¡AY DOBLE
MORAL!
LA ENFERMA
COLOMBIA DE TODOS LOS DÍAS…
Lamentable
lo ocurrido en Fundación-Magdalena. Lamentable que vía Twitter un estudiante de Derecho en Ibagué haya trinado varias veces burlándose de la
tragedia y arremetiendo igualmente contra los colombianos oriundos de la Costa
Atlántica. Pero lamentable es también que muchos de los que critican al
irresponsable estudiante, no se miren la legaña en el ojo propio cuando diariamente
postean toda suerte de ofensas,
estupideces y barbaridades en una red social de cobertura mundial como es, sin
duda, la de Facebook. Y peor todavía,
si algunos de ellos posan de poetas y de escritores en cuanto festival o evento
enroscado se les presente (los pagos de favores a que nos tienen, sin pudor
alguno, acostumbrados: el yo te invito, tú me invitas). Los hay. Los he visto.
Los he leído. Y hoy arribo a la plena nitidez del sublime mal: los he padecido.
Pendejo que es uno. Uno de ellos, uribista
furibundo que no baja de maldito a cuanto funcionario público incómodo o
ciudadano contradictor se le atraviese. Y el otro, un renombrado y odiado poeta
al que le apesta todo lo que le huela a chavismo, castrismo o a guerrilla a la
colombiana. De seguro, este último tendrá sus razones (del mismo calibre que
las que dimensiona contra la podrida élite cultural del país), pero no tantas
ni tan fuertes como para justificar que hoy engrose las filas del uribismo más retorcido y recalcitrante.
¿Todo un intelectual en esas? Ni modo: es Colombia, una curiosa nación en la
que el arte tiene también sus sostenidos y sus bemoles. Como la música, que
también se encuentra en cuidados intensivos.
Así
pues, el lenguaje se ha degradado hasta simas impensables, y si de penalizar
ética o jurídicamente se tratara, habría que judicializar a más de uno de los
tantos que escriben semejantes agobios y hasta elogios ridículos en las redes
sociales sin medir las consecuencias de sus fáciles y alígeras palabras. Nada
se piensa. Nada se sopesa. Todo el mundo dispara. Todos dan en el blanco.
Se
acabó la vida privada. Se perdió la cotidiana intranquilidad. Se fregó el
recomendable anonimato. Hoy impera el muladar de la falsía, la calamidad del
protagonismo. Hacerse notar, mostrar cada cual su “arte”, una y otra vez,
repitiéndose sin cansancio, en procura de quién sabe qué congelados beneficios.
Aplausos y más aplausos. Hipocresía y más hipocresía. Mediocridad rampante,
gusanosa perplejidad. Y todo eso ocurre en una virtualidad espantosamente
estéril y superficial, que precisamente, en virtud de su poder masificador,
termina convirtiendo en momentáneo todo aquello que rebose en su mentira. Hasta
la belleza de una poeta que prefiere plantar en ella sus exóticas poses y no
sus más desesperanzadores versos. De ahí la profusión con que estos seres
informáticos gustan de mostrar lo que se comen, de anunciar próximos destinos, de publicitar su pequeño y patológico
éxito. Y toca extrañar entonces aquellos atrasados tiempos en que no sabíamos
cómo pero nos encontrábamos, toda esa triste felicidad que nos unía y nos
calmaba, cuando vivíamos relativamente a salvo de los medios de incomunicación
y, sobre todo, de la torpe facilidad de un avance tecnológico que aumenta y
profundiza cada vez más las crisis y los desencuentros.
Y
para colmo de males, la actual campaña presidencial nos tiene al borde de la
locura o del suicidio. Porque vivir en un país que acumula más de doscientos
años de angustiosa desigualdad, en medio de republicanas injusticias, de guerras civiles
interminables, de violencia multipropósito, y que, además, legitima
electoralmente su desgobierno a punta de politiquería, clientelismo, desvergüenza,
delito y corrupción, es hoy por hoy una verdad que duele demasiado. No es tiempo,
pues, de proseguir sufriéndolo sin hacer nada, es el momento de aspirar a un cambio
social significativo, erradicando del todo la cómoda y cobarde indiferencia.
Empero,
¿qué diablos hacer?, ¿hacia dónde canalizar esta rabia inmensa que nos perfora
el alma, esta impotencia creativa que pide a gritos siquiera un poco de
verdadera paz? Todos los días se polariza más este infierno y toca apelar, por
tanto, al único recurso que nos queda para sobrevivir a males que no se agotan
y que, por el contrario, aumentan y se exasperan: este desahogo entre benéfico
y dañino, tan inútil pero a la vez tan provechoso.
Nuevamente
la derecha colombiana –responsable de la gran catástrofe nacional-, en sus dos
vertientes hoy mayoritarias se rasga las vestiduras, se acusan recíprocamente,
se sacan, sin estupor alguno, los trapos sucios al sol. Un infierno provocado
con apoyo de serviles medios masivos para hacer olvidar el real problema que
nos azota: ellos mismos, todos ellos que, más allá del apetito de máximo poder
y de sus falsas y convenientes disputas, jamás estarán del lado de los débiles
y necesitados. Ya se sabe: sus intereses de clase no están en juego. Que se
jodan otros, los mismos que se pelean y se matan en las redes defendiendo y
atacando lo que a fin de cuentas no es lo que debiera atormentarlos. La clase
media colombiana naufragando todavía en la imbecilidad de sentirse parte del
ponqué. Ni antes, ni ahora, ni nunca lo será. Aunque siga el oportunismo
haciendo de las suyas.
