miércoles, 16 de diciembre de 2009


JORGE OÑATE Y CHRISTIAN CAMILO PEÑA: TE DEDICO MIS TRIUNFOS (2009)(Comentario Crítico)


Hablar de Jorge Oñate es referirnos, sin lugar a dudas, a un grande de la música vallenata, un cantante de sobrados méritos que se abrió paso como tal sin ser acordeonero, rompiendo así con una larga e importante tradición de juglares que tocaban y cantaban temas de su propia autoría, tradición que, no obstante la polución de intérpretes posmodernos en su mayoría de baja estofa, mantiene expresiones de indiscutible valía en artistas de talla aún vigentes como Alfredo Gutiérrez. No sé si la preocupación del doctor Jorge Nain Ruiz Ditta -expresada en marzo de 2008- sobre el ocaso de la voz de El Ruiseñor del Cesar sea hoy, año y nueve meses después, una desastrosa realidad; lo cierto es que termina siendo comprensible que el paso de los años y la propia dinámica de presentaciones frecuentes en vivo y a altas horas de la noche vayan dando al traste -en algunos casos potenciado ello por exceso de alcohol y consumo de drogas- con artistas históricos y famosos, llámense Diomedes Díaz, Farid Ortiz, Beto Zabaleta, Iván Villazón o Jorge Oñate, y hasta con la portentosa y que creíamos inmortal voz de Poncho Zuleta. Explicable entonces que tengan más trabajo los coristas, especialmente si advertimos que la tabla de salvación económica está en los contratos y no en el mercado del disco, y sostenerse con calidad vocal en medio de tan exigente ajetreo no es, por supuesto, nada fácil. En todo caso, los avances tecnológicos compensan, a la hora de grabar los compactos, este gravísimo inconveniente.

Pues bien, la idea de este escrito es comentar el reciente trabajo discográfico de Jorge Oñate al lado del joven acordeonista de Pivijay-Magdalena, Christian Camilo, Rey Vallenato 2008, lanzado esta vez con título y subtítulo: Te dedico mis triunfos y La aplanadora. Y aquí empiezan, por supuesto, los problemas. Quiso Oñate prenderle una vela a Dios y otra al diablo, como quien dice, la aplanadora para el público juvenil corrompido por olas de mediocridad, y los triunfos para quienes, en menor escala, todavía creen en la poesía y en la lírica de los buenos paseos vallenatos. Pero esto es algo que hay que decirlo sin ambages: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Claro que a estas alturas de la confusión musical que atraviesa el vallenato es difícil saber de qué lado está Dios y en qué lado se regodea Mefistófeles.

Si algo ha caracterizado a Oñate durante su larga trayectoria artística es precisamente haber sido el abanderado de un estilo único, inconfundible, respetuoso de la tradición, defensor de la canción vallenata tanto en aspectos rítmicos como armónicos, melódicos y textuales. Incluso, cuando la balada y la ranchera infectaron el trasegar del género y luego la Nueva Ola, neutralizando paradójicamente los efectos de lo anterior, pareció acelerar el comercial derrumbe, ahí estuvo siempre El Jilguero de América aportando valerosamente lo suyo, dándole cabida en sus producciones a compositores de merecido prestigio y a canciones inéditas triunfadoras en distintos festivales. Sin embargo, debo lamentar que sea precisamente Oñate quien, en momentos en que la tendencia deformadora entró en severa decadencia, oxigene lo que va quedando de ella con canciones como La aplanadora del polifacético Omar Geles Suárez, porque esta aplanadora, a mi juicio, lo que hace es profundizar la crisis del vallenato. Funciona exactamente como eso: como una aplanadora, una apisonadora del canto vernáculo.

