HAY MUERTES ajenas que terminan doliendo
como propias. En especial, si se trata de un poeta (de uno bueno) y si te
enteras de su prematura muerte la tarde de un pesado y silencioso domingo de
enero: un año, ocho meses y diecinueve días después…
Aunque lo
tenía de algún modo olvidado –luego de haberlo leído con relativa abundancia–,
algo que estaba leyendo de Enrique Vila-Matas sobre el síndrome de Bartleby me
llevó hoy a pasar de nuevo por su Web, en pos de noticias alentadoras, pues
hasta hace solo ciento ochenta minutos este poeta de origen brasileño, de
padres españoles, radicado desde niño en España, seguía, para gloria de mi
ignorancia, vivo, ¡muy vivo! Y es cuando me entero de que el poeta EDUARDO GARCÍA murió en
Córdoba-Andalucía-España el 19 de abril de 2016, debido a un cáncer de páncreas
que interrumpió su fértil arribo a los 51 años.
En
realidad, qué ajeno va a ser un poeta que logra en verso y en prosa horadar virtualmente
el alma de eventuales y desconocidos lectores que, allende fronteras,
terminan acomodándolos (versos y prosas) en el rincón más apreciado de lo
ignoto. Una amistad como esa, sin apretón de manos, sin abrazos
convencionales, sin saludos académicos, sin contextos físicos, sin conversaciones
rutinarias, llega a ser más poderosa que cualquiera de las que el mundo real
prodiga tanto como cercena. Difícilmente morirá de veras un poeta que queda tan
arraigado en el acervo de nuestras preferencias poéticas y literarias. Solo
que cuando un gran poeta muere, algo igualmente grande perece en quienes
cifran la seguridad de su existencia en la necesaria inmortalidad de quien la
nutre.
Aún conservo su cálida respuesta a
un correo electrónico que, sin esperanza de ser atendido, le envié el 25 de
diciembre de 2008, solicitándole información sobre su libro “Escribir un
poema”, interesado como me encontraba (y me encuentro todavía) en adquirir un
ejemplar del mismo. Otro domingo, el 28 de diciembre de 2008, recibí su
epístola electrónica: “Estimado amigo: Muchas gracias por el aliento. Se
agradece que alguien al otro lado del mar se interese por mi obra. Esta
complicidad entre distantes desconocidos es un don que hay que agradecerle a
la poesía… Es un modo, precisamente, de ‘saltar el charco’. Soy
latinoamericano de nacimiento y siento el océano como una brecha editorial
–rara vez nuestros libros logran llegar a los lectores del otro lado– que
Internet nos permite salvar. Un cómplice saludo”.
Y casualmente, otro domingo, el 4
de octubre de 2009, divulgué en mi blog Esconces y Destiempos su poema “Al
fondo de la escena”, bastante cercano a mis textos sobre rituales hogareños.
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AL FONDO DE LA ESCENA
He cruzado el umbral. Estoy en casa.
Después del frío, el viento y los veranos
he venido. Saludo a los objetos
con un suspiro grave y respetuoso.
La sala decorada con flores que parecen
desplomarse carnívoras sobre los comensales.
He ocupado mi silla. Alguien comenta
el precio escaso de la vida humana
en un país remoto y las noticias
dejan caer promesas de un futuro
que merezca la pena. La mujer
me sirve una sonrisa.
El hombre habla con ella como quien acaricia
un sueño que se hiciera cotidiano.
Bajo el mantel los niños se pelean.
La sal. El pan. La mesa como siempre:
cada cual en su sitio, absorto en la tarea
de ser el personaje que la trama
dispone.
Así, ya ves, somos felices.
Ignoramos que un día la ausencia de la madre,
esa silla vacía, inconcebible,
hará que el niño aquél –al fondo de la escena–
escriba estas palabras.
He cruzado el umbral. Estoy en casa.
Después del frío, el viento y los veranos
he venido. Saludo a los objetos
con un suspiro grave y respetuoso.
La sala decorada con flores que parecen
desplomarse carnívoras sobre los comensales.
