ALGO QUE SUDEDIÓ AYER. ALGO QUE ESCRIBÍ HOY
(para mi libro de cuentos "Santo Remedio"). ¿FICCIÓN? ¿REALIDAD?
JUZGUEN USTEDES…
¡FELIZ
CUMPLEAÑOS, HIJO!
Buenos días lunes. Ayer estuve de cumpleaños. Anteanoche,
de parranda sabatina con un viejo amigo de andanzas juveniles. Trasnochado y
con la resaca interminable de la vida compartida, me dispuse, a eso de las 5
a.m. del domingo, a dormir en hamaca la pea de la víspera, en la casa que fuera
de mis padres, habitada hoy por un hermano ex cantor, un turpial de trinos
nostálgicos, un gato medio bonachón y por E, empleada de confianza, y a la que
puntualmente acudo, en compañía de K, los fines de semana cuando vuelvo de
trabajar en la sabana cordobesa. Desperté pasado el mediodía, revisé correos,
mensajes en Facebook de amigos y contactos a propósito de mi pequeña efeméride,
almorzamos luego en familia, K y B sacaron fotografías de sus cámaras, la vela
del pudín se negó a prenderse, bromeó al respecto mi hermana ME, y cuando volví
a la hamaca de mis cuitas a continuar examinando el tiempo, sonó el timbre de
la puerta principal. K atendió al extraño visitante, quien traía una bolsa
grande, repleta de helados y galletas de variados estilos y sabores. La empresa
para la que trabaja es la misma que desde hace años lleva pedidos a domicilio a
nuestra casa. K tomó el paquete y la cuenta con el valor que debía cancelarse,
pero al llevárselo a ME y a B para que se finiquitara la compra, ellos
manifestaron su sorpresa, verificándose de inmediato que nadie en casa había
solicitado tal servicio. El mensajero seguía en la terraza, esperando el dinero
de los productos adquiridos. K retornó pensativa, descendió por la escalera
donde una lámpara de lágrimas hace aproximadamente cuarenta y siete años descifra
el destino familiar, y, ya en la puerta, explicó al dependiente lo confirmado,
indagó por algún posible equívoco, pero el emisario, sin asomo de dudas,
precisó teléfono, dirección y nombre de la persona que habilitó el despacho
conforme a la base de datos de la empresa. Era, en efecto, nuestra dirección y
el número de la línea también correspondía, lo fue al menos durante mucho
tiempo, hasta que B decidió cambiarse de ruta telefónica. Aclarado el asunto, el repartidor desapareció en motocicleta
llevándose consigo tan festivo obsequio. K y ME se comunicaron en seguida con
la empresa recibiendo de distintos empleados informaciones encontradas. Se
pasaron la llamada sin que ninguno supiera darles explicación satisfactoria.
Una niña, al parecer, fue la que requirió el servicio, quizá el receptor erró
al activar el número en el sistema, que no había problema, que esas cosas
pasan. K y ME han marcado mil veces el número telefónico que fuera de nuestra
casa paterna, timbra y nadie lo
contesta. No pudieron saber si el encargo regresó a la empresa, arribó a su
real destinatario o si, finalmente, se desvió obediente, por sí mismo, a
acomodarse en el regazo de su enigmático, verdadero y amoroso remitente. Pensando en ello, salí
anoche, impulsado por K, a comprar un par de litros de helado para acabar de
conmemorar mi aniversario. En lo que sí no se contradijeron los empleados de la
empresa fue en el nombre que escucharon: A de B. A de B es mi madre,
quien cumplió ayer cuatro años, tres meses y dieciséis días de haber muerto.
¡Feliz Cumpleaños, Hijo! ¡Feliz Cumpleaños, Madre!
Montería, 18 de
noviembre de 2013
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