miércoles, 7 de abril de 2010

TIEMPO PARA RECORDAR:

Luego de haber disfrutado el sábado 27 de marzo de 2010 del “Mano a Mano” musical de los compositores sahagunenses Luis Alberto Prado y Álvaro Llorente (bueno, siendo más honestos y precisos digamos, conforme al argot vallenato, que “parrandeado”, y con amanecida guitarrera a bordo), ambos precedidos por un muy buen ramillete de canciones -el primero, haciendo gala de una larga experiencia como gran triunfador en muchas tarimas vallenatas, valiéndose de una interpretación emotiva que sabe sacar partido de cantos explosivos con alto contenido social; y el segundo, aportando con buena voz el temple romántico y familiar que lo caracteriza-, aprovecho la pausa post fiesta y estos días santos para darle rienda suelta al recuerdo y, a través de éste, a la amistad. Hablaré entonces del CARÁCTER, del VALOR y de la DIGNIDAD, tres palabras que marcaron poderosamente la vida de un caribeño sui generis.

Quiero, en efecto, escribir esta vez sobre el amigo que hace tiempo se fue, hombre limpio, sin igual, militante únicamente de la vida y de los sueños. Me refiero a ALFONSO NAAR HERNÁNDEZ, quien, habiendo nacido en un pequeño pueblo del departamento de Córdoba (Purísima-Colombia), llegó a ser a mediados de la década de los noventa del pasado siglo un luchador estudiantil ejemplar y decisivo. De su pluma valiente sobreviven escritos contundentes que dio a conocer mientras libraba ardorosas y hasta solitarias batallas democráticas, académicas y pedagógicas como estudiante de Ciencias Sociales de la Universidad de Córdoba. Recuerdo ahora textos de su autoría como “Con identidad propia rompimos el cerco”, “Por qué una actitud rebelde y radical”, “Cuando la tiniebla alumbra”, “Sentimiento y reflexión es lo que somos” y, con especial afecto, su ponencia-proclama “Una terquedad para vida”, presentada en la Asamblea Regional Universitaria Costa Caribe que se llevó a cabo en Barranquilla (Atlántico-Colombia), concretamente en la antigua sede de la Universidad del Atlántico, durante los días 10, 11 y 12 de marzo de 1995. Me acuerdo que en respuesta a su ponencia -escrita en torno al espinoso tema de la organización estudiantil- escribí y presente la mía, titulada “Una verdad para el cambio”.

Bueno, son quince años que actúan de por medio, corrían otros tiempos, época de conflictiva transición, gravitábamos alrededor de entregas, declives y traiciones, la perestroika de Gorbachov imponía su desastrosa reforma y el derrumbe de muros e ideologías tildaba de anacrónicos y jurásicos a quienes osaban recorrer aún camino de utopías. Pero ahí estuvo el purisimero Alfonso Naar dando cátedra de independencia política, de carácter, de valor, de honestidad, de ética, pero sobre todo de una dignidad a prueba de todo. Si la historia de las instituciones se escribiera en función de sus cotidianas y anónimas vivencias y no de sus maquillajes formales, otra sería su suerte y, por supuesto, muy distinta la vida de la sociedad cercana a la que pertenecen. Y tratándose de centros universitarios apoyados sobre el trípode academia-investigación-extensión sí que cobra vigencia la necesidad de nutrirla con sus más dolorosas verdades. Así, por ejemplo, el Movimiento Estudiantil por la Academia, la Democracia y la Dignidad que tuvo con “El Naar” (como le decíamos) y con otros estudiantes destacados momentos de frenética inspiración -oscilantes a veces entre la desgarradora lucidez y la extravagante locura-, estaría conformando hoy el glorioso pasado de las luchas estudiantiles en Colombia, pues si la juventud universitaria de Córdoba-Argentina logró desplegar hacia el futuro su Manifiesto del 21 de junio de 1918 y, cincuenta años después, el Mayo francés hizo lo propio, no es menos cierto que la Huelga de Hambre y otras expresiones de las tareas emprendidas por la juventud universitaria de Córdoba-Colombia en mayo de 1994 logró escribir, desde una doblegada y medrosa Montería, páginas memorables que merecen rescatarse del olvido.

