martes, 14 de junio de 2016

 

UN RECUERDO… UN SENTIMIENTO… UNA CANCIÓN…

Hoy, 14 de junio, estaría quizá ENÁN BURGOS PERDOMO, mi progenitor, cumpliendo noventa (90) años de vida si una temprana enfermedad no nos lo hubiera arrebatado el 25 de octubre de 1986. Curiosamente, cien (100) años atrás, el 25 de octubre de 1886, había nacido su madre, mi abuela, MARÍA LUCÍA PERDOMO, a quien con cariño llamábamos sus nietos “Mama María”. “El buenmozo”, me decía ella cuando salía de sus aposentos, en Ciénaga de Oro, a recibir la visita dominical de mi padre y se encontraba una vez más con el lunar de mi ceja derecha adornando mis días de adolescencia. Cada beso suyo, cada halago, cada mirada de amor han quedado sensiblemente recompensados, años después, en varias de mis obras inéditas. ¿Quién podría pensar que el día de su cumpleaños moriría uno de sus hijos? Así fue.

Pero hoy quiero rememorar más un hecho de vida que de muerte. El día en que nació mi padre. Porque un 14 de junio vino al mundo el humanista ejemplar, el médico abnegado, el poeta de la luz que brilla en las espinas. Y también el orador de discursos históricos y contundentes, el político que se retiró a tiempo cuando descubrió que la política, pletórica de corrupción, no era lo suyo. Un hombre que treinta (30) años después sigue vivo en el recuerdo agradecido de quienes lo conocieron, en tantas buenas personas que me cuentan con alegría -una vez les aclaro el parentesco- que fueron sus pacientes o tuvieron familiares a los que mi padre, con mano mágica y milagrosa, les preservó la vista. Y hasta uno que otro de sus copartidarios, con ocho (8) o nueve (9) décadas encima, me ha narrado sorprendentes anécdotas que enriquecen este significativo legado familiar.

No obstante, la más bella de estas historias me ocurrió hace diez (10) años aproximadamente, mientras trascurría mi vida laboral en Guarne-Antioquia y atendí en consulta jurídica a un par de señores de edad avanzada procedentes de Angostura-Antioquia. Mi primer apellido los llevó quince minutos después a interrumpirme para hablarme de un médico rural de apellido Burgos que estuvo por aquellas tierras a mediados del siglo XX. Hasta donde pude contuve la emoción que cada palabra generosa, saliendo del corazón de aquellos respetables caballeros, me producía, emoción que iba en aumento hasta que no me quedó más remedio que dejarla brotar y confesarles mi secreto: que yo era el hijo menor de ese Enán Burgos Perdomo del que ellos se expresaban, tanto tiempo después, de manera tan admirada. Se levantaron de inmediato a abrazarme, bordeando ellos y yo el misterio de la lágrima anónima y auténtica. Apesadumbrados por la noticia de su muerte, nos despedimos, no sin decirles que mi madre aún vivía, la misma amorosa mujer que lo acompañó en aquellas primeras travesías de su quehacer profesional. Y como la vida y la muerte juegan siempre juntas, esta última noticia les devolvió la calma, haciéndome portador de muchas bendiciones para ella. La felicidad que percibí en la voz de mi madre, Amparo Arango, cuando le conté ese mismo día por teléfono esta historia, es algo que conservo como el más grande regalo que pude darle antes de que, tres (3) años después, también se nos fuera.

Por eso, esta canción que hoy comparto (en versión modesta, casera y artesanal, solo yo, neceando un poco con un par de instrumentos), cuyo título es, por supuesto, 14 DE JUNIO, va para familiares y amigos con la certeza de que sabrán apreciar el valor de su trasfondo al margen del juicio estético o musical. Esto último dejémoslo para la versión de estudio que hará parte del disco compacto, ya bastante adelantado, que aspiro a atreverme a divulgar en próximos meses. Hay canciones que por su contenido, por el alma que las cruza, están condenadas a ser cantadas por su autor. Esta es una de ellas, en la que más que mi limitada voz fluye mi sangre.

Valga la oportunidad para comentar que en la foto del minuto 1 con 38 segundos figura el doctor Eliécer Arrieta, un viejo amigo de la familia que a sus ochenta y dos años acaba de fallecer el pasado viernes 10 de junio. Para su esposa, María Eugenia Encinales, y descendientes, va también este recuerdo. Los amigos que se mencionan en el canto y que aparecen en imágenes concomitantes (entre otros convocados a las reuniones de aquella notable vieja guardia) son, en su orden: José María Taboada de Vivero, mejor conocido como “Pito Taboada”, un personaje único y legendario llevado por el escritor David Sánchez Juliao a una de sus obras sonoras en 2004 (“El principio de Pito”; http://www.ivoox.com/principio-pito-david-sanchez-juliao-audios-mp3_rf_4278562_1.html), y Rodrigo Giraldo, odontólogo de profesión, cercano e incondicional como ninguno, garciamarquiano hasta las últimas consecuencias, acompañado en algunas de las fotos por su esposa Carmela, quien sigue viviendo, sumando años hacia meta centenaria, en su tradicional casa de Montería. “Pito” y Rodrigo quién sabe por qué rumbos estelares andarán ahora contando historias y desmadejando tristezas, y de este último cabe recordar la conmovedora carta que le escribió a mi padre, a su amigo de andanzas imperecederas, para el homenaje póstumo organizado por la Casa de la Cultura de Montería, en ese entonces dirigida por el escritor José Luis Garcés González, y que  fue publicada meses después en el poemario “La luz brilla en las espinas”, que preparé siguiendo estrictamente el sendero trazado por su autor en diversos manuscritos, casi como pistas esporádicas que mi padre iba dejando cada vez más convencido de que solo serían examinadas y útiles después de su deceso.

En fin, recuerdos y más recuerdos.

Te dejo, pues, papá, con esta canción en la que vibran además algunos de tus versos más queridos. Ya no en tu portentosa voz, pero sí en la de este hijo tuyo que supo escucharte y continúa, a su manera, sembrando esperanzas y desesperanzas de arte y de poesía.


FBA                                

 

 

  

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