lunes, 18 de noviembre de 2013


ALGO QUE SUDEDIÓ AYER. ALGO QUE ESCRIBÍ HOY (para mi libro de cuentos "Santo Remedio"). ¿FICCIÓN? ¿REALIDAD? JUZGUEN USTEDES…

 
¡FELIZ CUMPLEAÑOS, HIJO!

 
Buenos días lunes. Ayer estuve de cumpleaños. Anteanoche, de parranda sabatina con un viejo amigo de andanzas juveniles. Trasnochado y con la resaca interminable de la vida compartida, me dispuse, a eso de las 5 a.m. del domingo, a dormir en hamaca la pea de la víspera, en la casa que fuera de mis padres, habitada hoy por un hermano ex cantor, un turpial de trinos nostálgicos, un gato medio bonachón y por E, empleada de confianza, y a la que puntualmente acudo, en compañía de K, los fines de semana cuando vuelvo de trabajar en la sabana cordobesa. Desperté pasado el mediodía, revisé correos, mensajes en Facebook de amigos y contactos a propósito de mi pequeña efeméride, almorzamos luego en familia, K y B sacaron fotografías de sus cámaras, la vela del pudín se negó a prenderse, bromeó al respecto mi hermana ME, y cuando volví a la hamaca de mis cuitas a continuar examinando el tiempo, sonó el timbre de la puerta principal. K atendió al extraño visitante, quien traía una bolsa grande, repleta de helados y galletas de variados estilos y sabores. La empresa para la que trabaja es la misma que desde hace años lleva pedidos a domicilio a nuestra casa. K tomó el paquete y la cuenta con el valor que debía cancelarse, pero al llevárselo a ME y a B para que se finiquitara la compra, ellos manifestaron su sorpresa, verificándose de inmediato que nadie en casa había solicitado tal servicio. El mensajero seguía en la terraza, esperando el dinero de los productos adquiridos. K retornó pensativa, descendió por la escalera donde una lámpara de lágrimas hace aproximadamente cuarenta y siete años descifra el destino familiar, y, ya en la puerta, explicó al dependiente lo confirmado, indagó por algún posible equívoco, pero el emisario, sin asomo de dudas, precisó teléfono, dirección y nombre de la persona que habilitó el despacho conforme a la base de datos de la empresa. Era, en efecto, nuestra dirección y el número de la línea también correspondía, lo fue al menos durante mucho tiempo, hasta que B decidió cambiarse de ruta telefónica. Aclarado el asunto, el repartidor desapareció en motocicleta llevándose consigo tan festivo obsequio. K y ME se comunicaron en seguida con la empresa recibiendo de distintos empleados informaciones encontradas. Se pasaron la llamada sin que ninguno supiera darles explicación satisfactoria. Una niña, al parecer, fue la que requirió el servicio, quizá el receptor erró al activar el número en el sistema, que no había problema, que esas cosas pasan. K y ME han marcado mil veces el número telefónico que fuera de nuestra casa paterna, timbra y nadie lo contesta. No pudieron saber si el encargo regresó a la empresa, arribó a su real destinatario o si, finalmente, se desvió obediente, por sí mismo, a acomodarse en el regazo de su enigmático, verdadero y  amoroso remitente. Pensando en ello, salí anoche, impulsado por K, a comprar un par de litros de helado para acabar de conmemorar mi aniversario. En lo que sí no se contradijeron los empleados de la empresa fue en el nombre que escucharon: A de B. A de B es mi madre, quien cumplió ayer cuatro años, tres meses y dieciséis días de haber muerto. ¡Feliz Cumpleaños, Hijo! ¡Feliz Cumpleaños, Madre!           

 
Montería, 18 de noviembre de 2013

 
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