He sostenido siempre en este blog que El Diablito es un excelente compositor, un fuera de serie que bien merece el reconocimiento y los éxitos alcanzados, pero cuando se propone, como por lo visto se ha propuesto, monopolizar el campo de las grabaciones comerciales, su pericia opera sin importar lo que se lleve por delante. Geles domina a su antojo los trucos rítmicos y las letras estultas, y es, por tanto, todo un maestro a la hora de relacionar lo pegajoso con cierto facilismo juvenil. En otras palabras: es consciente del problema pero ni modo, es lo que medianamente funciona y hay que explotarlo al máximo. En esto la ética y la dignidad no cuentan. Que sigan brincando. Que siga lo insulso mandando la parada. De alguna manera queda la posibilidad de meter una que otra canción de buena factura en uno cualquiera de los tantos trabajos donde privilegiadamente participa, y por qué no, en los mejores concursos festivaleros. Empero, esta doble moral acarrea enormes desventajas para un folclor, o mejor, para una música en expansión como la vallenata, ya que, en últimas, son sus trabucaciones comerciales las que terminan recibiendo los aplausos.

Si bien el artista se debe al público, se debe también al compromiso consigo mismo (a esos fantasmas internos que muy bien cataliza el cantautor Adrián Pablo Villamizar Zapata en sus canciones). En este orden de ideas, uno espera que el compositor responda a la búsqueda de su verdad interior, al universo de sus ingentes preocupaciones existenciales, al deber, incluso, de educar sin abrazar falsos moralismos, no sólo a partir de sus propias vivencias sino también de experiencias ajenas con respecto a las cuales se sensibilice, pero nunca -y mucho menos de un músico completo como Omar Geles- que se dedique al divertimiento ridículo constituyéndose en un verdadero peligro musical, un traficante de versos embrutecedores. Claro está que lo bailable y/o lo parrandero del vallenato juega también en esto, pero no justifica de ninguna manera convertir el arte sublime de componer canciones en una fábrica pueril de cantos sin sentido que cuenta, según dicen, con nómina de compositores serviles a la causa.

Así pues, La aplanadora sabe para qué está hecha, el motor se enciende, cuidado, apártense, gritan algunos y entra enseguida Oñate diciendo sálvese quien pueda que ahí viene la aplanadora. Dicho esto, uno espera que lo que va a escuchar sea en realidad una aplanadora que acabe de una vez por todas con la impostura que caracteriza hoy por hoy al vallenato. Pero no, en verdad hay que correr, ponerse a salvo, pero de esta aplanadora atroz, cuyo texto extermina de inmediato cualquier asomo de esperanza: “Ella es la más bonita del barrio, por ella están suspirando todos, nadie resiste sus encantos, porque a cualquiera vuelve loco… a mí me da pena con ellos, porque ella quiere es a uno solo, aunque prometan darle el cielo, conmigo es que ella quiere todo; enamoraos le sobran, pero yo soy el chacho, yo soy la aplanadora, de sus enamorados… Es la mujer más linda del planeta, que ninguno se meta porque pierde, porque es mía, sólo mía, como es linda la persiguen pero por mí es que se desvive, soy de ella y ella es mía, sólo mía… Yo soy el más afortunado, porque mi novia es la más bella, si otro por ella está loqueando, sepa que soy el dueño de ella… piensan que ella va a dejarme, pero están muy equivocados, este amor no lo acaba nadie, porque los dos estamos tragaos; enamoraos le sobran pero yo soy su gallo, yo soy la aplanadora, porque la estoy pisando”. Pena debería darle a Jorge Oñate, a un artista de su talante, interpretar este embeleco de canción que lo desluce.

Por fortuna no todo es criticable. Hay canciones que se salvan, aspectos que pueden rescatarse. Sin embargo, en términos generales no logra el disco ser fiel a la fama vallenata que lo precede. Al menos, no es la producción que uno quisiera escuchar de un intérprete como Jorge Oñate, acompañado de un talentoso acordeonero profesional coronado como rey vallenato en Valledupar. Asegura el Coordinador General del Departamento de Prensa de Jorge Oñate que se recibieron más de 200 canciones. No lo discuto. Lo que me pregunto es cuántas de estas canciones no son sacrificadas a favor de otras que quizá no merezcan estar entre las escogidas; con qué criterios se hace la selección; qué influencias se mueven en torno a ello, y lo que es más grave, qué intereses, especialmente económicos, terminan imponiéndose en la decisión final.

