miércoles, 10 de febrero de 2010

TRES POETAS, TRES POEMAS, para estos días de preocupación existencial: los dos primeros, muy nuestros, del Caribe, y el último, uno grande de España con una fuerza extraordinaria, muy conocido por su metapoesía del silencio, yo lírico profundo y trascendente tocado igualmente por una poderosa vertiente musical. Los tres ya partieron, adelantándose en el inagotable misterio…

JORGE GARCÍA USTA: poeta, investigador, ensayista, cronista, reportero y gestor cultural nacido en 1960 en Ciénaga de Oro-Córdoba (Colombia) y fallecido en Cartagena de Indias el 25 de diciembre de 2005. Su obra poética está conformada por: Noticias desde otra orilla (1985), Libro de las crónicas (1989), El reino errante (1991), Monteadentro (1992 y 1997), La tribu interior (1995), Noticias de un animal antiguo (2001) y Cantaleta del amoroso (póstumo, 2006). El poema que a continuación transcribo cierra este último libro. García Usta fue, además, un gran estudioso de la obra literaria y periodística de Héctor Rojas Herazo.

LA CHARANGA POSTMORTEM

Después de mi muerte, quién dedicará una tarde
a hablar de la grandeza de mi susurro propicio,
de mi mirar para salir gritando
las noticias olorosas, la música flotante,
la palabra que encuentra su llaga en la floresta.
A ti, olvidadizo, te di la noticia de los principios,
a ti, altiva, te ofrecí la joya de mi mirar,
y dentro de las caravanas, dije las palabras más precarias
pero apunté al centro de la riqueza
y reseñé las oscuridades y las llamas,
pero no me refugié en el asco semanal
ni sostuve a los augures cómodos.
Quién hablará de mi manía nocturna
de adivinar en las estrellas inermes
alguna suave indicación del castigo futuro,
de atender en el pubis amado
la hoguera submarina, la categoría del liquen y la laca,
y los documentos rizados de la borrasca.
A ti, olvidadizo, te di mi mano como un océano,
ingresé por ti en el partido de los suplicantes
y nunca cerré las ventanas.
A ti, altiva, busqué entre tus ojos la primera llamada
y respeté tu forma de desplegar el silencio
y de comer sola pero tributaria entre el pan de la multitud.
Quién recordará mi manera de leer en los ojos de las mujeres
que pasan por la calle toda clase de anuncios sobre mi poquito de
mundo,
y en el desprecio precioso de sus nalgas,
en el compañerismo de sus nalgas,
en la teoría maciza de sus nalgas,
el supremo veredicto sobre el estado de la tierra.
Quién dirá cómo sobaba la cabeza de mis hijos perplejos
para entender mejor la muerte de mi madre,
quién hablará de mi cuchara obsoleta,
quién dirá cómo me enfrenté a los vociferantes,
cómo besé la boca deseada
y caí insultando las piedras sagradas,
cómo ofrendé al traidor mi clamorosa mudez,
y cómo nunca pude negociar con el coro,
pero entendí en el mar la materia más limpia
y estuve al lado de los compañeros
poniendo las piedras para el camino,
el precipicio, la herida mayor.
A ti, olvidadizo, te di las antesalas de mi muerte,
no evalúes mi ritmo de mudo funámbulo,
ni mi cuarto ojo sobre la espalda del tiempo.
A ti, altiva, te di la muerte justa, el instante de ya no verte,
y cuando salí de ti, te elevé en la memoria de la colina.
Quién sabrá otra vez cómo miré a fondo el mar
en octubre del 83 con tu mano en la mía
y ya no pude ser el mismo.
Quién me hará el favor último
de hablar asombrado o celebrante
de qué ridícula, dulce y estruendosa manera traté
de ser hombre entre las mujeres y los hombres.


HÉCTOR ROJAS HERAZO: poeta, novelista, pintor y periodista nacido en Tolú-Sucre (Colombia) en 1921 y fallecido en Bogotá D. C. en 2002. Ha sido traducido al inglés, al francés, al ruso y al alemán. Ampliamente conocido y estudiado en el ámbito latinoamericano. Su obra poética la conforman: Rostro en la soledad, Tránsito de Caín, Desde la luz preguntan por nosotros, Agresión de las formas contra el ángel, Las úlceras de Adán y Las esquinas del viento (Antología). Su narrativa: Respirando el verano, En noviembre llega el arzobispo y Celia se pudre. Los dejo con CREATURA ENCENDIDA:

