miércoles, 28 de agosto de 2013


SOBRE “EL ZORRA Y OTROS CUENTOS”, del poeta sucreño IGNACIO VERBEL VERGARA:

Ignacio, Poeta y amigo. Recibe un abrazo fraterno y solidario desde el Sinú, deseándote muchos éxitos en el lanzamiento de tu libro (“El Zorra y otros cuentos”), hoy 23 de agosto, en Sincelejo.

Tal como lo comenté en una de tus publicaciones en la red social de moda, me dispuse en estos días a la lectura de tu libro (más que tenerlo yo en lista de espera, él me tenía a mí, a la espera de que se diera el momento óptimo para abordarlo), labor que culminé anoche con saldo inmenso a tu favor. Sin duda, se mantienen en él componentes y situaciones de las mejores páginas de “Los años de Noemí”, esa novela tuya que, como te lo dije en una conversación telefónica desde el celular de nuestro amigo Daudet Salgado, me removió el pasado y la preocupación por un futuro inamovible (la muerte, su certeza hedionda) hasta el punto de producirme un par de efluvios pensativos.

Acierta sobremanera tu prologuista, Adolfo Ariza Navarro, al decir que se trata del libro de los epílogos. Los epílogos de tu prosa están también en tu poesía, y se convierten, al menos para quien esto escribe, en lo más atractivo de tus aportes literarios. Me atrevería a decir que es por esa inclinación tuya hacia los finales –trágicos ya de por sí, ante el hecho absoluto, inequívoco e inevitable de tener que morir-, que tengo a tus cuentos y poemas entre las preferencias de mi vida como lector. Y por supuesto, no puedo pasar por alto la tácita o expresa denuncia de la desigualdad y de la injusticia. No concibo ni concebiré jamás el oficio de escritor como un divertido mundo de juegos intelectuales o conceptuales (a no ser que estemos hablando de Borges) cuando la realidad, nuestra dura y crítica realidad, nos obliga a considerarla siquiera por encima, pues no hay nada más amargo y doloroso que tener que constatar día tras día (mientras todo en Colombia siga como está o empeore, no habrá escapatoria), las contradicciones y calamidades de un sistema económico que funda su predominio en la continuidad de pobrezas aplastantes.

En fin, querido Poeta, dejemos la política para otro día y limitémonos a agregar dos o tres comentarios sobre “EL Zorra y otros cuentos”. Te confieso que al principio, tal como me ocurrió con la historia de Noemí, no me sentí atrapado, pero, por lo mismo, por conocer lo que tu inolvidable Noemí me deparó páginas adentro, persistí en su juiciosa lectura, aguardando la aparición, varias páginas después, del poeta que los escribió. Se trata, obviamente, de géneros literarios distintos, aunque complementarios diría yo, pues es sabido que el cuento permite  aproximarse a la poesía mucho más que la novela. En todo caso, Lo coloquial (otra confesión) merece mis respetos y quizá, por deformaciones que arrastro desde que leí “Sobre Héroes y Tumbas” de Ernesto Sabato durante mi primera juventud, llaman más poderosamente mi atención lenguajes y “animaciones” que subyacen en lo filosófico y en lo existencial. Hay que decir, sin embargo, que la problemática por ti narrada sirve de contrapeso, y que la necesaria apelación a lugares comunes se ve superada por la crudeza de tus hondas descripciones, por la sabia puntería con que defines el ambiente de las historias.                 

A partir de tu texto “Quemada”, y luego con: “Don Arsenio y el sapo”, “Cristo”, “Transitando al olvido”, “Horacio”, “De las horas de hastío”, “La caída”, “Carolina” y “Después de la guerra”, todo, radicalmente, cambió. Son los que más me inquietaron, y entre ellos, elegiría a “Transitando al olvido”, “Horacio”, “La caída” y “Después de la guerra” como los más poéticamente significativos, y entre estos a “La caída” (tercera y última confesión) como el gran texto de tu libro. Cuestión también de gustos, por supuesto. Comparto, pues, las apreciaciones de Santiago Jiménez cuando manifiesta la coexistencia del registro coloquial con el discurso reflexivo, al igual que el comentario de Daniel Rivera Meza en torno a “Horacio”. Me agrada, en tus cuentos, que no te asusten los finales predecibles, lo que te salva de matricularte en lo predominante del género, en el que los escritores se preocupan más por conseguir “buenas historias” y por idear desenlaces sorprendentes, que por la vida misma, por el poder de la gruesa literatura, por el trepidar de esa poesía terrible y certera que es lo que realmente hace diferente y especial, en mi opinión, un buen libro de cuentos.

Pues bien, amigo Poeta, gracias otra vez por el libro. Lo disfruté hasta el final, y continúa aún su Maturranga dándome vueltas en la cabeza. En definitiva, cada vez que te leo encuentro tantas afinidades y coincidencias, que solo puedo explicarlas relacionando nuestras vivencias con esos contextos, luchas y preocupaciones de hombres de mar y de río que, querámoslo o no, es lo que somos (pienso, por ejemplo, cuando leo “La caída” en mi cuento “Cuando la muerte ama”). Se me ocurre, para terminar, decirte que tu libro es, además, un sutil mosaico que permite la presencia en él de todo tipo de lectores, según los intereses que cada quien tenga. Y cerrar otro de tus libros me lleva, irremediable y maravillosamente, a afirmar: ¡Ahí está Ignacio pintado, carajo!; por más que nos propongamos escapar de nuestra vidas en el oficio literario, la ficción siempre conservará el sello propio de lo que vivimos, gozamos y sufrimos.

Te dejo con algo que escribió Ángel Esteban sobre Julio Ramón Ribeyro (autor también de un decálogo personal del cuento, a la manera de los postulados de Poe y del famoso decálogo de Quiroga): “… Nadie escapa, por tanto, en el ambiente narrativo de Ribeyro, a la desolación y al amargo sentimiento de frustración. Y esas descripciones, certeras, ajustadas, ayudan al peruano a comprender mejor el sentimiento que el hombre experimenta ante los cambios… unos personajes que oscilan entre los integrados al sistema y los absolutamente marginados y, entre unos y otros, con rasgos de ambos, los desarraigados. Sobre todos ellos se sitúa la mirada amarga, profunda y desengañada del narrador… Ello indica, pues, un modo de enfocar literario sea como testimonio, como denuncia, en ningún caso como silencio”.

Y a fe que tus textos, amigo Ignacio, logran, con contundencia, lo último de la cita que traigo a colación. Puede que no cambiemos el mundo; puede, como lo cuestionas con angustia en “La caída”, que el amor no evite la muerte, pero algo importante habrá quedado de todo esto, algo poderoso que emanó de tu talento sobrevivirá luego del apagón final.

Con afecto sinuano,

 

FRANCISCO BURGOS ARANGO
(FBA) – Agosto 23/13