viernes, 22 de enero de 2010

NUÑO AGUIRRE DE CÁRCER GIRÓN. Poeta. Madrid, 1982. Se licenció en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en 2005. Ha residido en París, Edimburgo y Abidjan (Costa de Marfil). Actualmente realiza estudios de doctorado en Madrid. Ganador del IX Concurso de Poesía de la Universidad Autónoma de Madrid 2009. Contacto: nuno.aguirre@gmail.com


PALMERAS (a St. John-Perse)

Sobre la arena, el vendedor de alhajas echa a rodar sus cuentas de falsa amatista.
En seguida, el crepitar de las gaviotas, y el zumbido interminable de los niños.

Evidentemente, hay huellas. Un calzado lunar.
Y el reflejo del cielo en el fondo del plato.

Los cangrejos empiezan con el rezo de la tarde,
una mecha prende en una brasa y el chasquido
pasa de boca en boca, se disipa en el camino,
engarza con el salitre vaporizado y las algas.

Cuando salió del agua el paladar le supo amargo.
Como la muerte de algunos seres queridos.
Como tabaco olvidado en las costuras de un libro.


MONROVIA

Noche.
Hay una sola vela para todos los rostros.
Un único engranaje del que cuelgan pupilas y contornos, crujidos de gaviota, cal, bidones, moscas, sarna
brillante y asustada: el perro
escapa del zarpazo de un niño.

Tiembla la luz. Presencias.

Está el que observa, ajustado sus retinas. Calibra la distancia.
Está la arena, lo que se aferra a la dermis, la sombra, el estambre del dolor.
Y está fija, atenta, indiferente, el hambre.


GARZAS

“A terra é feita de céu”
Fernando Pessoa

Verde. Ventana verde. Asomada sobre un grito, un grito verde, lleno de espumas, valle. Valle de sed, valle-grieta, caído, andrajo de la colina. Oleaje vegetal, lecho del trópico, cuna de acacias improbables. Rojo. Rojo sagrado, caída de tarde, enjambre de luz y golondrinas. Rojo no temas, rojo aún, gong expectante sobre el horizonte. Explosión, apertura. Combustión espontánea de la pupila.

La inminencia es verbal.

Se ha desprendido hace rato de la colina.

Lo que importa,
lo que realmente habita,
queda fuera de la escena.

En el fulgor.
En la presión irrespirable bajo los pulsos.
En la conciencia de que es la muerte quien agita cada hoja, cada brizna, cada momento y parpadeo.

Entonces garzas. Pasan las garzas.

Deslumbrándolo todo.

Geométricas, rítmicas, antárticas.


CHARCA

Al acercarse al puente, el sendero baja sin decidirse.
Los rododendros salvajes trepan en la luz. Inventan los colores, rompen la
realidad, como un fuego artificial hecho de turba y cielo.
Hay que agacharse por momentos, bajo la cúpula de sobra acústica que dibujan
los insectos.
A cada paso, inmensidades:
Secciones de raíz marcando el músculo terrestre,
helechos –inmediatez prehistórica– abriéndose,
hormigas.

Al final, en un recodo, está la charca.
Inspira el mismo temor que un mausoleo abandonado
y cubierto de yedra: nadie sabe
de dónde beben sus raíces.
Como un reloj solar fuera de uso
va acogiendo sin alterarse las hojas que le llegan.
A cada momento, refleja los árboles y el cielo.
Ni se mueve, ni hay más movimiento que las ramas en la luz.

Si te estás quieto,
ves surgir existencias en el fondo del limo.
Burbujas diminutas que ascienden en la oscuridad,
que vuelven al aire.
Abren los ojos, se esfuerzan por quebrar la hueva.
Asoman la cabeza, rompen a llorar.

Y se agita levemente
la superficie del agua.


VENTANAS

Escritura es el vaho que se condensa
al mirar la tormenta.

Es el fuero a pagar por no mojarse.
Por escuchar el resplandor del rayo.

Escritura es un dedo
que va tanteando arterias en la lluvia.

Resbala la mirada por la córnea.

Sin empapar la página.
Sin percibir el viento.
Sin rasgar el cristal.


EN EL UMBRAL

Escribir con el silencio, pintar sin los pinceles.
Directamente, sin las manos,
sin ojos.
Mirar, pura pupila.
Sin cristalino, sin retina.

La pared, libre de humos, es un espejo.
Sólo la vista –no las miradas–
se refleja.


QUEMA

Hacer arder todo rastrojo.
Dejar que todo lo querido,
lo consentido,
vuelva a su condición de combustible.
Aguardar a que espese la ceniza,
a que el vientre se calme, se detenga.

La penúltima estancia:
Respirar savia gris sin asfixiarse.

Una brasa palpita, irreductible,
negándose a extinguirse por completo.
Ella es quien traza el círculo,
quien cree los nidos y las madrigueras,
quien se condensa en lluvia y atrae a las manadas.

La estoy viendo crecer bajo mis pies.
Trato de no apoyarme en nada.
No sé cómo avanzar con mis raíces.


DESIERTO

Llueve.
Llueve sobre mi incendio provocado,
sobre mis dunas finamente horizontales,
sobre esta arena en que he borrado los mapas
(hice arder todos las ausencias,
rehuí todo cortafuegos,
negué al viento).

Llueve, y son semillas.
Todo lo evaporado se condensa.
Cada gota es cada grano finamente desecado.
Rebelándose,
Revelándose.

Intento arder pero el intento es una almendra
que brota de entre mis manos.

Broto.
Lluevo.
Almendro.


Nota: agradezco al poeta Nuño Aguirre la deferencia que tuvo para con este blog al remitirnos una muestra representativa de su poesía y autorizar su publicación. Se trata de un joven poeta español con importante presente y mucho futuro literario . Su poesía, untada de palmeras, charcas y garzas, nos transporta al hábitat de nuestra realidad caribeña y tropical, si bien el alma que las pinta obedece a unas coordenadas geográficas diferentes. Pero luego de leer sus imágenes la vida aparece con las preocupaciones y destellos que nos son comunes: sensibilidad, dolor, hambre, muerte... Dan ganas entonces de mirar a través de su ventana. No importan las distancias, pues la poesía aproxima y compromete. Y en medio de todo, con tormenta o sin ella, el ardor de echar raíces corrompe su tragedia, pues el poeta sabe (el hombre combustible) que, para mal o para bien, no dejará nunca de llover en su desierto.


FBA

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