo comprendo mucho mejor) no han
sido ni siquiera escuchadas o escuchadas “con atención” por provenir de seres
desconocidos que, como en mi caso, no movemos una sola paja en pro de que
nuestros cantos (ciertos y sinceros) reciban siquiera un empujoncito. Gracias
Rey, gracias mil por aclararnos, ¡por fin!, a los simples mortales,
compositores del común y hermanos de infortunio, que el Festival Vallenato, cuando
olímpicamente nos ha discriminado lo que ha hecho es darnos el trato oprobioso que nosotros sí nos merecemos. Comprender
desde hace algo más de tres años que en el Festival Vallenato no cabe hablar de
ingenuidades, mucho menos de bondadosas y desinteresadas contribuciones al arte
musical, me llevó a tomar la sabia decisión de nunca más inscribir una canción
de mi autoría en sus apetecidas triquiñuelas, al menos no mientras permanezca
intocable el statu quo que lo gobierna. ¿Las mismas reglas para todos?
¿Igualdad de Condiciones? ¿Jurados imparciales? Que responda, como sabe hacerlo,
el senador Horacio Serpa…
Con tanta corrupción triunfando por ahí, es mejor ser Rey de la Nada en el Sinú
que Rey en el marco de un Festival en el que pululan sabiondos engreídos,
parranderos insufribles y poetas fraudulentos, y que no hace honor a la
maravillosa tierra que lo cobija, como tampoco a auténticos artistas vallenatos
que, más allá de la mediocridad del ego regional, sí le aportan a un folclor
que aman, no sin reparos y siempre con soledad creativa y dolor existencial. ¿Cómo competir en igualdad de condiciones con “maestros”
que se han especializado en ser convenientes y desmedidos anfitriones capitalinos
del caché vallenato, como también en extremar la adulación hasta el punto de
que terminan en “sus canciones” (evito explicar las comillas para no meterme en
líos) siendo más vallenatos que los vallenatos, más villanueveros que los
villanueveros, más patillaleros que los patillaleros, más sanjuaneros que los
sanjuaneros, y así sucesivamente, dependiendo del lugar donde se encuentren? ¿Qué
esperar de títulos como “Nace la leyenda” y “Que no se apague su canto”? ¿Más oportunismo
rampante?, ¿más de lo mismo? ¿Cuándo se le cantará al Valle que no se conoce? ¿Cuándo carajo se cantarán sus miserias, sus contrastes, esa otra cara eterna
y desapacible de la parranda vallenata? Y no solo ellos emplean la consabida
fórmula: por desgracia, hay compositores sabaneros que, cuando piensan en
términos de Festival Vallenato, apelan a idéntico facilismo.
De veras, ignoro qué habrá
pasado con los susodichos “maestros”, qué circunstancias habrán sido
modificadas para que los dejaran esta vez por fuera, pero… ¡ya estaba bueno!
¡Qué gran acierto el de los Daza (Edilberto y Juvenal), Norberto Romero y Juan Segundo Lagos! No
escatimo aplausos para agradecerlo en nombre de tantos compositores vilmente
sacrificados durante tantos años. ¿Maestros? Recomiendo leer al escritor Fernando
Vallejo en “El don de la vida” para que elijamos, en adelante, desechar la
utilización de tan desprestigiado término, que lo está tanto como el de
“Poeta”. En efecto, se
acostumbra decirle poeta a todo compositor medianamente lírico que no trasciende
el contexto romántico que lo carcome, como también a compositores comerciales
que mezclan "palabras bonitas" en empalagosas melodías para
enamoriscar a incautos.
¿Poetas?