He ocupado mi silla. Alguien comenta
el precio escaso de la vida humana
en un país remoto y las noticias
dejan caer promesas de un futuro
que merezca la pena. La mujer
me sirve una sonrisa.
El hombre habla con ella como quien acaricia
un sueño que se hiciera cotidiano.
Bajo el mantel los niños se pelean.
La sal. El pan. La mesa como siempre:
cada cual en su sitio, absorto en la tarea
de ser el personaje que la trama
dispone.
Así, ya ves, somos felices.
Ignoramos que un día la ausencia de la madre,
esa silla vacía, inconcebible,
hará que el niño aquél –al fondo de la escena–
escriba estas palabras.
EG
Pues
bien, me entero también hoy, este domingo de abulias y quimeras en el que
estreno la noticia de su muerte, que un libro con toda su obra poética,
titulado “La lluvia en el desierto”, se encuentra circulando desde marzo de
2017. En medio de todo, no deja de ser admirable que lo que has escrito durante
veintiún años (1995-2016) llegue, después de tu muerte, a prolongar tus días… Seguramente,
él mismo lo hubiera hecho, de haber podido acumular más años.
Así que
si alguien viaja a Sevilla o a Madrid, por favor avísenme, a ver si puedo
conseguir todavía, en El Olivo Azul, “Escribir un poema”, y obtener, además,
con ayuda dadivosa y terrígena, “La lluvia en el desierto”.
En junio de 2010, en mi libro “Cantando a Destiempo”, incorporé el siguiente texto dedicado al poeta Eduardo García… Nunca se lo mandé. Pero debe estar leyéndolo ahora, en ese lugar privilegiado donde la nada del mundo se reencuentra con su otra mitad.
Voy
hacia ti. Si algo de verdad me espera
Ahí
llegaré. No seré el primero ni el
Segundo
pero tampoco el último.
Hay
poetas al otro lado del mar
Que
me acompañan. Cada uno
En
lo suyo y en lo tuyo. A izar velas
Se
dijo. A empacar malestares
Por
si acaso.
Voy
hacia ti. Dejo distancias y temores
Del
pasado. Caminante sin rumbo
Recupero,
palmo a palmo, el horizonte:
Porto
algarabía sin el favor del viento.
Se
oyen cada vez más lejos las voces
Del
ocaso. Pero en las antípodas
Crece
la sed del todo, las palabras no se
Usarán
más nunca sin peligro.
Una
nueva vida nos espera llena de
Ritmo
y contundencia. El límite resbala.
La
agresividad no duerme. Voy hacia
Ti
soñando con muros de colores,
Destiempos
que se juntan. La emoción
Concita
rebeldías, la elegía recibe
Incandescencias.
El tiempo se apresta
A
consentirnos y hasta en las postrimerías
Se
advierte algún futuro.
Voy
hacia ti con mi cuota de nada
Y
de silencio, la elección del fracaso
En
la poesía, su inutilidad al servicio
De
la muerte. Si descendí a los infiernos
Tengo
derecho a retomar tu ruta
Romper
el verso con la belleza
A
cuestas, sin perfección ni formas
Loar
esta aventura.
Poetas
del futuro que reptan y develan
Con
los fusiles del canto. La intuición
Les
sirve de reflejo mientras Vallejo
Dispara.
La utilidad del verso se siente
En
las entrañas, entrañas que al dolor
No
alaban, melancolía donde el lenguaje
Empuja,
transformándose en luz
Y
salutación de la metáfora.
Voy
hacia ti imaginando prisiones
Y
revuelos. Hacia ti, vida que encantas
Pero
también doblegas, buscando tus
Imágenes
con ahínco, sembrando las
Utopías
del vértigo en tu ardor de
Periferia.
Simbolismos y visiones
Presuponen
la fiesta. Es hora de
Soñar
en voz alta dice el poeta y yo
Lo
sigo, lo sigo con mi escolta de
Sobras
y fantasmas.
FBA
Enlaces
para acceder a la Web del poeta Eduardo García y a dos de sus poemas en su voz:
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