Me imagino que la casa disquera es clave en este proceso, pero igual, el síndrome de la corrupción que impera en el mundillo vallenato aporta lo suyo. Una canción como Más vivo que nunca, por ejemplo, de la autoría de Marciano Martínez (quien en un vídeo casero la interpreta manifestando habérsela entregado a Oñate), es una de las grandes desechadas. Y cuando se observa que el ramillete de compositores beneficiados es regularmente el mismo, la marginación empieza a tener ribetes de tragedia. Y lo digo pensando sobre todo en compositores que no son tan conocidos como Marciano, creadores que se pasan la vida entera enviando y reenviando sus canciones sin ningún resultado positivo. Compositores y canciones que hacen parte, en su mayoría, de esa riqueza inédita que se va perdiendo grabación tras grabación, que es de donde el vallenato debería extraer realmente posibilidades de restablecimiento, explorando, además, senderos de constructiva evolución. Un compositor como el sahagunense Luis Alberto Prado (por mencionar un caso cercano), quien ha ganado alrededor de ochenta concursos en distintos festivales, permanece menospreciado por importantes artistas que prefieren continuar transitando, por obvias razones, el camino lucrativo de la descomposición.

Razón tiene, pues, el doctor Adrián Villamizar al insistir quijotescamente en que la UNESCO reconozca y declare el canto vallenato (no la canción vallenata; no a la música vallenata) como patrimonio oral e inmaterial de la humanidad. Piensa ante todo en los viejos cultores del género que mueren en el desvalimiento absoluto, piensa en sus canciones, en esas joyas de vida y esperanza sepultadas igualmente por la muy colombiana combinación de “soledad y olvido”. Pienso como él en la urgencia de emprender -al margen de las diferencias insalvables entre sabaneros y vallenatos con respecto al origen, desarrollo y clasificación de nuestra música- investigaciones dirigidas a penetrar en el alma del creador, en su diálogo espiritual con el entorno, en las motivaciones profundas de su canto. Como bien lo dice el amigo Villamizar en un merengue inédito, “si no se cantan se olvidan” (excúseme compadre la infidencia). Así pues, la salvaguarda y difusión de un estilo de vida no amarrado a las discusiones interminables entre música de acordeón y música vallenata, ni limitado tampoco al auge virtuoso de este instrumento, son ejes de una lucha que debería colocarnos a todos los amantes de este bello folclor del mismo lado. El canto vallenato, así entendido, en sentido si se quiere amplio, es también el canto del Sinú; de las sabanas de Córdoba, Sucre y Bolívar; del Bajo Magdalena, y, por supuesto, de las regiones del Cesar y de La Guajira donde la música vallenata ha obtenido encumbramiento. Un canto en el que la oralidad cumple un papel preponderante, revelando aportes rítmicos de mayor alcance. Un canto que aglutina no sólo a las viejas, sino también a nuevas generaciones de compositores que representan, aunque en mínima cuantía, la posibilidad de seguir resistiendo desde trincheras literarias y poéticas de envergadura.

Regresemos, por lo pronto, al punto principal de nuestro comentario. Vuelve y juega el tema de los saludos en las canciones. Cantidades de saludos que, según lo expone el ya citado Jorge Nain en su columna del 11 de diciembre de 2009, llegan a costar cifras millonarias, y que, según su criterio, atentan contra la internacionalización del vallenato. En torno a la internacionalización, creo que el tema de los saludos no es el principal elemento de la discusión, puesto que más debería preocuparnos la calidad del producto que se quiere exportar como “vallenato”. Por otra parte, escudriñar si en el CD de Oñate se produjo o no esta práctica es algo secundario; me interesa destacar cómo muchos de estos saludos se vienen tirando las canciones, máxime cuando hay políticos actualmente en campaña que no pelan disco, al igual que ganaderos, hacendados y locutores que estamos hasta la coronilla de oírlos mencionar. El súmmum de Oñate no tiene nombre. Muy por la línea de Farid Ortiz en La lira, se despacha Oñate, en el tema Mía nada más, un saludo presidencial. Y lo hace en este preciso momento, cuando la segunda reelección de Álvaro Uribe es uno de los intríngulis más espinosos, polarizadores y violentos que vivimos los colombianos. Y ojo: puede ser Uribe, puede ser Chávez, puede ser cualquiera. Como que piensan, además, que los personajes nombrados son santos de la devoción de todo el mundo. Pues no, estas salutaciones cansan, y más cuando se desbordan, cuando se mezclan con sucios intereses. El problema es musical, no político. La música no está llamada a convertirse en plataforma electorera de muñidores y ladinos. Su esencia se compagina con las más excelsas atribuciones y condiciones del corazón humano, con sus imperfecciones y contradicciones incluso, jamás con la desfachatez del desgobierno.

