sábado, 26 de febrero de 2011


BRISAS DEL MÁS ALLÁ
(cuento de FBA)


“Morir lejos. No aquí.
Morir donde nadie nos espere,
donde haya lugar para morir”.
ROBERTO JUARROZ



Primero se murió mi papá. Yo sí sabía que la muerte, en traje corriente y sin guadaña, me enfrentaría muy pronto a esa realidad terrible que desde temprana edad me convirtió en su amante. Lo que nunca supe fue que yo, siendo su fiel compañero de juegos, no estaría en la primera banca de la fiesta. En efecto, desde que empecé a vivir bajo su extraordinario influjo me imaginé mil veces llevado de la mano por tan calurosa amiga (de tarde en tarde, de crepúsculo en crepúsculo, de árbol en árbol, comiendo guayabas, mangos, peras y mamones del gran patio de la infancia) cuando llegara el momento de llorar nuestra primera pérdida familiar. Una vez vi a mi papá levantarse con enorme dificultad luego de buscar infructuosamente una antología de Juan Ramón Jiménez que, según sus cálculos, reposaba en el primer estante de la biblioteca, cerca del piso. Lo percibí viejo, cansado y compungido, pensé que el fin se aproximaba y sentí que una angustiosa culpa me comía por dentro. Desde ese rítmico y hermético los años no vienen solos que le escuché en silencio, pasaron doce años para que el desenlace fatal nos visitara.

Y ahora…, ahora que tengo la misma edad que él tenía cuando el autor de Animal de fondo y Ríos que se van se le perdió con destino conocido (sí, debe estar aún entre el rimero de libros de mi cuarto), recuerdo unos versos del único libro que mi papa publicó en vida: Los hijos crecen con gran rapidez, / se pasan a un torrente de inquietud, / y nos llevan, con prisa, a la vejez. Así decía (dice todavía, y cada vez con más rotunda crueldad) ese terceto que no ha dejado nunca de perseguirme, ni siquiera porque me llegó el turno de ser la víctima directa de su cuchillo atormentado. En cuanto a lo de mi torrentosa inquietud, por supuesto, no sólo dejé de ser feliz antes de tiempo, sino que, además, acabé con la posibilidad de que mi papá lo fuera cuando él aún estaba a tiempo de vivir. Mi papá… Un par de hijos adolescentes me indica a las claras que mi propio final está por comenzar.

Sin embargo, con la misma absurda seguridad de creerme cerca de la tragedia paterna pero lejos de la mía, creo también hoy –treinta y cinco años después de haber visto a mi papá padecer al pie de su biblioteca– que mi partir sigue lejano. Y si no, pregúntenle a mi muerte, a esa muerte llena de amor y de poesía en cuya victoria aprendí desde muy joven el fatuo, anodino, placentero y desesperante oficio de vivir. Entonces, no faltará quien me critique: claro, pobre papá, lo envejecí creciendo, sufrí por ello, abracé la desazón, omití su vitalidad, estuve en su entierro, sobreviví a su falta… Sí, pobre papá, pero también pobre muchacho que cargó desde siempre un miedo vivificante a la vejez, y que con Andrés Caicedo punzando en su cerebro no dejó de pensar jamás en la vida indigna que viviría luego de alcanzar dos decenios y medio de recorrido. Pobre muchacho que pasó sin éxito esta literaria barrera, que nunca quiso envejecer a nadie, que ni siquiera supo alguna vez ser joven.