Poetas... Esenin, Mayakovsky, Rimbaud, Mallarmé, Hölderlin, René Char, Cohen,
Novalis, Keats, Eliot, Juarroz, Pessoa, Cernuda, Vallejo, Sabines, Silva, Barba
Jacob, Valente, José Emilio Pacheco, y hasta el ya citado Juancho Polo Valencia
cuando (volvamos a decirlo) estuvo en lo Infinito. Autodenominarse como tal y
fachendear en redes sociales son señales inequívocas de pandemia. Y así como
difícilmente con espectáculos caros y lujosos -ajenos al mundo vallenato- se podrá
salvaguardar la tradición, ni con canciones falsas y rutinas sin alma se podrán
corregir los desafueros, ni con parrandas elitistas se podrá repotenciar el
folclor ni únicamente en la tradición podrá explayarse la poesía, así tampoco
se podrá evitar -mientras el gran engaño siga incólume su camino- que se siga confundiendo
esta con cuanto cantico amartelado y pendejo se atraviese por ahí. Si el gran Festival
que sabemos sirviera para algo, no estuviera el hermano musical en cuidados
intensivos camino de la UNESCO. Y esto, en vez de representarle hoy a Adrián
Villamizar el menosprecio de un sector de la Fundación que organiza y lidera el
Festival Vallenato, debería significarle el profundo agradecimiento de una
región a la que quiere inmensamente, y a la que él, quijote incansable de
excelsa condición artística, le ha dado la brillantez de sus mejores años. En
esto y en la unidad de investigación cultural “Placeres Tengo” está su más
valioso y contundente aporte al campo de la “vallenatología”.
Ya el rey Germán Villa Acosta
anunció que no se inscribirá más en el Festival Vallenato y que aguardará el
Rey de Reyes para concursar por derecho propio. Buen ejemplo. Digno de imitar.
Porque si la preselección de cada año debe reservarse para favorecer a reyes
consagrados, a ilustres apellidos y a los treinta privilegiados que, por lo
general, siempre repiten, habría que hacer entonces dos concursos de canción
inédita cada año: uno para ellos, para los duros, para los pesos pesados del
folclor, independiente de la buena o mala calidad de sus canciones, y otro para
los sin tierra, para los desplazados de siempre, para los malos del paseo,
donde me atrevo a vaticinar se encontrarían, no obstante, las canciones que
hacen falta para oxigenar la flama de este malogrado folclor. De esta forma,
las cosas estarían bien claras desde el principio y nadie se sentiría
defraudado o pisoteado porque se le permite enlistarse mentirosamente en un
concurso que no está diseñado para él, sino para quienes se consideran dueños
absolutos de la verdad estética y poseedores sempiternos del mejor canto vallenato.
En todo caso, piensa bien Germán Villa, eso sí es valorarse y permitir, además,
que nuevos compositores puedan encontrar espacios expeditos para continuar esta
dura e incomprensible tarea de vivir y de morir cantando. Ojalá cumpla su
palabra, y que otros ganadores de años anteriores entiendan que es esta la
verdadera razón para, CON GRANDEZA, no volver a llover sobre mojado.
Cierro entonces este nuevo y sombrío capítulo de mi
decurso vallenato con el fragmento inicial de “Una estrella, una guitarra”, canción
(sinuanato) de mi autoría que fuera finalista (quinto puesto) en el XXVIII Festival de Acordeoneros y Compositores de Chinú-Córdoba
(noviembre de 2012).
Sin resentimientos, por favor.
“Adiós, adiós
Valledupar
todos
los cantos con versos tallados que puso en tus manos
la voz de mi tierra,
los despreció
tu Festival,
yo no te culpo pues sé que has llorado
porque le han sembrado
lucro a tu leyenda;
me voy, me voy
debo olvidar
no volverás a tener mi regalo
en cielo vallenato
no verás mi estrella,
he decidido dejarla en mi pueblo
luciendo abarcas, mochila y sombrero
ver su reflejo en cantos de verdad”.
FRANCISCO BURGOS A (FBA)
Abril 15 de
2014
ADENDA: Luis Alberto Prado Rengifo, compositor sahagunense, estará concursando a fines de mes en
Valledupar (su canción “El valor de un artista” se encuentra entre las
preseleccionadas). Como Rey del Festival Sabanero 2014 y ganador de muchos
otros festivales, sabe bien donde ponen las garzas y qué hay que hacer para
meterse en el cuento. Pero lleva, en todo caso, un buen canto, nada adulón y
digno de su exitoso periplo festivalero. Cantar la triste realidad del
compositor colombiano, al que ni siquiera la sociedad que dice protegerlo lo
tiene en cuenta, le ha dado muy buenos resultados en distintos festivales. Para
él, mi saludo y mi deseo de que le vaya bien en el Valle.