Cierro entonces esta larga perorata con breves anotaciones al resto de las canciones grabadas por Oñate y Christian:

Con El compadre Pello de Juan Manuel Pérez, es claro que la intención es contar con el infaltable tema de carnaval para la diversión y la jocosidad de quienes tienen como máxima de vida saber quién va abajo y quién va arriba, en el caso de la canción, si Pello o Catalina. Bueno, al final todo se aclara: “Pello, Pello, qué es lo que te sucede, si la mujer va arriba o abajo cuando quiere”. Y luego de la bailada no cuesta mucho agradecer semejante descubrimiento.

En Es imposible de Omar Geles, no obstante la advertencia de ser “puro vallenato” con que la empieza Oñate, se repiten las desgracias. Al menos rítmica y melódicamente es otra cosa pero su letra nos recuerda lo de siempre: “Si uno quiere es pa’ que lo quieran, si uno deja también lo dejan, si me adoran también sé adorar, si me olvidan yo aprendí a olvidar… con tu olvido me sentí tan desdichado que vivir o no vivir me daba igual… el amor nos da alegría, también pesar… quien lo vive es quien lo sufre enamorado… el cariño no se ruega, ni se presta ni es vendido, lo bonito es que uno quiera y que lo quieran lo mismo, pa’ quererte ya no veo razón ni pa’ darte lo que ayer te di”. En fin: te quise, ya no, sufrí mucho, ya no quiero, etc., etc., etc.

Esos renaceres, de Enrique “Kike” Araujo: sin ser cosa del otro jueves, la letra es algo diferente, versos bien rimados aunque no propiamente poéticos. Melódicamente, rescatable. No deja eso sí de parecerme demasiado truculenta la relación del tema de este paseo con el héroe del folclore inglés medieval Robin Hood. Pero bueno, son cosas ya del compositor…; de seguro, exigencias o dificultades de la rima.

Historia de mis cantos, de Franco Argüelles: sólo para el lucimiento del acordeonero, con más música que letra. No justifica, a mi juicio, la expectativa de su título: “Salieron del Valle, todos estos cantares, por allá lo llaman vallenato grande, aquí es el himno del pueblo, allá se baila en la calle, éste es el folclor innato que engrandece nuestro Valle, como el que cantaba Alejo y Emiliano con Morales… Hay en la embajada un gringo cantando Alicia Adorada y El palo de mango, en su idioma yo entendía le doy visa por un año, éste es el folclor innato…”. No sé, no convence.

La llanerita, de Rafael Escalona: anunciada como inédita pero melódicamente similar a otras del desaparecido maestro. En todo caso, cuenta con buenos arreglos, guitarra y acordeón que se destacan, sabe obviamente a vallenato, manteniendo la estructura del canto tradicional: tres partes, letra sencilla, de corte narrativo, sin rebuscamientos ni melosidades, y con el mismo estribillo.

Con La pega pega de Alejo Durán experimento la paradoja de siempre: cada que se graba una canción de Alejo me alegro por Alejo y su legado pero me entristezco por los muchos compositores de ese estilo, de ayer y de hoy, que se quedan sin oportunidad alguna. No soy amigo de los reencauches precisamente por considerar que si lo que se quiere es grabar buen vallenato, es posible hacerlo sin acudir indefectiblemente a lo ya consagrado como clásico. Se faja Christian Camilo, fusión de bajos con porro y final estilo Alejo con arreglo novedoso. No podía faltar el saludo para la sabana pero con nombre propio, a un personaje ya excesivamente agraciado en estos menesteres.