Tenía veinticinco años cuando mi papá murió. Me encontraba, pues, en el difícil y zozobrante límite, pero fue su vida la que, seis meses antes, nos advirtió el macabro temporal que se acercaba. Ocultó su cáncer todo lo que pudo, muchos años resistiéndolo callado, convencido de que someterlo a tratamiento sería peor. Así fue, su muerte se alegró cuando desatendimos el clamor de su enemiga. Se lo llevaron tras una esperanza inútil, lo vi por última vez al menos simulando vigor y cuando volví a verlo días antes de su deceso, al regresar yo de mis estudios y él de su viaje deshonroso, ya era un cadáver sin víspera, un esqueleto artificialmente dotado de respiración. Entonces llegó el día mil veces imaginado y una extensa familia se agolpó en derredor de su féretro. Ayudé a cargarlo sólo una cuadra camino de la iglesia, me ubiqué a un costado, algo distante, del ceremonial y recibí cada discurso de reconocimiento y despedida como una puñalada en el alma. Puñaladas traperas que agonizaron rápidamente en mi rabia seca y pensativa. Se fue mi papá antes del tiempo por él naturalmente previsto y yo, su máximo sufridor, me tragué mis palabras, recordé cada rincón de mi dolor adolescente, la precocidad de una niñez sin rumbo, salvo por esta extraña vocación de absoluto que me ha acompañado desde siempre.

Después, veintitrés años después, murió mi mamá. Y esta vez las cosas fueron diferentes. No capté que la muerte me permitiría, ¡por fin!, graduarme con honores en el otro gran evento de nuestro derrumbe consanguíneo. Esta vez ni siquiera me lo había propuesto, aquella larga irreverencia que mi corazón rebelde escribió para ser pronunciada durante el sepelio de mi abuela paterna y que se quedó en el anonimato por una timidez incurable, aquellos versos profanos que tiré al olvido el día del entierro de mi padre sintiéndome perverso y relegado, todo aquello yacía muy lejos de mi actual horizonte. Había aprendido, cercano ya a mi cincuentenario, que sólo pasando inadvertido encontraba inspiración y tranquilidad.

Pero la muerte ha sido una cómplice poderosa y yo su incondicional aliado. Estaba, pues, en mora de concederme un impensable privilegio. Una matrona que no era de mi agrado (ni yo del de ella) candidateó mi nombre para homenajear en la iglesia a mi mamá. La muerte se vale de seres repugnantes para organizar el esplendor de su espectáculo. Conozco bien su oficio como ella conoce mi desgracia. Mi experiencia política, y no mi universo poético, inclinó la balanza a mi favor. Me preocupé. Las lágrimas, pocas pero cortantes, complemento de otras que por más que quise e intenté no pude derramar cuando murió mi papá, se calmaron en función de una abrumadora sospecha. Algo se traía entre manos esta odiosa mujer. No aseguré nada y salí de la funeraria bajo el residuo de una lluvia pertinaz que poco antes del amanecer nos había anunciado el fallecimiento solitario de mi mamá… la lluvia y también su reloj de pared, el cual se detuvo en ese mismo instante dejando sin más segundos y minutos el rodar de su próximo recuerdo. Llegué a casa y con el canto apagado de un turpial herido bosquejé mi proclama.

Cuando llegó mi turno, el hijo que soy había desaparecido. Un artista descomunal se pensó solo y montó su parafernalia, un actor prepotente coadyuvó en la trama, un poeta sin escrúpulos aprovechó para lucirse. Ego fétido, morbo satisfecho, un canto a la vida y a la alegría dejó a la muerte estupefacta; así ofendida, me castigaría prontamente con toda la fiereza de su bondad. Ya se sabe: somos amantes, y amantes extraordinarios no pueden darse el lujo de la más insignificante traición. Aplausos y felicitaciones por doquier, abrazos de sombras conmovidas, digno hijo de su padre alcancé a escuchar, y de mi madre replicó de inmediato el podrido corazón de un hijo que empezaba, poco a poco, a volver a la absurda realidad. La cotidiana flor de una terraza inamovible me recibió cuando volví del cementerio aún con el eco de Te amo, danza de Jorge Añez que acunó durante sus últimos días a mi mamá y con la cual un hermano cantor la homenajeó al pie de su última morada de manera más limpia y sentida que mi despreciable (deplorable) obra de teatro. Ni tan insignificante, me imagino que se diría la muerte en el instante de comprenderse vilipendiada por mi triunfo, quizá olvidando que siempre que verseo lo hago pensando en el revés. Pero ese instante de rabieta ella me lo cobraría sin contemplación alguna. La hamaca que armoniza mi tránsito a la vejez no tardaría en recibir el zarpazo de mi inseparable amiga, chorros de un dolor confuso empezaron a salirme por los ojos. Desde entonces lluevo a cántaros, tanto que hasta la misma muerte se ha visto inundada por mi copiosa lástima, y a aquella sociedad que fundamos con el fin de otorgarnos fortaleza hoy, aunque sin solución de continuidad, la advertimos profundamente desvencijada. He visto a mi muerte llorar en secreto, arrepentida por haber herido con delicada vida a uno de sus más sensibles partidarios. Pero como dije, no puedo ignorar que gracias a ella, solo gracias a ella, mi partir continúa siendo una (algo) lejana solución.

