UN NUEVO CANTO (sinuanato, en ritmo de paseo)
Letra y Música de
FBA
En el siguiente enlace de YouTube, se puede
escuchar el audio de la canción (cortesía de la poeta vallecaucana Ana Lucía Montoya
Rendón).
http://www.youtube.com/watch?v=XlRN_F_PwPE&feature=youtu.be
Transcribo el
correo que acompañó el 8 de octubre de 2013 mi envío de la canción:
“Ana Lucía, fraterno saludo desde el Sinú. Ahí te
va la primera entrega de lo prometido.
Del 6 al 8 de julio de 2012 participé con esta
canción en el concurso de canción inédita del Festival Sabanero de Acordeoneros
y Compositores “Princesa Barají” de Sahagún-Córdoba, ocupando el Tercer Puesto.
Obtuvo el Primer Lugar, el compositor sahagunense Luis Alberto Prado, Rey de
Reyes de muchos festivales sabaneros, con el paseo titulado “Sahagunense a
mucho honor”. Tenía el amigo Luis Alberto muchos años de estar compitiendo y
batallando por ese anhelado y esquivo trofeo, hasta que el 2012 fue el año
definitivo de su consagración en Sahagún, reconociendo no obstante él mismo
(paradojas de festivales) que no era la mejor canción que había presentado, año
tras año, festival tras festival, en el amado terruño donde nació. El pueblo de
Sahagún así lo comentó durante días, empañándose un poco la conquista (merecida,
en mi opinión) de este juglar incansable que tantas páginas musicales ha
escrito exitosamente en las sabanas de Córdoba, Sucre y Bolívar, y allende sus
fronteras. El segundo puesto lo logró el amigo y cantautor Adrián Pablo
Villamizar Zapata, creador del CUBANATO, nacido en Buenos Aires-Argentina pero
radicado, desde pequeño, en La Guajira y en la ciudad de los Santos Reyes,
Valledupar, mejor conocida como la capital mundial del Vallenato, donde creció
espiritual y musicalmente. Presentó Adrián Villamizar un paseo titulado
“Testigo es Sahagún”. Adrián Villamizar se había coronado en 2011 como Rey
Vallenato de Canción Inédita Vallenata, con la canción “Ciegos Nosotros”, en el
marco del Festival Vallenato que se realiza todos los años en Valledupar en abril
o mayo.
Así pues, que un “sinuanato” estuviera en semejante
podio, era ya todo un satisfactorio reconocimiento. Todavía hoy, uno de los
tres jurados de la Final del concurso, sostiene que “Un nuevo canto” era la
canción ganadora del certamen, por ser la única de las canciones finalistas
que, en su concepto, tenía incidencia universal. Se filtraron después
infidencias y confesiones sobre puntajes (de parte, incluso, del ganador) que,
en efecto, posicionaban a “Un nuevo canto” como tal, bajada minutos antes del
fallo al Segundo Puesto por escaso margen y por esas cosas extra musicales,
extra artísticas, que pesan nocivamente en este tipo de eventos. Y relegada,
segundos antes del fallo, al Tercer Puesto, por idénticas razones.
En todo caso, “Un nuevo canto” marcó un “antes de”
y un “después de” en la historia poética y musical del creador del “sinuanato”
(o del “sinuato”, como prefiere decirle Adrián Villamizar a esto que no es un
aire ni un ritmo, sino una filosofía de vida, un viaje cultural cuyos lineamientos
básicos están por escribirse). Si es que llego a escribirlos, pues conversando
el pasado viernes (octubre 4/13) con uno de los integrantes de la “Banda
Insustancial La Mojarra Iletrada”, músico también de “El Combo del Destiempo”
que presenta, por lo general, mis “sinuanatos” en las tarimas festivaleras,
sugiere este buen amigo que el “sinuanato” es ya lo que es, y que escribir
sobre él sería deformarlo. Buen apunte, para meditarlo. En eso ando.
Lo curioso o simpático del Festival donde “Un nuevo
canto” se presentó, es que el amigo Adrián Villamizar decía (en su canción a
Sahagún) que dos amigos poetas lo habían invitado a la región sabanera, “dos
amigos que son oriundos de la sabana y que comprenden sus debilidades”, y que
en esa visita había encontrado el amor perdurable que le haría olvidar del todo
un reciente desamor. Se encontraba entre el público del Festival uno de ellos:
el maestro Joaquín Rodríguez Martínez. El otro estaba inmerso en “Un nuevo
canto”. Cuando Adrián interpretó su canción en tarima, ahí estuvimos al pie de
la misma, Joaco y yo, aplaudiéndolo y recibiendo su puntería afectuosa cada vez
que mencionaba en su canto sabanero-vallenato, fusión de porro y paseo, a los
dos poetas responsables de su felicidad. Antes de él, cuando nos tocó el turno
de subir a la tarima, le había disparado a Adrián, con igual puntería y afecto
sincero, mi “ya ves mi amigo, también soy espiritual”. Y es que “Un nuevo
canto” tiene dos anécdotas muy especiales que rodearon su nacimiento.