Un puñado de líderes estudiantiles supo y pudo en tiempos adversos, difíciles y oscuros movilizar la conciencia colectiva obteniendo reformas democráticas y luces académicas de suma importancia para el devenir de la educación pública. Contra todo pronóstico, contra la pasividad explicable del personal administrativo, contra la neutralidad inexplicable de sectores agremiados en sindicatos de trabajadores y docentes, y contra un Consejo Superior Universitario que se arrogaba el pleno ejercicio de la autonomía universitaria interpretando a su amaño la Ley 30 de 1992 (años después, cuando su poder burocrático fue desplazado abruptamente por las Autodefensas Unidas de Colombia serían los primeros en defender la elección democrática del Rector arguyendo las razones políticas y legales que ellos mismos habían arbitrariamente desconocido) el Movimiento Estudiantil por la Academia, la Democracia y la Dignidad, pensado y consumado en las riberas del río Sinú, sentó un claro precedente en el marco de una lucha por la democratización universitaria que para entonces muy pocas conquistas mostraba en el escenario nacional y que, hoy por hoy, mantiene la triste vigencia de lo que pudo haber sido y no fue. De aquellas reformas estatutarias alcanzadas al fragor de la lucha quedará a lo sumo algún encarnizado recuerdo, permaneciendo la mayor parte de las universidades públicas y privadas de Colombia sin mecanismos democráticos reales y efectivos a través de los cuales puedan sus distintos estamentos no solo elegir a las autoridades administrativas y académicas, sino también democratizar al máximo la vida universitaria.

Muchos de aquellos protagonistas ya no están y debo reconocer que me ronda ahora una prevención razonable: la democracia colombiana está tan corrompida y marcada por ribetes autoritarios y populistas que difícilmente me inclinaría porque se levanten hoy día las viejas banderas democráticas para que la venenosa señora encuentre en la universidad pública un caldo de cultivo más donde aderezar sus prácticas infames. Es una contradicción que nos toca cargar y sufrir para entender, además, que una verdadera democracia debe trascender lo electoral y apartarse de lo meramente representativo aclimatando, en cambio, procesos altruistas y de transformación profunda donde lo político y lo social se articulen en aras de que la sociedad donde la universidad ejerce su influjo sea permeada positivamente con idénticos mensajes. Con poder impregnarla al menos de uno solo de ellos sería un buen comienzo, ese ideal pasado y tan futuro de reducir ostensiblemente la brecha entre ricos y pobres, de procurar soluciones definitivas a los más urgentes problemas sociales. Para que, como poetizó alguna vez mi padre, no siga imperando el hervor individualista de los “vehículos lujosos que desbordan al peatón y fertilizan sus angustias”.

Aquellos estudiantes de Córdoba-Argentina cifraron en la juventud sus esperanzas: “… Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime… Los dolores que quedan son las libertades que faltan… La federación universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes… Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales… Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud… La juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios maestros… En adelante, sólo podrán ser maestros en la república universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien… Al confesar los ideales y principios que mueven a la juventud en esta hora única de su vida… La sanción moral es nuestra. El derecho también…”. Dónde estará la nuestra, nuestra juventud incontaminada me pregunto impotente… ¿Cumpliendo acaso su destino heroico en los calabozos de twitter y de facebook? ¿Alienada y sudorosa brincando al ritmo de los disfraces postmodernos?

Mejor dejemos hasta aquí el asunto para volver al Alfonso Naar Hernández de carne y hueso, al amigo frontal que tocó varias veces mi puerta tratando de refugiarse en la soledad y el silencio de un callejón sin salida, al que gustaba de dispararme críticamente su certera moral, al que luego de beberse dos botellas de aguardiente sin pronunciar palabra y extasiado por las canciones de Leonardo Favio rompía a llorar inconsolable, igualmente abatido por el amor a Josefina, la adorable estudiante de enfermería que mojó sus labios cuando él desafiaba las postrimerías de su huelga de hambre. Calificado muchas veces de loco y portador de una fama de irrespetuoso y radical, cierto es que Alfonso Naar no transigía en materia de principios convencido como estaba de que los estudiantes debían darse su propia organización sin injerencias de ningún tipo y que la corrupción y la doble moral eran algo que debía atacar donde estuvieran. Contrario entonces a cualquier militancia política no podían faltarle enemigos de distintos bandos. De derecha y de izquierda, y más aún del despistado centro… Su paso por el Teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia fue uno de los tantos episodios que protagonizó sin temblarle un dedo. Dijo por supuesto lo que no podía decirse en un templo de la izquierda, en donde fue silbado, interrumpido y por poco sacado a golpes mientras él resistía sin odios y con una sonrisa tranquila y transparente por el bien de un movimiento llamado, de verdad, a grandes cosas. El discurso de la falsa izquierda no entiende de grandezas sobrehumanas. Una organización guerrillera tampoco lo entendió cuando siendo ya Naar docente en ejercicio en tierras del departamento de Arauca-Colombia fue denunciado por juventudes comunistas que sin sopesar su pasado estudiantil lo sometieron a torturas y vejámenes durante varios días, acusado de servir a los intereses del paramilitarismo. Sus escritos lo salvaron, los que llevaba orgulloso a todos lados como norte y estandarte.