Madre mía. Madre nuestra…; cómo pagarte los días y las noches, las eternas noches…; cómo aproximarme a tu infinita bondad... No hay tampoco palabras que puedan reemplazar la caricia de mis lágrimas. ¡Todos nos vamos algún día pero nadie como tú para honrar la vida! (esto la debió indignar)… como te prometo también que voy a convertir mi dolor en alegría… Bueno, esto último, de no haber sido por su aturdimiento pasajero, la hubiera por el contrario alegrado, al saberme poseedor y excelso practicante de una de sus más portentosas enseñanzas. ¿Y si todo no fue más que una trampa urdida y tendida por aquella perversa mujer? ¿Habrá la muerte notado o previsto que el personaje por ella escogido para señalarme tuviera la capacidad de enemistarnos? Aproveché entonces esta escampada mental para, tres días después del entierro de mi mamá, ir al centro de la ciudad en procura de que sus calles ruidosas y soleadas me ayudaran a contrarrestar la venganza de la muerte resentida. En ésas estaba cuando una mano tocó en mi espalda para ofrecerme, con voz de entresueño, un impresionante sortilegio: ahí estaban, en un billete de lotería, los cuatro dígitos de la placa del último automóvil de mi papá, coincidentes las tres últimas cifras con el mes y el día en que cumplía años mi mamá.

Pagué a la oferente –una anciana que se desapareció tan repentinamente como vino– el valor de una fracción, dejándome en el acto la sensación de que alguien del más allá la había enviado a socorrerme. Un mensaje de ultratumba que no sólo me tranquilizó por varias horas sino que me permitió experimentar también que, por obra y magia de no sé quién, había entrado por un instante en otro ámbito, quedando todo a mi alrededor en silencio y desolado. Al salir supe enseguida que el mundo de los hombres volvía a funcionar como de costumbre. ¿Había encontrado acaso la clave de la existencia?, un botón que operaba a la manera de pausa sobrenatural para ir y volver cada que mi corazón, ansioso y perturbado, lo necesitara… Jugué durante muchos días el número familiar sin obtener el premio pero manteniendo una inquietante cercanía, hasta que un viernes, estando de paso en el suelo natal de mi mamá, lejos de mi secuenciada vida, vi de nuevo los cuatro dígitos, en el mismo orden, ahincados en otro billete de lotería expuesto en una hilera de mesas que atravesaba un pasaje comercial. Increíble que se me ocurriera precisamente ojear números cuando pasé por el frente de la mesa donde se encontraba el llamativo pariente. Esa noche me costó bastante superar el impacto que me sobrevino al percatarme de que, sin ganar, las tres últimas cifras del premio gordo coincidían con el cumpleaños de mi madre. Supe así que la intención de quien me enviaba semejantes destellos de felicidad no era ayudarme a superar la esclavitud laboral de una vida económicamente estricta, sino la de propiciarme un puente entre el más acá y el más allá de la muerte alumbrado con sorprendentes revelaciones. Pero, ¿esperaba la muerte que yo fuese el afortunado receptor de este regalo transmundano? ¿No sería ella misma la donante compasiva de este merecidísimo beneficio? En todo caso, ese interruptor, esos apagones posibles y deseables dejaban muchas interrogaciones por resolver, entre ellas, la más relevante tenía que ver con la capacidad o no de detener el tiempo y el enigma consiguiente de pretender o no la inmortalidad. O la más simple de todas: ¿podría finalmente la miserable condición humana extirpar el carcinoma de su peculiar insatisfacción?

