Ignacio, Poeta
y amigo.
Recibe un abrazo fraterno y solidario desde el Sinú, deseándote muchos éxitos
en el lanzamiento de tu libro (“El Zorra y otros cuentos”), hoy 23 de agosto,
en Sincelejo.
Tal
como lo comenté en una de tus publicaciones en la red social de moda, me
dispuse en estos días a la lectura de tu libro (más que tenerlo yo en lista de
espera, él me tenía a mí, a la espera de que se diera el momento óptimo para
abordarlo), labor que culminé anoche con saldo inmenso a tu favor. Sin duda, se
mantienen en él componentes y situaciones de las mejores páginas de “Los años
de Noemí”, esa novela tuya que, como te lo dije en una conversación telefónica
desde el celular de nuestro amigo Daudet Salgado, me removió el pasado y la
preocupación por un futuro inamovible (la muerte, su certeza hedionda) hasta el
punto de producirme un par de efluvios pensativos.
Acierta
sobremanera tu prologuista, Adolfo Ariza Navarro, al decir que se trata del
libro de los epílogos. Los epílogos de tu prosa están también en tu poesía, y
se convierten, al menos para quien esto escribe, en lo más atractivo de tus
aportes literarios. Me atrevería a decir que es por esa inclinación tuya hacia
los finales –trágicos ya de por sí, ante el hecho absoluto, inequívoco e
inevitable de tener que morir-, que tengo a tus cuentos y poemas entre las
preferencias de mi vida como lector. Y por supuesto, no puedo pasar por alto la
tácita o expresa denuncia de la desigualdad y de la injusticia. No concibo ni
concebiré jamás el oficio de escritor como un divertido mundo de juegos
intelectuales o conceptuales (a no ser que estemos hablando de Borges) cuando
la realidad, nuestra dura y crítica realidad, nos obliga a considerarla
siquiera por encima, pues no hay nada más amargo y doloroso que tener que
constatar día tras día (mientras todo en Colombia siga como está o empeore, no
habrá escapatoria), las contradicciones y calamidades de un sistema económico
que funda su predominio en la continuidad de pobrezas aplastantes.
En
fin, querido Poeta, dejemos la política para otro día y limitémonos a agregar
dos o tres comentarios sobre “EL Zorra y otros cuentos”. Te confieso que al
principio, tal como me ocurrió con la historia de Noemí, no me sentí atrapado,
pero, por lo mismo, por conocer lo que tu inolvidable Noemí me deparó páginas
adentro, persistí en su juiciosa lectura, aguardando la aparición, varias
páginas después, del poeta que los escribió. Se trata, obviamente, de géneros
literarios distintos, aunque complementarios diría yo, pues es sabido que el
cuento permite aproximarse a la poesía mucho
más que la novela. En todo caso, Lo coloquial (otra confesión) merece mis
respetos y quizá, por deformaciones que arrastro desde que leí “Sobre Héroes y
Tumbas” de Ernesto Sabato durante mi primera juventud, llaman más poderosamente
mi atención lenguajes y “animaciones” que subyacen en lo filosófico y en lo
existencial. Hay que decir, sin embargo, que la problemática por ti narrada
sirve de contrapeso, y que la necesaria apelación a lugares comunes se ve
superada por la crudeza de tus hondas descripciones, por la sabia puntería con
que defines el ambiente de las historias.
A
partir de tu texto “Quemada”, y luego con: “Don Arsenio y el sapo”, “Cristo”,
“Transitando al olvido”, “Horacio”, “De las horas de hastío”, “La caída”,
“Carolina” y “Después de la guerra”, todo, radicalmente, cambió. Son los que
más me inquietaron, y entre ellos, elegiría a “Transitando al olvido”,
“Horacio”, “La caída” y “Después de la guerra” como los más poéticamente
significativos, y entre estos a “La caída” (tercera y última confesión) como el
gran texto de tu libro. Cuestión también de gustos, por supuesto. Comparto,
pues, las apreciaciones de Santiago Jiménez cuando manifiesta la coexistencia
del registro coloquial con el discurso reflexivo, al igual que el comentario de
Daniel Rivera Meza en torno a “Horacio”. Me agrada, en tus cuentos, que no te
asusten los finales predecibles, lo que te salva de matricularte en lo
predominante del género, en el que los escritores se preocupan más por
conseguir “buenas historias” y por idear desenlaces sorprendentes, que por la
vida misma, por el poder de la gruesa literatura, por el trepidar de esa poesía
terrible y certera que es lo que realmente hace diferente y especial, en mi
opinión, un buen libro de cuentos.
Pues
bien, amigo Poeta, gracias otra vez por el libro. Lo disfruté hasta el final, y
continúa aún su Maturranga dándome vueltas en la cabeza. En definitiva, cada
vez que te leo encuentro tantas afinidades y coincidencias, que solo puedo explicarlas
relacionando nuestras vivencias con esos contextos, luchas y preocupaciones de
hombres de mar y de río que, querámoslo o no, es lo que somos (pienso, por
ejemplo, cuando leo “La caída” en mi cuento “Cuando la muerte ama”). Se me
ocurre, para terminar, decirte que tu libro es, además, un sutil mosaico que
permite la presencia en él de todo tipo de lectores, según los intereses que
cada quien tenga. Y cerrar otro de tus libros me lleva, irremediable y
maravillosamente, a afirmar: ¡Ahí está Ignacio pintado, carajo!; por más que nos
propongamos escapar de nuestra vidas en el oficio literario, la ficción siempre
conservará el sello propio de lo que vivimos, gozamos y sufrimos.
Te
dejo con algo que escribió Ángel Esteban sobre Julio Ramón Ribeyro (autor también
de un decálogo personal del cuento, a la manera de los postulados de Poe y del
famoso decálogo de Quiroga): “… Nadie escapa, por tanto, en el ambiente
narrativo de Ribeyro, a la desolación y al amargo sentimiento de frustración. Y
esas descripciones, certeras, ajustadas, ayudan al peruano a comprender mejor
el sentimiento que el hombre experimenta ante los cambios… unos personajes que
oscilan entre los integrados al sistema y los absolutamente marginados y, entre
unos y otros, con rasgos de ambos, los desarraigados. Sobre todos ellos se
sitúa la mirada amarga, profunda y desengañada del narrador… Ello indica, pues,
un modo de enfocar literario sea como testimonio, como denuncia, en ningún caso
como silencio”.
Y
a fe que tus textos, amigo Ignacio, logran, con contundencia, lo último de la
cita que traigo a colación. Puede que no cambiemos el mundo; puede, como lo
cuestionas con angustia en “La caída”, que el amor no evite la muerte, pero
algo importante habrá quedado de todo esto, algo poderoso que emanó de tu
talento sobrevivirá luego del apagón final.
Con
afecto sinuano,
FRANCISCO
BURGOS ARANGO
(FBA) – Agosto
23/13