Lucerito, de José María “Chema” Moscote: buen paseo; ritmo y melodía aceptables, letra diferente. Se percibe con agrado la ejecución del acordeón. Canción corta que apela a la repetición de la letra como recurso para pegar. Le luce a Oñate, es de su estilo.

Mía nada más, de Fabián Corrales: la del saludo presidencial… No me gusta para nada esta canción. Sabemos de los pergaminos creativos y exitosos de Fabián Corrales, pero me parece que es más de lo mismo, el temita del hombre enamorado que se cree mejor que todos sus rivales y dueño privilegiado del amor de la mujer por la que combate. Me temo que este machista sobrador y pendejo (aclaro, no me refiero a Corrales, sino a su trillado personaje) va a morir engañado, pues, por lo visto, desconoce absolutamente el poder abrasador del alma femenina. Veamos una muestra: “Yo sé que otros ya te están enamorando pero no me ganan la partida, el fuerte tuyo soy yo, y mi Dios del cielo me perdonará cada vez que intento estar cerca de ti, cuando algún besito te quiera robar y con picardía te apartes de mí, cada vez que intente tu boca besar Cristo tú lo sabes que ella tiene que ser mía, mía nada más, mía, mía, tú vas a ser mía, mía nada más, mía, mía, tú eres sólo mía… Yo sé que hay muchos detrás de ti, que pelean por ti y quieren tu amor, y comenzaron a hablar de mí y hasta me calumnian porque digas no… yo puedo enfrentar a todo el mundo por la magia de tus besos… acepta que yo soy quien te gusto pero creo que tienes miedo”. Huelgan más comentarios.

Qué es lo que quieren, de Luis Durán Escorcia: otro tema recurrente, el de la pareja que se quiere, le dicen cosas a ella para que peleen y se separen, pero claro, no lo van a conseguir, la gente envidiosa se mete en su vida pero parrandear y mujerear no es su problema, etc. Canción sencilla, de poca letra, más corta en su segunda parte, repite estribillo y final, de estilo clásico, sabrosa, rápida, alegre, bailable, melódicamente parecida a las que comparten su misma onda. Pero bueno; válida, al menos no hay lágrimas ni cuernos. Machismo a secas. El vallenato lo lleva en sus entrañas.

Quién iba a decirlo, de José Alfonso “Chiche” Maestre: sí señor, quién iba a decirlo. Fiel seguidor de este afamado cantautor, me cuesta hacerlo. Un “Chiche” entregado a la canción amorosa ya desde el punto de vista comercial; en la segunda parte utiliza igualmente el recurso de repetir buena parte de la letra, con elementos rítmicos y melódicos que actúan en consonancia. El truco da resultado. Geles lo emplea.

Quiere volver, de Gustavo Calderón: interesante arreglo inicial. Bien por la propuesta instrumental. Mal final de Oñate. Su tema coincide con el del “Chiche”: otro paseo que nos plantea la dificultad de olvidar un gran amor. Otra temática supremamente desgastada en el vallenato. “Encontrar una boca que me bese igual es imposible, es imposible, encontrar unas manos que acaricien igual es imposible, es imposible, me está matando el frío de tu adiós, siento que duele en el alma esta herida, este dolor se me puede quitar cuando tu boca me dé la medicina…”. Después de lo anterior es fácil apreciar que esta canción, y no la de Geles, debió haberse llamado Es imposible. Se presta, sin duda, a confusiones. Si bien son decisiones del resorte de cada compositor, muy raro que los productores del disco no lo corrigieran. Ahora bien, en cuanto a las temáticas que se repiten debo aceptar y señalar que el problema no radica tanto en que se trate del mismo tema, como sí en el hecho de que el compositor resulte siendo inferior al reto de asumirlo desde perspectivas poéticas renovadoras.