Meses después, con más precisa orfandad, escribí un poema de cierre lleno de lodo y grama, un huraco invencible a la espera del siguiente eslabón del exterminio: flores extrañas de destino ambiguo / entre mausoleos hierbas del más allá confirman el futuro / pronto serán morada de nuevas pestilencias / flores que se abrazan con restos de sonrisas / sepulcro donde duermen padres / llora la vida su apuntalar temible / hueco vecino, verde resistencia, cuánto duelen las horas que faltan para amarnos… Ahí estaba, sin duda, el quid de la cuestión… Ahí permanecía la idea de la muerte rondándome ya con menos distancia, todo se revolvía otra vez hacia el examen de los afectos familiares, esa fractura inexplicable que se produce en algún momento de la vida, la ruptura al interior de un mundo consanguíneo sin inocentes ni culpables donde los abrazos desaparecen o, en el mejor de los casos, se convierten en aberración. Y cuando me disponía esta mañana a retomar, por primera vez en mucho tiempo, el curso de lo que estaba a punto de considerar normal y perecedero, sentí de nuevo, esta vez sin botón redentor, las brisas conmovedoras de la infancia, aquéllas que se extraviaron cuando, terminando adolescencia y bachillerato, me vi abruptamente arrancado para ir a estudiar una carrera de mierda en un mundo extraño e igualmente compulsivo, las mismas brisas que desde que regresé siendo un profesional inocuo no habían vuelto a entristecerme. Eran brisas del más allá pero al mismo tiempo brisas enfermas, inficionadas, ateridas, como si un rumor de padres amorosos y preocupados regresara removiéndome, con afecto y suavidad, el sentido trágico que tuve siempre, con la inequívoca determinación de ayudarme a morir.

Entonces moriré yo y no habrá pasado nada importante ni tendrá mi muerte ninguna utilidad para el futuro. Nada se detendrá ni dejará de ser cuando me vaya. O mejor. Cuando me muera. Irme me suena a viaje esperanzador… Tal vez venga algún loquito sin oficio ni beneficio a llenar de datos la que fuera una historia rica en tormentos y desparpajos, a lo mejor se aparezca una antigua amante a cumplirme un ebrio deseo y haga sonar una endecha durante las oquedades de mi entierro. Pero nada de lo aquí escrito servirá para explicarme ni para sobrevivirme y puede, en cambio, ser usado justicieramente en mi contra, pues, a la postre, fui yo el real y único responsable de esta debacle a la que lenta pero seguramente se fue acomodando mi pundonorosa vida. Y que conste: nada más alejado de la literatura que estas líneas moribundas sin goce personal alguno y, por lo tanto, incapaces de valerse de la ficción para poder ejercer la crueldad. A lo sumo, amor dolido, renglones vanos, verdades espantosas, brisas de infancia, ayudas proverbiales, las mismas que un novelista y pintor de noventa y nueve años continúa esperando en una localidad de la aglomerada Provincia de Buenos Aires.

Primero se murió mi papá. Yo sí sabía que la muerte, en traje corriente y sin guadaña, me enfrentaría muy pronto a esa realidad terrible que desde temprana edad me convirtió en su amante. Pero lo que no sabía era que yo tuviera un lugar para morir y que éste se pareciera tanto al de mi caudalosa inexistencia, como tampoco que una brisa juguetona que creía perdida vendría a ponerme punto final sin discusiones, escribiendo también por mí estas ultimidades que la vida calla.


