viernes, 4 de diciembre de 2009

MANICOMIO

No hay día que no peleen. Por todo o por nada. Con razón y sin ella. Los gritos no cesan, las palabras obscenas se contagian. Los niños empiezan a repetirlas y los adultos de la casa, al darse cuenta, con las mismas palabras los reprenden. Así es la vida en medio de problemas, burlas de unos y otros, crítica tras crítica. Hoy nadie ha dado para el almuerzo, hacerse el pendejo es todo un arte, una segueta eléctrica trabaja incansablemente, su chirrido es de los mil diablos. Locos vienen, locos van, los más locos llegan los fines de semana, andan en una motocicleta de media cilindrada, son una pareja de eternos aventureros que entran con todo y moto hasta la sala; ella, pegada siempre a él, y él, músico, poeta y quién sabe qué otras ociosidades guarde en esa cabezota sucia.

Todo está en desorden, hay basura a lo largo y ancho de la casa, comen rosquitas y tiran las bolsitas al suelo, juguetes descuartizados lloran regados por el piso, espaldares que fueron mecedoras adornan el traspatio, botellas de gaseosas y de cervezas enmohecidas aún van a la tienda, el verdín hizo metástasis. Abundan, sin fallecer, las cosas inservibles; un maremágnum de cables empatados amenaza en el techo; las camas se usan también como roperos; residuos de jabones se amontonan con vellos en los baños. Así es la vida en medio de simplezas, amores de nunca acabar, cielo tras cielo. Todo el mundo entra como Pedro por su casa, desfilan vecinos de veinte manzanas a la redonda, parientes próximos y remotos, vendedores de rifas, compradores de minutos, mecánicos de carburadores, clientes de ventanas, celadores sin oficio, chismosos en decadencia, negociantes de pescado, carretilleros de frutas y verduras, abren la nevera, toman chicha, dicen vulgaridades, sueltan carcajadas. La terraza aguarda impaciente. No demora la confusión en peinar los naipes.

Entre tanto, varios televisores a todo volumen se suman a la fiesta. La mezcla de canales enloquece, un equipo de sonido le propina insufribles vallenatos. Focos y ventiladores prendidos día y noche completan el zaperoco, a fin de mes la cuenta genera insultos, los fantasmas dan las gracias. Y como si esto fuera poco el ocioso de los fines de semana llega disparando: ¡Luces, cámara, acción!... en los calados de las paredes se resume el dolor silencioso de la casa: jeringas para nada desechables, cuchillas de afeitar gastadas, papelitos doblados de hace treinta años, ganchos que ya no cuelgan ropa, destapadores oxidados, agujas desojadas, botones partidos, paletas después de consumidos los helados. Todo lo que se daña encuentra su agujero, el polvo se acumula, el tiempo se detiene.

La casa parece no tener dueño, aunque tiene como todo palacio su bribón, un vivaracho sin escrúpulos que aparece una vez al año. Regresa bajito, sonríe maliciosamente, tres días después llegan eventuales compradores, quiere a como dé lugar venderla para largarse con la plata. No faltan tampoco los borrachos. Se desaparecen de viernes a domingo. Así es la vida en medio de problemas y escaseces, nadie tiene derecho a entremeterse. Son felices, es el orden natural de la gran vida. ¡Claro que son felices! ¿Alguien lo duda?
FBA – DERECHOS RESERVADOS

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