viernes, 6 de marzo de 2009

Sobre el poemario de José Luis Garcés González, “Sombra en los aljibes”:

Degusté “Sombra en los aljibes” frase por frase, verso a verso. Particularmente, encontré afinidades temáticas frente a las cuales me declaro cómplice y solidario. Por ejemplo, “quien quita que cualquier día construyas tu canción”. O: “Vive solo. Húndete solo. Trata de ser el dueño de tu propio naufragio”. Intuyo, además, en “La vida verdadera” una apuesta muy válida por la soledad de la poesía que, en “La ignición de la memoria”, retoma las aguas profundas del silencio, ese silencio “que todo lo hace grande y doloroso”.

Pero hay más. Muchos más versos vitalmente contagiosos: el poeta no sólo se sumerge en aguas profundas, sino también en la noche de la que procede y a la que, sin duda, regresará. Y se sumerge, por supuesto, ileso, “cantando entre residuos y reproches”. Como debe ser.

“Sombra en los aljibes” es un texto que deja un buen sabor en la boca. Ahí están también las canoas y tinajas de nuestro Sinú ancestral, las alboradas festivas aplaudidas por los muertos, las iguanas y mangos de una tierra que dejó de beber en la utopía, la música de un río inolvidable al que “decidieron sacarle electricidad de sus entrañas y quedó convertido en una lánguida promesa”. Un creativo dolor al que me sumo desde la trivialidad de la distancia…

Sin embargo, “Fidelidad” y “Preguntas a una mariposa vieja” son, por alguna extraña razón, mis favoritos. No puedo, en todo caso, escapar de la poesía donde se refleja la conciencia social y política del poeta, y que, a mi juicio, se sobrepone a la injustificada prevención artística que ve en ello un atentado contra la pulcritud formal del verso. Como diría el poeta de origen brasileño Eduardo García, romper el verso atreviéndonos a arriesgar es algo que aprecia muy latinoamericano y saludable en pos de lo que él llama “la vida nueva”.

Pues bien, no me cabe duda de que haciendo a un lado los intolerables elogios las palabras cantadas de José Luis “quedarán intactas y serán eternas”. Su trágico cuchillo contra la injusticia; sus preocupaciones pedagógicas; las breves armonías que secundan su queja en torno a la patria, la guerra y la muerte, y, por último, el amor y esas queridas ausencias nos convidan de una manera original a ser lo que se es sin olvidar otro saldo más de la vieja alegría: el yo que se reconoce cercado por su propia canción.
FBA

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