Callejón
sin salida. En eso andamos por estos días los colombianos de espíritu crítico y
pulso independiente. La abstención no cambia nada, el voto en blanco no alcanza
a contrarrestar los efectos de su legal inutilidad, la izquierda nada que se
logra poner de acuerdo y detrás de su mampara democrática y electorera terminó
siendo más de centro y hasta de derecha con iguales o peores escándalos en
materia de corrupción. Rojos y azules siguen, aunque disfrazados y dispersos,
en las mismas. Y con el POLO cualquier esperanza se esfuma al advertir en su
interior, especialmente en sus sectores mayoritarios, secuelas aún vigentes de
quienes por muchos años han sacado provecho del burocratismo sindical.
Y
como no están un Carlos Gaviria ni un Gustavo Petro en la baraja (confieso que aunque
he navegado preferentemente en las aguas de la abstención, llegué a votar por Petro
en la pasada campaña presidencial y lo volvería a hacer, siempre y cuando no
sigan en ascenso sus errores políticos y sus contradicciones inaceptables; y no
por progresismos, sino por estudiada y desprendida convicción), sólo queda
Clara López, al margen del partido que la respalda, para pensar al menos en un
voto digno y consecuente, en un modelo de desarrollo económico radicalmente
contrario al imperante –ese mismo que cogió más vuelo a partir de los años
noventa del pasado siglo mientras nos comíamos el cuento de la revolucionaria Constitución
de 1991-. Pensar entonces en la posibilidad de un nuevo rumbo, como el que la
doctora Clara, con interesante y atractivo apoyo del PC y de la UP, nos ofrece.
No
ganará. Por supuesto que no ganará. Es imposible en un país como el nuestro en
el que el individualismo y la competencia están tan arraigados, en el que la
juventud (formada para deformar) le apuesta miserablemente al continuismo, en
el que se imponen con descaro los politicastros y saben cómo hacerlo, siendo
después aplaudidos y agasajados por lacayos que degustan sus migajas. Pero es
preferible creerle a Clara López que acostarnos el domingo y levantarnos el
lunes con la indignidad de haber votado por lo malo para tratar de detener lo
peor. Lo uno y lo otro son la misma cosa. Lo han demostrado hasta la saciedad
apelando a idénticos métodos y personajes: basta mirar la recua de abogados y
de asesores que actúan como contrapartes, los cuales perfectamente podrían
cambiar de bando sin dilemas éticos de
ningún tipo; para no hablar de que lo uno y lo otro son amantes del
bombardeo indiscriminado y no tienen reparo alguno en mostrarse felices,
impecables e implacables al lado de sus humanamente ensangrentados trofeos de caza
(de esa guerra que se niegan a reconocer).
Trágico
y muy triste destino el nuestro, que por un más que justificado sueño de paz
tengan los buenos ciudadanos que sacrificar principios optando por fórmulas que
tampoco los representan (bien sea mañana o en segunda vuelta). Pero como están
las cosas, es mejor que ni me lean, pues no quisiera ser el responsable de que
cambien de opinión en detrimento, quién sabe, de un mejor futuro para las nuevas
y siguientes generaciones de colombianos. Solo que la tan anhelada paz no se va
a lograr con la desmovilización de las FARC mientras permanezcan intactas las
causas que generan el odio y la violencia entre los colombianos. El Mesías que
anda por ahí no dejará de perturbar y de favorecerse, próximamente con
senatoriales dividendos, y continuará igual, señalando cínicamente la impunidad
ajena sin darse por enterado de la suya propia. Doble Moral la de esta Colombia
enferma y despiadada que permite que una venganza y un embeleco se apropien de
argumentos atractivos para domeñarla a su antojo y mantenerla absolutamente idiotizada.
¿Y
Dios? Ven, ven, ven, ven a nuestras almas Jesús ven ven, ven ven… no tardes
tanto, no tardes tanto, Jesús ven, ven. Y aprovecha también para liberarte, cuanto
antes, de tanto farsante que utiliza a tu Padre hasta para brillar en oscuros concursos
y festivales…
Estamos,
en verdad, jodidos. Y en medio de tanta rutilante hediondez no sé si este 25 de
mayo encuentre las fuerzas necesarias para salir de casa en pos de apoyar, con
mi voto solitario e imparcial, la candidatura de Clara López a la Presidencia
de Colombia, que es por la única que me atrevería a hacerlo. Lo intentaré. Lo
prometo.
Vaticinar
la debacle que se avecina no es nada difícil: me temo que la extrema derecha
colombiana volverá a regodearse en su eterno poder, mientras lo que llaman
pueblo seguirá per sécula seculórum
transitando el oprobioso camino de su autodestrucción. De cumplirse este
nefasto pronóstico, no dudaré en renunciar a la ciudadanía colombiana (jamás a
la sinuana) y en demandar asilo moral en algún pequeño, ignoto o lejano país
donde aún se cultiven y se valoren la dignidad y la utopía. Si es que lo hay.
Saludo
cordial, ¡y sano juicio Colombia!, ya es tiempo de que cambies de destino. Cuán
grande sería poder dormir mañana sabiendo que un nuevo cielo empieza a despejarse
para todos, sobre este bello pedazo de tierra que tenemos la fortuna de habitar
y de, por qué no, de aquí a unos pocos años, compartir en paz.
FBA
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