jueves, 27 de noviembre de 2008

Y A TODAS ESTAS, ¿DÓNDE ESTÁN LAS ENCUESTAS?

A este país del sagrado corazón quizás le llegue algún día la hora de restablecerse humana, ética y políticamente. Por lo pronto, luego de escabrosos episodios de falsos positivos, bombardeos desproporcionados, cacerías de brujas, matones a sueldo, cobradores de recompensas, batracios de variado pelaje, espionajes indebidos, caídas de funcionarios, renuncias de generales, hasta derrumbes en altos estratos y despelotes piramidales que lo que dejan absolutamente en claro es el distanciamiento cada vez mayor entre ricos y pobres, cualquier cosa puede pasar.

Ya va dando algo de morbosa lástima el esfuerzo desesperado del actual Presidente por sacar en limpio su nombre y el de su familia. Pero una cosa es intentarlo en público bajo la ya nerviosa connivencia de medios de comunicación afectos a su mandato y otra muy distinta es sentirse, en privado, a salvo de su desgracia personal. Le convendrían al Presidente de los colombianos unas rápidas clasecitas sobre filosofía política de Hannah Arendt para ver si aprende así, de una vez por todas, a no confundir las esferas de lo privado y de lo público en relación con la política. Y de ciudadanía. Y hasta de comunitarismo. Nos evitaríamos espectáculos tan grotescos como los de las alocuciones para explicar que sus hijos no son hijos de papi.

Nugatorios devienen cada vez más -ante la aparición de nuevos hechos en su contra- los esfuerzos presidenciales. Se le nota una angustia a todas luces contagiosa. La polaridad reinante empieza a debilitarse por el extremo que, pocos meses antes, era impensable que lo hiciera. El extremo opuesto en cambio, y contra todo pronóstico antiterrorista, ha logrado sacudirse de cierto sectarismo sindical enfermizo adquiriendo, poco a poco, nuevos bríos y recibiendo, de otras voces, vientos de oposición con mayor alcance.

La opinión internacional proveniente de tradiciones y escuelas políticas menos cientificistas, continúa a la espera de las consecuencias para el mundo de un hecho político inédito en la historia: la victoria de Barack Obama en los Estados Unidos. A nuestro país, por obvias razones, no le es ajena esta esperanzadora realidad, y el gobierno de la tenebrosa “seguridad democrática” tendrá que pensar muy bien lo que le espera.

En la Colombia de hoy, como están las cosas, es imposible no tomar partido, por lo que la lucha ciudadana deberá sopesar, a la luz de la historia, los cambios sociales que se vienen presentando para, sin apetitos personales o partidistas, emprender la alternativa correcta hacia la construcción y puesta en práctica de un discurso colectivo y auténtico, antes de que cumplamos dos siglos de desastrosa vida republicana. Optar por el deber ser, priorizar los elementos normativos de la política, retomar los truncados ideales de la Ilustración y pensar un modelo de desarrollo radicalmente distinto son puntos de partida indispensables si se quieren conquistar, de verdad, transformaciones sustanciales.

Al vértigo institucional se suma ahora la inestabilidad psicológica del primer mandatario de la nación. El gobierno de la mano tendida y el pulso firme ha empezado seriamente a trastabillar, y la proximidad de un tercer período, más que por razones democráticas, no es médicamente aconsejable. Se empiezan a caer igualmente las arrogancias militantes que acompañan al Presidente; la insensibilidad de la élite poderosa de siempre saca ya menos pecho. A menos que aparezca otro “barbuchas”, el porvenir gubernamental se evidencia tormentoso y vacilante.

La puntería presidencial, disparando para todos lados es, hoy por hoy, mucho más que un peligro público y global: hasta es probable que uno de sus tiros le pueda salir por la culata. Tapar el sol con las manos no es posible ni siquiera para el propietario absoluto de tan ubérrimas mentiras. Y pensar que creíamos superada la época en que los elefantes entraban de incógnito a Palacio. Hay que darle, en todo caso, al Presidente el beneficio de la duda, pues de tanto trabajar, trabajar y trabajar es posible (sí, por qué no) que se firmen papeles con su nombre pero sin su consentimiento, que entren a la sede de gobierno personajes oscuros a plena luz del día o que su ánimo absorbente y omnicomprensivo no se dé cuenta de “nimiedades” que ocurren generosamente a sus espaldas.

La profesora María Teresa Uribe de Hincapié en su ensayo sobre la filósofa y militante judía Hannah Arendt, al examinar concretamente lo relativo a la esfera pública, la acción política y la ciudadanía precisa que, según la autora en mención, “el orden, la estabilidad y las certezas no son promesas de la política” (ensayo publicado en: Los clásicos de la Filosofía Política, Editorial Universidad de Antioquia, 2003, p.285-313). Así las cosas, la unanimidad pretendida por el uribismo en torno a su impotable Presidente bien puede asimilarse a la dominación que es propia de los totalitarismos, hoy con un rostro tal vez más ignominioso al servirse de la democracia para disfrazar los crímenes de Estado.

Tal como lo explica Umberto Cerroni (Introducción al Pensamiento Político, Siglo Veintiuno Editores, 1989, p.7-79), en la época actual, calificada por él como de las contaminaciones, la democracia ha experimentado un proceso de difusión y universalización pero el individualismo y el derecho constitucional moderno no han acabado propiamente con el despotismo y, por el contrario, lo promueven. La proliferación de democracias autoritarias es signo inequívoco de las sociedades posmodernas.

Bueno, la idea era hablar de las encuestas… Y a propósito, ¿qué se hicieron las firmas encuestadoras de opinión (tan diligentes a la hora de contabilizar manos cortadas) en estos momentos de “efervescencia y calor” cuando no es legítimo continuar imbeles? Como diría el patriota: “Si dejáis escapar…”.

FBA

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