Montería-Córdoba (Colombia), agosto de 2010


FBA – DERECHOS RESERVADOS

lunes, 14 de febrero de 2011

MÁS CLARO NO CANTA NI ALEJO...

Del cantautor Rioplatense-Guajiro-Vallenato ADRIÁN PABLO VILLAMIZAR ZAPATA, sobre el tema de la salvaguardia de "EL VALLENATO" por parte de la UNESCO (foro virtual). He aquí las palabras de "El Ángel Bohemio". En su esencia, tal como llegaron. Que disculpe la intromisión de FBA en cuestiones ortográficas y de estilo. Maniático que es uno. Pero no se preocupe compadre, siga escribiendo que yo le ayudo con el fardo de la gramática.

Dice APVZ:

"Buenos días a todos. Quiero referirme al tema de las amenazas que se ciernen sobre el Vallenato.

El haber tomado la decisión de 'nominar' al elemento que queremos postular ante la UNESCO como 'El Vallenato', fue la solución consensuada para saldar la discusión(ampliamente ilustrada) de 'qué era' lo que se quería postular para la protección del organismo rector de la salvaguarda cultural de la humanidad.

Sabíamos bien que al nominarlo de esta manera integrábamos el universo de la matriz cultural que lo origina y todo lo que como signo o síntoma el vocablo pudiera provocar en su asociación neuronal inmediata, algo parecido a lo que los publicistas llaman 'recordación y posicionamiento de marca'. En ese sentido, y con razón, muchos pueden plantear la duda de que el elemento cultural no se encuentre amenazado sino todo lo contrario, que goza de una extraordinaria aunque obesa salud.

Debido a esa amplia consideración que dentro de nosotros mismos podemos tener sobre algo que consideramos tan natural y propio, el comité asesor del MINCULTURA lo definió como 'un género musical tradicional cantado, nacido de la conjugación de tres expresiones culturales diferentes a partir de los cantos de vaquería de los campesinos y esclavos negros en las épocas de la colonización, la música y expresiones dancísticas de los indígenas nativos y el aporte de los instrumentos musicales europeos, que con la llegada del acordeón se consolidó con la guacharaca, de origen indígena, y con la caja, de origen africano, dando paso a la creación de cuatro aires como son el paseo, el merengue, la puya y el son, que con el paso del tiempo penetraron los altos estratos de la sociedad. Su mayor característica de autenticidad está dada por la letra de sus cantos de contenido narrativo y costumbrista expresados en un lenguaje elemental, los cuales, con la llegada de nuevas generaciones con vivencias culturales urbanas, se enriquecieron con contenidos de orden poético-romántico' (sic).

Sombreo lo que considero relevante dentro de la discusión de 'LAS AMENAZAS'.

Cuando un bien intangible es considerado Patrimonio es igual que nombrarlo TESORO. Los tesoros inmateriales, anteriormente conocidos como 'Obras Maestras de la Tradición Oral', son un elaborado producto de los tiempos dentro de una matriz cultural singular e irrepetible. Por razones propias y previsibles del movimiento perpetuo de esas matrices culturales, la 'fuerza' que generan los tesoros de la tradición oral tiende a disiparse y finalmente a perderse con el paso del tiempo y por el influjo constante de la modernidad con sus contracorrientes culturales. Estas últimas no son sino la versión contemporánea y feroz de las mismas corrientes que a su vez crearon el fenómeno o elemento que se pretende resguardar. El Vallenato no nació como lo cantó el Viejo Emiliano o como lo tocó Luis Enrique, muchas cosas fueron mutando hasta establecerse una 'forma' por todos reconocida, que no requiere exhaustivas explicaciones y menos para las comunidades implicadas en su desarrollo. Es ése el saber no sabido, no aprendido, que es la marca registrada de 'la cultura'.