La primera tiene que ver con el lugar donde brotó.
Días antes de que se cerraran las inscripciones de los concursos en Sahagún, un
merengue de mi autoría, titulado “Sabanero y Sinuano”, estaba destinado para
tal efecto. Pero un lunes temprano, viajando desde Montería hacia Sahagún, a la
altura del pueblo de Ciénaga de Oro –tierra natal de mi padre, Enán Burgos
Perdomo, médico y poeta; del gran Pablito Flórez y de la cieguita Lucy González,
entre muchos otros músicos, poetas y artistas notables de esa querida región–,
letra y melodía iniciales de “Un nuevo canto” hicieron su arribo, en forma
inesperada, mientras conducía. ¿De dónde vinieron? Mi hermano poeta y pintor
Enán Burgos Arango me dijo hace un par de meses, a raíz de “algo” musical que
le surgió, que, sea de arriba o sea de abajo, lo cierto es que ese tipo de
inspiraciones parecen dictadas por alguna magia o intuición maestra. ¿Quién o
quiénes me pidieron o me mandaron “Un nuevo canto”, desde la majestuosidad de
algún cielo incorregible? Buena pregunta. Para mentes y corazones inquietos.
Para atreverse a trascender lo obvio. Meses atrás, este mismo pueblo de Ciénaga
de Oro me había regalado “Madre mía”, canción que escribí (o serví de
intermediario; evito lo de médium) un año después de la muerte de mi madre,
Amparo, paisa por nacimiento y sinuana de corazón grande. Desde entonces, cada
vez que paso por ese mítico lugar, mis musas se alborotan.
La otra anécdota tiene que ver con mis escritos
sobre crítica vallenata, en los cuales como que he dejado trasver alguna
carencia de espiritualidad o de religiosidad en mí, lo que llevó al amigo
Adrián Villamizar, luego sobre todo de mi comentario en torno a su obra “Ciegos
nosotros” que, en clara e innegable comunión con la divinidad, triunfó en Valledupar,
a afirmar, palabras más, palabras menos, que yo no lo iba a convencer nunca de
que lo espiritual me era sustancialmente ajeno. “Un nuevo canto” fue mi
“intrincada” respuesta. “Ya ves mi amigo, también soy espiritual”. ¿Qué tanto
lo soy? Me temo que, contextualizando el asunto como desde mi trepidar poético
lo percibo, más de lo que quisiera admitir. En fin… cosas de amigos. Evento y
sucesos inolvidables. Pensar que asistimos a un Festival y participamos en él
(¡y con cierto éxito!) para contarnos verdades íntimas, ratificar afectos y
consolidar luchas compartidas, es algo, sin lugar a dudas, asombroso y muy vivificante.
Cantarle a la vida con absoluta sobriedad (debido a
la hora y al cansancio, tuvimos que despedir al maestro Joaco sin haber tenido
tiempo para tertuliar; ocho días después, nos tomamos en Montería las cervezas
aplazadas), fue la misión que finalmente cumplimos en esa cita anual con el
Arte, la Música y la Poesía.
Involucro al maestro Joaco en este mensaje, con el
fin de mantenerlo artísticamente ocupado durante su convalecencia.
Interpreta “Un nuevo canto”, el cantante
sahagunense Yordy Torres González, voz líder del grupo musical “Los Genios del
Vallenato”. La grabación ni la mezcla son las óptimas, pero se deja apreciar.
Bien, querida amiga, espero te guste mi nuevo
canto, y que lo compartas, acompañado de esta breve historia si así lo
prefieres, con la poeta Liliana y demás amigos. Fuerte abrazo”.
Hasta aquí la carta remisoria-musical. Se me ocurre agregar ahora tres
interrogantes: ¿Cuál es el Tiempo que le pide al Destiempo un
canto nuevo? ¿Y cuál la fuerza que lo suele acompañar? ¿Vive (muere) esta “fuerza”
a Tiempo o a Destiempo?
Quizá otros “sinuanatos” ayuden a aproximar
respuestas…
Saludos,
FBA