Los restos mortales de Alfonso Naar Hernández reposan en el cementerio de su pueblo natal, en Purísima-Córdoba, donde fue enterrado este hacedor de caminos días después de caer asesinado por las balas de una institucionalidad corrupta que no aceptó que “El Naar” brillara con luz propia en el colegio del municipio araucano donde desempeñó la docencia ganándose rápidamente el cariño de la gente, y donde lideró y presentó proyectos de desarrollo social para este territorio localizado en el extremo norte de la región de la Orinoquia Colombiana. Hasta donde se tuvo noticia había sido amenazado por oponerse a que los recursos obtenidos por cuenta de uno de sus proyectos se emplearan indebidamente, viéndose precisado a renunciar y a retornar a Montería, al refugio ocasional en donde siempre encontraba el afecto y la bondad de tres maravillosos familiares. Pero “El Naar” era “El Naar” y no daría tan fácilmente su brazo a torcer. Así que regresó a Arauca tras otro amor tan puro y descomunal como su terquedad para la vida. Un amor real que había encontrado para amortiguar aquel amor platónico por la inolvidable Josefina. Una carta y un poema son mi homenaje a este amigo inmortal. El poema, que lleva como título su primer apellido, aparecerá publicado en mi poemario “Cantando a Destiempo”. La carta que le escribí y le envié a su campo de batalla en mayo de 1994 mientras él descifraba para la posteridad el lenguaje de los mejores sueños la transcribo aquí, en este blog, para algún historiador, investigador o literato que se atreva alguna vez a clarificar y dignificar esta vivificante historia…

C… Alfonso: va sin fecha y sin lugar porque cuando por fin llega el momento de testimoniar para la historia, ésta se muestra tan breve y tan concisa que solo basta una sólida referencia tratándose de hombres que más que luchar viven intensamente los distintos presentes.

Va porque sólo hoy volvió rompiendo épocas la voz de la verdad. Y va sin su carácter, sin su valor, sin su dignidad, porque usted no es un hombre de ánimos y su convicción resplandece ‘gota a gota’ por encima de las muchas palabras que diariamente envilecen la vida, como si se tratara del pesado fardo de la muerte. Y va porque estoy absolutamente seguro que si fuera cuestión de darle ánimo lo mejor que podría hacer sería procurar cualquier desánimo. Y para esto, qué mejor lugar para un poema, un poeta hondureño para estos momentos de decisión y de fortaleza…

‘A como dé lugar pudren al hombre en vida,
le dibujan a pulso
las amplias palideces de los asesinados
y le encierran en el infinito.

Por eso
he decidido dulcemente
mortalmente
construir
con todas mis canciones
un puente interminable hacia la dignidad, para que pasen,
uno por uno
los hombres humillados de la Tierra’.

Creo que este poema causa mejor el efecto que una de las muchas reflexiones de nuestro amigo Bruno. Creo que a pesar de todo la universidad se nos ha ido quedando pequeña y que ha llegado el tiempo definitivo de su revolucionaria grandeza! Cada quien en lo suyo y armado de lo suyo, y esa voluntad que nunca decae, para la que van hoy mis tenues palabras y el terco fusil de mi tenebrosa esperanza.

Apreciado C…: va mi puño dispuesto a recordarle su advertencia durante alguna ‘franca’ borrachera. Dijo que yo era el único que podía destruirlo. Pues bien, me engaño para advertirle que no lo voy a hacer y que por esta vez tiene usted la última palabra. Yo aspiro a poder divisarlo entre mis sombras como un nuevo combatiente de imposibles, breve y conciso, punzante y victorioso. Va porque hoy me muestro partidario del eterno conflicto, y porque finalmente es usted una especie sin vía de extinción
”.

TIEMPO PARA RECORDAR. TIEMPO PARA MERECER. TIEMPO PARA SONREÍR.
FBA

2 comentarios:

  1. Gracias por este homenaje a mi querido tio.

    ResponderEliminar
  2. Alfonso Alejandro naar Hernández persona con principios y valores propios muy merecido homenaje gracias.

    ResponderEliminar