Los movimientos y cambios que fueron asentándose con el tiempo y la aceptación popular para dar origen a esta hermosa musicalidad que nos convoca, actuaron igual que el proceso de selección natural con el que Darwin explica su teoría de la evolución de las especies. Fueron perdurando los elementos y la formas que el pueblo mismo fue seleccionando dentro de sus preferencias, y las preferencias generando estilos que determinaron escuelas y así hasta obtener esta hermosa acuarela de versos y melodías, rutinas y rebujes que constituyen el Vallenato. Lo que no iba gustando se iba perdiendo y luego olvidándose pero todo fue un producto de lo que el Pueblo-Pueblo, a través de su fascinación estética, logró escoger como su música representativa.

Al iniciar el influjo mediático su trepidante accionar sobre las masas -algo que se vuelve brutal desde mediados de los 80 hasta nuestros días- ya no es el pueblo el que escoge lo que debe perdurar dentro de su tradición sino los medios que, con su repetición y la estrategia preconcebida de determinados 'cliché' melódico-literarios, impactan el inconsciente colectivo y, por ende, el gusto popular; son ellos los que dominan, pues, el panorama. Nadie puede 'triunfar' sin pasar por su filtro y quienes fabrican la zaranda no necesariamente acreditan conocimiento o ascendentes dentro de la historia de nuestro canto vernáculo.

Las comunidades van adoptando los nuevos cantares a medida que la música se va pareciendo cada día más a sus propio estilo de vida: fácil, rápida, ligera, sin compromisos. No hay tiempo para nada, ni para dialogar, ni para contemplar la naturaleza ni para elaborar un romance. La sociedad se adapta a esa velocidad y así lo hace la cultura y con ella la música.

La nueva música de estos 25 años de influjo mediático convirtió al Vallenato-Folclor en Vallenato-Género, y por ser género, como el Rock, la Salsa, el Jazz, todo le cabe. Su adaptabilidad al momento social, su energía contagiosa, su musicalidad sencilla pero bonita, su función testimonial, lo hacen apetecido y apetecible por donde quiera que transita en las nuevas versiones. Una de ellas, que se desconecta de la realidad de la ancestral relación hombre/mujer y propone una inversión de roles en donde el hombre es victimizado por un ejército irregular de mujeres infieles y desagradecidas, ha transformado el romanticismo lírico pero viril en un discurso plañidero y genuflexo, propio de Corín Tellado, con sus respectivas excepciones; otra variante concentra su fuerza en el bailador, al que aleja de la cadencia y del contacto cercano del cuerpo de la pareja para montarlo en frenesí a un ritmo y a una percusión de baterías, que en determinadas ocasiones obligan a bailar sueltos y, por qué no, a saltar.

Ambas variantes del canto tradicional son las responsables de esa inmensa fiebre nacional e internacional del Vallenato, mas ninguna de ellas transmite la esencia con la cual fue gestada su música mentora. Antes, al oír un vallenato de Escalona, de Leandro, Marín o Namen, las personas podían plasmar en un lienzo nuestros paisajes, costumbres y anécdotas. ¿Qué podrán pensar de nosotros hoy en día quienes escuchen el vallenato moderno? ¿Pueden hacer una radiografía de nuestra sociedad o de nuestro entorno? Creo que nadie en este foro esté dispuesto a apostar por una respuesta afirmativa. El vallenato moderno se divorció de la tradición que lo formó, y mientras aquel fue producto de una evolución darwiniana, estas dos corrientes son mutaciones con deleciones y traslocaciones que cambiaron en forma abrupta el ADN del Vallenato. Cien (100) años contra veinticinco (25). Pelea de tigre con burro amarra'o...

¿Qué pasó? ¿Se perdieron quienes son capaces de ser consecuentes con su entorno y expresarse en cantos que hablen de su acontecer y de su realidad? ¿Perdieron la habilidad de ver el paisaje y encontrar en él los símiles para concretar una idea poética?

