lunes, 8 de enero de 2018

HAY MUERTES ajenas que terminan doliendo como propias. En especial, si se trata de un poeta (de uno bueno) y si te enteras de su prematura muerte la tarde de un pesado y silencioso domingo de enero: un año, ocho meses y diecinueve días después…

Aunque lo tenía de algún modo olvidado –luego de haberlo leído con relativa abundancia–, algo que estaba leyendo de Enrique Vila-Matas sobre el síndrome de Bartleby me llevó hoy a pasar de nuevo por su Web, en pos de noticias alentadoras, pues hasta hace solo ciento ochenta minutos este poeta de origen brasileño, de padres españoles, radicado desde niño en España, seguía, para gloria de mi ignorancia, vivo, ¡muy vivo! Y es cuando me entero de que el poeta EDUARDO GARCÍA murió en Córdoba-Andalucía-España el 19 de abril de 2016, debido a un cáncer de páncreas que interrumpió su fértil arribo a los 51 años.

En realidad, qué ajeno va a ser un poeta que logra en verso y en prosa horadar virtualmente el alma de eventuales y desconocidos lectores que, allende fronteras, terminan acomodándolos (versos y prosas) en el rincón más apreciado de lo ignoto. Una amistad como esa, sin apretón de manos, sin abrazos convencionales, sin saludos académicos, sin contextos físicos, sin conversaciones rutinarias, llega a ser más poderosa que cualquiera de las que el mundo real prodiga tanto como cercena. Difícilmente morirá de veras un poeta que queda tan arraigado en el acervo de nuestras preferencias poéticas y literarias. Solo que cuando un gran poeta muere, algo igualmente grande perece en quienes cifran la seguridad de su existencia en la necesaria inmortalidad de quien la nutre.

Aún conservo su cálida respuesta a un correo electrónico que, sin esperanza de ser atendido, le envié el 25 de diciembre de 2008, solicitándole información sobre su libro “Escribir un poema”, interesado como me encontraba (y me encuentro todavía) en adquirir un ejemplar del mismo. Otro domingo, el 28 de diciembre de 2008, recibí su epístola electrónica: “Estimado amigo: Muchas gracias por el aliento. Se agradece que alguien al otro lado del mar se interese por mi obra. Esta complicidad entre distantes desconocidos es un don que hay que agradecerle a la poesía… Es un modo, precisamente, de ‘saltar el charco’. Soy latinoamericano de nacimiento y siento el océano como una brecha editorial –rara vez nuestros libros logran llegar a los lectores del otro lado– que Internet nos permite salvar. Un cómplice saludo”.

Y casualmente, otro domingo, el 4 de octubre de 2009, divulgué en mi blog Esconces y Destiempos su poema “Al fondo de la escena”, bastante cercano a mis textos sobre rituales hogareños.


AL FONDO DE LA ESCENA

He cruzado el umbral. Estoy en casa.
Después del frío, el viento y los veranos
he venido. Saludo a los objetos
con un suspiro grave y respetuoso.
La sala decorada con flores que parecen
desplomarse carnívoras sobre los comensales.
He ocupado mi silla. Alguien comenta
el precio escaso de la vida humana
en un país remoto y las noticias
dejan caer promesas de un futuro
que merezca la pena. La mujer
me sirve una sonrisa.
El hombre habla con ella como quien acaricia
un sueño que se hiciera cotidiano.
Bajo el mantel los niños se pelean.
La sal. El pan. La mesa como siempre:
cada cual en su sitio, absorto en la tarea
de ser el personaje que la trama
dispone.
Así, ya ves, somos felices.
Ignoramos que un día la ausencia de la madre,
esa silla vacía, inconcebible,
hará que el niño aquél –al fondo de la escena–
escriba estas palabras.

EG

Pues bien, me entero también hoy, este domingo de abulias y quimeras en el que estreno la noticia de su muerte, que un libro con toda su obra poética, titulado “La lluvia en el desierto”, se encuentra circulando desde marzo de 2017. En medio de todo, no deja de ser admirable que lo que has escrito durante veintiún años (1995-2016) llegue, después de tu muerte, a prolongar tus días… Seguramente, él mismo lo hubiera hecho, de haber podido acumular más años.                

Así que si alguien viaja a Sevilla o a Madrid, por favor avísenme, a ver si puedo conseguir todavía, en El Olivo Azul, “Escribir un poema”, y obtener, además, con ayuda dadivosa y terrígena, “La lluvia en el desierto”.        

En junio de 2010, en mi libro “Cantando a Destiempo”, incorporé el siguiente texto dedicado al poeta Eduardo García… Nunca se lo mandé. Pero debe estar leyéndolo ahora, en ese lugar privilegiado donde la nada del mundo se reencuentra con su otra mitad.          

LA VIDA: EPÍLOGO PARA ENSOÑADORES

Voy hacia ti. Si algo de verdad me espera
Ahí llegaré. No seré el primero ni el
Segundo pero tampoco el último.
Hay poetas al otro lado del mar
Que me acompañan. Cada uno
En lo suyo y en lo tuyo. A izar velas
Se dijo. A empacar malestares
Por si acaso. 

Voy hacia ti. Dejo distancias y temores
Del pasado. Caminante sin rumbo
Recupero, palmo a palmo, el horizonte:
Porto algarabía sin el favor del viento.
Se oyen cada vez  más lejos las voces
Del ocaso. Pero en las antípodas       
Crece la sed del todo, las palabras no se
Usarán más nunca sin peligro.

Una nueva vida nos espera llena de
Ritmo y contundencia. El límite resbala.
La agresividad no duerme. Voy hacia
Ti soñando con muros de colores,
Destiempos que se juntan. La emoción
Concita rebeldías, la elegía recibe 
Incandescencias. El tiempo se apresta
A consentirnos y hasta en las postrimerías 
Se advierte algún futuro.

Voy hacia ti con mi cuota de nada
Y de silencio, la elección del fracaso  
En la poesía, su inutilidad al servicio
De la muerte. Si descendí a los infiernos
Tengo derecho a retomar tu ruta
Romper el verso con la belleza
A cuestas, sin perfección ni formas
Loar esta aventura.

Poetas del futuro que reptan y develan
Con los fusiles del canto. La intuición
Les sirve de reflejo mientras Vallejo
Dispara. La utilidad del verso se siente
En las entrañas, entrañas que al dolor
No alaban, melancolía donde el lenguaje
Empuja, transformándose en luz 
Y salutación de la metáfora.

Voy hacia ti imaginando prisiones
Y revuelos. Hacia ti, vida que encantas
Pero también doblegas, buscando tus
Imágenes con ahínco, sembrando las
Utopías del vértigo en tu ardor de 
Periferia. Simbolismos y visiones
Presuponen la fiesta. Es hora de
Soñar en voz alta dice el poeta y yo
Lo sigo, lo sigo con mi escolta de    
Sobras y fantasmas.

FBA

Enlaces para acceder a la Web del poeta Eduardo García y a dos de sus poemas en su voz:  





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