sábado, 11 de febrero de 2012

SÁBADO, en casa, en un pequeño poblado ubicado en las sabanas del Bolívar Grande. Buen día para reflexionar (ah, palabra pretenciosa) sobre lo escrito y, en especial, sobre lo aún no escrito. El poder de la palabra escrita demuestra todos los días su inagotable misterio. Como en aquella inolvidable película de Bergman, "Fanny y Alexander", que aún asocio con la eficacia de los malos pensamientos. Pensar, por ejemplo, en cómo los currutacos se alían para defenderse de inofensivas lágrimas. Pensar (otro ejemplo) en la estupidez de haber vuelto a los concursos literarios. Veinticinco años atrás, dejé en claro las razones por las que nunca más habría de participar en ellos. Pero la madurez recupera desgracias y traiciones, y este muladar enfermo no se cansa nunca de perder. Debo, en todo caso, continuar. Hablarle al vacío es, finalmente, lo que cuenta. Y gozar la vida, como aconsejaba Silva antes de perforarse el corazón. "Si puedes vivir sin escribir no escribas", otra frase (de Rilke creo) que queda martillando por ahí. Sigo, entonces, y esta mañana de tedios silenciosos se vuelve mágica de repente cuando los dedos empiezan la faena. Vida cotidiana, insignificancia feliz que me permite coronar el Ruido, el gran Ruido del Destiempo que conspira en rincones infranqueables.

Sábado, en casa, buen día para encender las vengativas esencias de la muerte.


FBA

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