NO, allí están y son los mismos que alimentan al animal hambriento que es el vallenato moderno. Esa habilidad del verso y la melodía, de soñar despiertos y cantar volando entre nubes sigue estando, aunque estén ahora trabajando para otro propósito. Solo que ni ellos ni los intérpretes están dispuestos a morirse de hambre tras la edificación del folclor. Es tanta la influencia de las corrientes que dan origen a la nueva música que ya ni pa'trás van a mirar. Solo les quedan los festivales para que vuelvan a rutinas fosilizadas, como dijo Durán Escalona, para que vuelvan a sentir el cuero-cuero de una caja o el corocito de la guacharaca. Solo les quedan los festivales para tratar de dejar 'algo' en el pensamiento de los espectadores con canciones que le apuesten a la estética existencial y a la memoria de los pueblos.

Allí sigue lo que nos queda de ADN y por eso es que trabaja este proyecto. Ya lo que fue fue y lo único que podemos hacer con la ayuda de todas las fuerzas vivas del folclor, bajo la batuta del Estado en plan especial de salvaguarda (PES), es enfriar un poco las aguas para que el iceberg del folclor no se derrita a este ritmo tan acelerado. Ver de qué manera congelamos para los tiempos la memoria de octogenarios que aún recuerdan versos nunca escritos, que llegaron de boca en boca a través de las generaciones. Para que los tataranietos de Toño Salas conozcan su pasado genético-musical en el intento de reactivar en ellos esta manera de 'contar la vida cantando' que es el Vallenato. Buscamos lugares y medios para que los que aún tienen la posibilidad de ser consecuentes con su entorno y las vivencias diarias de su comunidad, no escondan el deseo de cantarlas por la depreciación que han sufrido en los últimos años, sino que tengan una caja de resonancia multimedia que, además, les asegure algún ingreso y no piensen que solo el 'cacho' o la 'lujuria' son los motivos que tienen para cantar.

Donaldo: el vallenato sí está en riesgo; si no lo está, entonces no puede inscribirse como Patrimonio de la Humanidad ante la UNESCO. Son las reglas del juego.

Tengo muchísimas cosas más para contar, pero no soy escritor ni periodista, ni puedo ponerme a corregir estilo y ortografía; ruego me disculpen no solo mis torpezas sino también este cipote ladrillo que les acabo de tirar pero que -créanme- está hecho con el mismo adobe con el que hicieron la Casa de Alto Pino".

Hasta aquí lo de APVZ. Quienes han seguido de cerca este blog, en especial las distintas publicaciones en materia de crítica vallenata, comprenderán aún más la dimensión de la lucha que une a vallenatos, guajiros, sinuanos y sabaneros. Pocos. Pero con vuelo contundente.

Saludo sinuano.


FBA

miércoles, 2 de febrero de 2011

Tres Poemas, para compensar la ausencia de varios días… Dos terrígenos, en vísperas de su despedida poética. Y al final, algo de esa otra cotidianeidad que nunca duerme.