No es solamente el flujo de la tierra
lo que ha de herir el vidrio de mis ojos.
No es este gasto de sudor y lodo
ni esta ceniza que me puso un nombre
lo que he de combatir y me combate.
Es mi propia creatura, mi sonido de siempre,
mi forma de estar vivo aunque no tenga
un cuerpo que gastar
o un tacto entre los dedos.
Es esta furia mía de saberme encendido,
de tener claridad,
de ser zumbido,
silbo de Dios,
silueta diferente.
De estar dentro de mí constituido
para seguir arando sin arado,
para seguir tejiendo sin aguja,
para tener un poco de mi ruido
disperso en un rincón o en un suspiro.
Es esta firme cantidad de esencia
para sufrir, para escanciar destino,
esto que me suplica y me conoce,
que madura mi luto desde siempre.
Este saber que no hay descanso,
ni agua para apagarse,
ni polvo que nos cubra ni deshaga.
Somos esto, sepamos, somos esto,
esto terrible y encendido y cierto:
algo que tiene que vivir y vive
por siempre sollozando pero vivo.


JOSÉ ÁNGEL VALENTE: poeta, escritor, ensayista y traductor nacido en Orense-España en 1929 y fallecido en Ginebra-Suiza en el 2000. Su vasta obra poética incluye textos como: A modo de esperanza, Poemas a Lázaro, La memoria y los signos, Siete representaciones, Breve son, Presentación y memorial para un monumento, El inocente, Treinta y siete fragmentos, El fin de la Edad de Plata, Interior con figuras, Material memoria, Tres lecciones de tinieblas, Nueve enunciaciones, Mandorla, La piedra y el centro, El Fulgor, Sobre el lugar del canto (compilación), No amanece el cantor y Fragmentos de un libro futuro. Los dejo con PRIMER POEMA:

No debo
proclamar así mi dolor.
Estoy alegre o triste y ¿qué importa?
¿a quién ayudaré?
¿qué salvación podré engendrar con un lamento?

Y, sin embargo, cuento mi historia,
recaigo sobre mí, culpable
de las mismas palabras que combato.

Paso a paso me adentro,
preciosamente me examino,
uno a uno lamento mis cuidados
¿para quién,
qué pecho triste consolaré,
qué ídolo caerá,
qué átomo del mundo moveré con justicia?
Remotamente quejumbroso,
remotamente aquejado de fútiles pesares,
poeta en el más venenoso sentido,
poeta con palabras terminadas en un cero
odiosamente inútil,
cuento los caedizos latidos
de mi corazón y ¿qué importa?
¿qué sed o qué agobiante
vacío llenaré de un vacío más fiero?

Poeta, oh no,
sujeto de una vieja impudicia:
mi historia debe ser olvidada,
mezclada en la suma total
que la hará verdadera.


TRES POEMAS, TRES POETAS que se fueron en lustro reciente. Los poetas también mueren. Así es, ni modo de dudarlo. Hoy me abrazo con ellos al dolor (útil o inútil) de la vida. Infranqueable trama que a todos nos recorre. A unos más encarnizadamente que a otros. Dicen, empero, que la poesía sobrevive. No sé, vida y muerte seguirán dando brega mientras no explote en definitiva el mundo. Y si algo subsiste será acaso el filo de la palabra en el vaivén del Tiempo. Pero el que se va se va, y lo que queda de él no alcanzará jamás a compensar el vacío o la nada en que ese ser efímero se sumerge. Y entonces, el gran interrogante vuelve y contraataca: ¿Qué hacemos con la vida que privilegiadamente hoy nos convoca? En verdad, la conciencia de morir no logra fraguar satisfactoriamente una respuesta. Si el futuro del hombre se amarra de manera inevitable a la muerte, la vida podría premiarse o agredirse. Y si todo lo que vive muere, ¿para qué congratularnos tanto por algo que no es más que el lento pero seguro desarrollo de una monumental tragedia? Valdría la pena, no obstante, modificar la pregunta: ¿Qué hacemos con la muerte que privilegiadamente hoy nos convoca? La conciencia de vivir aparece así cantando en extramuros. Algunos optarán por el silencio. Otros por hacer ruido. Ambas salidas me parecen acertadas, pues a la postre terminan encontrándose. Un hecho colosal y trascendente, cercano a lo absoluto, está por anunciarse: la muerte; la inefable, la festiva, la querendona muerte.

TRES POETAS, TRES POEMAS para asomarnos al sinfín de la existencia en esos días de intrincada y furtiva soledad.

FBA

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