Soy tu dueño, de Jorge Mario Gutiérrez, se gana, en mi opinión, el premio a la letra más cursi y descuidada del disco. Veamos: “Ay vivo convencido que yo soy tu dueño, soy tu único dueño, yo vivo enamorado de la miel de tus labios, de la miel de tus besos, ay mira mi vida, mi consentida, mi muchachita, me tenéis enamorado, ilusionado, ay con tu sonrisa alegras mi vida, yo quiero que tus besitos sean para mí, mi reina, te convertiste tú en mi existir, y yo no veo la hora de tener las llaves de tu corazón, ay vivo todo el tiempo por quererte nomás, por hablarte nomás, ay vivo enamorado de tus ojos nomás, de tu boca nomás, pa’ quererte nomás mi amor y entregarte mi corazón… Ay vivo enamorado de tus ojos bellos, de tu lindo cuerpo, yo vivo entusiasmado de tus lindos besos, ay mi amor te quiero, ay mira mi vida, mi consentida, mi muchachita, me tenéis enamorado, ilusionado, ay con tu sonrisa alegras mi vida, por siempre, toda una vida juntico a ti, mi reina, eres la dicha de mi sentir y a Dios le doy mil gracias por concederme este gran amor…”. Una canción rapidita, de ritmo alegre, bien tocada, que finaliza con fusión de porro-corraleja y cuenta con pegajosa melodía. Pero textualmente muerta, confiada, con sumo facilismo, en la pobre utilidad del lugar común. Grave equivocación. Merecía una buena letra, cuidadosa de la metáfora, que la proyectara más allá de lo desechable, del lenguaje inconcebible de los “lindos besos”. Otro enamorado más que cree que el amor es objeto de propiedad, y peor aún, que se puede ser único dueño de nuestra inefable fémina.

Te dedico mis triunfos, de Aurelio Núñez: compositor del año 2009 según el Festival Nacional de Compositores de San Juan del Cesar. Justo premio para un compositor con recorrido que se ha caracterizado por escribir canciones de buena calidad, que, incluso, han venido haciendo la diferencia en trabajos discográficos de artistas como Silvestre Dangond, Peter Manjarrés y Diomedes Díaz. Un paseo que sobresale por su cadencia, armonía, arreglos y componente melódico. Lo textual deja algunas dudas, pues su letra es algo corta y parece orquestarse toda en función de recalcar el estribillo: “Te regalo mi canto, mi risa y mis alegrías, te regalo mis triunfos, mi alma y la vida mía”. Creo que exagera el uso de la palabra nobleza, hasta el punto de caer en frases redundantes: “La nobleza del hombre es un alma (arma) feliz, el escudo más noble de la humanidad”…

Por último, Tu indecisión, de Sergio Luis Rodríguez es lo que yo llamo una típica canción posmoderna. Su tema: la mujer que no se decide, que está como jugando, entre risas y burlitas, mamando gallo y el tipo le dice que eso no va con él, que él es un hombre con amor de pueblo, bueno, noble, etc., pero que si quiere jugar, rumbear y vacilar él hace lo mismo, le seguirá el jueguito. Sergio Luis conoce muy bien a su público juvenil y mete una canción que sabe de antemano que va a gustar, pues es temática de moda, discotequera, y él la edifica precisamente en función de eso. Destaco sí la construcción de buenos versos, rimas bien hechas, melodía aceptable, letra nada cursi ni romanticona, que no irrespeta al oyente creyéndolo imbécil y amante de la mala poesía. Este paseo de Sergio Luis demuestra que sabe dónde ponen las garzas. Claro está que de este novel compositor, que además es Rey Vallenato de Acordeón Profesional 2009, hay que desear que descubra pronto en la canción vallenata la posibilidad de asumir contenidos realmente vitales y de mayor duración.

Bien, hasta aquí llegó mi análisis. Hasta donde llovió hubo barro. Espero que este comentario sea recibido constructivamente, pues no me anima nada diferente de contribuir a que la música vallenata recupere su histórico camino, abriéndose, además, a cambios que la enriquezcan y no a “evoluciones” expansivas que la conduzcan irresponsablemente al exterminio.

Saludo sinuano-vallenato,


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