SOY MONTERIANO cuando

Camino por las calles

Sordas de mi ruido, cuando un río de ternezas

Me persigue inclemente y un cercano mar lo

Anima devorándole los tremedales de

Su angustia

Soy monteriano como tú o como aquél

Que nos mira creyéndose a salvo de nosotros

Monteriana es también mi forma de morirme

Y monterianos son los días de apacible vida

Que deforman mi mundo

Soy monteriano en la terrenal manera de

Escribir otra historia, de encender otros versos

Para que brisas ausentes recuerden las

Derrotas, esas canciones fugaces que respiran

Honduras, esa manera inmortal de no

Comprometerme con mentiras

De decirle que no a un sí que desgobierna

De palparme completo sin los fétidos trances

Que elogian la alegría

Soy monteriano de mañana insufrible

De tarde pensativa y noche hospitalaria

Monteriano como la muda suerte

Que sostiene lo inicuo, como la lengua

Voraz que raspa la fatiga

Como las falsas promesas de buitres y

Herederos

Monteriana se advierte la sombra que

Me viste, la ilusión que me atrapa

En lo alto de un sauce, y monteriana

Es también la fe de la congoja que me

Lanza de cabeza al frágil

Pavimento

Monteriano hasta el fin de los tiempos

Mientras me parto el alma tratando de

Entenderlo, mientras por dos salidas

Nunca logro marcharme y por dos entradas

Me alejo de su fiesta invivible

Soy monteriano cuando me sirvo de

Puentes y planchones para ahogarme

En caricias, cuando anuncio más de mil

Veces la mudanza improbable

Cuando a la invasión citadina respondo

Sin fisuras

Monteriano en fin como todos los

Colores que me habitan, monteriano para

Pararme al frente de las duras cuestiones

Y también para erradicar del cielo

Esa mala costumbre de no ser

Lo que somos



SINUANO DEL MUNDO

ubicado, sin hundirse, en la

oscuridad de la vida,

por ningún lado individuo

respirable, atrapado a veces por

imberbes aplausos, caótico de

tierra firme, pensador sin estelas,

hermético, facineroso, siempre

perdido, sin salir a flote, en la

claridad de la vida,

ya para nada triste,

tampoco fructífero

magnífico

exultante ser

a la caza de personales

relativos,

voz de adusta tiniebla

soberano de urbe maltrecha

va consigo la pequeña falta

se sabe domador de sueños cándidos

patea la terrible espesura

se asoma, se desviste, se arrepiente

el mundo es demasiado flébil, áspero

grácil al tacto, tierra y río no sirven

nostalgia maloliente es presa fácil

infancia desbordada eructa

fracaso en flor,

sin embargo, pausa extática a deshoras

fábula de nunca acabar

caminante de inéditos pecados

libre contra el viento, cancionero

fugaz, no sale aún del hoyo miserable

lo mira desde alturas inconcebibles

desde distancias aparatosas,

inexistencia febril

ladra el sol en muerte ajena

ubicado, perdido, condenado

exonerado, trae dolor por los

cabellos, dios infatigable

haciendo entre chozas y rascacielos

de tripas corazón



Y SI SE NOS DIERA A TODOS POR MORIRNOS

POR NO NACER, POR DECLINAR,

si animales y vegetales se sumaran a esta

poética maniobra

y Dios –que según dicen le teme a la soledad–

se encontrara, de repente, espantosamente solo.

Si nos desenchufáramos al mismo tiempo de la vida

y nos fuéramos, de una vez por todas, a recorrer

sin retorno el dulce abismo de la tierra.

Pero Dios no es tan tonto, a la postre nos conecta y

desconecta a sus anchas, nos pone a dormir despiertos

con laborioso afán

y sólo a ratos, como en este poema, nos permite

lúcidos instantes de eternidad, ráfagas de claror

brevedad impasible

que osa contradecirle su dominio.

De veras: si se nos diera a todos por morirnos en

simultánea fuga, si pudiéramos disolvernos

antes de que él se percatara

del peligro, o de que algún vivificante enfermo

invocara su ayuda.

Pero dicen también que Dios lo sabe todo

y seguramente

en menos de lo que dura un desparpajo

habrá desmantelado, con dedo mortal,

esta infeliz conspiración.

Y si se te diera entonces por morirte

sinuoso pasajero? Si se te diera por sumarle

altavoces a tu causa perdida, restarle importancia

al clan de los sufridos, multiplicarle dolores

a tanto vate alegre, creerte golondrina

de insólito verano…

No dudes por favor de la apariencia

súbete a un oleaje de puras sensaciones

y zambúllete meramente, sin más

confinamientos,

en el interminable cielo del ocaso



FBA – DERECHOS RESERVADOS



Nota: A partir de la fecha está disponible, en formato PDF, el poemario de mi autoría CANTANDO A DESTIEMPO, publicado en junio de 2010. Sólo para quienes de verdad se encuentren interesados en leerlo, como diría APVZ, “hasta sus últimas consecuencias”. Sin ningún costo. Basta solicitarlo al E-Mail: sinumania@hotmail.com, identificándose plenamente y señalando, de manera inequívoca, el motivo de su interés.